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MARTA

(transliteración griega de un nombre propio arameo que significa: “Señora”; o: “Dueña”).

Mujer judía de Betania, hermana de Lázaro y de María. (Juan 11:1, 2.) Al parecer, Cristo visitaba a menudo su casa cuando estaba en las inmediaciones de Jerusalén. Entre él y estas tres personas existían lazos de afecto, pues se dice específicamente: “Ahora bien, Jesús amaba a Marta y a su hermana y a Lázaro”. (Juan 11:5.)

En una ocasión, cuando Jesús visitó la casa de Lázaro, Marta y María, esta “se sentó a los pies del Señor y se quedó escuchando su palabra”, mientras que Marta “estaba distraída atendiendo a muchos quehaceres”. Marta intentó que María la ayudara, diciendo: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para atender las cosas? Dile, por lo tanto, que me ayude”. Obviamente Marta estaba interesada en satisfacer las necesidades materiales de Jesús. Pero entonces Cristo recalcó el sobrepujante valor de las cosas espirituales y con bondad la reprendió diciendo: “Marta, Marta, estás inquieta y turbada en cuanto a muchas cosas. Son pocas, sin embargo, las cosas que se necesitan, o solo una. Por su parte, María escogió la buena porción, y no le será quitada”. (Luc. 10:38-42.) Cristo hubiera estado satisfecho con una sola cosa para comer, a fin de que Marta también pudiera conseguir algún beneficio de su enseñanza.

Aunque pudiera parecer que Marta estaba excesivamente preocupada por las cosas materiales, no se debería suponer que no tenía interés por los asuntos espirituales. Después de la muerte de Lázaro, fue Marta quien acudió al encuentro de Jesús cuando este se dirigía a Betania, mientras que María, al principio, se quedó sentada en casa (posiblemente por el pesar, o debido a los muchos amigos que les visitaban). Marta demostró fe en Cristo cuando dijo que Lázaro no hubiera muerto si Jesús hubiese estado presente. Ella también reconoció: “Yo sé que se levantará en la resurrección en el último día”, mostrando que creía en la resurrección. Durante aquella conversación Jesús explicó que él es “la resurrección y la vida”, señalando que en caso de que muriese alguien que ejerciese fe en él, volvería a vivir. Cuando Cristo le preguntó a Marta: “¿Crees tú esto?”, ella claramente mostró su fe al responder: “Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, Aquel que viene al mundo”. (Juan 11:19-27.) Naturalmente, esto no descarta la posibilidad de que ella tuviese alguna duda respecto a lo que Jesús podía hacer o haría en el caso de su hermano muerto. (Compárese con la actitud de los apóstoles según se relata en Lucas 24:5-11.) En la tumba de Lázaro, cuando Cristo ordenó que quitasen la piedra, Marta dijo: “Señor, ya debe oler mal, porque hace cuatro días [que murió]”. Pero en respuesta Jesús preguntó: “¿No te dije que si creías habrías de ver la gloria de Dios?” Ella fue testigo de esta gloria cuando su hermano fue resucitado. (Juan 11:39-44.)

Después de la resurrección de Lázaro, Cristo partió de allí. Más tarde, volvió a Betania y se reunió con varias personas, entre ellas Marta, María y Lázaro, en casa de Simón el leproso. Se había preparado una cena y de nuevo “Marta estaba sirviendo”. Lázaro estaba en la mesa y fue en aquella ocasión que María ungió a Jesús con un costoso aceite perfumado. (Juan 12:1-8; Mat. 26:6-13; Mar. 14:3-9.) Las Escrituras guardan silencio concerniente a los acontecimientos posteriores de la vida de Marta y el tiempo y las circunstancias de su muerte.

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