MENTIRA
Expresión contraria a la verdad. Generalmente, el mentir conlleva decir algo falso a una persona que tiene el derecho de saber la verdad y hacerlo con la intención de engañar o dañar a esa persona o a otra. Una mentira no tiene por qué ser siempre verbal; también se puede incurrir en ella por el comportamiento, es decir: una persona puede estar viviendo una mentira.
El padre u originador de la mentira es Satanás el Diablo. (Juan 8:44.) Su mentira, transmitida a Eva, la primera mujer, por medio de una serpiente finalmente le acarreó la muerte tanto a ella como a su esposo Adán. (Gén. 3:1-5, 16-19.) Aquella primera mentira nació de un deseo egoísta e incorrecto. Tenía el propósito de desviar el amor y la obediencia de la primera pareja humana hacia el mentiroso, que se había presentado como un “ángel de luz” o un benefactor. (Compárese con 2 Corintios 11:14.) Todas las otras mentiras maliciosas pronunciadas desde aquel tiempo en adelante han sido, de igual manera, la expresión de un deseo egoísta e incorrecto. Con las mentiras se pretende escapar del castigo merecido, beneficiarse a expensas de otros o conseguir o mantener ciertas ventajas, recompensas materiales o la alabanza de los hombres.
Las mentiras religiosas han sido especialmente serias, pues han puesto en peligro la vida futura de las personas que han sido engañadas. Jesucristo dijo: “¡Ay de ustedes, escribas y fariseos, hipócritas!, porque atraviesan mar y tierra seca para hacer un solo prosélito, y cuando este llega a serlo, lo hacen merecedor del Gehena dos veces más que ustedes”. (Mat. 23:15.) El cambiar la verdad de Dios por “la mentira” y la falsedad de la idolatría puede hacer que una persona llegue a practicar lo que es degradante y vil. (Rom. 1:24-32.)
El caso de los líderes religiosos del judaísmo en el tiempo del ministerio terrestre de Jesús muestra lo que puede suceder si se abandona la verdad. Ellos tramaron dar muerte a Jesús. Luego, cuando fue resucitado, sobornaron a los soldados que habían guardado la tumba, a fin de ocultar la verdad y esparcir una mentira en relación con la desaparición del cuerpo de Jesús. (Mat. 12:14; 27:1, 2, 62-65; 28:11-15; Mar. 14:1; Luc. 20:19.)
Jehová Dios no puede mentir (Núm. 23:19; Heb. 6:13-18) y odia una “lengua falsa”. (Pro. 6:16-19.) La ley que Él dio a los israelitas requería compensación por los daños que resultaban del engaño o de la mentira maliciosa. (Lev. 6:2-7; 19:11, 12.) Y si una persona presentaba un falso testimonio, tenía que recibir el mismo castigo que deseaba infligir a otro por medio de sus mentiras. (Deu. 19:15-21.) El punto de vista de Dios en cuanto a la mentira maliciosa, como se refleja en la Ley, no ha cambiado. Los que desean conseguir su aprobación no pueden practicar la mentira. (Sal. 5:6; Pro. 20:19; Col. 3:9, 10; 1 Tim. 3:11; Rev. 21:8, 27; 22:15.) Tampoco pueden vivir una mentira, alegando que aman a Dios mientras que al mismo tiempo odian a su hermano. (1 Juan 4:20, 21.) Por tratar con engaño al espíritu santo, cuando mintieron, Ananías y su esposa perdieron la vida. (Hech. 5:1-11.)
Aunque en la Biblia se condena definitivamente la mentira maliciosa, esto no significa que una persona esté obligada a divulgar información verídica a alguien que no tiene el derecho de conocerla. Jesucristo aconsejó: “No den lo santo a los perros, ni tiren sus perlas delante de los cerdos, para que nunca las huellen bajo los pies, y, volviéndose, los despedacen a ustedes”. (Mat. 7:6.) Esta es la razón por la que Jesús en ciertas ocasiones se abstuvo de dar información completa o respuestas directas a ciertas preguntas, cuando ese proceder podría haber originado dificultades innecesarias. (Mat. 15:1-6; 21:23-27; Juan 7:3-10.) Así es como hay que considerar el comportamiento de Abrahán, Isaac, Rahab y Eliseo al informar erróneamente u ocultar parte de los hechos a quienes no eran adoradores de Jehová. (Gén. 12:10-19; cap. 20; 26:1-10; Jos. 2:1-6; Sant. 2:25; 2 Rey. 6:11-23.)
Jehová permite que una “operación de error” se produzca en aquellas personas que prefieren la falsedad, a fin de que “lleguen a creer la mentira”, más bien que las buenas nuevas acerca de Jesucristo. (2 Tes. 2:9-12.) Este principio se ilustra por lo que sucedió siglos antes, en el caso del rey israelita Acab. Unos profetas mentirosos le aseguraron a Acab que tendría éxito en la guerra contra Ramot-galaad, mientras que Micaya, el profeta de Jehová, predijo calamidad. Como se le reveló en visión a Micaya, Jehová permitió que una criatura espíritu actuara como un ‘espíritu engañoso en la boca de los profetas’ de Acab, es decir: esta criatura espíritu ejerció poder sobre ellos para que no hablaran la verdad, sino lo que ellos mismos deseaban decir y lo que Acab deseaba oír. A pesar de haber sido advertido, Acab prefirió ser embaucado por las mentiras de aquellos profetas, lo cual le costó la vida. (1 Rey. 22:1-38; 2 Cró., cap. 18.)