JUDÁ
(“Elogiado; [Objeto de] Elogio”).
1. Cuarto hijo de Jacob con su esposa Lea. (Gén. 29:35; 1 Cró. 2:1.) Después de pasar unos nueve años en Harán, Padán-aram, Judá partió junto con toda la casa de Jacob hacia Canaán. (Compárese con Génesis 29:4, 5, 32-35; 30:9-12, 16-28; 31:17, 18, 41.) Posteriormente, Judá residió con su padre en Sucot y más tarde en Siquem. Después de que el hijo de Hamor violase a su hermana Dina y de que Simeón y Leví la vengaran matando a todos los varones de Siquem, Judá participó en saquear la ciudad. (Gén. 33:17, 18; 34:1, 2, 25-29.)
SUS RELACIONES CON JOSÉ
Con el transcurso del tiempo, Judá y sus otros medio hermanos le cobraron odio a José debido a que este gozaba del favor de Jacob. Este odio se intensificó cuando José les contó dos sueños que indicaban que llegaría a ser superior a ellos. Por consiguiente, cuando Jacob envió a José para comprobar cómo estaban sus medio hermanos mientras cuidaban de los rebaños, al verle a distancia, tramaron matarle. No obstante, a instancias de Rubén, que pretendía salvarle la vida, arrojaron a José en una cisterna vacía. (Gén. 37:2-24.)
Posteriormente, al ver una caravana de ismaelitas, y al parecer en ausencia de Rubén, Judá convenció a los demás de que, en lugar de matar a José, sería mejor venderle a los mercaderes que pasaban. (Gén. 37:25-27.) A pesar de la súplica de José pidiendo compasión, ellos lo vendieron por veinte piezas de plata. (Gén. 37:28; 42:21.) Aunque hay indicaciones de que la principal preocupación de Judá era salvar la vida de José, y la venta en sí más tarde resultó ser una bendición para todos los implicados, Judá, al igual que los demás, fue culpable de un grave pecado que pesó durante mucho tiempo sobre s u conciencia. (Gén. 42:21, 22; 44:16; 45:4, 5; 50:15-21.) (Bajo la ley mosaica que más adelante habrían de recibir los israelitas, este delito era castigado con la pena de muerte [Éxo. 21:16].) Luego, Judá también se unió a los demás a la hora de engañar a Jacob para que pensase que una bestia salvaje había matado a José. (Gén. 37:31-33.) Por aquel entonces, Judá tenía unos veinte años.
LA FAMILIA DE JUDÁ
Parece ser que después de este incidente Judá dejó a sus hermanos. Asentó su tienda cerca de Hirá, el adulamita, y por lo visto se desarrolló una relación de amistad entre ellos. Durante este tiempo, Judá se casó con la hija de Súa, un cananeo. Con ella tuvo tres hijos, Er, Onán y Selah. El más joven, Selah, nació en Aczib. (Gén. 38:1-5.)
Con el tiempo, Judá escogió a Tamar como esposa para Er, su primogénito. Pero debido a su maldad, Er fue ejecutado por Jehová. Judá entonces mandó a su segundo hijo, Onán, que realizara matrimonio de cuñado. No obstante, Onán, aunque tuvo relaciones con Tamar, “desperdició su semen en la tierra para no dar prole a su hermano”. Por esta acción, Jehová a él también le dio muerte. Luego Judá le recomendó a Tamar que volviese a la casa de su padre y esperase hasta que Selah creciese. Sin embargo, cuando Selah creció, Judá no se lo dio a Tamar en matrimonio, al parecer razonando que su hijo más joven pudiera morir. (Gén. 38:6-11, 14.)
Por consiguiente, cuando Judá enviudó, Tamar, al saber que su suegro iba a Timná, se disfrazó de prostituta y se sentó en la entrada de Enaim, en el camino por el que Judá pasaría. Sin reconocer a su nuera y suponiendo que era una prostituta, Judá tuvo relaciones con ella. Cuando más tarde salió a la luz que Tamar estaba encinta, Judá insistió en que fuese quemada como una ramera. Sin embargo, cuando quedó demostrado que él mismo la había dejado encinta, Judá exclamó: “Ella es más justa que yo, por razón de que yo no la di a Selah mi hijo”. De esta forma, y sin ser consciente de ello, Judá había ocupado el lugar de Selah a la hora de engendrar prole legal. Unos seis meses después, Tamar dio a luz dos gemelos, Pérez y Zérah. Y Judá no volvió a tener relaciones con ella. (Gén. 38:12-30.)
A EGIPTO POR ALIMENTO
Con el tiempo, llegaron informes a Canaán, tierra afligida por el hambre, de que en Egipto había alimento disponible. Por consiguiente, por orden de Jacob, diez de sus hijos, entre ellos Judá, fueron allí por alimento. Por aquel entonces, su medio hermano José era el administrador de alimento en Egipto. Aunque José les reconoció inmediatamente, ellos no le reconocieron a él. José les acusó de ser espías y les advirtió que no regresasen sin Benjamín, a quien ellos mencionaron al declararse inocentes de ser espías. José también hizo que uno de sus medio hermanos, Simeón, fuese atado y retenido como rehén. (Gén. 4:1-25.)
Es comprensible que habiendo perdido tanto a José como a Simeón, Jacob se mostrase reacio a dejar que Benjamín acompañase a sus otros hermanos a Egipto. La declaración emocional de Rubén de que Jacob podía dar muerte a sus dos hijos si no traía de vuelta a Benjamín no tuvo suficiente peso, quizás porque él mismo no había demostrado ser muy confiable, pues había violado a la concubina de su padre. (Gén. 35:22.) Por último, Judá consiguió el consentimiento de su padre, prometiéndole ser fiador de Benjamín. (Gén. 42:36-38; 43:8-14.)
De regreso a su casa, después de haber comprado cereales en Egipto, los hijos de Jacob fueron alcanzados por el mayordomo de José y acusados de robo (en realidad, era una treta de José). Cuando el artículo supuestamente robado fue hallado en el costal de Benjamín, los hombres regresaron y entraron en la casa de José. Entonces fue Judá quien respondió a la acusación y con elocuencia y sinceridad suplicó a favor de Benjamín y de su padre, solicitando que pasara a ser él esclavo en lugar de Benjamín. José se conmovió tanto por la sincera solicitud de Judá que no pudo controlar más sus emociones. Luego, ya a solas con sus hermanos, José se identificó. Después de perdonarlos por haberle vendido en esclavitud, José les mandó a sus medio hermanos que trajesen a Jacob y regresasen a Egipto, pues el hambre tenía que continuar por cinco años más. (Gén. 44:1-45:13.)
Más tarde, cuando Jacob y toda su casa s e acercaban a Egipto, Jacob “envió a Judá delante de sí a José para impartir información antes de él a Gosén”. (Gén. 46:28.)
SUPERIOR ENTRE SUS HERMANOS
Por su preocupación para con su padre, ya anciano, y su noble esfuerzo por conservar la libertad de Benjamín a costa de la suya propia, Judá mismo resultó ser superior a sus hermanos. (1 Cró. 5:2.) Él ya no era aquel Judá que en su juventud participó en saquear a los siquemitas y fue cómplice del trato injusto a su medio hermano José, así como de engañar después a su propio padre. Su notable capacidad para desempeñar la jefatura hizo que Judá, como uno de los cabezas de las doce tribus de Israel, pudiese recibir de su moribundo padre una bendición profética superior. (Gén. 49:8-12.) Más adelante se considera el cumplimiento de esta profecía.
2. La tribu que descendió de Judá. Unos doscientos dieciséis años después de que Judá viniera a Egipto con la casa de Jacob, los hombres físicamente capacitados de la tribu mayores de veinte años habían aumentado a 74.600, un número mayor que el del resto de las doce tribus. (Núm. 1:26, 27.) Próximo ya el fin de los cuarenta años de vagar por el desierto, la cantidad de los varones registrados de Judá había aumentado en 1.900. (Núm. 26:22.)
El tabernáculo, sus accesorios y sus utensilios se construyeron bajo la dirección de Bezalel, de la tribu de Judá, y su servidor, Oholiab, de la tribu de Dan. (Éxo. 35:30-35.) Después de esta construcción, Judá y las tribus de Isacar y Zabulón acamparon en el lado oriental del santuario. (Núm. 2:3-8.)
PRIMEROS INDICIOS DE LIDERAZGO
La bendición profética de Jacob había asignado a Judá un papel destacado (Gén. 49:8; compárese con 1 Crónicas 5:2), y esta profecía ya comienza a confirmarse en los albores de la historia de esta tribu. Bajo el mando de su principal, Nahsón, Judá encabezó Ja marcha por el desierto. (Núm. 2:3-9; 10:12-14.) Además, Caleb, uno de los dos fieles espías que tuvieron el privilegio de volver a entrar en la Tierra Prometida, pertenecía a la tribu de Judá. Este, aunque ya se hallaba entrado en años, tuvo una participación activa en conquistar la tierra asignada a Judá. Por dirección divina, la tribu de Judá llevó la delantera en la lucha contra los cananeos, haciéndolo en asociación con los simeonitas. (Núm. 13:6, 30; 14:6-10, 38; Jos. 14:6-14; 15:13-20; Jue. 1:1-20; compárese con Deuteronomio 33:7.) Más tarde, y nuevamente por dirección divina, Judá encabezó una acción militar de castigo contra Benjamín. (Jue. 20:18.)
LA HERENCIA DE JUDÁ
La región asignada a la tribu de Judá limitaba al norte con el territorio benjamita (Jos. 18:11); al este, con el mar Salado (mar Muerto) (Jos. 15:5); y al oeste, con el mar Grande (Mediterráneo). (Jos. 15:12.) Al parecer, el límite meridional se extendía desde el extremo sur del mar Muerto, en dirección SO., hasta la subida de Aqrabim; después continuaba hasta Zin, luego iba hacia el norte, pasando cerca de Qadés-barnea, y finalmente llegaba al Mediterráneo a través de Hezrón, Addar, Qarqá, Azmón y el valle torrencial de Egipto. (Jos. 15:1-4.) La porción de este territorio que se centraba principalmente alrededor de Beer-seba estaba asignada a los simeonitas. (Jos. 19:1-9.) Los quenitas, una familia no israelita que estaba emparentada con Moisés, también se asentaron en el territorio de Judá. (Jue. 1:16.)
Dentro de los límites asignados a Judá se pueden apreciar varias regiones naturales. El Négueb, que en su mayor parte es una meseta que oscila entre los 450 y 600 m. de altura sobre el nivel del mar, se encuentra al sur. A lo largo del Mediterráneo se extiende la llanura de Filistea, con sus dunas de arena que a veces penetran hasta 6 Km. tierra adentro. En un tiempo, esta llanura ondulante era una región de viñas, olivos y campos de cereales. (Jue. 15:5.) Precisamente al este de Filistea se eleva una zona de colinas, separadas por numerosos valles, que alcanzan, en la parte meridional, una altitud de unos 450 m. Esto es la Sefelá (“Tierra Baja”), región que antiguamente estaba cubierta de sicomoros. (1 Rey. 10:27.) Se puede decir que es una tierra baja, al compararla con la región montañosa de Judá, situada más al este y con elevaciones que van desde unos 600 m. a más de 1.000 m. sobre el nivel del mar. Las colinas áridas que ocupan la ladera oriental de las montañas de Judá constituyen el desierto de Judá.
Bajo el mando de Josué, los cananeos fueron doblegados en el territorio que se le dio a Judá. Sin embargo, ya que no se habían establecido guarniciones, los habitantes originales debieron regresar a ciudades como Hebrón y Debir, mientras los israelitas guerreaban en otra parte. Por consiguiente, estos lugares tuvieron que ser capturados de nuevo. (Compárese con Josué 12:7, 10, 13; Jueces 1:10-15.) Sin embargo, a los habitantes de la llanura baja, que tenían sus carros bien equipados, no se les llegó a desposeer de la tierra. Entre estos últimos debieron hallarse los filisteos de Gat y Asdod. (Jos. 13:2, 3; Jue. 1:18, 19.)
DESDE LOS JUECES HASTA SAÚL
Durante el período turbulento de los jueces, Judá, al igual que las otras tribus, cayó víctima de la idolatría vez tras vez. Por lo tanto, Jehová permitió que las naciones circundantes, particularmente los ammonitas y los filisteos, hicieran incursiones en su territorio. (Jue. 10:6-9.) En los días de Sansón, los judaítas no solo habían perdido todo control sobre las ciudades filisteas de Gaza, Eqrón y Asquelón, sino que los filisteos en realidad habían llegado a ser sus amos. (Jue. 15:9-12.) Por lo visto, no fue sino hasta el tiempo de Samuel que el territorio de Judá fue recuperado de manos de los filisteos. (1 Sam. 7:10-14.)
Después que Saúl, de la tribu de Benjamín, fuese ungido por Samuel como el primer rey de Israel, los judaítas lucharon lealmente bajo su mando. (1 Sam. 11:5-11; 15:3, 4.) Las batallas más frecuentes fueron contra los filisteos (1 Sam. 14:52), y todo apunta a que estos últimos estaban dominando de nuevo a los israelitas. (1 Sam. 13:19-22.) No obstante, gradualmente su poder fue reducido. Con la ayuda de Jehová, Saúl y su hijo Jonatán consiguieron victorias sobre ellos en la zona que se extendía desde Micmás hasta Ayalón. (1 Sam. 13:23-14:23, 31.) Posteriormente, cuando los filisteos invadieron Judá, fueron derrotados de nuevo después de que David, el joven pastor de Judá, matase a Goliat, el paladín filisteo. (1 Sam. 17:4, 48-53.) Más adelante, el rey Saúl colocó a David, que para entonces ya había sido ungido como futuro rey, sobre los guerreros israelitas. En el desempeño de esta función, David apoyó lealmente a Saúl y consiguió más victorias sobre los filisteos. (1 Sam. 18:5-7.) En aquel tiempo, la tribu de Judá era como un “cachorro de león”, aún no había alcanzado el poder real en la persona de David. (Gén. 49:9.)
Cuando Saúl empezó a considerar a David como una amenaza para su corona y comenzó a tratarlo como a un proscrito, este permaneció leal a Saúl como el ungido de Jehová. Nunca se puso al lado de los enemigos de Israel ni causó daño personalmente a Saúl o permitió que otros lo hiciesen. (1 Sam. 20:30, 31; 24:4-22; 26:8-11; 27:8-11; 30:26-31.) Muy al contrario, David luchó contra los enemigos de Israel. En una ocasión, David salvó a Queilá, una ciudad de Judá, de caer en manos de los filisteos. (1 Sam. 23:2-5.)
LA BENDICIÓN PROFÉTICA DE JACOB SE CUMPLE EN DAVID
Finalmente, llegó el debido tiempo de Dios para transferir el poder real de la tribu de Benjamín a la tribu de Judá. Los hombres de Judá ungieron a David como rey en Hebrón después de la muerte de Saúl. No obstante, las otras tribus se adhirieron a la casa de Saúl e hicieron rey sobre ellos a su hijo Is-bóset. A partir de ese momento, se produjeron repetidos choques entre estos dos reinos, hasta que Abner, hombre fuerte de Is-bóset, se pasó al bando de David. Al poco tiempo, Is-bóset fue asesinado. (2 Sam. 2:1-4, 8, 9; 3:1-4:12.)
Cuando David por fin consiguió reinar sobre todo Israel, los ‘hijos de Jacob’, es decir, todas las tribus de Israel, elogiaron a Judá y aceptaron a su representante como gobernante. Por lo tanto, David también pudo ir contra Jerusalén, aunque estaba en territorio benjamita y, después de capturar la fortaleza de Sión, convertirla en su capital. En líneas generales, David se comportó de manera encomiable. Como consecuencia, por su comportamiento Ja tribu de Judá fue elogiada por cualidades como la rectitud y la justicia, así como por sus servicios a la nación. Uno de estos servicios fue el mantener la seguridad nacional, tal como Jacob había predicho en la bendición que pronunció en su lecho de muerte. En realidad, la mano de Judá estuvo sobre la cerviz de sus enemigos cuando David sojuzgó a los filisteos (quienes por dos veces habían intentado derrocarle en Sión), moabitas, sirios, edomitas, amalequitas y ammonitas. Por consiguiente, bajo David, las fronteras de Israel se extendieron al fin hasta los límites decretados por Dios. (Gén. 49:8-12; 2 Sam. 5:1-10, 17-25; 8:1-15; 12:29-31.)
LA HISTORIA DEL REINO
En virtud del pacto eterno para un reino hecho con David, la tribu de Judá poseyó el cetro y el bastón de mando casi durante quinientos años. (Gén. 49:10; 2 Sam. 7:16.) Sin embargo, únicamente durante los reinados de David y Salomón hubo un reino unido, con todas las tribus de Israel bajo el mando de Judá. Debido a la apostasía de Salomón hacia el final de su reinado, Jehová le arrancó diez tribus al siguiente rey de Judá, Rehoboam, y se las dio a Jeroboán. (1 Rey. 11:31-35; 12:15-20.) Tan solo los levitas y las tribus de Benjamín y Judá permanecieron leales a la casa de David. (1 Rey. 12:21; 2 Cró. 13:9, 10.) Por lo tanto, la designación de Judá como un reino llegó a incluir también a la tribu de Benjamín. (2 Cró. 25:5.) Las otras diez tribus formaron un reino independiente bajo el efraimita Jeroboán. Poco tiempo después, en el quinto año de Rehoboam, el rey Sisaq de Egipto invadió el reino de Judá, llegando hasta Jerusalén y capturando las ciudades fortificadas que halló en su marcha hacia Jerusalén. (1 Rey. 14:25, 26; 2 Cró. 12:2-9.)
Por un período de unos cuarenta años, en el transcurso de los reinados de Rehoboam, Abiyam (Abías) y Asá como reyes de Judá, se produjeron numerosos conflictos entre los reinos de Judá e Israel. (1 Rey. 14:30; 15:7, 16.) Pero Jehosafat, sucesor de Asá, formó una alianza matrimonial con Acab, el inicuo rey de Israel. Aunque esto supuso paz entre Jos dos reinos, el matrimonio de Jehoram, hijo de Jehosafat, con Atalía, hija de Acab, resultó ser desastroso para Judá. Bajo la influencia de Atalía, Jehoram llegó a ser culpable de crasa apostasía. Durante su reinado, filisteos y árabes invadieron Judá, tomando cautivos y matando a todos sus hijos excepto a Jehoacaz (Ocozías), el más joven. Cuando Ocozías llegó a ser rey, él siguió también las directrices de la inicua Atalía. Después de la muerte violenta de Ocozías, Atalía mató a toda la prole real. Sin embargo, sin duda por intervención divina, Jehoás, siendo aún de tierna edad, fue escondido, y él sobrevivió como heredero legítimo al trono de David. Mientras tanto, la usurpadora Atalía gobernó como reina hasta que fue ejecutada por orden del sumo sacerdote Jehoiadá. (2 Cró. 18:1; 21:1, 5, 6, 16, 17; 22:1-3, 9-12; 23:13-15.)
Aunque su reinado empezó bien, después de la muerte del sumo sacerdote Jehoiadá, Jehoás se apartó de la adoración verdadera. (2 Cró. 24:2, 17, 18.) Amasías, hijo de Jehoás, tampoco continuó en un proceder justo. Durante su reinado, después de años de coexistencia pacífica, el reino de diez tribus y el reino de Judá se enfrentaron de nuevo en batalla, batalla en la cual este último sufrió una derrota humillante. (2 Cró. 25:1, 2, 14-24.) Exceptuando el hecho de que invadiese el santuario, el siguiente rey de Judá, Uzías (Azarías), hizo lo que era justo a los ojos de Jehová. Su sucesor, Jotán, resultó ser igualmente un rey fiel. Pero Acaz, hijo de Jotán, se hizo notorio por practicar la idolatría a gran escala. (2 Cró. 26:3, 4, 16-20; 27:1, 2; 28:1-4.)
En el transcurso del reinado de Acaz, Judá sufrió invasiones edomitas y filisteas, también sufrió incursiones del reino septentrional y de Siria. El consorcio siro-israelita llegó a amenazar con destituir a Acaz y poner como rey de Judá a un hombre que no era del linaje davídico. Aunque el profeta Isaías le aseguró que esto no sucedería, el infiel Acaz sobornó al rey sirio Tiglat-piléser III para que viniera en su ayuda. Esta acción imprudente trajo sobre Judá el pesado yugo de Asiria. (2 Cró. 28:5-21; Isa. 7:1-12.)
Ezequías, hijo de Acaz, restableció la adoración verdadera y se rebeló contra el rey de Asiria. (2 Rey. 18:1-7.) Por consiguiente, Senaquerib invadió Judá y capturó muchas ciudades fortificadas. Sin embargo, Jerusalén no fue tomada, pues en una noche el ángel de Jehová derribó a 185.000 soldados del campamento de los asirios. Humillado, Senaquerib volvió a Nínive. (2 Rey. 18:13; 19:32-36.) Unos ocho años antes, en 740 a. E.C., llegó el fin del reino de las diez tribus con la caída de su capital Samaria ante los asirios. (2 Rey. 17:4-6.)
El siguiente rey de Judá, Manasés, hijo de Ezequías, restableció la idolatría. No obstante, al ser llevado cautivo a Babilonia por el rey de Asiria, se arrepintió y a su regreso a Jerusalén emprendió reformas religiosas. (2 Cró. 33:10-16.) Pero su hijo Amón volvió a la idolatría. (2 Cró. 33:21-24.)
La última gran campaña contra la idolatría se produjo en el reinado de Josías, hijo de Amón. Sin embargo, ya para ese tiempo era demasiado tarde para que el pueblo en general se arrepintiera de manera genuina. Por lo tanto, Jehová decretó la desolación completa de Judá y Jerusalén. Finalmente, Josías murió al intentar repeler a las fuerzas egipcias en Meguidó, cuando estas se encontraban en camino para luchar contra los babilonios en Carquemis. (2 Rey. 22:1-23:30; 2 Cró. 35:20.)
Los últimos cuatro reyes de Judá—Jehoacaz, Jehoiaquim, Joaquín y Sedequías—resultaron ser malos gobernantes. El faraón Nekoh depuso a Jehoacaz, impuso un pesado tributo sobre la tierra de Judá e hizo rey a Jehoiaquim, hermano de Jehoacaz. (2 Rey. 23:31-35.) Más tarde, al parecer después de ocho años de reinado, Jehoiaquim fue hecho vasallo de Nabucodonosor, el rey de Babilonia, que anteriormente había derrotado a los egipcios en Carquemis. Jehoiaquim sirvió por tres años al rey de Babilonia, después de lo cual se rebeló. (2 Rey. 24:1; Jer. 46:2.) Posteriormente, Nabucodonosor, que al parecer tenía la intención de llevar como prisionero a Babilonia al rey rebelde, vino contra Jerusalén. (2 Cró. 36:6.) Sin embargo, Jehoiaquim nunca fue llevado a Babilonia, pues murió de una manera que no se revela en la Biblia. Finalmente, Joaquín llegó a ser rey. Después de gobernar tan solo tres meses y diez días, se rindió voluntariamente a Nabucodonosor, y fue llevado al exilio en Babilonia junto con otros miembros de la familia real, así como miles de sus súbditos. Entonces, Nabucodonosor colocó en el trono de Judá a Sedequías, tío de Joaquín. (2 Rey. 24:6, 8-17; 2 Cró. 36:9, 10.)
En su noveno año como rey vasallo, Sedequías se rebeló y buscó ayuda en la fuerza militar de Egipto contra Babilonia. (2 Rey. 24:18-25:1; 2 Cró. 36:11-13; Eze. 17:15-21.) Como consecuencia, Nabucodonosor se dirigió con sus ejércitos contra Judá. Jerusalén fue sitiada por dieciocho meses, hasta que finalmente se abrió brecha en sus muros. Aunque Sedequías huyó, fue capturado; sus hijos fueron degollados en su presencia y a él le cegaron. Al mes siguiente, la mayoría de los supervivientes fueron llevados al exilio. Guedalías fue nombrado gobernador sobre los pocos habitantes—en su mayor parte gente humilde—que quedaron en Judá, pero después de su asesinato la población huyó a Egipto. Por lo tanto, en el séptimo mes de 607 a. E.C. la tierra de Judá quedó completamente desolada. (2 Rey. 25:1-26; para más detalles véanse los artículos sobre cada rey.)
LA GOBERNACIÓN NO SE PERDIÓ
Este fin calamitoso del reino de Judá, sin embargo, no significó que el cetro y el bastón de mando se habían apartado para siempre de la tribu. Según la profecía de Jacob en su lecho de muerte, la tribu de Judá tenía que producir al heredero real permanente, Siló (“Aquel de Quien Es” o “Aquel a Quien Pertenece”). (Gén. 49:10.) Por consiguiente, antes del derrocamiento del reino de Judá, Jehová le dirigió las siguientes palabras a Sedequías por medio de Ezequiel: “Remueve el turbante, y quita la corona. Esto no será lo mismo. Póngase en alto aun lo que está bajo, y póngase bajo aun al alto. Ruina, ruina, ruina la haré. En cuanto a esta también, ciertamente no llegará a ser de nadie hasta que venga aquel que tiene el derecho legal, y tengo que dar esto a él”. (Eze. 21:26, 27.) El que tiene el derecho legal, como lo indicó en su anuncio el ángel Gabriel a la virgen judía María unos seiscientos años después, no es otro sino Jesús, el Hijo de Dios. (Luc. 1:31-33.) Por lo tanto, es apropiado que Jesucristo lleve el título “el León que es de la tribu de Judá”. (Rev. 5:5.)
EL REINO DE DOS TRIBUS COMPARADO CON EL REINO NORTEÑO
Debido a varios factores, el reino de Judá disfrutó de mucha más estabilidad y también duró unos ciento treinta y tres años más que el reino norteño: 1) En armonía con el pacto que Dios hizo con David, el linaje real permaneció intacto, mientras que en el reino norteño menos de la mitad de los reyes tuvieron a sus propios hijos como sucesores. 2) La continuidad del sacerdocio aarónico en el templo de Jerusalén tuvo la bendición de Jehová y facilitó mucho el que la nación infiel volviese a su Dios. (2 Cró. 13:8-20.) Por otro lado, el reino norteño consideraba que la adoración de becerros era necesaria para mantener su independencia de Judá, y esta debió ser la razón por la que nunca se intentó erradicarla. (1 Rey. 12:27-33.) 3) Cuatro de los diecinueve reyes de Judá—Asá, Jehosafat, Ezequías y Josías—fueron sobresalientes por su apego a la adoración verdadera y llevaron a cabo importantes reformas religiosas.
Sin embargo, la historia de los dos reinos ilustra cuán insensato es pasar por alto los mandamientos de Jehová y buscar seguridad en las alianzas militares. También se resalta la gran paciencia de Jehová con su pueblo desobediente. En repetidas ocasiones Él envió a sus profetas con el fin de que su pueblo se arrepintiese, pero a menudo no se prestó atención a sus advertencias. (Jer. 25:4-7.) Entre los profetas que sirvieron en Judá estaban Semaya, Idó, Azarías, Hananí, Jehú, Eliezer, Jahaziel, Zacarías, Amós, Oseas, Joel, Miqueas, Isaías, Sofonías, Habacuc y Jeremías. (Véase ISRAEL NÚMS. 2 y 3.)
DESPUÉS DEL EXILIO
En 537 a. E.C. el decreto de Ciro permitió a los israelitas volver a la tierra de Judá y reedificar allí el templo, y entonces debieron volver a su tierra natal representantes de diversas tribus. (Esd. 1:1-4; Isa. 11:11, 12.) En cumplimiento de Ezequiel 21:27, la administración del pueblo repatriado no volvió a estar sobre un rey del linaje de David. Es también digno de notar que no se hace ninguna mención de celos tribuales, lo que indica que Efraín y Judá efectivamente se habían unido. (Isa. 11:13.)