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JUAN

(“Jehová Ha Mostrado Favor; Jehová Ha Sido Benévolo”).

1. Juan el Bautista, hijo de Zacarías y Elisabet; el precursor de Jesús. Tanto el padre como la madre de Juan eran de la casa sacerdotal de Aarón. Zacarías era un sacerdote de la división de Abías. (Luc. 1:5, 6.)

NACIMIENTO MILAGROSO

En el año 3 a. E.C., durante el tiempo de servicio asignado a la división de Abías, le llegó el turno a Zacarías de disfrutar del excepcional privilegio de ofrecer incienso en el santuario. Mientras estaba de pie ante el altar de incienso, se le apareció el ángel Gabriel con el anuncio de que tendría un hijo y que se habría de llamar Juan. Este hijo sería nazareo toda su vida, como Sansón. Él llegaría a ser grande a los ojos de Jehová e iría delante de Él “para alistar para Jehová un pueblo preparado”. El nacimiento de Juan se debería a un milagro de Dios, ya que tanto Zacarías como Elisabet eran de edad avanzada. (Luc. 1:7-17.)

Cuando Elisabet estaba en su sexto mes de embarazo, recibió la visita de María, su parienta, que para entonces estaba encinta por medio del espíritu santo. Tan pronto como oyó el saludo de su parienta, el niño que estaba en la matriz de Elisabet saltó, y, llena de espíritu santo, reconoció al niño que nacería de María como su “Señor”. (Luc. 1:26, 36, 39-45.)

Cuando nació el hijo de Elisabet, los vecinos y los parientes querían llamarlo por el nombre de su padre, pero Elisabet dijo: “¡No, por cierto!, sino que será llamado Juan”. Entonces se le preguntó a su padre cómo quería que se llamase el niño. Como el ángel había dicho, Zacarías no había podido hablar desde que Gabriel le hizo el anuncio, así que escribió en una tablilla: “Juan es su nombre”. Entonces se abrió la boca de Zacarías y empezó a hablar. Al ver esto, todos reconocieron que la mano de Jehová estaba con el niño. (Luc. 1:18-20, 57-66.)

EL PRINCIPIO DE SU MINISTERIO

Juan pasó los primeros años de su vida en la serranía de Judea, donde vivían sus padres. “Siguió creciendo y haciéndose fuerte en espíritu, y continuó en los desiertos áridos hasta el día de mostrarse abiertamente a Israel.” (Luc. 1:39, 80.) Según Lucas, Juan empezó su ministerio en el año decimoquinto del reinado de Tiberio César. Para entonces, Juan tendría unos treinta años de edad. Aunque no hay registro de que Juan participase en el servicio sacerdotal en el templo, esta era la edad para que los sacerdotes emprendieran de lleno sus deberes. (Núm. 4:2, 3.) Tiberio empezó a gobernar como emperador romano el 17 de agosto de 14 E.C. (calendario gregoriano); su decimoquinto año iría desde el 17 de agosto de 28 E.C. hasta el 16 de agosto de 29 E.C. Ya que Jesús (también a la edad de unos treinta años) se presentó para bautizarse en el otoño, Juan, que era seis meses mayor que él, debió empezar su ministerio en la primavera de 29 E.C. (Luc. 3:1-3, 23.)

Juan empezó su predicación en el desierto de Judea, diciendo: “Arrepiéntanse, porque el reino de los cielos se ha acercado”. (Mat. 3:1, 2.) Llevaba ropa de pelo de camello y un cinturón de cuero alrededor de sus lomos, semejante a la vestidura del profeta Elías. El alimento de Juan consistía en el insecto langosta y miel silvestre. (2 Rey. 1:8; Mat. 3:4; Mar. 1:6.) Era un maestro, y por consiguiente, sus discípulos le llamaban “Rabí”. (Juan 3:26.)

PROPÓSITO DE SU OBRA

Juan predicó el bautismo para perdón de pecados para aquellos que se arrepintiesen, y limitó su bautismo a los judíos y a los prosélitos de la religión judía. (Mar. 1:1-5; Hech. 13:24.) El que se enviase a Juan fue una manifestación de la bondad amorosa de Dios para con los judíos. Ellos estaban en una relación de pacto con Jehová, pero eran culpables de pecados cometidos contra el pacto de la Ley. Juan les mostró que habían roto el pacto, e instó a los de corazón honrado a que se arrepintieran. Su bautismo en agua era un símbolo de este arrepentimiento y les puso en vías de reconocer al Mesías. (Hech. 19:4.) A Juan acudieron toda clase de personas para ser bautizadas, entre ellas rameras y recaudadores de impuestos (Mat. 21:32), así como fariseos y saduceos, contra quienes Juan dirigió un mensaje severísimo del juicio que se avecinaba. No los perdonó, sino que les llamó “prole de víboras” y les mostró que no tenía ningún valor su confianza en que eran descendientes de Abrahán. (Mat. 3:7-12.)

Juan enseñaba a los que acudían a él a que compartieran las cosas, a no cometer extorsión, a estar satisfechos con lo que tenían y a no acosar a nadie. (Luc. 3:10-14.) Él también enseñó a sus seguidores bautizados cómo orar a Dios. (Luc. 11:1.) En aquel tiempo, “el pueblo [estaba] en expectación, y todos [razonaban] en sus corazones acerca de Juan: ‘¿Acaso será él el Cristo?’”. Juan negó serlo, y declaró que el que vendría después de él sería mucho mayor. (Luc. 3:15-17.) Cuando los sacerdotes y los levitas fueron a él en Betania al otro lado del Jordán y le preguntaron si era Elías, o El Profeta, él confesó que no lo era. (Juan 1:19-28.)

Aunque no hizo milagros como Elías (Juan 10:40-42), sin embargo Juan vino con el espíritu y poder de aquel profeta. Llevó a cabo una obra poderosa al “volver los corazones de padres a hijos, y los desobedientes a la sabiduría práctica de los justos”. Él cumplió el propósito por el cual había sido enviado: “Para alistar para Jehová un pueblo preparado”. En efecto, a ‘muchos de los hijos de Israel los volvió a Jehová su Dios’. (Luc. 1:16, 17.) Él fue delante del representante de Jehová: Jesucristo.

JUAN PRESENTA AL “CORDERO DE DIOS”

En el otoño de 29 E.C., Jesús fue a Juan para ser bautizado. Al principio, Juan presentó objeciones, sabedor de su propia pecaminosidad y la justicia de Jesús. Pero este insistió. Dios le había prometido a Juan una señal para que pudiera identificar al Hijo de Dios. (Mat. 3:13; Mar. 1:9; Luc. 3:21; Juan 1:33.) Cuando Jesús fue bautizado, se cumplió la señal: Juan vio el espíritu de Dios descendiendo sobre Jesús y oyó la propia voz de Dios reconociendo a Jesús como su Hijo. Al parecer, nadie más estuvo presente en el bautismo de Jesús. (Mat. 3:16, 17; Mar. 1:9-11; Juan 1:32-34; 5:31, 37.)

Por unos cuarenta días después de su bautismo, Jesús estuvo en el desierto. A su regreso, Juan señaló a Jesús ante sus discípulos como “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. (Juan 1:29.) Al día siguiente, Andrés y otro discípulo, probablemente Juan el hijo de Zebedeo, fueron presentados al Hijo de Dios. (Juan 1:35-40.) Así, Juan el Bautista, como un “portero” fiel del “aprisco”, empezó a ceder sus discípulos al “pastor excelente”. (Juan 10:1-3, 11.)

Mientras los discípulos de Jesús bautizaban en el país de Judea, Juan también estaba bautizando en Enón, cerca de Salim. (Juan 3:22-24.) Cuando le vino un informe a Juan de que Jesús estaba haciendo muchos discípulos, Juan no tuvo celos, sino que respondió: “Este gozo mío se ha hecho pleno. Aquel tiene que seguir aumentando, pero yo tengo que seguir menguando”. (Juan 3:26-30.)

ÚLTIMOS DÍAS DE SU MINISTERIO

Esta declaración de Juan resultó ser verdad. Después de un año o más de ministerio activo, Juan fue apartado a la fuerza de su campo de actividad. Herodes Antipas lo encarceló porque Juan le había reprendido por su relación adúltera con Herodías, la cual Herodes Antipas le había arrebatado a su hermano Filipo. Antipas, que era un judío prosélito nominal y estaba bajo la responsabilidad de cumplir la Ley, tenía miedo de Juan, pues sabía que era un varón justo. (Mar. 6:17-20; Luc. 3:19, 20.)

Cuando estaba en prisión, Juan oyó que Jesús había resucitado al hijo de una viuda en Naín, y que hacía otras obras poderosas. Deseando que Jesús mismo se lo verificara, envió a dos de sus discípulos para que le preguntaran: “¿Eres tú Aquel Que Viene, o hemos de esperar a uno diferente?”. Jesús no contestó directamente. Sin embargo, ante los discípulos de Juan, sanó a muchas personas, e incluso expulsó demonios. Luego, les dijo a los discípulos que informasen que los ciegos, los sordos y los cojos eran sanados, etc., y que las buenas nuevas se estaban predicando. Así, no por medio de simples palabras, sino por el testimonio de las obras de Jesús, Juan fue confortado y se le dio la seguridad de que Jesús era verdaderamente el Mesías (Cristo). (Mat. 11:2-6; Luc. 7:18-23.) Después de marcharse los mensajeros de Juan, Jesús reveló a las muchedumbres que Juan era más que un profeta; de hecho, él era aquel de quien había escrito Malaquías, el profeta de Jehová. También aplicó la profecía de Isaías 40:3 a Juan, como había hecho previamente Zacarías, el padre de Juan. (Mal. 3:1; Mat. 11:7-10; Luc. 1:67, 76; 7:24-27.)

Jesucristo también explicó a sus discípulos que la venida de Juan era un cumplimiento de la profecía en Malaquías 4:5, 6, de que Dios enviaría a Elías el profeta antes de la venida del día de Jehová, grande e inspirador de temor. Sin embargo, a pesar de la importancia que Juan tuvo (“Entre los nacidos de mujer no ha sido levantado uno mayor que Juan el Bautista”), él no llegaría a formar parte de la clase de la “novia” que participaría con Cristo en su reino celestial (Rev. 21:9-11; 22:3-5), pues “el que sea de los menores en el reino de los cielos es mayor que él”. (Mat. 11:11-15; 17:10-13; Luc. 7:28-30.) Jesús también, implícitamente, defendió a Juan contra la acusación de que tenía demonio. (Mat. 11:16-19; Luc. 7:31-35.)

Algún tiempo después, Herodías desató su furia contra Juan. Durante la celebración de cumpleaños de Herodes, la hija de Herodías lo deleitó con su danza, y Herodes le juró que le daría cualquier cosa que ella le pidiese. Influenciada por su madre, le pidió la cabeza de Juan. Herodes, por consideración a su juramento y debido a los que estaban presentes, accedió a su petición. Juan fue decapitado en prisión y su cabeza se la llevaron a la muchacha sobre una bandeja, la cual, a su vez, se la entregó a su madre. Más tarde, los discípulos de Juan se llevaron su cuerpo y lo enterraron, informando el asunto a Jesús. (Mat. 14:1-12; Mar. 6:21-29.)

Después de la muerte de Juan, Herodes oyó del ministerio de Jesús: su predicación, curaciones y expulsión de demonios. Herodes estaba asustado, temiendo que Jesús fuese realmente Juan que había sido levantado de entre los muertos. Tenía muchas ganas de ver a Jesús, no para oír su predicación, sino porque no estaba seguro de esta conclusión. (Mat. 14:1, 2; Mar. 6:14-16; Luc. 9:7-9.)

TERMINA EL BAUTISMO DE JUAN

El bautismo de Juan continuó hasta el día del Pentecostés de 33 E.C., cuando se derramó el espíritu santo. Desde entonces se predicó el bautismo “en el nombre del Padre y del Hijo y del espíritu santo”. (Mat. 28:19; Hech. 2:21, 38.) Así, los que después se bautizaban en el bautismo de Juan tenían que ser bautizados de nuevo en el nombre del Señor Jesús con el fin de recibir el espíritu santo. (Hech. 19:1-7.)

2. Juan Marcos. Uno de los discípulos de Jesús, el escritor de “Las buenas nuevas según Marcos”. (Véase MARCOS.)

3. El apóstol Juan, hijo de Zebedeo y Salomé (compárese con Mateo 27:55, 56; Marcos 15:40), y hermano del apóstol Santiago. Es probable que Juan fuese más joven que Santiago, ya que a este se le suele nombrar primero cuando se hace mención de los dos. (Mat. 10:2; Mar. 3:14, 16, 17; Luc. 6:14; 8:51; 9:28; Hech. 1:13.) Zebedeo se casó con Salomé, de la casa de David, la cual posiblemente era la hermana carnal de María, la madre de Jesús.

ANTECEDENTES

Parece que la familia de Juan estaba bastante bien acomodada. Su padre Zebedeo tenía empleados a hombres asalariados en su negocio de pesca, en el cual Simón figuraba como uno de los socios. (Mar. 1:19, 20; Luc. 5:9, 10.) Salomé, esposa de Zebedeo, estuvo entre las mujeres que acompañaron y sirvieron a Jesús cuando él estaba en Galilea (compárese con Mateo 27:55, 56; Marcos 15:40, 41), y ella participó en traer especias con el fin de preparar el cuerpo de Jesús para el entierro. (Mar. 16:1.) Parece ser que Juan tenía su propia casa. (Juan 19:26, 27.)

Zebedeo y Salomé eran hebreos fieles, y la evidencia indica que criaron a Juan en la enseñanza de las Escrituras. Por lo general, se cree que él era el discípulo de Juan el Bautista que estaba con Andrés cuando aquel les anunció: “¡Miren, el Cordero de Dios!” El hecho de que aceptase rápidamente a Jesús como el Cristo revela que él tenía un conocimiento de las Escrituras Hebreas. (Juan 1:35, 36, 40-42.) Aunque no se dice que Zebedeo llegase a ser un discípulo de Juan el Bautista o de Cristo, parece ser que él no opuso resistencia a que sus dos hijos llegasen a ser predicadores de tiempo completo con Jesús.

Cuando Juan y Pedro fueron llevados ante los gobernantes judíos, fueron considerados como “iletrados y del vulgo”. Sin embargo, esto no quiere decir que ellos no tuvieran ninguna educación o que no supiesen leer ni escribir, sino que no habían sido preparados en las escuelas rabínicas. Se dice, más bien, que “empezaron a reconocer, acerca de ellos, que solían estar con Jesús”. (Hech. 4:13.)

LLEGA A SER DISCÍPULO DE CRISTO

Después de ser presentado a Jesucristo en el otoño de 29 E.C., Juan debió seguir a Jesús hasta Galilea y ser testigo ocular de su primer milagro en Caná. (Juan 2:1-11.) Puede que haya acompañado a Jesús desde Galilea a Jerusalén, y de nuevo en su regreso por Samaria a Galilea; lo vívido del relato que él escribió parece indicar que fue testigo ocular de los acontecimientos descritos. No obstante, el registro no lo declara. (Caps. 2-5.) Sin embargo, Juan continuó con su negocio de pesca por algún tiempo después de conocer a Jesús. Al año siguiente, mientras Jesús caminaba junto al mar de Galilea, Santiago y Juan estaban en la barca con su padre Zebedeo remendando sus redes. Él los llamó al servicio de tiempo completo para que fuesen “pescadores de hombres”, y el relato de Lucas informa: “De modo que volvieron a traer las barcas a tierra, y abandonaron todo y le siguieron”. (Mat. 4:18-22; Luc. 5:10, 11; Mar. 1:19, 20.) Más tarde, ellos fueron seleccionados como apóstoles del Señor Jesucristo. (Mat. 10:2-4.)

Juan era uno de los tres asociados más íntimos de Jesús. Pedro, Santiago y Juan fueron llevados a la montaña de la transfiguración. (Mat. 17:1, 2; Mar. 9:2; Luc. 9:28, 29.) De los apóstoles, solo a ellos se les permitió entrar en la casa de Jairo con Jesús. (Mar. 5:37; Luc. 8:51.) Los tres tuvieron el privilegio de ser aquellos con los que Jesús se adentró más en el jardín de Getsemaní durante la noche en que fue traicionado, aunque en aquel tiempo ni siquiera ellos se dieron cuenta del significado pleno de aquella ocasión, pues hasta se quedaron dormidos tres veces y tuvieron que ser despertados por Jesús. (Mat. 26:37, 40-45; Mar. 14:33, 37-41.) Juan ocupó el lugar que quedaba al lado de Jesús en su última Pascua y en la institución de la Cena del Señor. (Juan 13:23.) Él era el discípulo que, cuando Jesús murió, recibió el excepcional honor de que se le confiara el cuidado de la madre de Jesús. (Juan 21:7, 20; 19:26, 27.)

IDENTIFICANDO A JUAN EN SU EVANGELIO

En el evangelio de Juan, él nunca se refiere a sí mismo por su nombre. Él se describe a sí mismo como uno de los hijos de Zebedeo o como el discípulo a quien Jesús amaba. Cuando habla de Juan el Bautista, a diferencia de los otros evangelistas él llama al Bautista simplemente “Juan”. Lo más natural es que esto lo hiciese alguien que se llamase igual, ya que no habría ningún malentendido en cuanto a la persona de quien estaba hablando. Los demás tendrían que usar un sobrenombre o un título u otros términos descriptivos para distinguir a quién se referían, como hace el propio Juan cuando habla de una de las Marías. (Juan 11:1, 2; 19:25; 20:1.)

Considerando el escrito de Juan desde este punto de vista, es evidente que él, aunque su nombre no se menciona, era el que estaba con Andrés cuando Juan el Bautista les presentó a Jesucristo. (Juan 1:35-40.) Después de la resurrección de Jesús, Juan adelantó a Pedro mientras corrían hacia la tumba para investigar si efectivamente Jesús había resucitado. (Juan 20:2-8.) Tuvo el privilegio de ver al resucitado Jesús aquella misma noche (Juan 20:19; Luc. 24:36) y de nuevo la semana siguiente. (Juan 20:26.) Él era uno de los siete que volvieron a la pesca y a quienes Jesús se les apareció. (Juan 21:1-14.) Juan también estaba presente en la montaña de Galilea en donde Jesús se apareció a los discípulos después de su resurrección y personalmente oyó el mandato: “Hagan discípulos de gente de todas las naciones”. (Mat. 28:16-20.)

LA HISTORIA POSTERIOR DE JUAN

Después de la ascensión de Jesús, Juan estaba en Jerusalén reunido con unos ciento veinte discípulos cuando Matías fue escogido por sorteo y contado con los once apóstoles. (Hech. 1:12-26.) También estaba presente cuando fue derramado el espíritu en el día del Pentecostés y vio cómo aquel día se añadieron tres mil personas a la congregación. (Hech. 2:1-13, 41.) Él y Pedro declararon ante los gobernantes judíos el principio seguido por la congregación del pueblo de Dios: “Si es justo a vista de Dios escucharles a ustedes más bien que a Dios, júzguenlo ustedes mismos. Pero en cuanto a nosotros, no podemos dejar de hablar de las cosas que hemos visto y oído”. (Hech. 4:19, 20.) Y se unió a los apóstoles al decir al Sanedrín: “Tenemos que obedecer a Dios como gobernante más bien que a los hombres”. (Hech. 5:27-32.)

Después de la muerte de Esteban a manos de judíos enfurecidos, surgió gran persecución contra la congregación en Jerusalén, y los discípulos fueron esparcidos. Pero Juan y los otros apóstoles permanecieron en Jerusalén. Cuando la predicación de Felipe el misionero hizo que muchos en Samaria aceptaran la palabra de Dios, el cuerpo gobernante despachó a Pedro y a Juan para que ayudasen a estos nuevos discípulos a recibir el espíritu santo. (Hech. 8:1-5, 14-17.) Juan estaba presente en la conferencia del cuerpo gobernante sobre la cuestión de la circuncisión para los conversos gentiles que se celebró en 49 E.C. (Hech. 15:5, 6, 28, 29.) Pablo dijo que Juan era uno de los “que parecían ser columnas” de la congregación de Jerusalén. Juan, como miembro del cuerpo gobernante, dio a Pablo y Bernabé “la mano derecha de la coparticipación” cuando fueron enviados en su misión de predicar a las naciones gentiles. (Gál. 2:9.)

Mientras Jesucristo todavía estaba sobre la Tierra, había dejado entrever que Juan sobreviviría a los otros apóstoles. (Juan 21:20-22.) Sirvió fielmente a Jehová por unos setenta años. Hacia el fin de su vida, Juan fue puesto en prisión en la isla de Patmos, donde llegó a estar “por hablar acerca de Dios y por dar testimonio de Jesús”. (Rev. 1:9.) Esto prueba que él se mantenía muy activo en predicar las buenas nuevas, incluso a una edad muy avanzada (alrededor de 96 E.C.).

Mientras estuvo en Patmos, Juan fue favorecido con la maravillosa visión de la Revelación, la cual puso por escrito fielmente. (Rev. 1:1, 2.) Por lo general, se cree que él fue exiliado por el emperador Domiciano y liberado por su sucesor, el emperador Nerva (96-98 E.C.). Según la tradición, Juan fue a Éfeso, donde escribió su evangelio y sus tres cartas, llamadas la Primera, la Segunda y la Tercera de Juan, alrededor del año 98 E.C., y, también según la tradición, se cree que murió en Éfeso en el año 100 E.C., durante el reinado del emperador Trajano.

SU PERSONALIDAD

Los eruditos por lo general concluyen que Juan era una persona pasiva, sentimental e introspectiva. Como lo expone un comentarista: “Juan, con su mente contemplativa, majestuosa e idealista, pasó por la vida como un ángel”. Ellos basan su evaluación de la personalidad de Juan en el hecho de que él habla mucho acerca del amor, y porque no aparece de manera tan prominente en los Hechos de Apóstoles como Pedro y Pablo. También indican que parece ser que él le dejó a Pedro llevar la delantera al hablar cuando estaba con él.

Es verdad que cuando Pedro y Juan estaban juntos, Pedro siempre se destaca como el vocero. Esto no debe extrañar, pues Pedro era de más edad, y Juan tenía que permitirle llevar la delantera al hablar, tal como se le había enseñado de las Escrituras Hebreas a mostrar respeto a sus mayores, y como las Escrituras Griegas Cristianas también aconsejan. (Job 32:4-7; 1 Tim. 5:17.) Pero los relatos no dicen que Juan se mantuviera en silencio. Más bien, cuando estuvieron ante los gobernantes y los hombres de mayor edad, tanto Pedro como Juan hablaron sin temor. (Hech. 4:13, 19.) Del mismo modo, y al igual que hicieron los otros apóstoles ante el Sanedrín, Juan habló con denuedo, aunque tan solo se mencione a Pedro por nombre. (Hech. 5:29.) Y en cuanto a ser una persona activa y enérgica, ¿no demostró gran vitalidad al correr con más rapidez que Pedro para llegar a la tumba de Jesús? No obstante, mostró cortesía y respeto para con Pedro, como un hermano cristiano de más edad, cuando le esperó para que entrase primero en la tumba de Jesús. (Juan 20:2-8.)

Al principio de su ministerio como apóstoles, Jesús les dio el sobrenombre Boanerges (“Hijos del Trueno”) a Juan y a su hermano Santiago. (Mar. 3:17.) Por supuesto, este título no denota ningún sentimentalismo blando o falta de vigor por su parte, sino, más bien, una personalidad dinámica. Cuando una aldea samaritana rehusó recibir a Jesús, estos “Hijos del Trueno” estaban dispuestos a hacer bajar fuego del cielo para aniquilar a sus habitantes. Previamente, Juan intentó impedir que un hombre expulsara demonios en el nombre de Jesús. En ambos casos, Jesús le censuró y corrigió. (Luc. 9:49-56.)

En esas ocasiones los dos hermanos evidenciaron falta de entendimiento y que aún estaban lejos de mostrar el equilibrio y el espíritu misericordioso y amoroso que más tarde desarrollaron. Sin embargo, en estas dos ocasiones manifestaron un espíritu de lealtad y una personalidad decisiva y vigorosa que, una vez bien encauzada, les convirtió en testigos fuertes, enérgicos y fieles. Santiago murió como mártir a manos de Herodes Agripa I (Hech. 12:1, 2), y Juan aguantó como una columna “en la tribulación y reino y aguante en compañía con Jesús” como el último apóstol vivo. (Rev. 1:9.)

Cuando al parecer Santiago y Juan hicieron que su madre solicitase que se les concediera sentarse junto a Cristo en su Reino, demostraron un espíritu ambicioso que hizo que los otros apóstoles se indignaran. Pero esto le dio a Jesús una excelente oportunidad para explicar que el que fuese mayor entre ellos sería el que habría de servir a los demás. Luego, Jesús señaló que incluso él había venido a servir y a dar su vida como rescate por muchos. (Mat. 20:20-28; Mar. 10:35-45.) Sin embargo, a pesar de lo egoísta de su deseo, el incidente revela su fe en la realidad del Reino.

Por supuesto, si la personalidad de Juan hubiese sido como la pintan los comentaristas religiosos—débil, poco práctica, carente de energía, introvertida—, Jesucristo probablemente no lo hubiera usado para escribir el conmovedor y poderoso libro de Revelación, en el cual Cristo estimula repetidas veces a los cristianos a ser vencedores del mundo, habla de las buenas nuevas que se predicarían por todo el mundo y pronuncia los juicios atronadores de Dios.

Es verdad que Juan habla acerca del amor más que los otros evangelistas. Pero esto no da evidencia de ningún sentimentalismo blando por su parte. Al contrario, el amor es una cualidad poderosa. Toda la Ley y los Profetas se basaban en el amor. (Mat. 22: 36-40.) “El amor nunca falla.” (1 Cor. 13:8.) El amor “es un vínculo perfecto de unión”. (Col. 3:14.) El amor, de la clase que Juan recomendó, se adhiere a los principios y es capaz de reprender con fuerza, corregir y disciplinar, así como de ejercer bondad y misericordia.

Dondequiera que aparece en los tres relatos sinópticos del Evangelio, así como en todos sus propios escritos, Juan siempre manifestó el mismo amor y lealtad firmes para con Jesucristo y su Padre, Jehová. Su lealtad y odio por lo que es malo se manifiestan cuando menciona los malos motivos o rasgos en las acciones de otros. Sólo él habla de que fue Judas quien se quejó cuando María usó un ungüento caro para ungir los pies de Jesús y de la razón por la que se quejó Judas: porque él llevaba la caja del dinero y era un ladrón. (Juan 12:4-6.) Él señala que Nicodemo fue a Jesús ‘al amparo de la noche’. (Juan 3:2.) También indica la seria falta de José de Arimatea: “era discípulo de Jesús, pero secreto por su temor a los judíos”. (Juan 19:38.) Juan no podía aprobar el hecho de que alguien profesara ser un discípulo de su Maestro y sin embargo estuviera avergonzado de ello.

Juan había desarrollado los frutos del espíritu a un grado mucho mayor cuando escribió su Evangelio y las cartas que cuando era un joven recién asociado con Jesús. Por supuesto, él ya no era la misma persona que había pedido un puesto especial en el Reino. En sus escritos podemos hallar la expresión de su madurez y buen consejo para ayudarnos a imitar su proceder fiel, leal y enérgico.

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