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  • En qué sentido es “Hijo unigénito”
  • Por qué se le llama “la Palabra”
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  • Relación entre el ministerio de Juan y el de Jesús
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JESUCRISTO

Nombre y título del Hijo de Dios desde que fue ungido en la Tierra.

El nombre Jesús (gr. I·e·sóus) corresponde al nombre hebreo Jesúa (o Jehosúa, su forma completa), que significa “Jehová Es Salvación”. Este era un nombre bastante común en aquel tiempo. Por esta razón la gente con frecuencia precisaba, diciendo: “Jesús el Nazareno”. (Mar. 10:47; Hech. 2:22.) El título Cristo viene del griego Kjri·stós, cuyo equivalente en hebreo es Ma·schí·aj (“Mesías”), que significa “Ungido”. Aunque el término “ungido” se aplicó apropiadamente a otros hombres anteriores a Jesús, como Moisés, Aarón y David (Heb. 11:24-26; Lev. 4:3; 8:12; 2 Sam. 22:51), el puesto, cargo o servicio para el que fueron ungidos solo prefiguró o tipificó el puesto, cargo y servicio superiores desempeñados por Cristo Jesús. Por consiguiente, Jesús es por excelencia y de modo singular “el Cristo, el Hijo del Dios vivo”. (Mat. 16:16; véanse CRISTO; MESÍAS.)

EXISTENCIA PREHUMANA

La persona que llegó a conocerse como Jesucristo no empezó su vida aquí en la Tierra. Él mismo habló de su existencia celestial prehumana. (Juan 3:13; 6:38, 62; 8:23, 42, 58.) En Juan 1:1, 2 se da el nombre celestial del que llegó a ser Jesús, diciendo: “En el principio la Palabra [gr. Ló·gos] era, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era un dios [“era divino”, AT; Mo (ambas en inglés); o “de ser divino”, Boehmer; Stage (ambas en alemán)]. Este estaba en el principio con Dios”. Ya que Jehová es eterno y no tuvo principio (Sal. 90:2; Rev. 15:3), el que la Palabra estuviera con Dios desde el “principio” debe referirse al principio de las obras creativas de Jehová. Esta conclusión la confirman otros textos que identifican a Jesús como “el primogénito de toda la creación”, “el principio de la creación por Dios”. (Col. 1:15; Rev. 1:1; 3:14.) De modo que las Escrituras identifican a la Palabra (Jesús en su existencia prehumana) como la primera creación de Dios, su Hijo primogénito.

Las mismas declaraciones de Jesús evidencian que Jehová era verdaderamente el Padre o Dador de vida de este Hijo primogénito y que, por lo tanto, este Hijo era en realidad una creación de Dios. Él señaló a Dios como la Fuente de su vida, al decir: “Yo vivo a causa del Padre”. Según el contexto, eso significaba que su vida procedía de su Padre o había sido causada por Él, de la misma manera que los hombres encaminados a la muerte podrían conseguir la vida si ejercían fe en el sacrificio de rescate de Jesús. (Juan 6:56, 57.)

Si los cálculos de los científicos modernos sobre la edad del universo material se aproximan algo a la realidad, la existencia de Jesús como criatura espíritu empezó miles de millones de años antes de la creación del primer ser humano. (Compárese con Miqueas 5:2.) Este Hijo espíritu primogénito fue usado por su Padre para crear todas las demás cosas (Juan 1:3; Col. 1:16, 17), entre ellas a los millones de otros hijos espíritus de la familia celestial de Jehová Dios (Dan. 7:9, 10; Rev. 5:11), así como el universo material y las criaturas que originalmente se colocaron en él. Lógicamente, fue a este Hijo primogénito a quien Jehová dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza”. (Gén. 1:26.) Todas estas otras cosas no fueron creadas solo “mediante él”, sino también “para él”, como el Primogénito de Dios y el “heredero de todas las cosas”. (Col. 1:16; Heb. 1:2.)

En qué sentido es “Hijo unigénito”

El que a Jesús se le llame “Hijo unigénito” (Juan 1:14; 3:16, 18; 1 Juan 4:9) no significa que las otras criaturas espíritus creadas no fueran hijos de Dios, puesto que a ellas también se les llama hijos. (Gén. 6:2, 4; Job 1:6; 2:1; 38:4-7.) Sin embargo, por ser la única creación directa de su Padre, el Hijo primogénito fue único, diferente a todos los demás hijos de Dios, los cuales fueron creados o engendrados por Jehová mediante ese Hijo primogénito. De modo que “la Palabra” era el “Hijo unigénito” de Jehová en un sentido especial, tal como Isaac también lo fue de Abrahán en un sentido particular (su padre ya había tenido otro hijo, pero no de su esposa Sara). (Heb. 11:17; Gén. 16:15.)

Por qué se le llama “la Palabra”

Parece ser que el nombre (o quizá título) “la Palabra” (Juan 1:1) identifica la función que el Hijo primogénito de Dios desempeñó después que fueron creadas otras criaturas inteligentes. En Éxodo 4:16 aparece una expresión similar que Jehová le dijo a Moisés con respecto a su hermano Aarón: “Y él tiene que hablar por ti al pueblo; y tiene que suceder que él te servirá de boca, y tú le servirás de Dios”. Como portavoz del representante principal de Dios sobre la Tierra, Aarón hizo las veces de “boca” para Moisés. Ese fue también el caso de la Palabra o Logos, quien llegó a ser Jesucristo. Es probable que Jehová usara a su Hijo para transmitir información e instrucción a otros miembros de su familia de hijos espíritus, tal como hizo para entregar su mensaje a los humanos. Como prueba de que era la Palabra o portavoz de Dios, Jesús dijo a sus oyentes judíos: “Lo que yo enseño no es mío, sino que pertenece al que me ha enviado. Si alguien desea hacer la voluntad de Él, conocerá respecto a la enseñanza si es de Dios o si hablo por mí mismo”. (Juan 7:16, 17; compárese con 12:50; 18:37; véase PALABRA, LA.)

DIVINIDAD DE JESÚS

Las Escrituras Hebreas son consecuentes y claras en mostrar que hay un solo Dios Todopoderoso, el Creador de todas las cosas y el Altísimo, cuyo nombre es Jehová. (Gén. 17:1; Isa. 45:18; Sal. 83:18.) Por esa razón, Moisés pudo decir a la nación de Israel: “Jehová nuestro Dios es un solo Jehová. Y tienes que amar a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza vital”. (Deu. 6:4, 5.) Las Escrituras Griegas Cristianas no contradicen esta enseñanza que había sido aceptada y creída por los siervos de Dios durante miles de años, sino que, por el contrario, la apoyan. (Mar. 12:29; Rom. 3:29, 30; 1 Cor. 8:6; Efe. 4:4-6; 1 Tim. 2:5.) El mismo Jesucristo dijo: “El Padre es mayor que yo”, y se refirió al Padre como su Dios, “el único Dios verdadero”. (Juan 14:28; 17:3; 20:17; Mar. 15:34; Rev. 1:1; 3:12.) En muchas ocasiones Jesús expresó su inferioridad con respecto a su Padre y su subordinación a Él. (Mat. 4:9, 10; 20:23; Luc. 22:41, 42; Juan 5:19; 8:42; 13:16.) Aun después de la ascensión de Jesús al cielo, sus apóstoles continuaron transmitiendo la misma idea. (1 Cor. 11:3; 15:20, 24-28; 1 Ped. 1:3; 1 Juan 2:1; 4:9, 10.)

La posición preeminente que ocupa la Palabra entre las criaturas de Dios como el Primogénito, aquel por medio de quien Dios creó todas las cosas, y que actuaba como su Portavoz, da base para que se le llame “un dios” o poderoso. (Juan 1:1.) La profecía mesiánica de Isaías 9:6 predijo que se le llamaría “Dios Poderoso”, aunque no el Dios Todopoderoso, y que sería el “Padre Eterno” de todos aquellos que tuvieran el privilegio de vivir bajo su gobernación. El celo de su propio Padre, “Jehová de los ejércitos”, haría esto posible. (Isa. 9:7.) Si al adversario de Dios, Satanás el Diablo, se le llama un “dios” (2 Cor. 4:4) debido a su dominio sobre hombres y demonios (1 Juan 5:19; Luc. 11:14-18), con mucha más razón y propiedad se puede llamar “un dios” al Hijo primogénito de Dios, “el dios unigénito”, como le llaman los manuscritos más confiables de Juan 1:18.

Cuando los opositores le acusaron de ‘hacerse a sí mismo un dios’, la respuesta de Jesús fue: “¿No está escrito en su Ley: ‘Yo dije: “Ustedes son dioses”’? Si él llamó ‘dioses’ a aquellos contra quienes vino la palabra de Dios, y sin embargo la Escritura no puede ser nulificada, ¿me dicen ustedes a mí, a quien el Padre santificó y despachó al mundo: ‘Blasfemas’, porque dije: Soy Hijo de Dios?”. (Juan 10:31-37.) Jesús en esa ocasión citó del Salmo 82, donde se llama “dioses” a jueces humanos a quienes Dios condenó por no ejecutar justicia. (Sal. 82:1, 2, 6, 7.) Con estas palabras, Jesús demostró que no era razonable acusarle de blasfemia por haber declarado que él era, no Dios, sino el Hijo de Dios.

Esta acusación de blasfemia surgió como resultado de que Jesús dijera: “Yo y el Padre somos uno”. (Juan 10:30.) Pero su respuesta, considerada ya en parte, muestra que Jesús no había alegado ser el Padre o Dios mismo. Para entender qué quería decir Jesús con aquella expresión hay que considerar el contexto de su declaración. Él hablaba de sus obras y de su cuidado por las “ovejas” que le seguirían. Tanto sus obras como sus palabras mostraron que había unidad—no desunión y falta de armonía—entre él y su Padre, y esto se destacó en su respuesta. (Juan 10:25, 26, 37, 38; compárese con 4:34; 5:30; 6:38-40; 8:16-18.) En lo que respecta a sus “ovejas”, él y su Padre también estaban en unidad para proteger a los de condición de oveja y conducirlos a la vida eterna. (Juan 10:27-29; compárese con Ezequiel 34:23, 24.) La oración de Jesús a favor de la unidad de todos sus discípulos, tanto los de aquel entonces como los que habían de venir en el futuro, muestra que el ser uno con su Padre no se refiere a identidad personal sino a unidad de propósito y acción. De este modo, los siervos de Jesús podrían ‘todos ellos ser uno’, tal como él y su Padre eran uno. (Juan 17:20-23.)

En armonía con esto, al responder a una pregunta de Tomás, Jesús dijo: “Si ustedes me hubieran conocido, habrían conocido a mi Padre también; desde este momento lo conocen y lo han visto”. Y en respuesta a una pregunta de Felipe, Jesús añadió: “El que me ha visto a mí ha visto al Padre también”. (Juan 14:5-9.) De nuevo, la explicación subsiguiente de Jesús muestra que eso era así debido a que él representó fielmente a su Padre, habló Sus palabras e hizo Sus obras. (Juan 14:10, 11; compárese con Juan 12:28, 44-49.) Fue en esa misma ocasión, la noche de su muerte, que Jesús dijo a estos mismos discípulos: “El Padre es mayor que yo”. (Juan 14:28.)

El significado de que los discípulos ‘vieran’ al Padre al ver a Jesús, también se puede entender a la luz de otros ejemplos de las Escrituras. Por ejemplo, Jacob le dijo a Esaú: “He visto tu rostro como si viera el rostro de Dios, puesto que me recibiste con placer”. Dijo esto porque la reacción de Esaú había estado en consonancia con la oración de Jacob a Dios. (Gén. 33:9-11; 32:9-12.) Cuando las preguntas que Dios le hizo a Job desde una tempestad de viento le aclararon su entendimiento, Job dijo: “De oídas he sabido de ti, pero ahora mi propio ojo de veras te ve”. (Job 38:1; 42:5; véase también Jueces 13:21, 22.) Los “ojos de su corazón” habían sido iluminados. (Compárese con Efesios 1:18.) La declaración de Jesús en cuanto a ver al Padre ha de entenderse figurativamente, y no de modo literal, como él mismo aclaró en Juan 6:45 y según lo que Juan escribió mucho tiempo después de la muerte de Jesús: “A Dios ningún hombre lo ha visto jamás; el dios unigénito que está en la posición del seno para con el Padre es el que lo ha explicado”. (Juan 1:18; 1 Juan 4:12.)

“Mi Señor y mi Dios”

Cuando Jesús se apareció a Tomás y a los otros apóstoles, eliminando así las dudas de Tomás sobre su resurrección, este—ya convencido—exclamó a Jesús: “¡Mi Señor y mi Dios! [literalmente, “¡El Señor de mí y el Dios (ho The·ós) de mí!”]”. (Juan 20:24-29.) Algunos eruditos han entendido esa expresión como una exclamación de asombro pronunciada ante Jesús pero que en realidad iba dirigida a Dios, su Padre. Sin embargo, otros afirman que el griego original exige que las palabras se consideren como dirigidas a Jesús. Aunque ese fuese el caso, la expresión “Mi Señor y mi Dios” tendría que concordar con el resto de las Escrituras inspiradas. Ya que el registro muestra que anteriormente Jesús había dirigido a sus discípulos el mensaje: “Asciendo a mi Padre y Padre de ustedes y a mi Dios y Dios de ustedes”, no hay razón para creer que Tomás pensara que Jesús era el Dios Todopoderoso. (Juan 20:17.) El mismo Juan, después de relatar esta conversación de Tomás con Jesús resucitado, hace el siguiente comentario sobre este y otros relatos similares: “Pero estas han sido escritas para que ustedes crean que Jesús es el Cristo el Hijo de Dios, y que, a causa de creer, tengan vida por medio de su nombre”. (Juan 20:30, 31.)

De modo que Tomás pudo haberse dirigido a Jesús como “mi Dios” en el sentido de que Jesús fuese “un dios”, aunque no el Dios Todopoderoso, ni “el único Dios verdadero”, a quien Jesús dirigía sus oraciones, oraciones que Tomás había oído a menudo. (Juan 17:1-3.) O quizá se dirigió a Jesús como “mi Dios” de un modo similar al de las expresiones de sus antepasados, registradas en las Escrituras Hebreas, con las que Tomás estaba familiarizado. En algunas ocasiones, cuando una persona era visitada o abordada por un mensajero angélico de Jehová, dicha persona, o a veces el escritor bíblico que registró el relato, respondía a ese mensajero o hablaba de él como si se tratase de Jehová Dios. (Compárese con Génesis 16:7-11, 13; 18:1-5, 22-33; 32:24-30; Jueces 6:11-15; 13:20-22.) Esto se debía a que el mensajero angélico actuaba como representante de Jehová, hablando en su nombre, quizá hasta usando el pronombre en primera persona del singular, diciendo: “Yo soy el Dios verdadero”. (Gén. 31:11-13; Jue. 2:1-5.) Por consiguiente, Tomás pudo haber hablado de Jesús como “mi Dios” en este sentido, reconociendo o confesando a Jesús como el representante y portavoz del Dios verdadero. En cualquier caso, lo que es cierto es que las palabras de Tomás no contradicen la declaración expresa que él mismo había oído de boca de Jesús, a saber: “El Padre es mayor que yo”. (Juan 14:28.)

SU NACIMIENTO EN LA TIERRA

Antes del nacimiento de Jesús en la Tierra, hubo ángeles que se aparecieron en forma humana en este planeta, materializando por lo visto cuerpos apropiados para la ocasión y desmaterializándolos después de completar tales asignaciones. (Gén. 19:1-3; Jue. 6:20-22; 13:15-20.) De modo que ellos siguieron siendo criaturas espíritus, pues sencillamente utilizaron un cuerpo físico de modo temporal. Sin embargo, ese no fue el caso cuando el Hijo de Dios vino a la Tierra y llegó a ser el hombre Jesús. Juan 1:14 dice que “la Palabra vino a ser carne y residió entre nosotros”. Por esa razón, él podía llamarse a sí mismo “Hijo del hombre”. (Juan 1:51; 3:14, 15.) Hay quien recurre a la expresión “residió [literalmente, “habitó en tiendas” o “tabernáculos”] entre nosotros” alegando que esto muestra que Jesús no era un humano verdadero sino una encarnación. Sin embargo, el apóstol Pedro usa una expresión similar acerca de sí mismo, y obviamente Pedro no era una encarnación. (2 Ped. 1:13, 14.)

El registro inspirado dice: “Pero el nacimiento de Jesucristo fue de esta manera. Durante el tiempo que su madre María estaba comprometida para casarse con José, se halló que estaba encinta por espíritu santo antes que se unieran”. (Mat. 1:18.) Previamente, el mensajero angélico de Jehová había informado a la muchacha virgen María que ella ‘concebiría en su matriz’ como resultado de que el espíritu santo de Dios viniera sobre ella y Su poder la cubriera con su sombra. (Luc. 1:30, 31, 34, 35.) Ya que hubo una verdadera concepción, parece ser que Jehová fertilizó un óvulo en la matriz de María, transfiriendo la vida de su Hijo primogénito de la región de los espíritus a la Tierra. (Gál. 4:4.) Solo de ese modo el niño que iba a nacer podría conservar su identidad, es decir, ser la misma persona que había residido en el cielo bajo el nombre de la Palabra, y llegar a ser un verdadero hijo de María y, por consiguiente, un genuino descendiente de sus antepasados Abrahán, Isaac, Jacob, Judá y el rey David, por lo tanto, un heredero legítimo de las promesas divinas que ellos recibieron. (Gén. 22:15-18; 26:24; 28:10-14; 49:10; 2 Sam. 7:8, 11-16; Luc. 3:23-34; véase GENEALOGÍA DE JESUCRISTO.) Por consiguiente, es probable que el hijo que nació se pareciera a su madre judía en ciertos rasgos físicos.

María era descendiente del pecador Adán, por lo que también era imperfecta y pecadora. De modo que surge la pregunta de cómo podía ser que Jesús, el “primogénito” de María (Luc. 2:7), fuese un hombre perfecto y libre de pecado. Fue la operación del espíritu santo de Dios en aquel momento lo que garantizó el éxito de Su propósito. Como le explicó el ángel Gabriel a María, el “poder del Altísimo” la cubrió con su sombra de modo que lo que nació fue santo, Hijo de Dios. El espíritu santo de Dios formó, por decirlo así, un “muro protector” desde la concepción en adelante para que ninguna imperfección o fuerza dañina pudiera perjudicar o manchar el embrión en desarrollo. (Luc. 1:35.)

Jesús debía su vida humana a su Padre celestial y no a ningún humano, como su padre adoptivo José, ya que fue el espíritu santo de Dios el que hizo posible su nacimiento. (Mat. 2:13-15; Luc. 3:23.) Según dice Hebreos 10:5, Jehová Dios le ‘preparó un cuerpo’, y Jesús fue verdaderamente “incontaminado, separado de los pecadores” desde el tiempo de la concepción en adelante. (Heb. 7:26; compárese con Juan 8:46; 1 Pedro 2:21, 22.)

La profecía mesiánica registrada en Isaías 52:14, y que habla de “la desfiguración en cuanto a su apariencia”, debe aplicar por lo tanto a Jesús el Mesías sólo de un modo figurado. (Compárese con el versículo 7 del mismo capítulo.) Aunque era perfecto en forma física, el mensaje de verdad y justicia que Jesús proclamó denodadamente le convirtió en algo repulsivo a los ojos de los opositores hipócritas, quienes alegaban ver en él a un agente de Beelzebub, a un hombre poseído por un demonio, a un engañador blasfemo. (Mat. 12:24; 27:39-43; Juan 8:48; 15:17-25.) De modo similar, el mensaje que más tarde proclamaron los discípulos de Jesús hizo que llegaran a ser un “olor grato” de vida para las personas receptivas, pero un olor de muerte para los que rechazaron su mensaje. (2 Cor. 2:14-16.)

CUÁNDO NACIÓ Y CUÁNTO DURÓ SU VIDA Y SU MINISTERIO

La evidencia indica que Jesús nació en el mes de Etanim (septiembre-octubre) del año 2 a. E.C., fue bautizado para el mismo tiempo del año 29 E.C., y murió sobre las tres de la tarde de un viernes, día 14, del mes primaveral de Nisán (marzo-abril) del año 33 E.C. La base para esas fechas es la siguiente:

Jesús nació aproximadamente seis meses después que su pariente Juan (el Bautista), durante la gobernación del emperador romano César Augusto (27 a. E.C.-14 E.C.) y la gobernación de Quirinio en Siria (para las fechas probables de la administración de Quirinio, véase INSCRIPCIÓN) y hacia el fin del reinado de Herodes el Grande sobre Judea. (Mat. 2:1, 13, 20-22; Luc. 1:24-31, 36; 2:1, 2, 7.)

Su nacimiento en relación con la muerte de Herodes

Aunque la fecha de la muerte de Herodes es un asunto muy debatido, hay bastante evidencia de que fue a finales del invierno o principios de la primavera del año 1 a. E.C., o, posiblemente, a principios del año 1 E.C. (Véase HERODES NÚM. 1 [Fecha de su muerte].) Entre el nacimiento de Jesús y la muerte de Herodes ocurrieron varios acontecimientos. Por ejemplo: la circuncisión de Jesús al octavo día (Luc. 2:21), el que fuera llevado al templo de Jerusalén cuarenta días después de su nacimiento (Luc. 2:22, 23; Lev. 12:1-4, 8), el viaje de los astrólogos “de las partes orientales” a Belén (donde Jesús ya no estaba en un pesebre sino en una casa: Mat. 2:1-11; compárese con Lucas 2:7, 15, 16), la huida de José y María a Egipto con el niño (Mat. 2:13-15) y la matanza de los niños menores de dos años en Belén y sus distritos cuando Herodes se dio cuenta de que los astrólogos no habían seguido sus instrucciones (lo que indica que para entonces Jesús no era un niño recién nacido). (Mat. 2:16-18.) El que Jesús naciera en el otoño del año 2 a. E.C. permitiría el suficiente tiempo para que esos acontecimientos tuvieran lugar entre su nacimiento y la muerte de Herodes, ya sea a comienzos del año 1 a. E.C. o al principio del año 1 E.C. No obstante, hay más razones para situar el nacimiento de Jesús en el año 2 a. E.C.

Relación entre el ministerio de Juan y el de Jesús

Para hallar más base en apoyo de las fechas que se ofrecen al principio de este subtema se puede acudir a Lucas 3:1-3, donde se muestra que Juan el Bautista empezó a predicar y bautizar en el “año decimoquinto del reinado de Tiberio César”. El año decimoquinto abarcó desde el 17 de agosto del año 28 E.C. hasta el 16 de agosto del año 29 E.C. (calendario gregoriano). En cierto momento del ministerio de Juan, Jesús fue a él para que lo bautizara. Cuando, a continuación, Jesús comenzó su propio ministerio, “era como de treinta años”. (Luc. 3:21-23.) A los treinta años, edad con la cual David llegó a ser rey, Jesús ya no estaría en sujeción a sus padres humanos. (2 Sam. 5:4, 5; compárese con Lucas 2:51.)

Según Números 4:1-3, 22, 23, 29, 30, los que entraban en el servicio del santuario bajo el pacto de la Ley eran “de treinta años de edad para arriba”. Es razonable que Juan el Bautista, quien era levita e hijo de un sacerdote, empezara su ministerio a la misma edad, no en el templo, naturalmente, sino en la asignación especial que Jehová había preparado para él. (Luc. 1:1-17, 67, 76-79.) La mención específica (dos veces) de la diferencia de edad entre Juan y Jesús, así como la correlación entre las apariciones y mensajes del ángel de Jehová al anunciar ambos nacimientos (Luc., cap. 1), dan amplia base para creer que sus ministerios siguieron un programa similar; o sea, que el comienzo del ministerio de Juan (como precursor de Jesús) precedió en seis meses el comienzo del ministerio de Jesús.

Sobre esta base, Juan nació treinta años antes de empezar su ministerio, en el año decimoquinto de Tiberio, es decir, entre el 17 de agosto del año 3 a. E.C. y el 16 de agosto del año 2 a. E.C., y Jesús nació unos seis meses más tarde.

Evidencia de un ministerio de tres años y medio de duración

Por medio de la evidencia cronológica restante aún puede llegarse a una conclusión más precisa. Dicha evidencia tiene que ver con la duración del ministerio de Jesús y el tiempo de su muerte. La profecía registrada en Daniel 9:24-27 (considerada ampliamente en el artículo SETENTA SEMANAS) sitúa la aparición del Mesías en el principio de la septuagésima “semana” de años (Dan. 9:25), y su muerte de sacrificio, a mediados o “a la mitad” de la última semana, dando fin a la validez de los sacrificios y ofrendas bajo el pacto de la Ley. (Dan. 9:26, 27; compárese con Hebreos 9:9-14; 10:1-10.) Esto significaría que el ministerio de Jesús duró tres años y medio (la mitad de una “semana” de siete años).

Para que el ministerio de Jesús hubiera durado tres años y medio hasta terminar con su muerte en la Pascua, este período tendría que haber incluido cuatro pascuas en total. La mención de estas cuatro pascuas se encuentra en Juan 2:13; 5:1; 6:4 y 13:1. En Juan 5:1 no se habla específicamente de la Pascua, sino que se alude solo a “una [“la”, según ciertos manuscritos antiguos] fiesta de los judíos”. Sin embargo, hay base para creer que se refiere a la Pascua y no a cualquier otra de las fiestas anuales.

Con anterioridad, en Juan 4:35, Jesús había dicho que aún faltaban “cuatro meses antes que venga la siega”. La temporada de la siega, en particular la siega de la cebada, empezaba en el tiempo de la Pascua (14 de Nisán). De modo que Jesús hizo esa declaración cuatro meses antes o aproximadamente en el mes de Kislev (noviembre­diciembre). La “fiesta de la dedicación”, celebrada después del exilio, tenía Jugar en el mes de Kislev, pero no era una de las grandes fiestas a las que se debía asistir en Jerusalén. (Éxo. 23:14-17; Lev. 23:4-44.) Según la tradición judía, esa fiesta se celebraba en las muchas sinagogas que había por todo el país. (Véase FIESTA DE LA DEDICACIÓN.) Más tarde, en Juan 10:22, se menciona específicamente que Jesús asistió a una de estas fiestas de la dedicación en Jerusalén; sin embargo, parece que ya estaba en esa zona desde la fiesta anterior, la de las cabañas, de modo que no fue especialmente a Jerusalén para ese propósito. En contraste, en Juan 5:1 se indica claramente que fue debido a esa “fiesta de los judíos” en particular que Jesús fue de Galilea (Juan 4:54) a Jerusalén.

La única otra fiesta que había entre Kislev y el tiempo de la Pascua era el Purim, que se celebraba en Adar (febrero-marzo), casi un mes antes de la Pascua. Pero la fiesta del Purim, iniciada después del exilio, igualmente se celebraba por todo el país en casas y sinagogas. (Véase PURIM.) Así, lo más lógico es que la “fiesta de los judíos” que se menciona en Juan 5:1 haya sido la Pascua, y el que Jesús fuera a Jerusalén estuvo en conformidad con la ley de Dios dada a Israel. Es cierto que, después, Juan sólo registra unos cuantos acontecimientos antes de la próxima mención de la Pascua (Juan 6:4). No obstante, si se repasa la tabla “Principales acontecimientos de la morada terrestre de Jesús”, se observa que la consideración que Juan hace del principio del ministerio terrestre de Jesús es muy breve, pues muchos de los acontecimientos que ya habían sido considerados por los otros tres evangelistas fueron pasados por alto. De hecho, la intensa actividad de Jesús, según el registro de los otros evangelistas (Mateo, Marcos y Lucas), apoya la conclusión de que entre los acontecimientos registrados en Juan 2:13 y 6:4 efectivamente hubo una Pascua anual.

Cuándo murió

La muerte de Jesucristo aconteció en la primavera, el día de la Pascua, es decir, el 14 de Nisán (o Abib) del calendario judío. (Mat. 26:2; Juan 13:1-3; Éxo. 12:1-6; 13:4.) Aquel año la Pascua se celebró el día sexto de la semana (que los judíos contaban desde la puesta del Sol del jueves hasta la puesta del Sol del viernes). Esto se desprende de lo que se dice en Juan 19:31 en cuanto a que el día siguiente era un sábado “grande”. El día después de la Pascua siempre se consideraba un sábado, independientemente del día de la semana en que cayera. (Lev. 23:5-7.) Pero cuando este sábado especial coincidía con un sábado normal (el séptimo día de la semana) llegaba a ser un sábado “grande”. De modo que la muerte de Jesús ocurrió un viernes, 14 de Nisán, cerca de las tres de la tarde (durante “la hora nona”). (Luc. 23:44-46.)

Sumario de la evidencia

En resumen, como Jesús murió en el mes primaveral de Nisán, su ministerio—que había empezado tres años y medio antes según Daniel 9:24-27—debió comenzar en otoño, en el mes de Etanim (septiembre-octubre). Esto significaría que el ministerio de Juan (iniciado en el año decimoquinto de Tiberio) empezó en la primavera del año 29 E.C. Por lo tanto el nacimiento de Juan debería situarse en la primavera del año 2 a. E.C., y el nacimiento de Jesús, seis meses más tarde, en el otoño del año 2 a. E.C.; su ministerio empezaría treinta años más tarde, en el otoño del 29 E.C., y su muerte llegaría en el año 33 E.C. (el 14 de Nisán, en la primavera, como ya se ha dicho).

No hay base para decir que nació en invierno

Por consiguiente, la fecha popular del 25 de diciembre como el día del nacimiento de Jesús no tiene ninguna base bíblica ni histórica. Como la mayoría de las enciclopedias muestran, proviene de una fiesta pagana. The Encyclopedia Americana (ed. 1956, vol. 6, pág. 622) dice lo siguiente en cuanto a la fecha y las costumbres de la “Navidad”: “Esa celebración no se observaba durante los primeros siglos de la iglesia cristiana […] se estableció una fiesta en memoria [del nacimiento de Jesús] en el cuarto siglo. En el quinto siglo la iglesia occidental ordenó que se celebrara la fiesta el mismo día de los ritos de Mitra relacionados con el nacimiento del Sol y al final de las saturnales [ lo cual resultó en la fecha del 25 de diciembre] […]. La mayoría de las costumbres que ahora están relacionadas con la Navidad […] eran costumbres precristianas y no cristianas, que la iglesia cristiana adoptó. Las saturnales, una fiesta romana que se celebraba a mediados de diciembre, proveyeron el modelo para muchas de las costumbres festivas de la Navidad”.

Quizá la evidencia más obvia de que la fecha del 25 de diciembre es errónea sea el hecho bíblico de que había pastores en los campos cuidando sus rebaños la noche del nacimiento de Jesús. (Luc. 2:8, 12.) La temporada de lluvia empezaba en el otoño, en el mes de Bul (que correspondía a parte de octubre y parte de noviembre) (Deu. 11:14), y en este mes los rebaños estaban protegidos en cobertizos durante la noche. El mes siguiente, Kislev (noveno del calendario judío, que incluía parte de noviembre y parte de diciembre), era un mes frío y lluvioso (Jer. 36:22; Esd. 10:9, 13), y Tebet (diciembre-enero) tenía las temperaturas más bajas del año, con nieves ocasionales en la región montañosa. El que hubiera pastores en los campos durante la noche concuerda por lo tanto con la evidencia de que Jesús nació a principios de otoño, en el mes de Etanim.

Otra prueba que indica que Jesús no nació en diciembre es el hecho de que no sería muy probable que el emperador romano escogiera un mes frío y lluvioso para que sus súbditos judíos (a menudo rebeldes) viajaran “cada uno a su propia ciudad” para registrarse. (Luc. 2:1-3; compárese con Mateo 24:20.)

PRIMEROS AÑOS DE SU VIDA

El registro de los primeros años de la vida de Jesús es breve. Nació en Belén de Judea, la ciudad natal del rey David, y fue llevado a Nazaret de Galilea después que su familia volvió de Egipto. Todo ello en cumplimiento de la profecía divina. (Mat. 2:4-6, 14, 15, 19-23; Miq. 5:2; Ose. 11:1; Isa. 11:1; Jer. 23:5.) José, el padre adoptivo de Jesús, era carpintero (Mat. 13:55), y al parecer de escasos recursos. (Compárese Lucas 2:22-24 con Levítico 12:8.) De modo que Jesús, que había nacido en un establo, pasaría su niñez en unas circunstancias bastante humildes. Nazaret no tenía importancia histórica, aunque estaba cerca de varias rutas comerciales principales, y posiblemente fue despreciada por muchos judíos. (Compárese con Juan 1:46.)

De los primeros años de la vida de Jesús no se sabe nada excepto que “el niñito continuó creciendo y haciéndose fuerte, estando lleno como estaba de sabiduría, y el favor de Dios continuó sobre él”. (Luc. 2:40.) Con el tiempo la familia fue creciendo, pues a José y María les nacieron cuatro hijos y algunas hijas. (Mat. 13:54-56.) De modo que el hijo “primogénito” de María (Luc. 2:7) no se crió como “hijo único”. Eso sin duda explica el que sus padres empezaran un viaje de regreso de Jerusalén sin darse cuenta por un tiempo de que Jesús, su hijo mayor, no estaba en el grupo. Esta ocasión, cuando Jesús (a los doce años de edad) estuvo en el templo y se puso a interrogar y escuchar a los maestros judíos dejándolos asombrados, es el único incidente de los primeros años de su vida que se cuenta con cierto detalle. La respuesta de Jesús a sus preocupados padres cuando lo localizaron en el templo muestra que él sabía de la naturaleza milagrosa de su nacimiento y percibía su futuro mesiánico. (Luc. 2:41-52.) Es razonable que su madre y su padre adoptivo le hubieran transmitido la información que obtuvieron de las visitas angélicas, así como de las profecías que Simeón y Ana pronunciaron durante su primer viaje a Jerusalén, cuarenta días después del nacimiento de Jesús. (Mat. 1:20-25; 2:13, 14, 19-21; Luc. 1:26-38; 2:8-38.)

No hay nada que indique que Jesús haya tenido o ejercido algún tipo de poder milagroso durante su niñez, como se registra en los cuentos fantásticos que recogen algunas obras apócrifas, por ejemplo, el llamado “evangelio de Tomás”. La transformación del agua en vino en Caná, realizada durante su ministerio, fue el “principio de sus señales”. (Juan 2:1-11.) Asimismo, mientras estuvo con su familia en Nazaret, Jesús no haría ningún despliegue ostentoso de su sabiduría y superioridad como humano perfecto, lo cual quizás explique por qué sus medio hermanos no ejercieron fe en él durante su ministerio terrestre, y por qué la mayor parte de la población de Nazaret no creía en él. (Juan 7:1-5; 6:1, 4-6.)

No obstante Jesús era bien conocido por la gente de Nazaret (Mat. 13:54-56; Luc. 4:22); sin duda su personalidad y magníficas cualidades debieron ser notadas, al menos por aquellos que apreciaban la justicia y la bondad. (Compárese con Mateo 3:13, 14.) Jesús asistía regularmente a la sinagoga cada sábado y era una persona instruida, como lo muestra su aptitud para encontrar y leer partes de los Santos Escritos, aunque no había asistido a las escuelas rabínicas de “enseñanza superior”. (Luc. 4:16; Juan 7:14-16.)

La brevedad del registro sobre estos primeros años se debe con toda certeza al hecho de que Jesús todavía no había sido ungido por Jehová como “el Cristo” (Mat. 16:16) y no había empezado a cumplir con la asignación divina que le aguardaba. Su niñez y desarrollo, así como su nacimiento, fueron necesarios pero no trascendentales; en realidad fueron medios para un fin. Como Jesús dijo más tarde al gobernador romano Pilato: “Para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio acerca de la verdad”. (Juan 18:37.)

SU BAUTISMO

El derramamiento del espíritu santo en el bautismo de Jesús marcó el tiempo en que llegó a ser el Mesías o Cristo, el Ungido de Dios (cuando los ángeles usaron ese título al anunciar su nacimiento fue en un sentido profético; Luc. 2:9-11; nótense también los versículos 25, 26). Durante seis meses, Juan había estado ‘preparando el camino’ para “el medio de salvar de Dios”. (Luc. 3:1-6.) Jesús fue bautizado cuando era “como de treinta años”, a pesar de las objeciones iniciales de Juan, que hasta entonces solo había estado bautizando a pecadores arrepentidos. (Mat. 3:1, 6, 13-17; Luc. 3:21-23.) Sin embargo, Jesús no tenía pecado; de modo que su bautismo fue un testimonio de que se estaba presentando para hacer la voluntad de su Padre. (Compárese con Hebreos 10:5-9; véase BAUTISMO [Bautismo de Jesús en agua].) Después de que Jesús ‘saliera del agua’, y mientras estaba orando, “vio que los cielos se abrían”, el espíritu de Dios descendió sobre Jesús en forma corporal de paloma, y se oyó la voz de Jehová desde el cielo, diciendo: “Tú eres mi Hijo, el amado; yo te he aprobado”. (Mat. 3:16, 17; Mar. 1:9-11; Luc. 3:21, 22.)

Seguramente el espíritu de Dios derramado sobre Jesús aclaró muchos puntos en su mente. Sus propias expresiones a partir de entonces, y en particular la íntima oración a su Padre la noche de la Pascua de 33 E.C., muestran que Jesús se acordaba de su existencia prehumana y de las cosas que había oído decir a su Padre y le había visto hacer, así como de la gloria que disfrutó en los cielos. (Juan 6:46; 7:28, 29; 8:26, 28, 38; 14:2; 17:5.) Es posible que estos recuerdos le fueran devueltos al tiempo de su bautismo y ungimiento.

Al ser ungido, Jesús fue nombrado y comisionado para llevar a cabo su ministerio de predicar y enseñar (Luc. 4:16-21), y servir como el Profeta de Dios. (Hech. 3:22-26.) Pero, más importante aún, este ungimiento lo nombró y comisionó como el Rey prometido de Jehová, el heredero del trono de David (Luc. 1:32, 33, 69; Heb. 1:8, 9) y de un reino eterno. Por esta razón, más adelante él pudo decir a los fariseos: “El reino de Dios está en medio de ustedes”. (Luc. 17:20, 21.) De modo similar, Jesús fue ungido para actuar como el Sumo Sacerdote de Dios, no como descendiente de Aarón, sino según la semejanza del rey-sacerdote Melquisedec. (Heb. 5:1, 4-10; 7:11-17.)

Jesús había sido el Hijo de Dios desde su nacimiento, del mismo modo que Adán había sido “hijo de Dios”. (Luc. 3:38; 1:35.) Así lo identificaron a partir de entonces los ángeles. De modo que cuando después del bautismo de Jesús se oyó la voz de su Padre diciendo: “Tú eres mi Hijo el amado; yo te he aprobado” (Mar. 1:11), parece razonable pensar que esa declaración que acompañó el ungimiento por el espíritu de Dios fuese más que solo un reconocimiento de la identidad de Jesús. La evidencia indica que en aquel momento Jesús fue engendrado o producido por Dios como su Hijo espiritual, como si hubiera ‘nacido otra vez’, teniendo el derecho de recibir vida de nuevo como Hijo espíritu de Dios en los cielos. (Compárese con Juan 3:3-6; 6:51; 10:17, 18.)

SU POSICIÓN FUNDAMENTAL EN EL PROPÓSITO DE DIOS

Jehová Dios tuvo a bien hacer que su Hijo primogénito fuese la figura central o clave en el cumplimiento de todos sus propósitos (Juan 1:14-18; Col. 1:18-20; 2:8, 9), el punto de enfoque en el que convergería la luz de todas las profecías y desde el cual esta luz se irradiaría (1 Ped. 1:10-12; Rev. 19:10; Juan 1:3-9), la solución a todos los problemas que había ocasionado la rebelión de Satanás (Heb. 2:5-9, 14, 15; 1 Juan 3:8) y el fundamento sobre el cual Dios edificaría todos sus preparativos futuros para el bien eterno de su familia universal en el cielo y en la Tierra. (Efe. 1:8-10; 2:20; 1 Ped. 2:4-8.) Debido al papel vital que él desempeña en el propósito de Dios, apropiadamente y sin exageración Jesús pudo decir: “Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino por mí”. (Juan 14:6.)

El “secreto sagrado”

El propósito de Dios según fue revelado en Jesucristo permaneció como un “secreto sagrado [o misterio] […] guardado en silencio por tiempos de larga duración”. (Rom. 16:25-27.) Por más de cuatro mil años, desde la rebelión en Edén, hubo hombres de fe aguardando el cumplimiento de la promesa de Dios de una “descendencia” que magullaría la cabeza del adversario semejante a serpiente, y con ello traería alivio a la humanidad. (Gén. 3:15.) Por casi dos mil años ellos habían fundado su esperanza en el pacto que Jehová hizo con Abrahán. Según este pacto, una “descendencia” ‘tomaría posesión de la puerta de sus enemigos’ y por medio de ella todas las naciones de la Tierra se bendecirían. (Gén. 22:15-18.)

Finalmente, cuando “llegó el límite cabal del tiempo, Dios envió a su Hijo”, y a través de él reveló el significado del “secreto sagrado”, dando la respuesta definitiva a la cuestión que había hecho surgir el adversario de Dios, y suministró los medios para redimir a la humanidad obediente del pecado y la muerte a través del sacrificio de rescate de su Hijo. (Gál. 4:4; 1 Tim. 3:16; Juan 14:30; 16:33; Mat. 20:28.) De este modo, Jehová Dios eliminó cualquier incertidumbre o ambigüedad que pudiera haber en la mente de sus siervos con respecto a su propósito. Por esa razón, el apóstol dice que “no importa cuántas sean las promesas de Dios, han llegado a ser Sí mediante [Cristo Jesús]”. (2 Cor. 1:19-22.)

Administración del Reino

Así, “el secreto sagrado de Dios, a saber, Cristo”, llegó a girar completamente en torno al Hijo de Dios, en quien estaban “cuidadosamente ocultados […] todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento”. (Col. 2:2, 3.) El “secreto sagrado” no consistía únicamente en identificar a Jesús como el Hijo de Dios. Más bien, comportaba el papel que se le asignó en el propósito predeterminado de Dios, y la revelación y realización de ese propósito a través de Jesucristo. Tal propósito, que por tanto tiempo había sido un secreto, era “para una administración al límite cabal de los tiempos señalados, a saber: reunir todas las cosas de nuevo en el Cristo, las cosas en los cielos y las cosas en la tierra”. (Efe. 1:9, 10.) Según la propia predicación de Jesús, esa administración tiene que ver con el “reino de Dios”, el “reino de los cielos”. (Mat. 13:11; Luc. 8:10.)

Por lo tanto, uno de los aspectos del “secreto sagrado” cristalizado en Cristo Jesús es que él encabeza un nuevo gobierno celestial, cuyos miembros serán personas (judías y no judías) tomadas de la población de la Tierra, y cuyo dominio abarcará tanto el cielo como la Tierra. En la visión registrada en Daniel 7:13, 14 aparece alguien “como un hijo del hombre” (título que más tarde se aplicó frecuentemente a Cristo: Mat. 12:40; 24:30; Luc. 17:26; compárese con Revelación 14:14) en la corte celestial de Jehová y se le da “gobernación y dignidad y reino, para que los pueblos, grupos nacionales y lenguajes todos le sirvieran aun a él”. La misma visión, sin embargo, muestra que los “santos del Supremo” también van a compartir con este “hijo del hombre” su reino, gobernación y grandeza. (Dan. 7:27.) Mientras Jesús estuvo en la Tierra, seleccionó de entre sus discípulos los primeros miembros en perspectiva de ese gobierno del Reino. Después que hubieron ‘continuado con él en sus pruebas’, hizo un pacto con ellos para un reino, orando a su Padre para que los santificase (o los hiciera “santos”) y pidiendo que “donde yo esté, ellos también estén conmigo, para que contemplen mi gloria que me has dado”. (Luc. 22:28, 29; Juan 17:5, 17, 24.) Al estar así en unión con Cristo, la congregación cristiana también desempeña su papel en el “secreto sagrado”, tal como más tarde expresa el apóstol inspirado. (Efe. 3:1-11; 5:32; Col. 1:26, 27.)

“Agente principal de la vida”

Cristo Jesús entregó su vida humana perfecta en sacrificio para que sus seguidores escogidos pudiesen estar en unión con él reinando en el cielo y para que hubiera súbditos terrestres de dicho Reino. Además, este acto fue una expresión de la bondad inmerecida de su Padre. (Mat. 6:10; Juan 3:16; Efe. 1:7; Heb. 2:5; véase RESCATE.) De este modo, llegó a ser el “Agente Principal [“príncipe”, Besson] de la vida” para toda la humanidad. (Hech. 3:15.) El término griego que se usa en este pasaje básicamente significa “gobernante principal”, y es una palabra que guarda relación con la que se aplicó a Moisés (Hech. 7:27, 35) en su papel de “gobernante” de Israel.

El pleno significado de su “nombre”

Aunque la muerte de Jesús en un madero de tormento desempeña un papel vital en la salvación humana, esto no es de ningún modo todo lo que conlleva el hecho de ‘poner fe en el nombre de Jesús’. (Hech. 10:43.) Después de su resurrección, Jesús dijo a sus discípulos: “Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y sobre la tierra”, mostrando así que él encabeza un gobierno de dominio universal. (Mat. 28:18.) El apóstol Pablo aclaró que el Padre de Jesús “no dejó nada que no esté sujeto a él”, con la lógica excepción de “Aquel que le sujetó todas las cosas”, es decir, Jehová, el Dios Soberano. (1 Cor. 15:27; Heb. 1:1-14; 2:8.) El “nombre” de Jesucristo es más excelso que el de los ángeles de Dios, en el sentido de que ese nombre abarca o representa la enorme autoridad ejecutiva que Jehová ha delegado en él. (Heb. 1:3, 4.) Solo los que voluntariamente reconozcan ese “nombre” y se inclinen ante él, sujetándose a la autoridad que representa, podrán conseguir la vida eterna. (Hech. 4:12; Efe. 1:19-23; Fili. 2:9-11.) Sinceramente y sin hipocresía deben amoldarse a las normas que Jesús ejemplarizó y, con fe, obedecer los mandamientos que él dio. (Mat. 7:21-23; Rom. 1:5; 1 Juan 3:23.)

Algo que también ilustra este otro aspecto del “nombre” de Jesús es la advertencia profética de que sus seguidores serían “objeto de odio de parte de todas las naciones por causa de mi nombre”. (Mat. 24:9; también Mateo 10:22; Juan 15:20, 21; Hechos 9:15, 16.) Es evidente que este odio no se debería a que su nombre representaba a un Rescatador o Redentor, sino, más bien, a que representaba al Gobernante nombrado de Dios, el Rey de reyes, ante quien todas las naciones deben inclinarse en sumisión si no quieren ser destruidas. (Rev. 19:11-16; compárese con Salmos 2:7-12.)

Así también, es seguro que cuando los demonios cedieron ante el mandato de Jesús de salir de las personas que tenían poseídas, lo hicieron, no porque Jesús fuese un Cordero de Dios sacrificatorio, sino debido a la autoridad que conllevaba su nombre como el representante ungido del Reino, aquel que tenía autoridad para llamar no solamente a una legión de ángeles, sino a una docena de legiones capaces de expulsar cualquier demonio que tercamente resistiera la orden de salir. (Mar. 5:1-13; 9:25-29; Mat. 12:28, 29; 26:53; compárese con Daniel 10:5, 6, 12, 13.) Los apóstoles fieles de Jesús fueron autorizados a usar su nombre para expulsar demonios, tanto antes como después de su muerte. (Luc. 9:1; 10:17; Hech. 16:16-18.) Pero cuando los hijos del sacerdote judío Esceva trataron de usar el nombre de Jesús de este modo, el espíritu inicuo desafió su derecho a invocar la autoridad que ese nombre representaba e hizo que el hombre poseído los atacara y lastimara. (Hech. 19:13-17.)

Cuando los seguidores de Jesús se refirieron a su “nombre”, con frecuencia usaron la expresión el “Señor Jesús” o “nuestro Señor Jesucristo”. (Hech. 8:16; 15:26; 19:5, 13, 17; 1 Cor. 1:2, 10; Efe. 5:20; Col. 3:17.) Lo reconocieron como su Señor, no solo porque él era su Recomprador y Dueño nombrado por Dios en virtud de su sacrificio de rescate (1 Cor. 6:20; 7:22, 23; 1 Ped. 1:18, 19; Jud. 4), sino también debido a su posición real y autoridad. Fue por la autoridad regia y sacerdotal que representaba su nombre que sus seguidores predicaron (Hech. 5:29-32, 40-42), bautizaron a discípulos (Mat. 28:18-20; Hech. 2:38; compárese con 1 Corintios 1:13-15), expulsaron a personas inmorales (1 Cor. 5:4, 5) y exhortaron e instruyeron a las congregaciones cristianas que pastorearon. (1 Cor. 1:10; 2 Tes. 3:6.) De esto se desprende que aquellos a quienes Jesús aprobara para la vida nunca podrían poner fe o demostrar lealtad a ningún otro “nombre” como si este representara la autoridad de Dios para gobernar. Deberían mostrar lealtad inquebrantable al “nombre” del Rey comisionado por Dios, el Señor Jesucristo. (Mat. 12:18, 21; Rev. 2:13; 3:8.)

SU MINISTERIO: ‘DAR TESTIMONIO ACERCA DE LA VERDAD’

A la pregunta de Pilato: “‘Bueno, pues, ¿eres tú rey?’, Jesús contestó: ‘Tú mismo dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio acerca de la verdad. Todo el que está de parte de la verdad escucha mi voz’”. (Juan 18:37.) Como muestran las Escrituras, la verdad de la que él dio testimonio no era solo la verdad en general. Se trataba de la verdad de máxima importancia en cuanto a lo que eran y lo que son los propósitos de Dios. Esta verdad estaba basada en el hecho fundamental de la voluntad soberana de Dios y su aptitud para cumplir esa voluntad. Por su ministerio, Jesús reveló que esa verdad, contenida en el “secreto sagrado”, era el reino de Dios con él mismo, el “Hijo de David”, sentado como Rey-Sacerdote en el trono. Este fue también en esencia el mensaje proclamado por los ángeles antes de su nacimiento y una vez que este se produjo en Belén de Judea, la ciudad de David. (Luc. 1:32, 33; 2:10-14.)

Para que Jesús cumpliera en su ministerio con la comisión de dar testimonio acerca de la verdad, se requirió más que solo hablar, predicar y enseñar. Además de abandonar su gloria celestial para nacer como humano, él tuvo que cumplir todas las cosas profetizadas acerca de él, entre las cuales se contaban las sombras o modelos contenidos en el pacto de la Ley. (Col. 2:16, 17; Heb. 10:1.) Para sostener la verdad de la palabra y las promesas proféticas de su Padre, Jesús tuvo que vivir de tal modo que esa verdad se hiciera realidad, cumpliéndola por medio de lo que dijo e hizo, por el modo en que vivió y la manera como murió. Él tenía que ser la verdad, de hecho, la personificación de la verdad, tal como él mismo dijo que era. (Juan 14:6.)

Por esta razón, el apóstol Juan pudo escribir que Jesús “estaba lleno de bondad inmerecida y verdad”, y que aunque “la Ley fue dada por medio de Moisés, la bondad inmerecida y la verdad vinieron a ser por medio de Jesucristo”. (Juan 1:14, 17.) La verdad de Dios ‘vino a ser’, es decir, llegó a su realización por medio de estos hechos históricos: el nacimiento humano de Jesús, la presentación de sí mismo a Dios mediante bautismo en agua, sus tres años y medio de servicio público a favor del reino de Dios, su muerte en fidelidad y su resurrección al cielo. (Compárese con Juan 1:18; Colosenses 2:17.) Toda la vida terrestre de Jesucristo fue por lo tanto un “dar testimonio acerca de la verdad”, de las cosas que Dios había jurado. De modo que Jesús no fue la sombra de un Mesías o Cristo. Él fue el verdadero Mesías que había sido prometido. Él no fue la sombra de un rey-sacerdote. Fue, en esencia y de hecho, el verdadero Rey-Sacerdote que había sido prefigurado. (Rom. 15:8-12; compárese con Salmos 18:49; 117:1; Deuteronomio 32:43; Isaías 11:10.)

Esta verdad sería la que ‘libraría a los hombres’ que demostrasen estar “de parte de la verdad” por medio de aceptar el papel de Jesús en el propósito de Dios. (Juan 8:32-36; 18:37.) El que ignore el propósito de Dios concerniente a su Hijo, edifique esperanzas sobre cualquier otro fundamento y oriente su vida apoyándose en cualquier otra base, quedará engañado, creyendo una mentira, y estará siguiendo la dirección del padre de la mentira, el adversario de Dios. (Mat. 7:24-27; Juan 8:42-47.) Esto significaría ‘morir en los pecados de uno’. (Juan 8:23, 24.) Por esa razón Jesucristo no se retuvo de declarar su lugar en el propósito de Dios.

Es verdad que él ordenó rigurosamente a sus discípulos que no declararan a nadie su condición de Mesías (Mat. 16:20; Mar. 8:29, 30) y que en muy pocas ocasiones se refirió a sí mismo directamente como el Cristo, excepto cuando estaba en privado con ellos. (Mar. 9:33, 38, 41; Luc. 9:20, 21; Juan 17:3.) Pero con denuedo y regularidad hizo notar que tanto las profecías como sus obras probaban que él era el Cristo. (Mat. 22:41-46; Juan 5:31-39, 45-47; 7:25-31.) Cuando Jesús, “cansado del viaje”, habló con una mujer samaritana al lado de un pozo, se identificó a ella, quizá para despertar la curiosidad de los ciudadanos y hacer que salieran de la ciudad para verle, como finalmente sucedió. (Juan 4:6, 25-30.) El mero hecho de que él alegara ser el Mesías no significaría nada si no lo respaldaba con evidencias. De todos modos, se requeriría fe de parte de los que lo vieran y oyeran para aceptar la conclusión a la que esa evidencia señalaba inequívocamente. (Luc. 22:66-71; Juan 4:39-42; 10:24-27; 12:34-36.)

PROBADO Y PERFECCIONADO

Jehová Dios demostró la suprema confianza que tenía en su Hijo al encargarle la misión de ir a la Tierra y servir como el Mesías prometido. El propósito de Dios de que hubiese una “descendencia” (Gén. 3:15), el Mesías, que sirviera como su Cordero sacrificatorio, fue preconocido por Él “antes de la fundación del mundo” (1 Ped. 1:19, 20). Esta última expresión se considera en el encabezamiento PRESCIENCIA, PREDETERMINACIÓN (Predeterminación del Mesías). Sin embargo, el registro bíblico no declara exactamente cuándo Jehová designó o informó al individuo específico que había escogido para desempeñar tal papel, si fue en el tiempo de la rebelión de Edén o después. Los requisitos, en particular los del sacrificio de rescate, hacían imposible que fuera un humano imperfecto, pero no que fuera un hijo espíritu perfecto. De todos los millones de hijos espíritus, Jehová seleccionó a uno para que se encargara de esta asignación: su Primogénito, la Palabra. (Compárese con Hebreos 1:5, 6.)

El Hijo de Dios supo de antemano que iba a ser enviado a la Tierra para llegar a ser un humano, y voluntariamente aceptó esa asignación. Esto se desprende de Filipenses 2:5-8 donde se registra que él “se despojó a sí mismo” de su gloria celestial y naturaleza de espíritu y “tomó la forma de un esclavo” al ser transferida su vida al plano terrestre, material y humano. Esta asignación que le esperaba representaba una responsabilidad inmensa, pues era mucho lo que había envuelto. Si se mantenía fiel, podía probar falsa la afirmación de Satanás de que los siervos de Dios lo negarían bajo privación, sufrimiento y prueba, afirmación que se registra en el caso de Job. (Job 1:6-12; 2:2-6.) Jesús, como el Hijo primogénito, podía ser de entre todas las criaturas de Dios el que diera la respuesta más concluyente a esa acusación, y el que diera la mejor evidencia a favor de su Padre en la mayor cuestión que tenía que ver con lo legítimo de la soberanía universal de Jehová. De ese modo demostraría ser el “Amén, el testigo fiel y verdadero”. (Rev. 3:14.) De haber fallado, él hubiese traído, más que ninguna otra criatura, oprobio al nombre de su Padre.

Al seleccionar a su Hijo unigénito, Jehová por supuesto no estaba ‘imponiendo las manos apresuradamente sobre él’, con el riesgo de ser ‘partícipe de sus posibles pecados’, pues Jesús no era un principiante que fácilmente ‘se hinchara de orgullo y cayera en el juicio pronunciado contra el Diablo’. (Compárese con 1 Timoteo 5:22; 3:6.) Jehová ‘conocía plenamente’ a su Hijo por su asociación íntima con él durante edades incontables (Mat. 11:27; compárese con Génesis 22:12; Nehemías 9:7, 8), y por lo tanto podía asignarle a cumplir las infalibles profecías de su Palabra. (Isa. 46:10, 11.) De modo que Dios no estaba garantizando arbitraria o automáticamente que su Hijo tendría “éxito seguro” simplemente por colocarlo en el papel del Mesías profetizado (Isa. 55:11), como dice la teoría de la predestinación.

Aunque el Hijo no había pasado antes por ninguna prueba como esa, había demostrado su fidelidad y devoción de otras maneras. Él ya había tenido gran responsabilidad como el Vocero de Dios, la Palabra, pero nunca usó mal su posición y autoridad, como hizo el vocero terrestre de Dios, Moisés, en una ocasión. (Núm. 20:9-13; Deu. 32:48-51; Jud. 9.) Siendo aquel por medio del cual se hicieron todas las cosas, el Hijo era un dios, “el dios unigénito” (Juan 1:18), por lo que tuvo una posición de preeminencia y gloria entre todos los demás hijos espíritus de Dios. Sin embargo, él no se hizo altivo. (Contrástese con Ezequiel 28:14-17.) De modo que no podía decirse que el Hijo no había probado ya su lealtad, humildad y devoción de muchas maneras.

Puede notarse que el hijo espíritu que llegó a ser Satanás no se apartó del servicio de Dios debido a que alguien lo persiguiera o tentara a hacer lo malo. Con toda seguridad no fue Dios quien lo hizo, ya que ‘él no prueba a nadie con cosas malas’. No obstante, ese hijo espíritu no mantuvo su lealtad, se dejó ‘atraer seductoramente por su propio deseo’ y pecó, convirtiéndose en un rebelde. (Sant. 1:13-15.) No pasó la prueba del amor.

Sin embargo, la cuestión que hizo surgir el adversario de Dios requería que ese Hijo, como Mesías prometido y futuro Rey del reino de Dios, se sometiera ahora a una prueba de integridad bajo nuevas circunstancias. Dicha prueba, y los sufrimientos que esta suponía, también eran necesarios a fin de que llegara a ser “hecho perfecto” para su posición de Sumo Sacerdote de Dios sobre la humanidad. (Heb. 5:9, 10.) Para satisfacer los requisitos a fin de ser instalado como el Agente Principal de la salvación, al Hijo de Dios “le era preciso llegar a ser semejante a sus ‘hermanos’ [los que llegaron a ser sus seguidores ungidos] en todo respecto, para llegar a ser un sumo sacerdote misericordioso y fiel”. Tenía que aguantar dificultades y sufrimientos para que ‘pudiera ir en socorro de los que estuvieran siendo puestos a prueba’, para poder compadecerse así de las debilidades como alguien que había “sido probado en todo sentido igual que nosotros, pero sin pecado”. Aunque era perfecto y sin pecado, podía “tratar con moderación a los ignorantes y errados”. Solo por medio de ese Sumo Sacerdote sería posible que los humanos imperfectos se acercaran con “franqueza de expresión al trono de la bondad inmerecida, para que obtengamos misericordia y hallemos bondad inmerecida para ayuda al tiempo apropiado”. (Heb. 2:10-18; 4:15-5:2; compárese con Lucas 9:22.)

Seguía teniendo libre albedrío

Jesús mismo dijo que todas las profecías sobre el Mesías iban a realizarse, “tenían que cumplirse”. (Luc. 24:44-47; Mat. 16:21; compárese con Mateo 5:17.) No obstante, esto no eximió al Hijo de Dios del peso de la responsabilidad, ni coartó su libertad para escoger entre permanecer fiel o ser infiel. La cuestión no era unilateral, no dependía solo del Dios Todopoderoso Jehová. Su Hijo tenía que hacer su parte para que las profecías se realizaran. Dios aseguró la certeza de las profecías por medio de su sabia selección del que tenía que llevar a cabo la asignación, el “Hijo de su amor”. (Col. 1:13.) Es evidente que su Hijo retuvo y siguió ejerciendo su propio libre albedrío como humano en la Tierra. Jesús habló de su propia voluntad y demostró que se estaba sometiendo voluntariamente a la de su Padre (Mat. 16:21-23; Juan 4:34; 5:30; 6:38), trabajando conscientemente por el cumplimiento de esa asignación, tal como estaba expuesta en la Palabra de su Padre. (Mat. 3:15; 5:17, 18; 13:10-17, 34, 35; 26:52-54; Mar. 1:14, 15; Luc. 4:21.) Por supuesto, el cumplimiento de otros rasgos proféticos no estaba bajo el control de Jesús, pues algunos tuvieron lugar después de su muerte. (Mat. 12:40; 26:55, 56; Juan 18:31, 32; 19:23, 24, 36, 37.) El registro de la noche antes de su muerte revela de manera impresionante el intenso esfuerzo personal que tuvo que hacer para someter su propia voluntad a la voluntad superior de Aquel que era más sabio que él, su propio Padre. (Mat. 26:36-44; Luc. 22:42-44.) El registro también indica que, aunque era perfecto, reconocía profundamente que, en su condición de hombre, dependía de su Padre, Jehová Dios, para derivar fuerzas en momentos de necesidad. (Juan 12:23, 27, 28; Heb. 5:7.)

Por consiguiente, Jesús tenía mucho sobre lo cual meditar y mucho con lo que fortalecerse durante los cuarenta días que ayunó (como Moisés) en el desierto después de su bautismo y ungimiento. (Éxo. 34:28; Luc. 4:1, 2.) Allí tuvo un encuentro directo con el adversario de su Padre, adversario al que se le asemeja a una serpiente. Usando tácticas similares a las que usó en Edén, Satanás el Diablo intentó inducir a Jesús al egoísmo, a exaltarse a sí mismo y a negar la posición soberana de su Padre. A diferencia de Adán, Jesús (el “último Adán”) mantuvo su integridad, y al citar reiteradamente la voluntad declarada de su Padre, hizo que Satanás se retirase “hasta otro tiempo conveniente”. (Luc. 4:1-13; 1 Cor. 15:45.)

SUS OBRAS Y CUALIDADES PERSONALES

Ya que “la bondad inmerecida y la verdad” llegarían a ser por medio de Jesucristo, él tenía que mezclarse con la gente para que lo oyeran y vieran sus obras y cualidades. De este modo podrían reconocerlo como el Mesías y poner fe en su sacrificio cuando muriera por ellos como el “Cordero de Dios”. (Juan 1:17, 29.) Jesús visitó personalmente las muchas regiones de Palestina, viajando centenares de kilómetros a pie, pues no hay mención de que usara ningún medio de transporte—excepto barcas—hasta su última entrada en Jerusalén. Habló a la gente en las orillas de lagos y en las laderas de colinas, en ciudades y pueblos, en sinagogas y en el templo, en plazas de merca­do, calles y casas (Mat. 5:1, 2; 26:55; Mar. 6:53-56; Luc. 4:16; 5:1-3; 13:22, 26; 19:5, 6), dirigiéndose a grandes muchedumbres y a personas en particular, hombres y mujeres, ancianos y jóvenes, ricos y pobres. (Mar. 3:7, 8; 4:1; Juan 3:1-3; Mat. 14:21; 19:21, 22; 11:4, 5.)

La tabla que acompaña este artículo presenta una posible combinación cronológica de los cuatro relatos de la vida terrestre de Jesús. También ayuda a entender las diversas “campañas” o giras que llevó a cabo durante su ministerio de tres años y medio.

Jesús les dejó a sus discípulos el ejemplo de un hombre trabajador. Él se levantaba temprano y laboraba hasta bien entrada la noche. (Luc. 21:37, 38; Mar. 11:20; 1:32-34; Juan 3:2; 5:17.) Más de una vez pasó la noche orando y después siguió con otra actividad, como en el caso de la noche anterior a su “Sermón del Monte”. (Mat. 14:23-25; Luc. 6:12-7:10.) En una ocasión, después de haber estado ayudando a otros hasta entrada la noche, se levantó mientras todavía estaba oscuro y se fue a un lugar solitario para orar. (Mar. 1:32, 35.) Aunque las muchedumbres a menudo interrumpían su privacidad, él ‘los recibía amablemente y se ponía a hablar del reino de Dios’. (Luc. 9:10, 11; Mar. 6:31-34; 7:24-30.) Experimentó cansancio, sed y hambre, y algunas veces hasta se privaba de comer debido al trabajo que tenía que hacer. (Mat. 21:18; Juan 4:6, 7, 31-34; compárese con Mateo 4:2-4; 8:24, 25.)

Punto de vista equilibrado de las cosas materiales

Sin embargo, él no era un “asceta” que practicaba la austeridad a un grado extremo; más bien, obraba en consonancia con cada situación. (Luc. 7:33, 34.) Aceptó muchas invitaciones a comidas, e incluso a banquetes, y visitó las casas de personas de cierto nivel económico. (Luc. 5:29; 7:36; 14:1; 19:1-6.) Contribuyó al disfrute de una boda al convertir agua en buen vino. (Juan 2:1-10.) También apreció las buenas cosas que se hacían por él. Cuando Judas se indignó porque María, la hermana de Lázaro, usó aceite costoso para ungir los pies de Jesús (cuyo valor aproximadamente equivalía al salario de diez meses de un trabajador), y fingió preocupación por los pobres que podían haberse beneficiado de la venta de ese aceite, Jesús dijo: “Déjala, para que guarde esta observancia en vista del día de mi entierro. Porque a los pobres siempre los tienen con ustedes, pero a mí no me tendrán siempre”. (Juan 12:2-8; Mar. 14:6-9.) La prenda interior de vestir que llevaba cuando lo arrestaron, “tejida desde arriba toda ella”, debió ser una prenda de calidad. (Juan 19:23, 24.) No obstante, Jesús siempre puso en primer lugar las cosas espirituales; nunca se preocupó en demasía por las cosas materiales, tal como también aconsejó a otros. (Mat. 6:24-34; 8:20; Luc. 10:38-42; compárese con Filipenses 4:10-12.)

Libertador valeroso

Durante todo el ministerio de Jesús, se destacan su gran valor, su hombría y su fuerza. (Mat. 3:11; Luc. 4:28-30; 9:51; Juan 2:13-17; 10:31-39; 18:3-11.) Tal como Josué, el rey David y otros, Jesús luchó a favor de la causa de Dios y a favor de los amadores de la justicia. Como la “descendencia” prometida, él tuvo que encararse a la enemistad de la ‘descendencia de la serpiente’ y luchar contra los miembros de ella. (Gén. 3:15; 22:17.) Libró una batalla ofensiva contra los demonios y contra su influencia sobre la mente y el corazón de los hombres. (Mar. 5:1-13; Luc. 4:32-36; 11:19-26; compárese con 2 Corintios 4:3, 4; Efesios 6:10-12.) Los líderes religiosos hipócritas demostraron que en realidad estaban en oposición a la soberanía y la voluntad de Dios (Mat. 23:13, 27, 28; Luc. 11:53, 54; Juan 19:12-16), pero Jesús los derrotó completamente en una serie de enfrentamientos verbales. Él manejó la “espada del espíritu”, la Palabra de Dios, con fuerza, control perfecto y estrategia, respondiendo de tal modo a los sutiles argumentos y las preguntas capciosas de sus opositores, que los ponía en una situación difícil, entre la espada y la pared. (Mat. 21:23-27; 22:15-46.) Jesús puso al descubierto sin temor lo que ellos eran: maestros de tradiciones humanas y formalismos, guías ciegos, una generación de víboras, e hijos del adversario de Dios, el príncipe de los demonios y mentiroso asesino. (Mat. 15:12-14; 21:33-41, 45, 46; 23:33-35; Mar. 7:1-13; Juan 8:40-45.)

Pero Jesús nunca fue temerario; no buscaba problemas y siempre evitó el peligro innecesario. (Mat. 12:14, 15; Mar. 3:6, 7; Juan 7:1, 10; 11:53, 54; compárese con Mateo 10:16, 17, 28-31.) Su valor estaba basado en la fe. (Mar. 4:37-40.) Él no perdió el control de sí mismo sino que conservó la calma cuando fue vilipendiado y maltratado, “encomendándose al que juzga con justicia”. (1 Ped. 2:23.)

Por su lucha valerosa a favor de la verdad y por clarificar a la gente el propósito de Dios, Jesús cumplió el papel profético de Libertador—mayor que Moisés—proclamando libertad a los cautivos. (Isa. 42:1, 6, 7; Jer. 30:8-10; Isa. 61:1.) Aunque muchos se retuvieron por razones egoístas y por temor de los que estaban en el poder (Juan 7:11-13; 9:22; 12:42, 43), otros cobraron valor para liberarse de sus cadenas de ignorancia y sumisión abyecta a líderes falsos y a falsas esperanzas. (Juan 9:24-39; compárese con Gálatas 5:1.) Tal como los reyes fieles de Judea habían emprendido campañas para eliminar del reino la adoración falsa (2 Cró. 15:8; 17:1, 4-6; 2 Rey. 18:1, 3-6), así también el ministerio de Jesús, el Rey mesiánico de Dios, tuvo un efecto devastador sobre la religión falsa de su día. (Juan 11:47, 48.)

Sensibilidad y afecto profundos

Jesús era también un hombre de gran sensibilidad, algo que se requiere para servir como Sumo Sacerdote de Dios. Su perfección no lo hizo hipercrítico ni arrogante o autoritario (como los fariseos) ante las personas imperfectas y pecaminosas entre las que vivió y trabajó. (Mat. 9:10-13; 21:31, 32; Luc. 7:36-48; 15:1-32; 18:9-14.) Incluso los niños se sentían a gusto con él. Cuando usó a un niño como ejemplo, no lo puso simplemente de pie delante de sus discípulos, sino que además “lo rodeó con los brazos”. (Mar. 9:36; 10:13-16.) Él demostró ser un verdadero amigo y un afectuoso compañero de sus seguidores, ‘amándoles hasta el fin’. (Juan 13:1; 15:11-15.) No usó su autoridad para ser exigente ni para aumentar las cargas de la gente, al contrario, él dijo: “Vengan a mí, todos los que se afanan […] yo los refrescaré”. Sus discípulos experimentaron que era “de genio apacible y humilde de corazón”, y su yugo era suave y ligero. (Mat. 11:28-30.)

Los deberes sacerdotales incluían el cuidado de la salud física y espiritual de la gente. (Lev., caps. 13-15.) La piedad y la compasión movieron a Jesús a ayudar a la gente que sufría de enfermedades, ceguera y otras aflicciones. (Mat. 9:36; 14:14; 20:34; Luc. 7:11-15; compárese con Isaías 61:1.) La muerte de su amigo Lázaro y el consecuente dolor de las hermanas del difunto hicieron que Jesús ‘gimiera y cediera a las lágrimas’. (Juan 11:32-36.) Así, Jesús el Mesías, de modo anticipado, ‘llevó las enfermedades y cargó los dolores’ de otros, para lo cual tuvo que salir de él poder. (Isa. 53:4; Luc. 8:43-48.) Él no hizo esto solamente en cumplimiento de profecías, sino porque ‘quiso’. (Mat. 8:2-4, 16, 17.) Más importante aún, él les otorgó salud espiritual y perdón de los pecados. Como el Cristo, tenía autoridad para ello, ya que estaba predeterminado a proveer el sacrificio de rescate, y de hecho ya estaba experimentando el bautismo en la muerte que culminaría en el madero de tormento. (Isa. 53:4-8, 11, 12; compárese con Mateo 9:2-8; 20:28; Marcos 10:38, 39; Lucas 12:50.)

“Maravilloso Consejero”

El sacerdote era responsable de educar a la gente en la ley y la voluntad de Dios. (Mal. 2:7.) Jesús también, como Mesías real, la predicha “ramita del tocón de Jesé [el padre de David]”, tenía que manifestar el ‘espíritu de Jehová en sabiduría, consejo, poderío, conocimiento junto con el temor de Jehová’. Por lo tanto, las personas temerosas de Dios encontrarían “disfrute por él”. (Isa. 11:1-3.) La sabiduría sin paralelo que se halla en las enseñanzas de Jesús, que era “más que Salomón” (Mat. 12:42), es una de las evidencias más poderosas de que en realidad era el Hijo de Dios, y de que los relatos del evangelio no podían ser el mero producto de la mente o imaginación de hombres imperfectos.

Jesús probó que era el prometido “Maravilloso Consejero” (Isa. 9:6) por su conocimiento de la Palabra de Dios y de su voluntad, por su entendimiento de la naturaleza humana, por su aptitud para llegar al fondo de las cuestiones y por mostrar la solución a los problemas de la vida cotidiana. El bien conocido “Sermón del Monte” es un excelente ejemplo. (Mat., caps. 5-7.) En este sermón Jesús aconsejó en cuanto a: la verdadera felicidad, zanjar disputas, cómo evitar la inmoralidad, cómo tratar a los que muestran enemistad, cómo practicar verdadera justicia sin hipocresía, la actitud correcta hacia las cosas materiales de la vida, la confianza en la generosidad de Dios, la regla áurea para tener una buena relación con otros, los medios para detectar fraudes religiosos y cómo edificar un futuro seguro. Las muchedumbres “quedaron atónitas por su modo de enseñar; porque les enseñaba como persona que tiene autoridad, y no como sus escribas”. (Mat. 7:28, 29.)

Maestro de maestros

Su manera de enseñar era notablemente eficaz. (Juan 7:45, 46.) Los asuntos de gran peso y profundidad los presentaba con sencillez, brevedad y claridad. Ilustraba lo que quería enseñar con cosas que eran bien conocidas por sus oyentes (Mat. 13:34, 35), fueran pescadores (Mat. 13:47, 48), pastores (Juan 10:1-17), labradores (Mat. 13:3-9), constructores (Mat. 7:24-27; Luc. 14:28-30), comerciantes (Mat. 13:45, 46), esclavos o amos (Luc. 16:1-9), amas de casa (Mat. 13:33; Luc. 15:8), o cualquier otro tipo de persona. (Mat. 6:26-30.) Cosas simples como pan, agua, sal, odres o prendas viejas, fueron usados como símbolos de cosas de gran importancia, como se había hecho en las Escrituras Hebreas. (Juan 6:31-35, 51; 4:13, 14; Mat. 5:13; Luc. 5:36-39.) Su lógica, expresada frecuentemente por medio de analogías, disipaba las objeciones equivocadas, y ponía los asuntos en su perspectiva apropiada. (Mat. 16:1-3; Luc. 11:11-22; 14:1-6.) Él no solo dirigía su mensaje a la mente del hombre sino principalmente a su corazón, usando preguntas penetrantes que les hicieran pensar, llegar a sus propias conclusiones, escudriñar su corazón y tomar decisiones. (Mat. 16:5-16; 17:24-27; 26:52-54; Mar. 3:1-5; Luc. 10:25-37; Juan 18:11.) Jesús no se esforzó por ganarse a las masas, sino por despertar el corazón de los que sinceramente anhelaban la verdad y la justicia. (Mat. 5:3, 6; 13:10-15.)

Aunque tomaba en consideración el entendimiento limitado de su auditorio y hasta de sus discípulos (Mar. 4:33), y usaba discernimiento en cuanto a la cantidad de información que podía darles (Juan 16:4, 12), nunca ‘diluyó’ el mensaje de Dios para ganar popularidad o buscar favor. Su habla era franca, e incluso concluyente en algunas ocasiones. (Mat. 5:37; Luc. 11:37-52; Juan 7:19; 8:46, 47.) El tema de su mensaje era: “Arrepiéntanse, porque el reino de los cielos se ha acercado”. (Mat. 4:17.) Tal como hicieron los profetas de Jehová en tiempos anteriores, él anunció a la gente llanamente “su sublevación, y a la casa de Jacob sus pecados” (Isa. 58:1; Mat. 21:28-32; Juan 8:24), señalándoles la ‘puerta angosta y el camino estrecho’ que les conduciría de vuelta al favor de Dios y a la vida. (Mat. 7:13, 14.)

Caudillo y Comandante

Jesucristo demostró estar capacitado para ser “caudillo y comandante”, así como un “testigo a los grupos nacionales”. (Isa. 55:3, 4; Mat. 23:10; Juan 14:10, 14; compárese con 1 Timoteo 6:13, 14.) Al tiempo debido, varios meses después de empezar su ministerio, se dirigió a algunos que ya conocía y les extendió la invitación: “Sé mi seguidor”. Hubo hombres que abandonaron la pesca y la recaudación de impuestos para responder sin demora. (Mat. 4:18-22; Luc. 5:27, 28, compárese con Salmos 110:3.) Hubo mujeres que contribuyeron tiempo, esfuerzo y posesiones materiales para satisfacer las necesidades de Jesús y de sus seguidores. (Mar. 15:40, 41; Luc. 8:1-3.)

Este pequeño grupo formó el núcleo de lo que llegaría a ser una nueva “nación”, el Israel espiritual. (1 Ped. 2:7-10.) Jesús pasó una noche entera orando a su Padre para conseguir la guía necesaria antes de seleccionar a los doce apóstoles, quienes, de mantenerse fieles, llegarían a ser los pilares de la nueva nación, tal como los doce hijos de Jacob en el Israel carnal. (Luc. 6:12-16; Efe. 2:20; Rev. 21:14.) Así como Moisés tuvo setenta hombres junto a él como representantes de la nación, Jesús más tarde asignó a otros setenta discípulos al ministerio. (Núm. 11:16, 17; Luc. 10:1.) A partir de entonces, su enseñanza e instrucción fueron dirigidas especialmente a estos discípulos, e incluso el “Sermón del Monte”, según revela su contenido, lo pronunció principalmente para ellos. (Mat. 5:1, 2, 13-16; 13:10, 11; Mar. 4:34; 7:17.)

Él aceptó plenamente las responsabilidades de su jefatura; tomó la delantera en todo respecto (Mat. 23:10; Mar. 10:32); asignó a sus discípulos responsabilidades y tareas además de su obra de predicación (Luc. 9:52; 19:29-35; Juan 4:1-8; 12:4-6; 13:29; Mar. 3:9; 14:12-16); también los animó y los censuró. (Juan 16:27; Luc. 10:17-24; Mat. 16:22, 23.) Además, dio órdenes con autoridad, y el principal de sus mandamientos era que debían ‘amarse unos a otros tal como él los había amado’. (Juan 15:10-14.) Podía controlar a muchedumbres de miles de personas. (Mar. 6:39-46.) El entrenamiento útil y constante que dio a sus discípulos, hombres que en su mayoría tenían una educación limitada y una posición humilde, fue extremadamente eficaz. (Mat. 10:1-11:1; Mar. 6:7-13; Luc. 8:1.) Más tarde, incluso hombres de una elevada educación y posición social se admirarían del habla convincente y enérgica de los apóstoles. Estos “pescadores de hombres” consiguieron resultados asombrosos; miles de personas respondieron a su predicación. (Mat. 4:19; Hech. 2:37, 41; 4:4, 13; 6:7.) Su entendimiento de los principios bíblicos, cuidadosamente implantados en su corazón por Jesús, los capacitó para ser verdaderos pastores del rebaño en años posteriores. (1 Ped. 5:1-4.) De esta manera, en el corto espacio de tres años y medio, Jesús colocó un fundamento sólido para una congregación internacional unificada, compuesta por miles de miembros procedentes de muchas razas.

Proveedor capaz y Juez justo

Una muestra de que su gobernación traería una prosperidad superior a la de Salomón se ve en la capacidad que demostró para dirigir la pesca de sus discípulos, consiguiendo unos resultados que los dejaron atónitos. (Luc. 5:4-9; compárese con Juan 21:4-11.) El que este hombre nacido en Belén (que significa “Casa de Pan”) alimentara a miles de personas y convirtiera el agua en buen vino, fue un anticipo en pequeña escala del futuro banquete que el reino mesiánico de Dios proveería “para todos los pueblos”. (Isa. 25:6; compárese con Lucas 14:15.) Su gobernación no solo pondría fin a la pobreza y al hambre sino que también se ‘tragaría a la muerte’. (Isa. 25:7, 8.)

Por otra parte, y en conformidad con las profecías mesiánicas, había toda razón para confiar en lo justo y recto del juicio que su gobierno traería. (Isa. 11:3-5; 32:1, 2; 42:1.) Él demostró el máximo respeto a la ley, particularmente a la de su Dios y Padre, pero también a la de las “autoridades superiores”, a las cuales se les ha permitido operar en la Tierra como gobiernos de “César”. (Mat. 5:17-19; 22:17-21; Juan 18:36.) Jesús se opuso cuando intentaron introducirle en la escena política por medio de “hacerlo rey” por proclamación popular. (Juan 6:15; compárese con Lucas 19:11, 12; Hechos 1:6-9.) No se excedió de los límites de su autoridad. (Luc. 12:13, 14.) Nadie podía ‘probarlo culpable de pecado’, no solo porque había nacido perfecto, sino porque constantemente observó la Palabra de Dios (Juan 8:46, 55), y además llevaba la justicia y la fidelidad ceñidas como un cinto. (Isa. 11:5.) Su amor a la justicia iba aunado a un odio a la iniquidad, la hipocresía y el fraude, así como a una indignación hacia los que eran avarientos e insensibles para con los sufrimientos de otros. (Mat. 7:21-27; 23:1-8, 25-28; Mar. 3:1-5; 12:38-40; compárese con los versículos 41-44.) Los mansos y humildes podían cobrar ánimo ante la expectativa de que su gobernación eliminase la injusticia y la opresión. (Isa. 11:4; Mat. 5:5.)

Demostró un agudo discernimiento de los principios, del verdadero significado y propósito de las leyes de Dios, e hizo hincapié en los “asuntos de más peso” de estas leyes: “la justicia y la misericordia y la fidelidad”. (Mat. 12:1-8; 23:23, 24.) Fue imparcial; no demostró ningún favoritismo, aunque sintió un afecto especial por uno de sus discípulos. (Mat. 18:1-4; Mar. 10:35-44; Juan 13:23; compárese con 1 Pedro 1:17.) Aunque uno de sus últimos actos mientras agonizaba en el madero de tormento fue mostrar interés por su madre humana, nunca antepuso los lazos familiares humanos a sus relaciones espirituales. (Mat. 12:46-50; Luc. 11:27, 28; Juan 19:26, 27.) Tal como se había predicho, nunca trató los problemas de modo superficial, basándose en la “mera apariencia de las cosas a sus ojos, ni [su censura] simplemente según lo que oigan sus oídos”. (Isa. 11:3; compárese con Juan 7:24.) Él podía ver lo que había en el corazón de los hombres y discernir sus motivos. (Mat. 9:4; Mar. 2:6-8; Juan 2:23-25.) Mantuvo su oído atento a la Palabra de Dios y buscó, no su propia voluntad, sino la de su Padre. Esto era una garantía de que, cuando desempeñase el papel de Juez nombrado por Dios, sus decisiones siempre serían justas y rectas. (Isa. 11:4; Juan 5:30.)

Profeta sobresaliente

Jesús cumplió los requisitos de un Profeta como Moisés, pero fue mayor que él. (Deu. 18:15, 18, 19; Mat. 21:11; Luc. 24:19; Hech. 3:19-23; compárese con Juan 7:40.) Predijo sus propios sufrimientos y la manera en que moriría, la dispersión de sus discípulos, el sitio de Jerusalén y la destrucción completa de la ciudad y su templo. (Mat. 20:17-19; 24:1-25:46; 26:31-34; Luc. 19:41-44; 21:20-24; Juan 13:18-27, 38.) En conexión con estos últimos acontecimientos, pronunció las profecías que se cumplirían en el tiempo de su presencia, cuando su reino estuviera desempeñando activamente sus funciones. Tal como los profetas anteriores, ejecutó señales y milagros como evidencia de que había sido enviado por Dios. Sus credenciales superaron a las de Moisés, pues Jesús calmó la tormenta en el mar de Galilea, anduvo sobre sus aguas (Mat. 8:23-27; 14:23-34), curó a ciegos, mudos, cojos; también curó enfermedades tan graves como la lepra, e incluso levantó a personas que habían muerto. (Luc. 7:18-23; 8:41-56; Juan 11:1-46.)

Magnífico ejemplo de amor

De todos esos aspectos de la personalidad de Jesús, la cualidad predominante es el amor: amor a su Padre por encima de todos, y también amor a su prójimo. (Mat. 22:37-39.) De modo que el amor debería ser la marca distintiva que identificara a sus discípulos. (Juan 13:34, 35; compárese con 1 Juan 3:14.) Su amor no era sentimentalismo. Aunque expresó sentimientos profundos, Jesús siempre se guió por principios (Heb. 1:9), y el hacer la voluntad de su Padre fue siempre su principal interés. (Compárese con Mateo 16:21-23.) Demostró su amor a Dios por medio de guardar sus mandamientos (Juan 14:30, 31; compárese con 1 Juan 5:3) y buscar la glorificación de su Padre en todo momento. (Juan 17:1-4.) Durante la última noche que pasó con sus discípulos habló más de treinta veces del amor y de amar, y tres veces repitió el mandamiento de que “se amen unos a otros”. (Juan 13:34; 15:12, 17.) También les dijo: “Nadie tiene mayor amor que este: que alguien entregue su alma a favor de sus amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que les mando”. (Juan 15:13, 14; compárese con Juan 10:11-15.)

En prueba de su amor a Dios y a la humanidad imperfecta, Jesús permitió que se le ‘trajera justamente como una oveja al degüello’; fue juzgado, abofeteado, recibió puñetazos y fue escupido, azotado con un látigo y finalmente clavado a un madero entre delincuentes. (Isa. 53:7; Mat. 26:67, 68; 27:26-38; Mar. 14:65; 15:15-20; Juan 19:1.) Por medio de su muerte en sacrificio, él ejemplarizó y expresó el amor de Dios a la humanidad (Rom. 5:8-10; Efe. 2:4, 5), e hizo posible que los hombres tuvieran la absoluta convicción del amor inquebrantable que él profesaba a sus discípulos fieles. (Rom. 8:35-39; 1 Juan 3:16-18.)

Ya que la imagen que se puede obtener del Hijo de Dios a través del registro escrito—aunque se reconoce que dicho registro es breve (Juan 21:25)—es una imagen magnífica, mucho más debe haberlo sido en la realidad. Su ejemplo conmovedor de humildad y bondad, unido a su firmeza por la rectitud y la justicia, garantiza que el gobierno de su Reino será lo que los hombres fieles han estado anhelando a través de los siglos; de hecho, sobrepasará sus más altas expectativas. (Rom. 8:18-22.) En todos los respectos, él ejemplarizó la norma perfecta para sus discípulos, una muy diferente a la de los gobernantes mundanos. (Mat. 20:25-28; 1 Cor. 11:1; 1 Ped. 2:21.) Aunque era su Señor, les lavó los pies. Así, Jesús puso el modelo de solicitud, consideración y humildad que caracterizaría a su congregación de seguidores ungidos no solamente en la Tierra sino también en el cielo. (Juan 13:3-15.) Aunque estén en sus tronos celestiales, compartiendo con Jesús ‘toda la autoridad en el cielo y en la tierra’ como un “sacerdocio real” durante el reinado de mil años, deberán cuidar humildemente y atender de modo amoroso las necesidades de sus súbditos terrestres. (Mat. 28:18; Rom. 8:17; 1 Ped. 2:9; Rev. 1:5, 6; 20:6; 21:2-4.)

DECLARADO JUSTO Y MERECEDOR

Por su entero derrotero de vida en integridad a Dios, Jesucristo cumplió con el “solo acto de justificación” que demostró que estaba cualificado para servir como el Rey-Sacerdote ungido de Dios en el cielo. (Rom. 5:17, 18.) Por medio de su resurrección de entre los muertos a vida como un Hijo celestial de Dios, fue “declarado justo en espíritu”. (1 Tim. 3:16.) Las criaturas celestiales lo proclamaron “digno de recibir el poder y riquezas y sabiduría y fuerza y honra y gloria y bendición”, al ser como un león a favor de la justicia y juicio, y al mismo tiempo, como un cordero, al sacrificarse a sí mismo para la salvación de otros. (Rev. 5:5-13.) No fue simplemente un acto humanitario, sino que cumplió con su principal propósito: santificar el nombre de su Padre. (Mat. 6:9; 22:36-38.) No solo logró esto por medio de usar ese nombre, sino al dar a conocer a la Persona que dicho nombre representa, desplegando las magníficas cualidades de su Padre —amor, sabiduría, justicia y poder—y ayudando a que las personas conocieran o experimentaran lo que ese nombre representa. (Mat. 11:27; Juan 1:14, 18; 17:6-12.) Y, sobre todo, lo hizo por medio de apoyar la soberanía universal de Jehová, demostrando que su gobierno del Reino estaría basado sólidamente en esa Fuente Suprema de autoridad. Por lo tanto, pudo decirse de él: “Dios es tu trono para siempre”. (Heb. 1:8.)

El Señor Jesucristo es, por consiguiente, el “Agente Principal y Perfeccionador de nuestra fe”. Porque cumplió profecías y reveló los propósitos futuros de Dios, así como por lo que dijo e hizo y por lo que fue, Jesucristo proveyó el fundamento sólido sobre el que debe descansar la fe verdadera. (Heb. 12:2; 11:1.)

[Tabla de las páginas 898-900]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

PRINCIPALES ACONTECIMIENTOS DE LA MORADA TERRESTRE DE JESÚS

Según se registran en los cuatro evangelios, y colocados en orden cronológico (Cap., Capernaum; M.G., Mar de Galilea; c., cerca de)

Tiempo

Lugar

Acontecimiento

[Referencia bíblica]

3 a. E.C.

Templo, Jerusalén

Nacimiento de Juan el Bautista predicho a Zacarías

Lucas 1:5-25

c. 2 a. E.C.

Nazaret; Judea

Nacimiento de Jesús predicho a María, quien visita a Elisabet

Lucas 1:26-56

2 a. E.C.

Región montañosa de Judea

Nacimiento de Juan el Bautista; su vida en el desierto (más tarde)

Lucas 1:57-80

—

—

Genealogías de Jesús

Mateo 1:1-17

Lucas 3:23-38

2 a. E.C., c. 1 oct.

Belén

Nacimiento de Jesús

Mateo 1:18-25

Lucas 2:1-7

Juan 1:14

—

Cerca de Belén

Ángel anuncia buenas nuevas; pastores visitan al bebé

Lucas 2:8-20

—

Belén; Jerusalén

Jesús circuncidado (8º. día), presentado en el templo (40.º día)

Lucas 2:21-38

1 a. E.C. ó 1 E.C.

Jerusalén; Belén; Nazaret

Astrólogos; huída a Egipto; matanza de niños, regreso de Jesús

Mateo 2:1-23

Lucas 2:39, 40

12 E.C.

Jerusalén

Jesús tiene doce años, presente en la Pascua; vuelve a casa

Lucas 2:41-52

29, primavera

Desierto, Jordán

Ministerio de Juan el Bautista

Mateo 3:1-12

Marcos 1:1-8

Lucas 3:1-18

Juan 1:6-8, 15-28

Principio del ministerio de Cristo

29, otoño

Río Jordán

Bautismo de Jesús

Mateo 3:13-17

Marcos 1:9-11

Lucas 3:21-23

Juan 1:32-34

—

Desierto de Judea

Ayuno y tentación de Jesús

Mateo 4:1-11

Marcos 1:12, 13

Lucas 4:1-13

—

Betania, más allá del Jordán

Testimonio de Juan el bautista concerniente a Jesús

Juan 1:15, 29-34

—

Valle del Alto Jordán

Primeros discípulos de Jesús

Juan 1:35-51

—

Caná de Galilea; Capernaum

Primer milagro de Jesús; visita Capernaum

Juan 2:1-12

30, Pascua

Jerusalén

Celebración de la Pascua; echa del templo a negociantes

Juan 2:13-25

—

Jerusalén

Conversación de Jesús con Nicodemo

Juan 3:1-21

—

Judea; Enón

Discípulos de Jesús bautizan; Juan habrá de menguar

Juan 3:22-36

—

Tiberíades

Juan apresado; Jesús va de Jdea a Galilea

Mateo 4:12; 14:3-5

Marcos 1:14; 6:17-20

Lucas 3:19, 20; 4:14

Juan 4:1-3

—

Sicar, en Samaria

En camino a Galilea, Jesús enseña a los samaritanos

Juan 4:4-42

Gran ministerio galileo

—

Galilea

Anuncia por primera vez: “El reino de los cielos se ha acercado”

Mateo 4:17

Marcos 1:14,15

Lucas 4:15

Juan 4:43-45

—

Caná; Nazaret; Capernaum

Sana a un muchacho; lee su comisión; es rechazado, se va a Capernaum

Mateo 4:13-16

Lucas 4:16-31

Juan 4:46-54

—

Mar de Galilea, c. Capernaum

Llamada de Simón y Andrés, Santiago y Juan

Mateo 4:18-22

Marcos 1:16-20

Lucas 5:1-11

—

Capernaum

Sana a un endemoniado, a la suegra de Pedro y a otros muchos

Mateo 8:14-17

Marcos 1:21-34

Lucas 4:31-41

—

Galilea

Primera gira por Galilea con los cuatro discípulos llamados

Mateo 4:23-25

Marcos 1:35-39

Lucas 4:42-43

—

Galilea

Leproso sanado; multitudes acuden a Jesús

Mateo 8:2-4

Marcos 1:40-45

Lucas 5:12-16

—

Capernaum

Sana a un paralítico

Mateo 9:1-8

Marcos 2:1-12

Lucas 5:17-26

—

Capernaum

Llamada a Mateo; banquete con recaudadores de impuestos

Mateo 9:9-17

Marcos 2:13-22

Lucas 5:27-39

—

Judea

Predica en sinagogas de Judea

Lucas 4:44

31, Pascua

Jerusalén

Jesús asiste a la fiesta; sana a un hombre y reprende a los fariseos

Juan 5:1-47

—

¿Regresando de Jerusalén?

Los discípulos arrancan espigas de grano en sábado

Mateo 12:1-8

Marcos 2:23-28

Lucas 6:1-5

—

Galilea; mar de Galilea

Sana una mano en sábado; se retira a la orilla del mar; curaciones

Mateo 12:9-21

Marcos 3:1-12

Lucas 6:6-11

—

Galilea; mar de Galilea

Sana una mano en sábado; se retira a la orilla del mar; curaciones

Mateo 12:9-21

Marcos 3:1-12

Lucas 6:6-11

—

Montaña cerca de Capernaum

Escoge a los doce como apóstoles

Marcos 3:13-19

Lucas 6:12-16

—

Cerca de Cap.

El Sermón del Monte

Mateo 5:1-7:29

Lucas 6:17-49

—

Capernaum

Sana al siervo de un oficial del ejército

Mateo 8:5-13

Lucas 7:1-10

—

Naín

Levanta al hijo de la viuda

Lucas 7:11-17

—

Galilea

Juan en prisión envía discípulos a Jesús

Mateo 11:2-19

Lucas 7:18-35

—

Galilea

Ciudades reconvertidas; revelación a pequeñuelos; yugo suave

Mateo 11:20-30

—

Galilea

Una pecadora le unge los pies; parábola de los deudores

Juan 7:36-50

—

Galilea

Segunda gira de predicación por Galilea, con los doce

Lucas 8:1-3

—

Galilea

Endemoniado sanado; acusado de estar en pacto con Beelzebub

Mateo 12:22-37

Marcos 3:19-30

—

Galilea

Escribas y fariseos buscan una señal

Mateo 12:38-45

—

Galilea

Los discípulos de Cristo son sus parientes próximos

Mateo 12:46-50

Marcos 3:31-34

Lucas 8:19-21

—

Mar de Galilea

Parábolas del sembrador, la mala hierba, y otras; explicaciones

Mateo 13:1-53

Marcos 4:1-34

Lucas 8:4-18

—

Mar de Galilea

Calma la tempestad de viento al cruzar el lago

Mateo 8:18, 23-27

Marcos 4:35-41

Lucas 8:22-25

—

Gadara, SE. del mar de Galilea

Dos endemoniados son sanados; cerdos poseídos por demonios

Mateo 8:28-34

Marcos 5:1-20

Lucas 8:26-39

—

Probablemente Capernaum

Hija de Jairo resucitada; mujer sanada

Mateo 9:18-26

Marcos 5:21-43

Lucas 8:40-56

—

¿Capernaum?

Sana a dos ciegos y a un endemoniado mudo

Mateo 9:27-34

—

Nazaret

Vuelve a visitar la ciudad donde se crió; rechazado de nuevo

Mateo 13:54-58

Marcos 6:1-6

—

Galilea

Tercera gira por Galilea ampliada al enviar Jesús a los apóstoles

Mateo 9:35-11:1

Marcos 6:6-13

Lucas 9:1-6

—

Tiberíades

Juan el Bautista decapitado; temores de culpa de Herodes

Mateo 14:1-12

Marcos 6:14-29

Lucas 9:7-9

Cerca de la Pascua de 32 (Juan 6:4)

Cap. (?); lado NE. del mar de Galilea

Los apóstoles regresan de la gira de predicación; 5.000 alimentados

Mateo 14:13-21

Marcos 6:30-44

Lucas 9:10-17

Juan 6:1-13

—

Lado NE. del M.G.; Genesaret

Intento de coronar a Jesús; camina sobre el mar; curaciones

Mateo 14:22-36

Marcos 6:45-56

Juan 6:14-21

—

Capernaum

Identifica “el pan de la vida”; muchos discípulos se apartan

Mateo 14:22-36

Marcos 6:45-56

Juan 6:22-71

32, después de la Pascua

Probablemente Capernaum

Tradiciones que invalidan la Palabra de Dios

Mateo 15:1-20

Marcos 7:1-23

Juan 7:1

—

Fenicia; Decápolis

Cerca de Tiro, Sidón; luego va a la Decápolis; 4.000 alimentados

Mateo 15:21-38

Marcos 7:24-8:9

—

Magadán

Los saduceos y los fariseos buscan de nuevo una señal

Mateo 15:39-16:4

Marcos 8:10-12

—

Lado NE. Del M.G.; Betsaida

Advierte contra la levadura de los fariseos; sana a un ciego

Mateo 16:5-12

Marcos 8:13-26

—

Cesarea de Filipo

Jesús es el Mesías; predice su muerte, su resurrección

Mateo 16:13-28

Marcos 8:27-9:1

Lucas 9:18-27

—

Probablemente monte Hermón

Transfiguración ante Pedro, Santiago y Juan

Mateo 17:1-13

Marcos 9:2-13

Lucas 9:28-36

—

Cesarea de Filipo

Jesús sana a un endemoniado que los discípulos no pudieron sanar

Mateo 17:14-20

Marcos 9:14-29

Lucas 9:37-43

—

Galilea

Jesús otra vez predice su muerte y su resurrección

Mateo 17:22, 23

Marcos 9:30-32

Lucas 9:43-45

—

Capernaum

Jesús obtiene milagrosamente el dinero para pagar el impuesto

Mateo 17:24-27

—

Capernaum

El mayor en el Reino; zanjando culpas; misericordia

Mateo 18:1-35

Marcos 9:33-50

Lucas 9:46-50

—

Galilea; Samaria

Sale de Galilea para la fiesta de los tabernáculos; todo ha de ponerse a un lado para servicio ministerial

Mateo 8:19-22

Lucas 9:51-62

Juan 7:2-10

Ministerio posterior en Judea

32, fiesta de los tabernáculos

Jerusalén

Enseñanza pública de Jesús en la fiesta de los tabernáculos

Juan 7:11-52

—

Jerusalén

Enseñanza después de la fiesta; cura a un ciego

Juan 8:12-9:41

—

Probablemente Judea

Los setenta enviados a predicar; regresan, presentan su informe

Lucas 10:1-24

—

Judea; Betania

Habla del buen samaritano; en casa de Marta y María

Lucas 10:25-42

—

Probablemente Judea

Otra vez enseña la oración modelo; hay que persistir al pedir

Lucas 11:1-13

—

Probablemente Judea

Refuta una acusación falsa; generación condenada

Lucas 11:14-36

—

Probablemente Judea

A la mesa de un fariseo, Jesús denuncia a los hipócritas

Lucas 11:37-54

—

Probablemente Judea

Discurso sobre el cuidado de Dios y la fidelidad de los ministros

Lucas 12:1-59

—

Probablemente Judea

Sana a una mujer inválida en sábado; tres parábolas

Lucas 13:1-21

32, fiesta de dedicación

Jerusalén; más allá del Jordán

Jesús en la dedicación; Pastor Excelente

Juan 10:1-39

Ministerio posterior en Perea

—

Más allá del Jordán

Muchos cifran su fe en Jesús

Juan 10:40-42

—

Perea (o más allá del Jordán)

Enseña en ciudades, aldeas; avanza hacia Jerusalén

Lucas 13:22

—

Perea

Entrada al Reino; amenaza de Herodes; casa desolada

Lucas 13:23-35

—

Probablemente Perea

Humildad; parábola de la gran cena

Lucas 14:1-24

—

Probablemente Perea

Calculando el costo del discipulado

Lucas 14:25-35

—

Probablemente Perea

Parábolas: oveja perdida, moneda perdida, hijo pródigo

Lucas 15:1-32

—

Probablemente Perea

Parábolas: mayordomo injusto, hombre rico y Lázaro

Lucas 16:1-31

—

Probablemente Perea

Perdón y fe; esclavos que no sirven para nada

Lucas 17:1-10

—

Betania

Jesús levanta a Lázaro de entre los muertos

Juan 11:1-46

—

Jerusalén; Efraín

Consejo de Caifás contra Jesús; Jesús se retira

Juan 11:47-54

—

Samaria; Galilea

Sana y enseña al pasar por Samaria y Galilea

Lucas 17:11-37

—

Samaria o Galilea

Parábolas: viuda insistente, fariseo y recaudador de impuestos

Lucas 18:1-14

—

Perea

Baja por Perea; enseña sobre divorcio

Mateo 19:1-12

Marcos 10:1-12

—

Perea

Jesús recibe y bendice a niños

Mateo 19:13-15

Marcos 10:13-16

Lucas 18:15-17

—

Perea

Joven rico; parábola de los obreros en la viña

Mateo 19:16-20:16

Marcos 10:17-31

Lucas 18:18-30

—

Probablemente Perea

Por tercera vez Jesús predice su muerte, su resurrección

Mateo 20:17-19

Marcos 10:32-34

Lucas 18:31-34

—

Probablemente Perea

Santiago y Juan piden sentarse al lado de Jesús en el Reino

Mateo 20:20-28

Marcos 10:35-45

—

Jericó

Al pasar por Jericó, sana a dos ciegos

Mateo 20:29-34

Marcos 10:46-52

Lucas 18:35-43

—

Suburbios de Jericó

Jesús visita a Zaqueo; parábola de las diez minas

Lucas 19:1-28

Ministerio público final en Jerusalén y sus alrededores

8 de Nisán de 33

Betania

Jesús llega a Betania seis días antes de la Pascua

Juan 11:55-12:1

9 de Nisán

Betania

Judíos vienen a ver a Jesús y a Lázaro

Juan 12:9-11

—

Betania-Jerusalén

Entrada triunfal de Cristo en Jerusalén

Mateo 21:1-11, 14-17

Marcos 11:1-11

Lucas 19:29-44

Juan 12:12-19

10 de Nisán

Betania-Jerusalén

Higuera sin fruto en maldecida; segunda limpieza del templo

Mateo 21:18, 19, 12, 13

Marcos 11:12-17

Lucas 19:45, 46

—

Jerusalén

Principales sacerdotes y escribas traman destruir a Jesús

Marcos 11:18

Lucas 19:47, 48

—

Jerusalén

Habla a griegos; incredulidad de judíos

Juan 12:20-50

11 de Nisán

Betania-Jerusalén

La higuera sin fruto se ha marchitado

Mateo 21:19-22

Marcos 11:19-25

—

Jerusalén, templo

Autoridad de Cristo puesta en tela de juicio; parábola de dos hijos

Mateo 21:23-32

Marcos 11:27-33

Lucas 20:1-8

—

Jerusalén, templo

Parábolas: cultivadores inicuos, banquete de bodas

Mateo 21:33-22:14

Marcos 12:1-12

Lucas 20:9-19

—

Jerusalén, templo

Preguntas capciosas sobre impuesto, resurrección, mandamiento

Mateo 22:15-40

Marcos 12:13-34

Lucas 20:20-40

—

Jerusalén, templo

Pregunta acalladora de Jesús sobre la ascendencia del Mesías

Mateo 22:41-46

Marcos 12:35-37

Lucas 20:41-44

—

Jerusalén, templo

Denunciaron cruda de escribas y fariseos

Mateo 23:1-39

Marcos 12:38-40

Lucas 20:45-47

—

Jerusalén, templo

El óbolo de la viuda

Marcos 12:41-44

Lucas 21:1-4

—

Monte de los Olivos

Caída de Jerusalén; presencia; fin del sistema

Mateo 24:1-51

Marcos 13:1-37

Lucas 21:5-36

—

Monte de los Olivos

Parábolas: diez vírgenes, talentos; ovejas y cabras

Mateo 25:1-46

12 de Nisán

Jerusalén

Caudillos religiosos maquinan la muerte de Jesús

Mateo 26:1-5

Marcos 14:1,

Lucas 22:1, 2

—

Betania

Fiesta en la casa de Simón el leproso; María unge a Jesús

Mateo 26:6-13

Marcos 14:3-9

Juan 12:2-8

—

Jerusalén

Judas regatea con los sacerdotes para traicionar a Jesús

Mateo 26:14-16

Marcos 14:10, 11

Lucas 22:3-6

13 de Nisán (jueves por la tarde)

Jerusalén y alrededores

Preparativos para la Pascua

Mateo 26:17-19

Marcos 14:12-16

Lucas 22:7-13

14 de Nisán

Jerusalén

Celebra la fiesta de la Pascua con los doce

Mateo 26:20, 21

Marcos 14:17, 18

Lucas 22:14-18

—

Jerusalén

Jesús lava los pies de sus apóstoles

Juan 13:1-20

—

Jerusalén

Judas, identificado como traidor, se retira

Mateo 26:21-25

Marcos 14:18-21

Lucas 22:21-23

Juan 13:21-30

—

Jerusalén

Cena de la Conmemoración instituida con los once

Mateo 26:26-29

Marcos 14:22-25

Lucas 22:19, 20, 24-30

Juan: [1 Cor. 11:23-25]

—

Jerusalén

Se predice la negación de Pedro y la dispersión de apóstoles

Mateo 26:31-35

Marcos 14:27-31

Lucas 22:31-38

Juan 13:31-38

—

Getsemaní

Agonía en el jardín; traición y arresto de Jesús

Mateo 26:30, 36-56

Marcos 14:26, 32-52

Lucas 22:39-53

Juan 18:1-12

—

Jerusalén

Juicio por Anás, Caifás, Sanedrín; Pedro le niega

Mateo 26:57-27:1

Marcos 14:53-15:1

Lucas 22:54-71

Juan 18:13-27

—

Jerusalén

Judas el traidor se ahorca

Mateo 27:3-10

Lucas: [Hech. 1:18, 19]

—

Jerusalén

Ante Pilato, luego ante Herodes, y nuevamente ante Pilato

Mateo 27:2, 11-14

Marcos 15:1-5

Lucas 23:1-12

Juan 18:28-38

—

Jerusalén

Entregado a la muerte, después que Pilato busca la libertad

Mateo 27:15-30

Marcos 15:6-19

Lucas 23:13-25

Juan 18:39-19:16

Murió el viernes c. de las 3 de la tarde

Gólgotha, Jerusalén

La muerte de Jesús en el madero, y sucesos relacionados

Mateo 27:31-56

Marcos 15:20-41

Lucas 23:26-49

Juan 19:16-30

—

Jerusalén

Cuerpo de Jesús quitado del madero y puesto en el sepulcro

Mateo 27:57-61

Marcos 15:42-47

Lucas 23:50-56

Juan 19:31-42

15 de Nisán

Jerusalén

Los sacerdotes y los fariseos consiguen guardia para el sepulcro

Mateo 27:62-66

16 de Nisán

Jerusalén y alrededores

Resurrección de Jesús y sucesos ocurridos ese día

Mateo 28:1-15

Marcos 16:1-8

Lucas 24:1-49

Juan 20:1-25

—

Jerusalén; Galilea

Apariciones subsiguientes de Jesucristo

Mateo 28:16-20

Marcos: [1 Cor. 15:5-7]

Lucas: [Hech. 1:3-8]

Juan 20:26-21:25

25 de Ziv (Iyar)

Monte de los Olivos, cerca de Betania

Ascensión de Jesús, 40.º día de su resurrecció

Mateo: [Hech. 1:9-12]

Lucas 24:50-53

[Mapa página 890]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

Lugares relacionados con la INFANCIA de JESÚS

EGIPTO

JUDEA

GALILEA

Nazaret

Jerusalén

Belén

[Mapa de la página 893]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

LUGARES RELACIONADOS CON EL MINISTERIO DE JESÚS

Ciudades de la Decápolis—*

MAR MEDITERRÁNEO

IDUMEA

JUDEA

SAMARIA

GALILEA

ITUREA

TRACONÍTIDE

ABILENE

Desierto de Judá

Betania

Jerusalén

Betfagué

Emaús (?)

Jericó

Efraín

Arimatea

Pozo de Jacob

MONTE GUERIZIM

Samaria

Enón (?)

Salim (?)

Filadelfia*

Gerasa*

Pela*

Escitópolis*

Betania más allá del Jordán (?)

Gadara*

Naín

Nazaret

Tiberíades

Caná

Capernaum

Magadán

Mar de Galilea

Abila(?)*

Dion*

Canata*

Rafana (?)*

Hipos*

Betsaida

Corazín

Cesarea de Filipo

MONTE HERMÓN

Damasco

FENICIA

Sidón

Tiro

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