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Ayuda para entender la Biblia
ad págs. 743-745

HOMBRE

(heb. ’a·dhám, “humano” o “terrestre” [término genérico para la humanidad]; ’isch, “hombre; una persona o individuo; un varón; un esposo”; ’enóhsch, “un hombre mortal”; gué·ver, “un hombre físicamente fuerte o físicamente capacitado”; za·kjár, “un varón”; también hay otras palabras hebreas que a veces se traducen “hombre”; gr. án·thro·pos, “hombre” [genérico]; anér, “un hombre; un varón; un esposo”; y algunos otros términos griegos).

El hombre es una criatura inteligente, la forma de vida terrestre más elevada, y una obra del Creador, Jehová Dios. Él formó al hombre del polvo del suelo, sopló en sus narices el aliento de vida, “y el hombre vino a ser alma viviente”. (Gén. 2:7; 1 Cor. 15:45.) Después de que Adán fuese creado y pusiese nombre a los animales, Jehová hizo que cayese en un profundo sueño, y, mientras dormía, tomó una de las costillas de Adán y la usó para crear a la mujer. Por esa razón, cuando se la presentó, Adán pudo decir: “Esto por fin es hueso de mis huesos y carne de mi carne”. La llamó Mujer (’isch·scháh) “porque del hombre fue tomada esta”. (Gén. 2:21-23.) Después Adán le puso por nombre Eva (“Una Viviente”). (Gén. 3:20.) Adán y Eva fueron creados hacia el final del sexto “día” creativo. (Gén. 1:24-31.)

Puesto que las Escrituras trazan la historia del hombre desde la misma creación de la primera pareja humana, no puede existir lo que se ha dado en llamar “hombre prehistórico”. Los registros de los fósiles hallados en la Tierra no han suministrado ningún eslabón entre el hombre y los animales. Además, en los registros más antiguos del hombre, tanto en la forma de documentos escritos como de dibujos en cuevas, esculturas o similares, no se hace ninguna referencia en absoluto a la existencia de infrahumanos. Las Escrituras establecen claramente lo opuesto: que el hombre fue originalmente un hijo de Dios y que degeneró. (1 Rey. 8:46; Ecl. 7:20; 1 Juan 1:8-10.) El arqueólogo O. D. Miller hizo la siguiente observación: “La tradición de la ‘edad de oro’ no fue un mito. La doctrina de que hubo un decaimiento subsecuente, una dolorosa degeneración de la raza humana desde un estado original de felicidad y pureza, sin duda englobaba una gran verdad, aunque lamentable. Nuestras filosofías modernas de que la historia comienza con el hombre primitivo en estado salvaje evidentemente necesitan una nueva introducción. No, el hombre primitivo no fue un salvaje” (Har-Moad).

‘A LA IMAGEN DE DIOS’

Al revelarle a su “obrero maestro” el propósito divino de crear a la humanidad, Dios dijo: “Hagamos al hombre [’a·dhám] a nuestra imagen, según nuestra semejanza”. (Gén. 1:26; Pro. 8:30, 31; compárese con Juan 1:1-3; Colosenses 1:15-17.) Nótese que las Escrituras no dicen que Dios creó al hombre a la imagen de una bestia salvaje o de un animal doméstico o de un pez. El hombre fue hecho ‘a la imagen de Dios’; era un “hijo de Dios”. (Luc. 3:38.) En cuanto a la forma o aspecto del cuerpo de Dios, “nadie ha contemplado a Dios nunca”. (1 Juan 4:12.) Nadie de la Tierra sabe la apariencia que tiene el glorioso, celestial y espiritual cuerpo de Dios; por lo tanto, no podemos comparar el cuerpo del hombre con el cuerpo de Dios. “Dios es un Espíritu.” (Juan 4:24.)

Sin embargo, el hombre fue hecho a ‘la imagen de Dios’ en el sentido de que fue creado con cualidades morales como las de Dios, a saber, amor y justicia, así como también poder y sabiduría superiores a los de los animales, de manera que puede apreciar las cosas que Dios aprecia y disfrutar de cosas como la belleza y las artes, de hablar y razonar, así como de otros procesos similares de la mente y del corazón, cosas que los animales no pueden hacer. Además, el hombre tiene capacidad espiritual y puede llegar a conocer a Dios y comunicarse con Él. (1 Cor. 2:11-16; Heb. 12:9.) Por tales razones e l hombre estaba capacitado para ser el representante de Dios y tener en sujeción a las criaturas voladoras, terrestres y marinas.

Por ser una creación de Dios, el hombre era originalmente perfecto. (Deu. 32:4.) Por consiguiente, Adán pudo haber legado a su posteridad la perfección humana y la oportunidad de vivir eternamente en la Tierra. (Isa. 45:18.) A él y a Eva se les ordenó: “Sean fructíferos y háganse muchos y llenen la tierra y sojúzguenla”. A medida que su familia hubiese ido aumentando, habrían cultivado y embellecido la Tierra de acuerdo con el diseño de su Creador. (Gén. 1:28.)

Jefatura

El apóstol Pablo, al considerar las posiciones relativas que Dios dispuso para el hombre y la mujer, dijo: “Quiero que sepan que la cabeza de todo varón es el Cristo; a su vez, la cabeza de la mujer es el varón; a su vez, la cabeza del Cristo es Dios”. Luego indicó que una mujer que ora o profetiza en la congregación con la cabeza descubierta avergüenza al que es su cabeza. Para reforzar su argumento, añadió: “Porque el varón no debe tener cubierta la cabeza, puesto que es la imagen y gloria de Dios; pero la mujer es la gloria del varón”. El hombre fue creado primero, y durante algún tiempo estuvo solo, siendo la única criatura en la Tierra hecha a la imagen de Dios. La mujer fue hecha del hombre y habría de estar sujeta a él, mientras que Dios no debe sujetarse a nadie. La jefatura del hombre, sin embargo, está por debajo de la de Dios y la de Cristo. (1 Cor. 11:3-7.)

LIBRE ALBEDRÍO

Debido a haber sido hecho a la imagen de Dios y según su semejanza, el hombre tenía libre albedrío. También disponía de la libertad para escoger entre hacer lo bueno o lo malo. Esta libertad le permitía dar mucha más honra y gloria a Dios que la creación animal, pues podía obedecer voluntaria y amorosamente a su Creador. Podía alabar de manera inteligente a Dios por sus maravillosas cualidades y apoyar su soberanía. Pero la libertad de Adán era relativa, no absoluta. Podía continuar viviendo felizmente a condición de reconocer la soberanía de Jehová, reconocimiento que podía demostrar mediante el árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo, del que tenía prohibido comer. Comer de él sería un acto de desobediencia, una rebelión contra la soberanía de Dios. (Gén. 2:9, 16, 17.)

Como Adán era “hijo de Dios” (Luc. 3:38), su relación con Dios era como la de un hijo con su padre; por consiguiente, él debería haberle obedecido. Además, Dios creó en el hombre un deseo innato de rendirle adoración. Si este deseo se desvirtuaba, dirigiría al hombre mal y destruiría su libertad, convirtiéndolo en esclavo de lo creado en vez del Creador. Esto, a su vez, resultaría en la degradación del hombre.

Un hijo espíritu de Dios que se rebeló hizo que Eva pecase, y ella puso la tentación ante Adán, quien deliberadamente participó en la rebelión contra Jehová. (Gén. 3:1-6; 1 Tim. 2:13, 14.) Adán y Eva llegaron a ser como aquellos a los que Pablo posteriormente describió en Romanos 1:20-23. Por medio de su transgresión, Adán perdió su condición de hijo y su perfección, e introdujo el pecado con la imperfección y la muerte para su descendencia, la entera raza humana. Al nacer sus descendientes, estos llevaron la imagen de su padre Adán: fueron hombres imperfectos con la muerte obrando en sus cuerpos. (Gén. 3:17-19; Rom. 5:12; véase ADÁN NÚM. 1.)

“EL HOMBRE QUE SOMOS INTERIORMENTE”

Al hablar del conflicto que el cristiano tiene con la carne caída y pecaminosa, la Biblia usa las expresiones el “hombre que soy por dentro”, “el hombre que somos interiormente” y frases similares. (Rom. 7:22; 2 Cor. 4:16; Efe. 3:16.) Esas expresiones son apropiadas debido a que los cristianos han sido “hechos nuevos en la fuerza que impulsa su mente”. (Efe. 4:23.) La fuerza o inclinación que dirige su mente es espiritual. Se esfuerzan por ‘desnudarse de la vieja personalidad [literalmente, “hombre viejo”] y vestirse de la nueva personalidad [literalmente, “hombre nuevo”]’. (Col. 3:9, 10; Rom. 12:2.) Al ser bautizados en Cristo, han sido “bautizados en su muerte”; la vieja personalidad, fue fijada en un madero, para que [el] cuerpo pecaminoso fuera hecho inactivo”. Pero hasta el momento de su muerte en la carne y su resurrección, el cuerpo carnal todavía está allí para luchar en contra del “hombre espiritual”. Es una lucha difícil, por lo que Pablo dice: “En esta casa de habitación verdaderamente gemimos”. Pero a menos que esos cristianos se rindan y pierdan la lucha, siguiendo los deseos de la carne, el sacrificio de rescate de Jesucristo cubre los pecados de la vieja personalidad, con los deseos carnales que obran en sus miembros. (Rom. 6:3-7; 7:21-25; 8:23; 2 Cor. 5:1-3.)

EL HOMBRE ESPIRITUAL

El apóstol contrasta al hombre espiritual con el hombre físico: “Pero el hombre físico [literalmente, ‘animal (de índole de alma)’] no recibe las cosas del espíritu de Dios, porque para él son necedad”. (1 Cor. 2:14.) Este “hombre físico” no significa meramente alguien que vive en la Tierra, alguien con un cuerpo carnal, puesto que obviamente al estar en la Tierra los cristianos tienen cuerpos carnales. El hombre físico del cual se habla aquí significa alguien que carece de inclinación espiritual en su vida. Es “animal (de índole de alma)” porque sigue los deseos del alma humana y excluye las cosas espirituales.

Pablo continúa diciendo que el “hombre físico” no puede llegar a conocer las cosas del espíritu de Dios “porque se examinan espiritualmente”. Luego agrega: “Sin embargo, el hombre espiritual examina de hecho todas las cosas, pero él mismo no es examinado por ningún hombre”. El hombre espiritual tiene entendimiento de las cosas que Dios revela; también ve la posición y el derrotero incorrectos del hombre físico. No obstante, la posición, las acciones y el derrotero de vida del hombre espiritual no pueden ser entendidos por el hombre físico; tampoco puede ningún hombre juzgar al hombre espiritual, puesto que solamente Dios es su Juez. (Rom. 14:4, 10, 11; 1 Cor. 4:3-5.) Como ilustración y argumento, el apóstol añade: “Porque ‘¿quién ha llegado a conocer la mente de Jehová, para que le instruya?’”. Nadie, por supuesto. “Pero—dice Pablo de los cristianos—nosotros sí tenemos la mente de Cristo.” Al conseguir la mente de Cristo—quien le revela al cristiano quién es Jehová y cuáles son sus propósitos—se llega a ser un hombre espiritual. (1 Cor. 2:14-16.)

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