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JEREMÍAS

(“Jehová Afloja [la matriz]”; o: “Jehová Ensalza”).

1. Uno de los “profetas mayores”. Fue hijo de Hilquías, sacerdote de Anatot, ciudad sacerdotal ubicada en el territorio de Benjamín, a poco menos de 5 Km. al NNE. de Jerusalén. (Jer. 1:1; Jos. 21:13, 17, 18.) Hilquías, padre de Jeremías, no era el sumo sacerdote en aquel tiempo. El sumo sacerdote era de la línea de Eleazar, mientras que el padre de Jeremías muy probablemente era de la línea de Itamar y posiblemente descendiente de Abiatar, el sacerdote a quien el rey Salomón despidió del servicio sacerdotal. (1 Rey. 2:26, 27.)

COMISIONADO COMO PROFETA

Jeremías recibió el llamamiento para ser profeta durante su juventud, en 647 a. E.C., en el año treinta del reinado del rey Josías de Judá (659-628 a. E.C.). Jehová le dijo: “Antes de estar formándote en el vientre, te conocí; y antes que procedieras a salir de Ja matriz, te santifiqué. Profeta a las naciones te hice”. (Jer. 1:2-5.) Él fue, por lo tanto, uno de los pocos hombres de cuyo nacimiento Jehová se responsabilizó mediante intervenir por medio de un milagro o mediante su presciencia guiadora para que fueran sus siervos especiales. Entre estos hombres estuvieron Isaac, Sansón, Samuel, Juan el Bautista y Jesús. (Véase PRESCIENCIA, PREDETERMINACIÓN.)

Cuando Jehová le habló a Jeremías, este demostró falta de confianza en sí mismo. Él le contestó a Dios: “¡Ay, oh Señor Soberano Jehová! Mira que realmente no sé hablar, pues solo soy un muchacho”. (Jer. 1:6.) Al comparar esta observación con el denuedo y firmeza que Jeremías demostró a lo largo de su ministerio profético, puede deducirse que tales cualidades excepcionales no eran inherentes en él, sino que fueron el resultado de su plena confianza en Jehová. Verdaderamente Jehová estuvo con él “como un terrible poderoso” y fue Jehová quien hizo de Jeremías “una ciudad fortificada y una columna de hierro y muros de cobre contra todo el país”. (Jer. 20:11; 1:18, 19.) Fue tal la fama que alcanzó el valor y el denuedo de Jeremías, que durante el ministerio terrestre de Jesús hubo quien le tomó por Jeremías resucitado. (Mat. 16:13, 14.)

FUERTE MENSAJE DE DENUNCIACIÓN

Incluso hoy en día, una queja en tono de lamentación y denunciación es llamada una “jeremiada”. Pero esta expresión no presenta una imagen real de Jeremías, pues él no estaba quejándose constantemente; al contrario, demostró ser amoroso, considerado y compasivo. También evidenció autodominio y mucho aguante. Además, la conducta de su pueblo y los juicios que este sufrió le entristecieron mucho. (Jer. 8:21.)

En realidad, fue Jehová quien pronunció la queja contra Judá, y con sobrada razón. Por consiguiente, Jeremías estaba bajo la obligación de declararla incansablemente, y así lo hizo. También hay que tener presente que Israel era la nación de Dios que estaba en relación de pacto con Él y bajo su Ley, la cual ellos estaban violando crasamente. Como base y fundamento sólido para las denunciaciones de Jeremías, Jehová repetidas veces hizo mención de la Ley, llamando la atención a la responsabilidad que recaía sobre los príncipes y el pueblo, y detallando cómo la habían quebrantado. Una y otra vez Jehová les recordaba las cosas que, a través de su profeta Moisés, les había advertido que les sobrevendrían si rehusaban escuchar sus palabras y quebrantaban su pacto. (Lev., cap. 26; Deu., cap. 28.)

OTROS ESCRITOS

Además de profeta, Jeremías fue un investigador e historiador. Generalmente se le atribuye la escritura de los libros Primero y Segundo de los Reyes, que prosiguen con la historia de los reinos de Judá e Israel desde donde la dejan los libros de Samuel (es decir, en la última parte del reinado de David sobre todo Israel) hasta el fin de ambos reinos. Su cronología del período de los reyes en la cual él compara los reinados de los monarcas de Israel y Judá, nos ayuda a establecer con exactitud las fechas de ciertos acontecimientos. Después de la caída de Jerusalén, Jeremías escribió también el libro de Lamentaciones.

VALOR, AGUANTE, AMOR

El amor de Jeremías por su pueblo estuvo igualado por su valor y aguante. Él tenía denunciaciones severas y juicios pavorosos que proclamar, especialmente a los sacerdotes, los profetas, los gobernantes y a los que habían seguido el “proceder popular” y habían desarrollado una “infidelidad duradera”. (Jer. 8:5, 6.) Sin embargo, era consciente de que su comisión también incluía ‘edificar y plantar’. (Jer. 1:10.) Lloró por la calamidad que había de venir a Jerusalén. (Jer. 8:21, 22; 9:1.) El libro de Lamentaciones es una evidencia de su amor y preocupación por el nombre y el pueblo de Jehová. A pesar de la actitud traicionera del cobarde e irresoluto rey Sedequías para con Jeremías, este le rogó que obedeciera la voz de Jehová y así continuaría viviendo. (Jer. 38:4, 5, 19-23.) Por otra parte, Jeremías no se consideraba más justo que los demás, puesto que se incluyó a sí mismo cuando reconoció la iniquidad de la nación. (Jer. 14:20, 21.) Después de ser liberado por Nebuzaradán, se resistió a abandonar a los que estaban siendo llevados al exilio a Babilonia, probablemente porque creía que debería compartir con ellos su suerte o quizá porque deseaba seguir sirviendo a favor de sus intereses espirituales. (Jer. 40:5.)

Durante su larga carrera, Jeremías se sintió a veces desanimado y necesitó el apoyo de Jehová, pero aun en la adversidad no dejó de acudir a Jehová por ayuda. (Jer., cap. 20.)

REPRESENTACIONES PROFÉTICAS

Jeremías representó varios cuadros proféticos ante Jerusalén como símbolos de la condición de esa ciudad y de la calamidad que le sobrevendría. Uno de los ejemplos es la conocida visita a la casa del alfarero. (Jer. 18:1-11.) Otro es el incidente con el cinto que se echó a perder. (Jer. 13:1-11.) A Jeremías se le mandó que no se casara. Esto sirvió como una advertencia de las “muertes por dolencias” de los hijos que nacerían durante aquellos últimos días de Jerusalén. (Jer. 16:1-4.) Rompió un frasco ante los hombres de mayor edad de Jerusalén como símbolo de la inminente destrucción de la ciudad. (Jer. 19:1, 2, 10, 11.) Compró un campo al hijo de su tío paterno Hanamel, indicando así la restauración que acontecería después de los setenta años de exilio, cuando de nuevo se comprasen campos en Judá. (Jer. 32:8-15, 44.) En Tahpanhés, Egipto, escondió piedras grandes en la terraza de ladrillo de la casa del faraón, profetizando que Nabucodonosor colocaría su trono estatal encima de aquel mismo lugar. (Jer. 43:8-10.)

ASOCIACIONES

Jeremías no se vio abandonado durante los más de cuarenta años de servicio profético. Jehová estuvo con él para librarlo de sus enemigos. (Jer. 1:19.) Jeremías se deleitó en la palabra de Jehová. (Jer. 15:16.) Él evitó asociarse con aquellos que no tenían ningún respeto por Dios. (Jer. 15:17.) Encontró buenos asociados entre quienes pudo hacer una obra de ‘edificar’ (Jer. 1:10), a saber, los recabitas, Ébed-mélec, Baruc y otros. Por medio de estos amigos, Jeremías recibió ayuda y fue librado de la muerte. Más de una vez la protección que recibió puso de manifiesto el poder de Jehová. (Jer. 26:7-24; 35:1-19; 36:19-26; 38:7-13; 39:11-14; 40:1-5.)

UN PROFETA VERDADERO

Daniel reconoció a Jeremías como un profeta verdadero de Dios. Por medio de un estudio de las palabras de Jeremías concernientes a los setenta años de exilio, Daniel pudo fortalecer y animar a los judíos con respecto a la proximidad de su liberación. (Dan. 9:1, 2; Jer. 29:10.) Esdras llamó la atención al cumplimiento de sus palabras. (Esd. 1:1; véase también 2 Crónicas 36:20, 21.) El apóstol Mateo indicó el cumplimiento de una de las profecías de Jeremías en los días de la niñez de Jesús. (Mat. 2:17, 18; Jer. 31:15.) El apóstol Pablo habló de los profetas, entre los que se contaba Jeremías, y en Hebreos 8:8-12 citó de sus escritos. (Jer. 31:31-34.) A propósito de estos hombres, el mismo escritor dijo que “el mundo no era digno de ellos”, y que “recibieron testimonio por su fe”. (Heb. 11:32, 38, 39.)

2. Hijo de Habazinías y padre de Jaazanías; probablemente un cabeza de familia y uno de los recabitas a quienes el profeta Jeremías sometió a prueba por mandato de Jehová, cuando los introdujo en uno de los comedores del templo y les ofreció vino. Ellos rehusaron beberlo en obediencia al mandato que les había sido impuesto más de dos siglos antes por su antepasado Jonadab (Jehonadab), hijo de Recab. Debido a esto, Jehová prometió: “No será cortado de Jonadab hijo de Recab un hombre que siempre esté de pie delante de mí”. (Jer. 35:1-10, 19.)

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