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LAODICEA, LAODICENSES

(quizás: “Juicio del Pueblo”).

Laodicea era una ciudad en la parte occidental de Asia Menor, cuyas ruinas están cerca de Denizli, a más de 145 Km. al E. de Éfeso. Conocida anteriormente por los nombres de Dióspolis y Roas, Laodicea probablemente fue reconstruida en el siglo III a. E.C. por el gobernante seléucida Antíoco II, el cual le puso el nombre de su esposa Laodice. Estaba situada en el fértil valle del río Lico (un tributario del Meandro [Menderes]), en el cruce de importantes rutas comerciales, y a su vez comunicada por medio de caminos con ciudades como Éfeso, Pérgamo y Filadelfia.

Laodicea era una próspera ciudad industrial y un importante centro bancario. Prueba de ello es que cuando fue muy afectada por un terremoto durante el reinado de Nerón, pudo ser reedificada sin ningún apoyo financiero de Roma. (Los Anales, de Tácito, Libro XIV, pág. 333.) Mucha gente conocía la lustrosa lana negra de Laodicea y las prendas que se hacían con ella. Como sede de una famosa escuela de medicina, esta ciudad probablemente produjo también la medicina ocular conocida como “polvo frigio”. Es comprensible, por lo tanto, que una de las principales deidades que se veneraban en Laodicea fuese Esculapio, dios de la medicina.

Sin embargo, Laodicea tenía una gran desventaja. A diferencia de las cercanas ciudades que había en el valle del Lico—como Hierápolis, con sus fuentes termales famosas por sus propiedades curativas, y Colosas, con su refrescante agua fría—Laodicea no tenía un suministro permanente de agua. El agua tenía que ser conducida a la ciudad mediante un sistema de cañerías, por lo que, debido a la considerable distancia que tenía que recorrer, probablemente llegaba tibia. Primero circulaba por un acueducto, y después, al acercarse a la ciudad, era conducida a través de bloques de piedra de forma cúbica, perforados por el centro y unidos entre sí con cemento.

En el primer siglo de la era común existía una congregación cristiana en Laodicea que al parecer se reunía en la casa de Ninfa, una hermana cristiana. Es probable que la labor de Epafras contribuyese al establecimiento de aquella congregación. (Col. 4:12, 13, 15.) Asimismo, es posible que los efectos de la obra que efectuó Pablo en Éfeso llegaran hasta Laodicea. (Hech. 19:10.) Aunque Pablo no sirvió personalmente en esta ciudad, no obstante estaba interesado en la congregación de Laodicea, e incluso les escribió una carta. (Col. 2:1; 4:16.)

La congregación de Laodicea era una de las siete de Asia Menor a las que el glorificado Jesucristo, en una revelación a Juan, dirigió mensajes personales. (Rev. 1:11.) En aquel tiempo, a fines del primer siglo de la era común, la congregación de Laodicea tenía pocas cosas que hablasen en su favor. Aunque materialmente era rica, en sentido espiritual era pobre. En lugar del oro literal que manejaban los banqueros laodicenses, las prendas de lustrosa lana negra que se hacían en la localidad, la medicina ocular fabricada por la profesión médica de Laodicea y las hirvientes aguas termales medicinales de las fuentes de la cercana Hierápolis, la congregación laodicense necesitaba todas esas cosas pero en un sentido espiritual. Necesitaba “oro acrisolado por fuego” para enriquecer su personalidad (compárese con 1 Corintios 3:10-14; 1 Pedro 1:6, 7), prendas exteriores de vestir blancas para darle una apariencia cristiana irreprochable, apariencia que no tuviera rasgos no cristianos que fuesen tan vergonzosos como la desnudez corporal. (Compárese con Revelación 16:15; 19:8.) Necesitaba aplicarse la “pomada [espiritual) para los ojos” con el fin de eliminar su ceguera para con la verdad bíblica y las responsabilidades cristianas. (Compárese con Isaías 29:18; 2 Pedro 1:5-10; 1 Juan 2:11.) Podía comprar estas cosas de Jesucristo, Aquel que tocaba a la puerta, si le mostraba hospitalidad. (Compárese con Isaías 55:1, 2.) Necesitaba ser estimulante como el agua caliente (compárese con Salmos 69:9; 2 Corintios 9:2; Tito 2:14) o refrescante como el agua fría (compárese con Proverbios 25:13, 25), pero no quedarse tibia. (Rev. 3:14-22.)

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