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  • LA PREDICACIÓN DE LA QUE SE HABLA EN LAS ESCRITURAS HEBREAS
  • EN LAS ESCRITURAS GRIEGAS CRISTIANAS
  • DESPUÉS DE LA MUERTE DE JESÚS
  • PREDICACIÓN DENTRO DE LA CONGREGACIÓN
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PREDICADOR, PREDICAR

El significado del verbo “predicar”, del latín praedicare, corresponde bien con el significado del término griego ke·rýs·so, y así es como normalmente se traduce este término. Ke·rýs·so significa básicamente “hacer proclamación como un heraldo”, “ser un heraldo”, “ejercer las funciones de un heraldo”, “proclamar (como conquistador)”. Un sustantivo derivado de la misma raíz es ké·ryx que significa: “heraldo”, “mensajero público”, “enviado”, “pregonero (que hacía proclamación y mantenía el orden en asambleas, etc.)”. Otro sustantivo relacionado es ké·ryg·ma, que significa: “lo que se pregona por un heraldo”, “proclamación”, “anuncio (de victoria en los juegos)”, “mandato”, “citación”. Ke·rýs·so, por lo tanto, no comunica la idea de pronunciar un sermón a un grupo limitado de discípulos, sino la de una proclamación abierta y pública. Sirve como ilustración el uso que se le da en la descripción de “un ángel fuerte que proclamaba [ke·rýs·son·ta] con voz fuerte: ‘¿Quién es digno de abrir el rollo y desatar sus sellos?’”. (Rev. 5:2; compárese también con Mateo 10:27.)

La palabra ev·ag·gue·lí·zo significa “declarar buenas nuevas”. (Mat. 11:5.) Otras palabras relacionadas son di·ag·guél·lo, “declarar por todas partes”, “notificar” (Luc. 9:60; Hech. 21:26; Rom. 9:17) y ka·tag·guél·lo, “publicar”, “hablar de”, “proclamar”, “dar publicidad”. (Hech. 13:5; Rom. 1:8; 1 Cor. 11:26; Col. 1:28.) La diferencia principal entre ke·rýs·so y ev·ag·gue·lí·zo es que la primera enfatiza la manera en que se hace la proclamación, indicando que es una declaración pública, autorizada, mientras que la última pone de relieve el contenido de la misma, la comunicación del ev·ag·gué·li·on, es decir, de las buenas nuevas o evangelio.

Ke·rýs·so corresponde en cierto grado con el término hebreo ba·sár, que significa “llevar noticias”, “anunciar”, “actuar como portador de noticias”. (1 Sam. 4:17; 2 Sam. 1:20; 1 Cró. 16:23.) Sin embargo, ba·sár no encierra el mismo grado de carácter o autorización oficial.

LA PREDICACIÓN DE LA QUE SE HABLA EN LAS ESCRITURAS HEBREAS

Noé es la primera persona a la que se llama un “predicador” (2 Ped. 2:5), aunque la actividad profética que anteriormente llevó a cabo Enoc puede que implicara cierta predicación. (Jud. 14, 15.) La predicación de justicia que Noé hizo antes del Diluvio probablemente incluyó una llamada al arrepentimiento y una advertencia de la destrucción venidera, como se desprende del comentario de Jesús en cuanto a que las personas “no hicieron caso”. (Mat. 24:38, 39.) Por consiguiente, la proclamación pública que Noé efectuó con la autorización de Dios no fueron principalmente buenas nuevas.

Después del Diluvio, muchos hombres, como Abrahán, sirvieron de profetas que pronunciaban revelaciones divinas. (Sal. 105:9, 13-15.) Sin embargo, antes de que Israel se estableciese en la Tierra Prometida no parece que se pronunciaran dichas revelaciones mediante una predicación regular o vocacional y de una manera pública. Los patriarcas antiguos no recibieron instrucciones de actuar como heraldos. Durante el período de los reyes de Israel, los profetas actuaron como portavoces públicos proclamando en los lugares públicos los decretos de Dios, sus juicios y sus llamamientos. (Isa. 58:1; Jer. 26:2.) La proclamación de Jonás en Nínive encaja bien con la idea que transmite el término ké·ryg·ma, y se emplea dicho término con referencia a su obra. (Compárese con Jonás 3:1-4; Mateo 12:41.) Sin embargo, el ministerio de los profetas generalmente era mucho más amplio que el de un heraldo o predicador, y en algunos casos tenían voceros. (2 Rey. 5:10; 9:1-3; Jer. 36:4-6.) Algunos de sus mensajes y visiones fueron solo puestos por escrito y no proclamados oralmente (Jer. 29:1, 30, 31; 30:1, 2; Dan., caps. 7-12), otros muchos fueron dados en privado y a veces también se valían de actos simbólicos para transmitir ideas. (Véanse PROFECÍA; PROFETA.)

Las Escrituras Hebreas también señalaban hacia la obra de predicación que harían Cristo Jesús y la congregación cristiana. Jesús citó Isaías 61:1, 2 diciendo que allí se predecía su comisión divina y su autorización para predicar. (Luc. 4:16-21.) En cumplimiento del Salmo 40:9 (los versículos precedentes fueron aplicados a Jesús por el apóstol Pablo en Hebreos 10:5-10), Jesús ‘anunció las buenas nuevas [derivado de ba·sár] de justicia en la congregación grande’. El apóstol Pablo citó Isaías 52:7 (concerniente al mensajero que traía las noticias sobre la liberación de Sión de su cautiverio) y relacionó esas palabras con la obra de predicación de los cristianos. (Rom. 10:11-15.)

EN LAS ESCRITURAS GRIEGAS CRISTIANAS

Aunque Juan el Bautista actuó principalmente en las regiones desérticas, efectuó la obra de un predicador o mensajero público, anunciando a los judíos que acudían a él el próximo advenimiento del Mesías y del reino de Dios y además llamándolos al arrepentimiento. (Mat. 3:1-3, 11, 12; Mar. 1:1-4; Luc. 3:7-9.) Al mismo tiempo Juan fue un profeta, un maestro (con discípulos) y un evangelizador. (Luc. 1:76, 77; 3:18; 11:1; Juan 1:35.) Era “representante de Dios” y testigo suyo. (Juan 1:6, 7.)

Jesús no se quedó en la región desértica de Judea después del ayuno de cuarenta días que hizo allí, ni tampoco se aisló para llevar una vida monástica. Él reconoció que su comisión divina exigía una obra de predicación y la llevó a cabo de una manera claramente pública, en las ciudades y aldeas, en la zona del templo, en las sinagogas, en las plazas de mercado y en las calles, así como en las regiones rurales. (Mar. 1:39; 6:56; Luc. 8:1; 13:26; Juan 18:20.) Al igual que Juan, Jesús hizo algo más que predicar; su enseñanza recibe más énfasis aún que su predicación. La enseñanza (di·dá·sko) difiere de la predicación en que el maestro no solo proclama sino que instruye, explica, presenta argumentos y pruebas. Por lo tanto, la obra de los discípulos de Jesús, tanto antes como después de la muerte de este, tenía que ser una combinación de predicación y enseñanza. (Mat. 4:23; 11:1; 28:18-20.)

El tema de la predicación de Jesús fue: “Arrepiéntanse, porque el reino de los cielos se ha acercado”. (Mat. 4:17.) Como heraldo oficial, Jesús estaba alertando a sus oyentes de la actividad de su Dios soberano, y de que aquel era un tiempo de oportunidad y decisión. (Mar. 1:14, 15.) Como predijo Isaías, él no solamente llevó buenas nuevas y consuelo a los mansos, a los quebrantados de corazón y a los que estaban de duelo, además de proclamar libertad a los cautivos, sino que también declaró “el día de la venganza de parte de nuestro Dios”. (Isa. 61:2.) Jesús anunció denodadamente los propósitos, los decretos, los nombramientos y los juicios de Dios ante los gobernantes y ante el pueblo.

DESPUÉS DE LA MUERTE DE JESÚS

Después de su muerte, y particularmente desde el Pentecostés del año 33 E.C. en adelante, los discípulos de Jesús llevaron a cabo la obra de predicar, primero entre los judíos y después a todas las naciones. Al ser ungidos con espíritu santo, ellos reconocieron que eran heraldos autorizados y repetidas veces subrayaron ese hecho a sus oyentes (Hech. 2:14-18; 10:40-42; 13:47; 14:3; compárese con Romanos 10:15), tal como Jesús había enfatizado que él había sido ‘enviado por Dios’ (Luc. 9:48; Juan 5:36, 37; 6:38; 8:18, 26, 42), y que Él era quien le dio “mandamiento en cuanto a qué decir y qué hablar”. (Juan 12:49.) Por lo tanto, cuando se les ordenó que cesasen de predicar, la respuesta de los discípulos fue: “Si es justo a vista de Dios escucharles a ustedes más bien que a Dios, júzguenlo ustedes mismos. Pero en cuanto a nosotros, no podemos dejar de hablar de las cosas que hemos visto y oído”. “Tenemos que obedecer a Dios como gobernante más bien que a los hombres.” (Hech. 4:19, 20; 5:29, 32, 42.) Esta actividad de predicar era una parte esencial de su adoración, una manera de alabar a Dios, un requisito para obtener salvación. (Rom. 10:9, 10; 1 Cor. 9:16; Heb. 13:15; compárese con Lucas 12:8.) Debido a ello, todos los discípulos, hombres y mujeres, tenían que participar en esa obra hasta la “conclusión del sistema de cosas”. (Mat. 28:18-20; Luc. 24:46-49; Hech. 2:17; compárese con Hechos 18:26; 21:9; Romanos 16:3.)

Estos predicadores cristianos primitivos no eran hombres altamente instruidos según las normas del mundo. El comentario del Sanedrín fue que ciertos apóstoles eran “hombres iletrados y del vulgo”. (Hech. 4:13.) Del propio Jesús “los judíos se admiraban, y decían: ‘¿Cómo tiene este hombre conocimiento de letras, cuando no ha estudiado en las escuelas?’”. (Juan 7:15.) Los historiadores seglares también lo destacaron. “Celso, el primer escritor en contra del cristianismo, hace asunto de burla que trabajadores, zapateros, granjeros, los hombres peor informados y más rudos, fuesen celosos predicadores del evangelio”. (“Historia de la Iglesia y la religión cristiana durante los tres primeros siglos”, págs. 46, 41, en alemán, del Dr. Augustus Neander.) Pablo lo explicó de esta manera: “Pues ustedes contemplan su llamamiento por él, hermanos, que no muchos sabios según la carne fueron llamados, no muchos poderosos, no muchos de nacimiento noble; sino que Dios escogió las cosas necias del mundo, para avergonzar a los sabios”. (1 Cor. 1:26, 27.)

Sin embargo, a pesar de que no habían recibido una educación elevada en las escuelas del mundo, los predicadores cristianos primitivos no carecían de preparación. Jesús preparó ampliamente a los doce apóstoles antes de enviarlos a predicar. (Mat., cap. 10.) Esta preparación no consistió solamente en instrucciones orales sino que también fue práctica. (Luc. 8:1.)

El tema de la predicación cristiana continuó siendo “el reino de Dios”. (Hech. 20:25; 28:31.) Sin embargo, su proclamación contenía rasgos adicionales cuando se compara con la que se efectuó antes de la muerte de Cristo. El “secreto sagrado” del propósito de Dios había sido revelado por medio de Cristo, su muerte sacrificatoria había llegado a ser un factor vital en la fe verdadera (1 Cor. 15:12-14), su ensalzada posición asignada por Dios como Rey y Juez debía ser reconocida y aceptada por todos aquellos que obtuvieran el favor divino y la vida. (2 Cor. 4:5.) Por lo tanto, a menudo se dice que los dicípulos ‘predican a Cristo Jesús’. (Hech. 8:5; 9:20; 19:13; 1 Cor. 1:23.) Al examinar su predicación se hace patente que su ‘predicar a Cristo’ no significaba que dieran a entender a sus oyentes que Cristo era algo aislado, independiente o separado del reino de Dios y de su propósito global. Más bien, ellos proclamaron lo que Jehová Dios había hecho para su Hijo y por medio de él, y cómo se estaban cumpliendo y se cumplirían en Jesús los propósitos de Dios. (2 Cor. 1:19-21.) De modo que toda esa predicación era para la propia alabanza y gloria de Dios, “mediante Jesucristo”. (Rom. 16:25-27.)

Ellos no efectuaban su predicación solo por deber y su papel de heraldos tampoco consistía en la simple proclamación formal de un mensaje. Brotaba de una fe sincera y se hacía con el deseo de honrar a Dios y con la esperanza amorosa de llevar salvación a otros. (Rom. 10:9-14; 1 Cor. 9:27; 2 Cor. 4:13.) Por esa razón, los predicadores estaban dispuestos a ser tratados como necios por los que eran sabios desde el punto de vista del mundo o a ser perseguidos como herejes por los judíos. (1 Cor. 1:21-24; Gál. 5:11.) También acompañaban su predicación con razonamientos y persuasión con el fin de ayudar a los oyentes a creer y ejercer fe. (Hech. 17:2; 28:23; 1 Cor. 15:11.) Pablo dice que él mismo había sido nombrado “predicador y apóstol y maestro”. (2 Tim. 1:11.) Esos cristianos no eran heraldos asalariados sino adoradores dedicados que daban de sí mismos, de su tiempo y de sus fuerzas en favor de la predicación. (1 Tes. 2:9.)

Puesto que todos los que se hacían discípulos también llegaban a ser predicadores de la Palabra, las buenas nuevas se esparcían rápidamente, y para el tiempo en que Pablo escribió su carta a los Colosenses (c. 60-61 E.C. o aproximadamente veintisiete años después de la muerte de Cristo) pudo decir que las buenas nuevas “se han predicado en toda la creación que está bajo el cielo”. (Col. 1:23.) Por lo tanto, la profecía de Cristo sobre la ‘predicación de las buenas nuevas a todas las naciones’ tuvo un cumplimiento limitado antes de la destrucción de Jerusalén y su templo en el año 70 E.C. (Mat. 24:14; Mar. 13:10.) Tanto las palabras de Jesús como el libro de Revelación, escrito después de esa destrucción, señalan a un cumplimiento mayor de esta profecía en el tiempo en que Cristo empezaría a ejercer gobernación real y antes de la destrucción de todos los adversarios de ese reino, una época lógica en la que efectuar una gran obra de proclamación. (Rev. 12:7-12, 17; 14:6, 7; 19:5, 6; 22:17.)

¿Qué resultados deberían esperar los predicadores cristianos por sus esfuerzos? Lo que Pablo experimentó fue que “algunos creían las cosas que se decían; otros no creían”. (Hech. 28:24.) La verdadera predicación cristiana, basada en la Palabra de Dios, requiere una respuesta. Es vigorosa, dinámica y, sobre todo, presenta una cuestión que obliga a las personas a ponerse de un lado u otro. Algunos llegan a ser opositores activos del mensaje del Reino. (Hech. 13:50; 18:5, 6.) Otros escuchan durante un tiempo, pero luego se echan atrás por diversos motivos. (Juan 6:65, 66.) Sin embargo, hay otros que aceptan las buenas nuevas y actúan en consecuencia. (Hech. 17:11; Luc. 8:15.)

PREDICACIÓN DENTRO DE LA CONGREGACIÓN

La mayor parte de la actividad de predicación registrada en las Escrituras Griegas Cristianas está relacionada con la proclamación efectuada fuera de la congregación. No obstante, cuando Pablo exhortó a Timoteo: “Predica la palabra, ocúpate en ello urgentemente en tiempo favorable, en tiempo dificultoso”, el contexto destaca principalmente la predicación dentro de la congregación, pero en un sentido general y a una escala más amplia, como lo haría un superintendente. (2 Tim. 4:2.) La carta de Pablo a Timoteo era una carta pastoral, es decir, iba dirigida a alguien que estaba efectuando obra de pastoreo entre los cristianos, y en ella da consejo sobre tal ministerio de superintendencia. Antes de exhortarle a que ‘predicase la palabra’, Pablo advirtió a Timoteo de la apostasía que empezaba a manifestarse y que se iba a desarrollar hasta alcanzar considerables proporciones (2 Tim. 2:16-19; 3:1-7.) Después de animar a Timoteo a que se asiera de “la palabra” y no se desviara de ella en su predicación, Pablo muestra la necesidad de tener una actitud de urgencia al decir: “Porque habrá un período en que no soportarán la enseñanza saludable”, sino que acumularán maestros para que les enseñen según sus propios deseos y por ello “apartarán sus oídos de la verdad”, describiendo con ello, no a los de afuera, sino a los de dentro de la congregación. (2 Tim. 4:3, 4.) Timoteo no debía perder su equilibrio espiritual sino que tenía que ser constante en declarar con denuedo la Palabra de Dios (no filosofías humanas o especulaciones inútiles) a los hermanos, aunque eso pudiese acarrearle dificultad y sufrimiento por parte de los miembros de la congregación cuya inclinación no fuera buena. (Compárese con 1 Timoteo 6:3-5, 20, 21; 2 Timoteo 1:6-8, 13; 2:1-3, 14, 15, 23-26; 3:14-17; 4:5.) Al hacer eso, Timoteo actuaría como un freno para la apostasía y estaría libre de culpa de sangre, tal como fue el caso de Pablo. (Hech. 20:25-32.)

PREDICACIÓN A LOS ESPÍRITUS EN PRISIÓN

En 1 Pedro 3:19, 20, después de describir la resurrección de Jesús a vida espiritual, el apóstol dice: “En esta condición también siguió su camino y predicó a los espíritus en prisión, que en un tiempo habían sido desobedientes cuando la paciencia de Dios estaba esperando en los días de Noé, mientras se construía el arca”. Comentando acerca de este texto, el Diccionario Expositivo de Palabras del Nuevo Testamento, de W. E. Vine, dice: “En 1 P 3:19 se hace referencia, probablemente, no a gratas nuevas (de las que no hay evidencia que fueran predicadas por Noé, como tampoco hay evidencias reales de que los espíritus de los antediluvianos estén realmente “encarcelados”), sino al acto de Cristo después de Su resurrección al proclamar Su victoria a los espíritus angélicos caídos” (tomo 3, pág. 215). Tal como se ha indicado, ke·rys·so se refiere a una proclamación que tanto puede ser de algo bueno como de algo malo, como cuando Jonás proclamó la venidera destrucción de Nínive. Los únicos espíritus en prisión a los cuales se hace referencia en las Escrituras son aquellos ángeles del día de Noé que fueron ‘entregados a hoyos de densa oscuridad’ (2 Ped. 2:4, 5) y que están reservados “con cadenas sempiternas bajo densa oscuridad para el juicio del gran día”. (Jud. 6.) Por lo tanto, la predicación del resucitado Jesús a tales ángeles injustos solo podría haber consistido en una predicación de juicio.

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