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ÍDOLO, IDOLATRÍA

Un ídolo es una imagen, una representación de algo o un símbolo, material o imaginario, que es objeto de devoción fervorosa. En términos generales, la idolatría es la veneración, amor, culto o adoración de un ídolo. Normalmente está relacionada con un poder superior, real o supuesto, tanto si se le atribuye una existencia animada (un dios humano o animal o, incluso, una organización) como si se trata de algo inanimado (una fuerza u objeto inanimado de la naturaleza). La idolatría suele ir acompañada de algún tipo de ceremonia o rito.

NO TODAS LAS IMAGENES SON ÍDOLOS

La ley de Dios de no hacerse imágenes (Éxo. 20:4, 5) no excluyó el hacer representación o estatua alguna. Este último aspecto queda patente por el mandato posterior de Jehová de hacer dos querubines de oro para la cubierta del Arca y bordar representaciones de querubines sobre las diez telas de la cubierta interior del tabernáculo y sobre la cortina que separaba el Santo del Santísimo. (Éxo. 25:18; 26:1, 31, 33.) De igual manera, el interior del templo de Salomón, cuyos planos arquitectónicos le fueron dados a David por inspiración divina (1 Cró. 28:11, 12), estaba decorado con gran belleza por unos bajorrelieves de querubines, palmeras y flores. En el Santísimo de este templo había querubines de madera de árbol oleífero revestidos de oro. (1 Rey. 6:23, 28, 29.) El mar fundido descansaba sobre doce toros de cobre, y las paredes laterales de las carretillas de cobre para el uso del templo estaban decoradas con figuras de leones, toros y querubines. (1 Rey. 7:25, 28, 29.) Había doce leones a lo largo de los escalones que conducían al trono de Salomón. (2 Cró. 9:17-19.)

Sin embargo, estas representaciones no eran ídolos para adoración. Únicamente los sacerdotes que oficiaban podrían ver las representaciones que estaban en el interior del tabernáculo y posteriormente en el interior del templo. Nadie, salvo el sumo sacerdote, entraba en el Santísimo, y eso normalmente lo hacía tan sólo una vez al año, el Día de Expiación. (Heb. 9:7.) Por lo tanto, no había ningún peligro de que los israelitas pudiesen incurrir en idolatrar a los querubines de oro del Santuario. Estas figuras servían principalmente como una representación de los querubines celestiales. (Compárese con Hebreos 9:24, 25.) Y es evidente que no se habían de venerar ya que a los propios ángeles no se les tenía que adorar. (Col. 2:18; Rev. 19:10; 22:8, 9.)

Por supuesto, hubo ocasiones en las que algunas imágenes llegaron a ser ídolos, aunque originalmente no se tenía la intención de que fuesen objetos de veneración. La serpiente de cobre que Moisés hizo en el desierto llegó a ser adorada y por esta razón el fiel rey Ezequías la trituró. (Núm. 21:9; 2 Rey. 18:1, 4.) El efod hecho por el juez Gedeón llegó a ser un “lazo” para él y para su casa. (Jue. 8:27.)

IMÁGENES COMO AYUDA EN LA ADORACIÓN

Las Escrituras no aprueban el uso de imágenes como un medio de dirigirse a Dios en oración. Esta práctica va en contra del principio que dice que aquellos que buscan a Jehová deben adorarle con espíritu y con verdad. (Juan 4:24; 2 Cor. 4:18; 5:6, 7.) Él no tolera que se mezclen prácticas idolátricas con la adoración verdadera, tal como lo ilustra el hecho de que condenase la adoración del becerro, a pesar de que los israelitas habían relacionado este becerro con Su nombre. (Éxo. 32:3-10.) Jehová no comparte su gloria con imágenes esculpidas. (Isa. 42:8.)

No hay ni una sola ocasión en las Escrituras en la que los fieles siervos de Jehová hayan recurrido al uso de ayudas visuales para orar a Dios ni que hayan practicado alguna forma de adoración relativa. Es cierto que, según la traducción católica Scío de San Miguel, Hebreos 11:21 dice: “Por fe Jacob, estando para morir, bendijo a cada uno de los hijos de Joseph, y adoró la altura de su vara”. Sin embargo, en una nota al pie de la página, la traducción católica Bover Cantera comenta lo siguiente sobre este texto: “El sentido más obvio es: (Jacob) inclinado adoró (a Dios) (apoyándose) sobre la extremidad de su (propio) báculo”. Esta forma posterior de verter el texto, y otras con pequeñas variaciones, establecen que este versículo de ningún modo apoya la adoración relativa. Además, está en armonía con el sentido del texto hebreo de Génesis 47:31 y así fo han vertido casi todas las traducciones católicas.

FORMAS DE IDOLATRÍA

Entre las prácticas idolátricas mencionadas en la Biblia había algunas repugnantes, como, por ejemplo, la prostitución ceremonial, el sacrificio de niños, la borrachera y la autolaceración hasta el punto de hacer chorrear la sangre. (1 Rey. 14:24; 18:28; Jer. 19:3-5; Ose. 4:13, 14; Amós 2:8.) A los ídolos se les veneraba por medio de participar del alimento y de la bebida que se les había ofrecido (Éxo. 32:6; 1 Cor. 8:10), por medio de inclinarse y hacerles sacrificios, con cantos y danzas e incluso besándolos. (Éxo. 32:8, 18, 19; 1 Rey. 19:18; Ose. 13:2.) La idolatría también se practicaba al disponer una mesa con alimento y bebida para los dioses falsos (Isa. 65:11), por medio de libaciones, tortas de sacrificio y humo de sacrificio (Jer. 7:18; 44:17), así como llorando en ciertas ceremonias religiosas. (Eze. 8:14.) Algunas acciones, tales como tatuarse, hacerse cortaduras, imponerse calvicie, cortar los mechones de los lados y la extremidad de la barba, estaban prohibidas por la Ley, posiblemente debido a su conexión con las prácticas idolátricas que eran comunes en las naciones vecinas. (Lev. 19:26-28; Deu. 14:1.)

También hay formas más sutiles de idolatría. La codicia es idolatría (Col. 3:5), puesto que el objeto deseado desvía hacia sí y no hacia el Creador el afecto del individuo, convirtiéndose por lo tanto en un ídolo. En vez de servir a Jehová Dios en fidelidad, una persona puede llegar a ser un esclavo de su vientre, es decir, de su deseo o apetito carnal, y hacer de esto su dios. (Rom. 16:18; Fili. 3:18, 19.) Puesto que el amor al Creador se demuestra por la obediencia (1 Juan 5:3), la rebelión y el adelantarse presuntuosamente son comparables a actos de idolatría. (1 Sam. 15:22, 23.)

IDOLATRÍA ANTES DEL DILUVIO

La idolatría no comenzó en la región visible, sino en la invisible. Una gloriosa criatura espíritu desarrolló el deseo egoísta de parecerse al Altísimo. Fue tan fuerte su deseo que postergó su amor a Jehová, su Dios, y su idolatría le hizo rebelarse. (Job 1:6-11; 1 Tim. 3:6; compárese con Isaías 14:12-14; Ezequiel 28:13-15, 17.)

De manera similar, Eva se constituyó a sí misma la primera idólatra humana al codiciar el fruto prohibido, y este deseo incorrecto la llevó a desobedecer el mandato de Dios. Al permitir que un deseo egoísta rivalizase con su amor por Jehová, y posteriormente desobedecer al Creador, Adán también llegó a ser culpable de idolatría. (Gén. 3:6, 17.)

Desde la rebelión en Edén, tan sólo una minoría de la humanidad ha permanecido libre de la idolatría. Durante la vida de Enós, el nieto de Adán, los hombres parece ser que empezaron a practicar la idolatría abiertamente. “En aquel tiempo se dio comienzo a invocar el nombre de Jehová.” (Gén. 4:26.) Pero este invocar a Jehová no fue con fe, como lo había hecho el justo Abel muchos años antes, y por lo cual sufrió martirio a manos de su hermano Caín. (Gén. 4:4, 5, 8.) Lo que debió comenzar en los días de Enós fue una forma de adoración falsa, en la cual el nombre de Jehová se usaba mal o se aplicaba de manera impropia. Probablemente los hombres se hacían llamar por el nombre de Dios o usaban este nombre para dirigirse a otros hombres (por medio de los cuales pretendían acercarse a Dios en adoración), o bien aplicaban el nombre divino a objetos usados como ídolos (a modo de ayuda visible y tangible en su intento de adorar al Dios invisible).

El registro bíblico no revela hasta qué grado se practicó la idolatría desde los días de Enós hasta el Diluvio. La situación debió irse deteriorando progresivamente para que en los días de Noé viera “Jehová […] que la maldad del hombre abundaba en la tierra, y que toda inclinación de los pensamientos del corazón de este era solamente mala todo el tiempo”. (Gén. 6:5.) Además, la inclinación pecaminosa que heredó el hombre, la presencia de los ángeles materializados que tuvieron relaciones con las hijas de los hombres, así como la prole híbrida de estas uniones, los nefilim, ejercieron sobre el mundo de ese tiempo una fuerte influencia hacia lo malo. (Gén. 6:4, 5.)

LA IDOLATRÍA EN TIEMPOS DE LOS PATRIARCAS

A pesar de que el Diluvio del día de Noé destruyó a todos los idólatras humanos, la idolatría surgió de nuevo, esta vez encabezada por Nemrod, “poderoso cazador en oposición a Jehová”. (Gén. 10:9.) Fue sin duda bajo la dirección de Nemrod que empezó la construcción de Babel y su torre (probablemente un zigurat para adoración idolátrica). Los planes de estos constructores fueron frustrados cuando Jehová confundió su lenguaje. Al no poder entenderse unos con otros, gradualmente abandonaron la construcción de la ciudad y se dispersaron. Sin embargo, la idolatría que empezó en Babel no terminó allí. Adondequiera que esos constructores fueron, llevaron sus conceptos religiosos falsos. (Gén. 11:1-9.)

La siguiente ciudad que se menciona en las Escrituras, Ur de los caldeos, al igual que Babel, no estaba dedicada a la adoración del Dios verdadero, Jehová. Las excavaciones arqueológicas en ese lugar han revelado que la deidad de aquella ciudad era el dios-luna Sin. En Ur residía Taré, el padre de Abrán (Abrahán). (Gén. 11:27, 28.) Al vivir en medio de la idolatría, es posible que Taré participase en ella, tal como dan a entender las palabras que siglos más tarde Josué dirigió a los israelitas: “Fue al otro lado del Río [Éufrates] donde hace mucho moraron sus antepasados, Taré padre de Abrahán y padre de Nacor, y ellos solían servir a otros dioses”. (Jos. 24:2.) Sin embargo, Abrahán desplegó fe en Jehová, el Dios verdadero.

Allí donde Abrahán y sus descendientes fueron toparon con la idolatría, fruto de la influencia de la apostasía original en Babel. En consecuencia, siempre estaba presente el peligro de ser contaminado por tal idolatría. Los mismos parientes de Abrahán tenían ídolos. Por ejemplo, Labán, suegro de Jacob, nieto este de Abrahán, tenía terafim o dioses familiares. (Gén. 31:19, 31, 32.) A Jacob mismo se le hizo necesario instruir a los miembros de su casa para que se librasen de todos sus dioses extranjeros, y luego él escondió los ídolos que le habían entregado. (Gén. 35:2-4.) Es posible que se deshiciese de ellos de esta manera con el fin de que ninguno de los miembros de su casa pudiese usar incorrectamente el metal debido a haber sido utilizado idolátricamente con anterioridad. No se especifica si Jacob, previamente, fundió o machacó las imágenes.

LA IDOLATRÍA Y EL PUEBLO CON QUIEN DIOS HIZO UN PACTO

Tal como Jehová le había indicado a Abrahán, sus descendientes, los israelitas, llegaron a ser residentes forasteros en una tierra que no era la suya, Egipto, y allí fueron afligidos. (Gén. 15:13.) En esa tierra estuvieron en contacto con idolatría crasa, puesto que estaba muy extendida la práctica de hacer ídolos. Muchas de las deidades que se adoraban en Egipto estaban representadas con cabezas de animales: Bast con cabeza de gato, Hator con cabeza de vaca, Horus con cabeza de halcón, Anubis con cabeza de chacal y Thot con cabeza de ibis, por mencionar algunos ejemplos. Eran veneradas las criaturas marinas, voladoras y terrestres, y cuando los animales sagrados morían se les momificaba.

La ley que Jehová le dio a su pueblo después de liberarlos de Egipto condenaba claramente las prácticas idolátricas tan extendidas entre las personas de tiempos pasados. El segundo de los Diez Mandamientos prohibía de manera expresa hacerse una imagen tallada para adoración o una representación de cualquier cosa que estuviese en los cielos, sobre la tierra o en las aguas. (Éxo. 20:4, 5; Deu. 5:8, 9.) En sus exhortaciones finales a los israelitas, Moisés enfatizó la prohibición de hacer una imagen del Dios verdadero y les advirtió que se cuidasen del lazo de la idolatría. (Deu. 4:15-19.) Como otra salvaguarda para que no se hiciesen idólatras, se les ordenó que no llevasen a cabo ningún pacto con los habitantes paganos de la tierra a la cual iban a entrar y que no formasen alianzas matrimoniales con ellos. Más bien, los israelitas tendrían que aniquilarlos, y hacer lo mismo con todos los objetos idolátricos: altares, columnas sagradas, postes sagrados e imágenes esculpidas. (Deu. 7:2-5.)

Josué, el sucesor de Moisés, reunió a todas las tribus de Israel en Siquem y las exhortó a que se librasen de los dioses falsos y sirviesen fielmente a Jehová. El pueblo estuvo de acuerdo en hacerlo y continuaron sirviendo a Jehová no solo durante toda la vida de Josué, sino también con los hombres de más edad que vivieron después de él. (Jos. 24:14-16, 31.) Pero, con el tiempo, surgió una apostasía general. El pueblo empezó a adorar deidades cananeas: Baal, Astoret y el poste sagrado o aserá. Esta fue la razón por la que Jehová abandonó a los israelitas en manos de sus enemigos. No obstante, cuando se arrepentían, Él misericordiosamente levantaba jueces para librarlos. (Jue. 2:11-19; 3:7; véanse ASTORET; BAAL; COLUMNA SAGRADA; POSTE SAGRADO.)

Bajo la gobernación de los reyes

Durante los reinados de: Saúl, primer rey de Israel, Is-bóset, su hijo, y David no se dice que los israelitas, a nivel general, practicaran la idolatría. Sin embargo, hay muestras de que aún quedaban restos de idolatría en el reino. Por ejemplo, Mical, hija de Saúl, tenía una imagen de terafim en su poder. (1 Sam. 19:13; véase TERAFIM.) No obstante, no fue sino hasta la última parte del reinado de Salomón, hijo de David, que la idolatría llegó a practicarse abiertamente. Para ese tiempo, el monarca mismo, bajo la influencia de sus numerosas esposas extranjeras, impulsó y aprobó la idolatría. Se edificaron lugares altos para Astoret, Milcom o Mólek y Kemós. El pueblo en general sucumbió a la adoración falsa y empezó a inclinarse delante de esos dioses-ídolos. (1 Rey. 11:3-8, 33; 2 Rey. 23:13; véanse KEMÓS; MÓLEK.)

Debido a esta idolatría, Jehová le arrancó diez tribus a Rehoboam, hijo de Salomón, y se las dio a Jeroboán. (1 Rey. 11:31-35; 12:19-24.) A pesar de que a Jeroboán se le aseguró que su reino permanecería firme si continuaba sirviendo a Jehová fielmente, una vez llegó a ser rey, instituyó la adoración del becerro, temiendo que el pueblo se rebelase en contra de su gobernación si continuaban yendo a Jerusalén para adorar. (1 Rey. 11:38; 12:26-33.) La adoración idolátrica del becerro, junto con el culto a Baal, traído de Tiro mientras gobernaba Acab, persistió durante todos los días del reino de las diez tribus. (1 Rey. 16:30-33.) Sin embargo, no todos apostataron. Durante el reinado de Acab, todavía había un resto de siete mil personas que nunca habían doblado la rodilla delante de Baal o le habían besado, y esto en un tiempo en que los profetas de Jehová estaban siendo ejecutados con la espada, seguramente por instigación de Jezabel, esposa de Acab. (1 Rey. 19:1, 2, 14, 18; Rom. 11:4; véase ADORACIÓN DE BECERROS.)

A excepción de la erradicación de la adoración de Baal que llevó a cabo Jehú (2 Rey. 10:20-28), no hay registro de ninguna reforma religiosa emprendida por un monarca del reino de las diez tribus. Ni el pueblo ni los gobernantes del reino septentrional prestaron atención a los profetas que en repetidas ocasiones les envió Jehová. Por esta razón, el Todopoderoso finalmente los abandonó en manos de los asirios, debido a su sórdido registro de idolatría. (2 Rey. 17:7-23.) En el reino de Judá, a excepción hecha de las reformas que llevaron a cabo algunos reyes, la situación no fue muy diferente.

FACTORES QUE CONTRIBUYERON A LA IDOLATRÍA DE ISRAEL

Hubo muchos factores que hicieron que un buen número de israelitas reiteradamente abandonasen la adoración verdadera. Al ser una de las obras de la carne, la idolatría era atractiva para los deseos de la carne. (Gál. 5:19-21.) Una vez establecidos en la Tierra Prometida, los israelitas puede que hayan observado cómo sus vecinos paganos, a los cuales no habían expulsado en su totalidad, obtenían buenas cosechas debido a su mayor experiencia en cultivar la tierra. Es probable que muchos preguntaran y siguieran el consejo de sus vecinos cananeos en cuanto a lo que se necesitaba para agradar al Baal o “Señor” de cada región. (Sal. 106:34-39.)

El formar alianzas matrimoniales con personas idólatras fue otra de las razones que indujo a la apostasía. (Jue. 3:5, 6.) Las prácticas sexuales sin restricciones que estaban conectadas con la idolatría se convirtieron en una tentación muy grande. Sirve de ejemplo lo que ocurrió en Sitim, en las llanuras de Moab, donde miles de israelitas se dieron a la inmoralidad y participaron en adoración falsa. (Núm. 22:1; 25:1-3.) Para algunos, tal vez haya sido tentador el poder entregarse a la borrachera en los santuarios de los dioses falsos. (Amós 2:8.)

También les atraía poder conocer de antemano lo que el futuro supuestamente podía deparar. Este interés nacía del deseo de asegurarse que todo iba a ir bien. Como muestras de este proceder están Saúl, que consultó a una médium espiritista, y Ocozías, que envió a inquirir de Baalzebub, el dios de Eqrón. (1 Sam. 28:6-11; 2 Rey. 1:2, 3; véase BAALZEBUB.)

LA ADORACIÓN DE ÍDOLOS: UNA NECEDAD

En numerosas ocasiones las Escrituras dejan bien claro cuán tonto es confiar en dioses de madera, piedra o metal. Isaías describe la construcción de ídolos y muestra lo estúpido que es el que alguien use parte de la madera de un árbol para cocinar su alimento, para calentarse y luego con el resto se haga un dios al cual dirigirse por ayuda. (Isa. 44:9-20.) Este mismo profeta escribió que en el día de la furia de Jehová los adoradores falsos arrojarán sus ídolos, que nada valen, a las musarañas y a los murciélagos. (Isa. 2:19-21.) “Ay del que dice al pedazo de leña: ‘¡Oh, sí despierta!’, a una piedra muda: ‘¡Oh, despierta!’.” (Hab. 2:19.) Los que hacen ídolos mudos llegarán a ser como ellos, es decir, inanimados. (Sal. 115:4-8; 135:15-18; véase Revelación 9:20.)

PUNTO DE VISTA DE LOS SIERVOS DE DIOS CON RESPECTO A LA IDOLATRÍA

Los siervos fieles de Jehová siempre han considerado los ídolos como algo aborrecible. En las Escrituras a menudo se hace referencia a los dioses falsos y a los ídolos en términos desdeñosos, como algo que carece de valor (1 Cró. 16:26; Sal. 96:5; 97:7), horrible (1 Rey. 15:13; 2 Cró. 15:16), vergonzoso (Jer. 11:13; Ose. 9:10), detestable (Eze. 16:36, 37) y repugnante. (Eze. 37:23.) Frecuentemente se les llama “ídolos estercolizos”. Esta expresión es una forma de verter el término hebreo guil·lu·lím, el cual se cree que procede de una palabra que significa “bolitas de estiércol”. Esta expresión de desprecio, que aparece por primera vez en Levítico 26:30, se puede hallar unas cuarenta veces tan solo en el libro de Ezequiel, empezando en el versículo 4 del capítulo 6.

El fiel Job reconoció que incluso si su corazón fuese seducido en secreto a fijarse en los cuerpos celestiales, como la Luna, y su ‘mano procediese a besar su boca’, habría negado a Dios y se habría hecho un idólatra. (Job 31:26-28; compárese con Deuteronomio 4:15, 19.) Con referencia a alguien que practicaba la justicia, Jehová dijo por medio del profeta Ezequiel: “Los ojos no ha alzado a los ídolos estercolizos de la casa de Israel”, en el sentido de no hacerles súplicas o esperar su ayuda. (Eze. 18:5, 6.)

Otro excelente ejemplo de huir de la idolatría fue el de los tres hebreos, Sadrac, Mesac y Abednego, quienes, aunque fueron amenazados de muerte en el horno ardiente, rehusaron inclinarse delante de la imagen de oro erigida por el rey Nabucodonosor en la llanura de Dura. (Dan., cap. 3.)

Los cristianos primitivos siguieron el consejo inspirado: “Huyan de la idolatría” (1 Cor. 10:14), y los que hacían imágenes consideraban el cristianismo como una amenaza para sus negocios lucrativos. (Hech. 19:23-27.) Los historiadores testifican que por mantenerse libres de la idolatría los cristianos que vivían en el imperio romano se colocaban a menudo en una posición similar a la de los tres hebreos. El reconocer el carácter divino del emperador como cabeza del estado por medio de ofrecer una pizca de incienso podría haber librado de la muerte a estos cristianos, pero pocos transigieron. Esos cristianos entendieron bien claro que, si se habían vuelto de los ídolos para servir al Dios verdadero (1 Tes. 1:9), el regresar a la idolatría significaría ser excluidos de la Nueva Jerusalén y perder el premio de la vida. (Rev. 21:8; 22:14, 15.)

Incluso hoy día los siervos de Jehová deben guardarse de los ídolos. (1 Juan 5:21.) La Biblia profetiza que se ejercerían grandes presiones sobre todos los habitantes de la Tierra para que adorasen a la simbólica “bestia salvaje” y a su “imagen”. Nadie que persista en tal adoración idolátrica recibirá el premio que Dios da: la vida eterna. “Aquí está lo que significa aguante para los santos.” (Rev. 13:15-17; 14:9-12.)

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