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ORACIÓN

Acción de dirigirse al Dios verdadero, o a dioses falsos, en actitud de adoración. El simplemente hablar a Dios no puede llamarse orar, como se deduce del juicio en Edén y del caso de Caín. (Gén. 3:8-13; 4:9-14.) La oración implica devoción, confianza, respeto y un sentido de depender de aquel a quien se dirige la oración. Las diversas palabras hebreas y griegas relacionadas con la oración comunican ideas tales como pedir, hacer solicitud, rogar, suplicar, instar con ruegos, implorar, buscar, inquirir de, así como alabar, dar gracias y bendecir.

Por supuesto, las peticiones y las súplicas se pueden dirigir a los hombres, y a veces es en este sentido en el que se usan las palabras correspondientes a estas en el idioma original (Gén. 44:18; 50:17; Hech. 25:11); sin embargo, la palabra española “oración”, usada en sentido religioso, no aplica a esos casos. A una persona se le puede “suplicar” o “implorar” que haga algo, pero eso no significa que se la vea como Dios. Por ejemplo, a una persona no se le haría una petición en silencio, ni se haría cuando dicha persona no estuviese visiblemente presente, como se hace al orar a Dios.

EL “OIDOR DE LA ORACIÓN”

Todo el registro bíblico testifica que Jehová es Aquel a quien debe dirigirse la oración (Sal. 5:1, 2; Mat. 6:9), que Él es el “Oidor de la oración” (Sal. 65:2; 66:19) y que tiene poder para actuar a favor de los que le piden. (Mar. 11:24; Efe. 3:20.) Orar a dioses falsos y a sus imágenes idolátricas queda expuesto como una estupidez, puesto que los ídolos no tienen la capacidad de oír ni la de actuar y los dioses a los que representan no merecen ser comparados con el Dios verdadero. (Jue. 10:11-16; Sal. 115:4, 6; Isa. 45:20; 46:1, 2, 6, 7.)

Aunque hay quien afirma que es apropiado orar a otros, como, por ejemplo, al Hijo de Dios, toda la evidencia indica lo contrario. Es cierto que hay ocasiones, aunque raras, en las que se dirigen palabras al resucitado Jesucristo en los cielos. Cuando Esteban estaba a punto de morir, le hizo una súplica a Jesús, diciendo: “Señor Jesús, recibe mi espíritu”. (Hech. 7:59.) Sin embargo, el contexto revela las circunstancias que dieron lugar a esa inusual expresión. En aquel momento Esteban tenía una visión de “Jesús de pie a la diestra de Dios”, lo que hizo que se sintiera libre de dirigir esta súplica a aquel a quien reconocía como cabeza de la congregación cristiana. (Hech. 7:55, 56; Col. 1:18.) De manera similar, en la conclusión de la Revelación, el apóstol Juan dice: “¡Amén! Ven, Señor Jesús”. (Rev. 22:20.) Pero de nuevo el contexto muestra que, en una visión (Rev. 1:10; 4:1, 2), Juan había oído hablar a Jesús de su futura venida, y debido a que deseaba esa venida, respondió con dicha expresión. (Rev. 22:16, 20.) En ambos casos—tanto el de Esteban como el de Juan—la situación difiere poco de la conversación que este último tuvo con una criatura celestial en esta visión de la Revelación. (Rev. 7:13, 14; compárese con Hechos 22:6-22.) No hay nada que indique que bajo otras circunstancias los discípulos cristianos se dirigiesen al resucitado Jesús. De modo que, el apóstol Pablo escribe: “En todo, por oración y ruego junto con acción de gracias, dense a conocer sus peticiones a Dios”. (Fili. 4:6.)

Por medio de la sangre de Jesús, ofrecida a Dios en sacrificio, “tenemos denuedo respecto al camino de entrada al lugar santo”, es decir, denuedo para acercarnos a la presencia de Dios en oración, haciéndolo “con corazones sinceros en la plena seguridad de la fe”. (Heb. 10:19-22.) Jesucristo, por lo tanto, es el único “camino” de reconciliación con Dios, el único medio para acercarse a Él en oración. (Juan 14:6; 15:16; 16:23, 24; 1 Cor. 1:2; Efe. 2:18 véase JESUCRISTO [Su posición fundamental en el propósito de Dios].)

AQUELLOS A QUIENES DIOS OYE

Gente “de toda carne” puede acercarse al “Oidor de la oración”, Jehová Dios. (Sal. 65:2; Hech. 15:17.) Incluso durante el período en que Israel era “propiedad particular” de Dios, su pueblo en relación de pacto con Él, los extranjeros podían acercarse a Jehová en oración por medio de reconocer a Israel como el instrumento de Dios y al templo de Jerusalén como su lugar escogido para presentar los sacrificios. (Deu. 9:29; 2 Cró. 6:32, 33; compárese con Isaías 19:22.) Después, por medio de la muerte de Cristo, desapareció para siempre toda distinción entre judío y gentil. (Efe. 2:11-16.) En el hogar del italiano Cornelio, Pedro reconoció que “Dios no es parcial, sino que, en toda nación, el que le teme y obra justicia le es acepto”. (Hech. 10:34, 35.) De modo que el factor determinante es lo que hay en el corazón de la persona y lo que este le impulsa a hacer. (Sal. 119:145; Lam. 3:41.) Los que observan los mandamientos de Dios y hacen “las cosas que son gratas a sus ojos” tienen la seguridad de que sus “oídos” están también abiertos hacia ellos. (1 Juan 3:22; Sal. 10:17; Pro. 15:8; 1 Ped. 3:12.)

Por el contrario, los que pasan por alto la Palabra y la ley de Dios, derramando sangre y practicando otros actos de iniquidad, no son oídos favorablemente por Dios; sus oraciones son ‘detestables’ a Él. (Pro. 15:29; 28:9; Isa. 1:15; Miq. 3:4.) La mismísima oración de ellos puede ‘llegar a ser un pecado’. (Sal. 109:3-7.) El rey Saúl, debido a su derrotero presuntuoso y rebelde, perdió el favor de Dios y, “aunque Saúl inquiría de Jehová, Jehová nunca le contestaba, ni por sueños ni por el Urim ni por los profetas”. (1 Sam. 28:6.) Jesús dijo que las personas hipócritas que, cuando oraban, intentaban atraer la atención a su devoción, ya habían recibido su “galardón completo” por parte de los hombres, pero no por parte de Dios. (Mat. 6:5.) Los fariseos de apariencia piadosa hacían largas oraciones y se jactaban de tener una moralidad superior; sin embargo estaban condenados por Dios debido a su derrotero hipócrita. (Mar. 12:40; Luc. 18:10-14.) Aunque de boca se acercaban a Él, su corazón estaba muy alejado de Dios y de su Palabra de verdad. (Mat. 15:3-9; compárese con Isaías 58:1-9.)

El ser humano ha de tener fe en Dios y en que Él es “remunerador de los que le buscan solícitamente” (Heb. 11:6), acercándose a Él en la “plena seguridad de la fe”. (Heb. 10:22, 38, 39.) Es esencial que todos reconozcamos nuestra condición pecaminosa y, si una persona ha cometido pecados graves, que ‘ablande el rostro de Jehová’ (1 Sam. 13:12; Dan. 9:13) por medio de primero ablandar su propio corazón como consecuencia de arrepentimiento, humildad y contrición sinceros. (2 Cró. 34:26-28; Sal. 51:16, 17; 119:58.) Entonces, es posible que Dios se deje rogar, le otorgue perdón y le oiga con favor (2 Rey. 13:4; 2 Cró. 7:13, 14; 33:10-13; Sant. 4:8-10); de ese modo ya no volverá a sentir que Dios ha ‘obstruido el acceso a él mismo con una masa de nubes, para que no pase la oración’. (Lam. 3:40-44.) Aunque quizás Dios no rehúse por completo escucharle, no obstante, si la persona no sigue su consejo, sus oraciones pueden ser “estorbadas”. (1 Ped. 3:7.) Los que buscan perdón deben ser perdonadores para con otros. (Mat. 6:14, 15; Mar. 11:25; Luc. 11:4.)

COSAS APROPIADAS PARA INCLUIR EN ORACIÓN

Básicamente las oraciones consisten en: confesión (2 Cró. 30:22), peticiones o solicitudes (Heb. 5:7), expresiones de alabanza y acción de gracias (Sal. 34:1; 92:1) y votos. (1 Sam. 1:11; Ecl. 5:2-6.) La oración que Jesús enseñó a sus discípulos era simplemente un modelo, como lo muestra el que, cuando oraban, ni Jesús ni sus discípulos se adhirieron inflexiblemente a esas palabras específicas. (Mat. 6:9-13.) En sus palabras de apertura, esta oración modelo se concentra en la cuestión de primera importancia: la santificación del nombre de Dios—que empezó a ser vituperado en la rebelión de Edén—y la realización de la voluntad divina por medio del Reino prometido, a la cabeza del cual está la descendencia profetizada, el Mesías. (Gén. 3:15; véase JEHOVÁ [Se debe santificar y vindicar el nombre].) Tal oración requiere que el que ora esté definitivamente del lado de Dios en la cuestión.

La parábola de Jesús registrada en Lucas 19:11-27 muestra que la ‘venida del reino’ significa que viene para ejecutar juicio, destruyendo a todos los opositores y trayendo alivio y recompensa a todos aquellos que confían en él. (Compárese con Revelación 16:14-16; 19:11-21.) Por lo tanto, la siguiente expresión: “Efectúese tu voluntad, como en el cielo, también sobre la tierra”, no se refiere principalmente a que los humanos hagan la voluntad de Dios, sino, más bien, a que Dios mismo actúe en cumplimiento de su voluntad para con la Tierra y sus habitantes, manifestando el poder que tiene para llevar a cabo su propósito declarado. El que ora, por supuesto, también expresa de ese modo que él prefiere y se somete a esa voluntad. (Compárese con Mateo 26:39.) La solicitud de recibir el pan de cada día, perdón, protección contra la tentación y liberación del inicuo está relacionada con el deseo que tiene el que hace la súplica de continuar viviendo en el favor de Dios. Expresa este deseo por todos los que comparten su fe, no solo por sí mismo. (Compárese con Colosenses 4:12.)

Los asuntos mencionados en esa oración modelo son de fundamental importancia para todos los hombres de fe y expresan necesidades que todas las personas tienen en común. Por otra parte, el relato bíblico muestra que hay muchos otros asuntos que, a mayor o menor grado, pueden afectar a las personas o pueden ser el resultado de circunstancias particulares; estos también son temas apropiados para incluir en oración. Aunque no se mencionan específicamente en la oración modelo de Jesús, sin embargo, están relacionados con los que se presentan en ella. Así pues, las oraciones personales prácticamente pueden abarcar toda faceta de la vida. (Juan 16:23, 24; Fili. 4:6; 1 Ped. 5:7.)

Aunque todos desean correctamente que su conocimiento, entendimiento y sabiduría aumenten (Sal. 119:33, 34; Sant. 1:5), sin embargo, puede que algunos lo necesiten de manera especial. Quizás acudan a Dios por guía en asuntos que tengan que ver con decisiones judiciales, tal como hizo Moisés (Éxo. 18:19, 26; compárese con Números 9:6-9; 27:1-11; Deuteronomio 17:8-13), o en el nombramiento de personas para responsabilidades especiales dentro del pueblo de Dios. (Núm. 27:15-18; Luc. 5:12, 13; Hech. 1:24, 25; 6:5, 6.) O tal vez busquen fortaleza y sabiduría para llevar a cabo ciertas asignaciones o para encararse a pruebas o peligros específicos. (Gén. 32:9-12; Luc. 3:21; Mat. 26:36-44.) Sus motivos para bendecir a Dios y darle gracias pueden variar de acuerdo con sus propias experiencias personales. (1 Cor. 7:7; 12:6, 7; 1 Tes. 5:18.)

En 1 Timoteo 2:1, 2 el apóstol habla de oraciones “respecto a hombres de toda clase, respecto a reyes y a todos los que están en alto puesto”. Durante su última noche con sus discípulos, Jesús dijo en oración que él no hacía petición respecto al mundo, sino respecto a los que Dios le había dado y también dijo que ellos no eran parte del mundo, sino que eran odiados por este. (Juan 17:9, 14.) Por lo tanto, parece ser que las oraciones cristianas respecto a los gobernantes del mundo están limitadas a ciertos aspectos. Las palabras que a continuación dijo el apóstol indican que tales oraciones son fundamentalmente a favor del pueblo de Dios, “a fin de que sigamos llevando una vida tranquila y quieta con plena devoción piadosa y seriedad”. (1 Tim. 2:2.) Hay ejemplos anteriores que ilustran esto, como la oración de Nehemías para que Dios lo ‘hiciese objeto de piedad’ delante del rey Artajerjes (Neh. 1:11; compárese con Génesis 43:14) y el mandato que Jehová dio a los israelitas en cuanto a ‘buscar la paz de la ciudad [Babilonia]’ en la cual estarían exiliados, orando a favor de ella, pues ‘en la paz de ella resultaría haber paz para ellos mismos’. (Jer. 29:7.) De manera similar, los cristianos oraron concerniente a las amenazas de los gobernantes de su día (Hech. 4:23-30), y sus oraciones a favor de Pedro, cuando este se hallaba encarcelado, debieron incluir también a los oficiales que tenían autoridad para liberarlo. (Hech. 12:5.) Asimismo, en armonía con el consejo de Cristo, ellos oraron por aquellos que los perseguían. (Mat. 5:44; compárese con Hechos 26:28, 29; Romanos 10:1-3.)

Desde tiempos antiguos se le ha dado gracias a Dios por provisiones, tales como el alimento. (Deu. 8:10-18; nótese también Mateo 14:19; Hechos 27:35; 1 Corintios 10:30, 31.) Sin embargo, el aprecio por la bondad de Dios tiene que mostrarse por “todo”, no solamente por las bendiciones materiales. (1 Tes. 5:17, 18; Efe. 5:19, 20.)

En resumen, lo que rige el contenido de las oraciones es el conocimiento de la voluntad de Dios, puesto que el que hace la súplica debe darse cuenta de que, si quiere que su solicitud le sea otorgada, esta tiene que agradar a Dios. Sabiendo que los inicuos y los que no hacen caso de la Palabra de Dios no gozan de su favor, obviamente, el que hace la súplica no puede solicitar lo que es contrario a la rectitud y a la voluntad revelada de Dios, incluyendo las enseñanzas del Hijo de Dios y de sus discípulos inspirados. (Juan 15:7, 16.) Por lo tanto, lo que se dijo en cuanto a ‘pedir alguna cosa’ (Juan 16:23) no debe ser tomado fuera del contexto. La expresión “alguna cosa” evidentemente no abarca lo que se sabe o hay motivo para creer que no le agrada a Dios. Juan escribe: “Y esta es la confianza que tenemos para con él, que, no importa qué sea lo que pidamos conforme a su voluntad, él nos oye”. (1 Juan 5:14; compárese con Santiago 4:15.) Jesús les dijo a sus discípulos: “Si dos de ustedes sobre la tierra convienen acerca de cualquier cosa de importancia que soliciten, se les efectuará debido a mi Padre en el cielo”. (Mat. 18:19.) Mientras que es apropiado incluir en la oración cosas materiales como el alimento, no es apropiado incluir los deseos y ambiciones materialistas, tal como se muestra en textos como Mateo 6:19-34 y 1 Juan 2:15-17. Tampoco es correcto orar por aquellos a los que Dios condena. (Jer. 7:16; 11:14.)

Romanos 8:26, 27 da a entender que, bajo ciertas circunstancias, el cristiano no sabría exactamente qué cosas pedir; no obstante, Dios entiende sus ‘gemidos’ no expresados. El apóstol muestra que esto se debe al espíritu o fuerza activa de Dios. Hay que recordar que fue por medio de su espíritu que Dios inspiró las Escrituras (2 Tim. 3:16, 17; 2 Ped. 1:21), en las que se mencionan acontecimientos que prefiguraron—y profecías que predijeron—las circunstancias que les sobrevendrían a sus siervos en tiempos posteriores, así como la manera en que Dios los guiaría y les daría la ayuda que necesitaban. (Rom. 15:4; 1 Ped. 1:6-12.) Es posible que no sea sino hasta después que se haya recibido la ayuda necesaria que el cristiano se dé cuenta de que lo que pudiera haber pedido en oración (pero que no sabía cómo) ya estaba declarado en la Palabra inspirada de Dios. (Compárese con 1 Corintios 2:9, 10.)

LA RESPUESTA A LAS ORACIONES

Aunque en el pasado Dios mantuvo cierto grado de comunicación recíproca con algunas personas, eso no fue lo común, puesto que la mayor parte de las veces la limitó a representantes especiales, como Abrahán y Moisés. (Gén. 15:1-5; Éxo. 3:11-15; compárese con 20:19.) Incluso en esos casos, las palabras de Dios fueron transmitidas mediante ángeles, a excepción de cuando habló a su Hijo, o acerca de él mientras este estuvo en la Tierra. (Compárese con Éxodo 3:2, 4; Gálatas 3:19.) Tampoco fueron frecuentes los mensajes entregados personalmente por ángeles materializados, como lo manifiesta el efecto perturbador que solían producir en los que los recibían. (Jue. 6:22; Luc. 1:11, 12, 26-30.) De modo que, en la mayoría de los casos, la respuesta a las oraciones se daba por medio de los profetas o por medio de conceder la solicitud o rehusar otorgarla. Muchas veces, la respuesta de Jehová a las oraciones se podían discernir claramente, como cuando libraba a Sus siervos de sus enemigos (2 Cró. 20:1-12, 21-24) o hacía provisión para sus necesidades físicas en tiempos de gran escasez. (Éxo. 15:22-25.) Pero sin duda, las respuestas más frecuentes no eran tan evidentes, puesto que estaban relacionadas con dar fuerza moral y entendimiento para que la persona pudiera apegarse a un derrotero justo y desempeñar el trabajo que Dios le había asignado. (2 Tim. 4:17.) Particularmente en el caso del cristiano, la respuesta a las oraciones tenía que ver con asuntos básicamente espirituales, los cuales, aunque no son tan espectaculares como algunos actos poderosos de Dios en tiempos antiguos, son igualmente vitales. (Mat. 9:36-38; Col. 1:9; Heb. 13:18; Sant. 5:13.)

La oración aceptable debe dirigirse a la persona correcta—Jehová Dios—, tratar sobre asuntos correctos—los que están en armonía con los propósitos declarados de Dios—, hacerse de la manera correcta—por el medio nombrado por Dios, Cristo Jesús—y con un motivo correcto y un corazón limpio. (Compárese con Santiago 4:3-6.) Además de todo lo antedicho, es necesario persistir. Jesús dijo que se ‘siguiera pidiendo, buscando y tocando’, sin desistir. (Luc. 11:5-10; 18:1-7.) Él hizo surgir la cuestión de si, durante su futura ‘llegada’, hallaría sobre la Tierra fe en el poder de la oración. (Luc. 18:8.) La aparente demora por parte de Dios en contestar algunas oraciones no se debe a alguna incapacidad, ni a una falta de deseo de ayudar por su parte, como prueban las Escrituras. (Mat. 7:9-11; Sant. 1:5, 17.) En algunos casos la respuesta debe esperar el ‘horario’ de Dios. (Luc. 18:7; 1 Ped. 5:6; 2 Ped. 3:9; Rev. 6:9-11.) No obstante, parece ser que el motivo principal es que así Dios deja que los que le piden demuestren cuán profundo es su interés, cuán intenso su deseo y cuán genuino su motivo. (Sal. 55:17; 88:1, 13; Rom. 1:9-11.) A veces deben ser como Jacob, que luchó por mucho tiempo a fin de obtener una bendición. (Gén. 32:24-26.)

De manera similar, aunque a Jehová Dios no se le puede presionar para que actúe por la mera cantidad de suplicantes, obviamente Él toma nota del grado de interés que muestran sus siervos como cuerpo, tomando acción cuando ellos colectivamente muestran profunda preocupación e interés unido. (Compárese con Éxodo 2:23-25.) Cuando existe apatía, o una medida de ella, Dios puede retener su ayuda. Podemos notar las interrupciones y retrasos en la reconstrucción del templo de Jerusalén, un proyecto que no tuvo mucho apoyo durante algún tiempo (Esd. 4:4-7, 23, 24; Ageo 1:2-12), en contraste con la reconstrucción que hizo Nehemías de los muros de la ciudad en solamente cincuenta y dos días, lograda con oración y buen apoyo. (Neh. 2:17-20; 4:4-23; 6:15.) Escribiendo a la congregación corintia, Pablo habla de cómo Dios lo libró a él del peligro de muerte y dice: “Ustedes también pueden coadyuvar con su ruego por nosotros, a fin de que por muchos se den gracias a favor nuestro por lo que se nos da bondadosamente debido a muchos rostros vueltos hacia arriba en oración”. (2 Cor. 1:8-11; compárese con Filipenses 1:12-20.) A menudo se destaca el poder de la oración de intercesión, tanto por parte de un individuo como de un grupo. Fue con respecto a ‘orar unos por otros’ que Santiago dijo: “El ruego del hombre justo, cuando está en acción, tiene mucho vigor”. (Sant. 5:14-20; compárese con Génesis 20:7, 17; 2 Tesalonicenses 3:1, 2; Hebreos 13:18, 19.)

También se destaca la ‘súplica’ continua a Jehová, el Gobernante Soberano, respecto a cierta causa en particular. El que hace la solicitud presenta razones por las cuales él cree que la petición es correcta, dando también evidencia de que tiene un motivo correcto y desinteresado. Demuestra su preocupación por factores que pesan más que sus propios intereses u opiniones, como el que esté implicado el honor del propio nombre de Dios o el bien de su pueblo y el efecto que pudiera tener en los observadores el que Dios actuara o rehusara hacerlo. Se puede apelar a la justicia de Dios y a su bondad amorosa, ya que Él es un Dios de misericordia. (Compárese con Génesis 18:22-33; 19:18-20; Éxodo 32:11-14; 2 Reyes 20:1-5; Esdras 8:21-23.) Cristo Jesús también ‘aboga’ por sus fieles seguidores. (Rom. 8:33, 34.)

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