RESURRECCIÓN
(gr. a·ná·sta·sis, “un levantamiento”, o “alzamiento” [de a·ná, “arriba” e hí·ste·mi, “hacer poner en pie”]).
Término que se usa con frecuencia en las Escrituras Griegas Cristianas para referirse a la resurrección de los muertos. Unas palabras registradas en las Escrituras Hebreas —Oseas 13:14— y citadas por el apóstol Pablo (1 Cor. 15:54, 55) indican que la muerte será abolida y que el poder del Seol (heb. sche·’óhl; gr. hái·des) será eliminado. El término sche·’óhl es traducido en algunas versiones como “sepultura” y “hoyo”. Las Escrituras dicen que allí es donde van los muertos. (Gén. 37:35; 1 Rey. 2:6; Ecl. 9:10.) El uso que se le da a ese término hebreo en las Escrituras, junto con el que recibe su equivalente griego hái·des en las Escrituras Griegas Cristianas, muestra que no se refiere a una sepultura individual, sino a la sepultura común de toda la humanidad. (Eze. 32:21-32; Rev. 20:13; véanse HADES; SEOL.) Eliminar el poder del Seol significaría liberar a los que están en él, es decir, vaciar la sepultura común de la humanidad. Por supuesto. esto requeriría una resurrección, sacar a los que estuviesen allí de su condición inanimada de muerte o de la sepultura.
POR MEDIO DE JESUCRISTO
Lo que se acaba de decir indica que en las Escrituras Hebreas aparece la enseñanza de la resurrección. Sin embargo, quedó en manos de Jesucristo el “[arrojar] luz sobre la vida y la incorrupción mediante las buenas nuevas”. (2 Tim. 1:10.) Jesús dijo: “Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino por mí”. (Juan 14:6.) Por medio de las buenas nuevas acerca de Jesucristo, se aclaró exactamente cómo vendría la vida eterna, y más que eso, cómo recibirían algunos incorrupción.
El propio Cristo, cuando estuvo en la Tierra, llevó a cabo algunas resurrecciones (Luc. 7:11-15; 8:49-56; Juan 11:38-44), y es solo por medio de él que será posible la resurrección seguida de vida eterna. (Juan 5:26.)
UN FIRME PROPÓSITO DE DIOS
A los saduceos —una secta que no creía en la resurrección— Jesucristo les señaló que los escritos de Moisés registrados en las Escrituras Hebreas —Escrituras que ellos poseían y afirmaban creer— prueban que hay una resurrección. Al decir que Él es “el Dios de Abrahán y el Dios de Isaac y el Dios de Jacob”, personajes que verdaderamente estaban muertos, indicó que para Jehová era como si aquellos hombres estuvieran vivos, debido a que se proponía concederles una resurrección, pues Él “es el Dios, no de los muertos, sino de los vivos”. Mediante su poder, Dios “vivifica a los muertos y llama las cosas que no son como si fueran”. Pablo subraya este hecho cuando habla de la fe de Abrahán. (Mat. 22:23, 31-33; Rom. 4:17.)
Dios tiene la capacidad de resucitar
Para Aquel que tiene la capacidad y el poder de crear al hombre a su propia imagen, con un cuerpo perfecto y con el potencial de expresar a plenitud las maravillosas características implantadas en la personalidad humana, no supone ningún problema insuperable resucitar a una persona. Si los principios científicos establecidos por Dios pueden ser usados por los hombres de ciencia para conservar y después reconstruir una escena visible y audible por medio de una videocinta, ¡cuán fácil será para el gran Soberano Universal y Creador resucitar a una persona por medio de volver a plasmar la misma personalidad en un cuerpo recién formado! Con respecto a la revivificación de los poderes reproductivos de Sara en su edad avanzada, el ángel dijo: “¿Hay cosa alguna demasiado extraordinaria para Jehová?”. (Gén. 18:14; Jer. 32:17, 27.)
EL PROPÓSITO DE LA RESURRECCIÓN
La resurrección no solo muestra el poder y la sabiduría ilimitados que Jehová tiene, sino también su amor y misericordia, vindicándole además como el Conservador de los que le sirven. (1 Sam. 2:6.) Al tener el poder de resucitar, puede llegar hasta el grado de mostrar que sus siervos le serán fieles hasta la mismísima muerte, pudiendo así responder a la acusación de Satanás que aseveraba: “Piel en el interés de piel, y todo lo que el hombre tiene lo dará en el interés de su alma”. (Job 2:4.) Jehová puede permitir que Satanás llegue hasta el extremo de matar a algunos en un esfuerzo vano por apoyar sus falsas acusaciones. (Mat. 24:9; Rev. 2:10; 6:11.) El hecho de que los siervos de Jehová están dispuestos a entregar la vida en su servicio prueba que dicho servicio no lo hacen por razones egoístas, sino por amor, y Job fue un ejemplo de ello. (Job 27:5.) También prueba que reconocen a Jehová como el Todopoderoso, el Soberano Universal y el Dios de amor capaz de resucitarlos. Esto prueba que ellos rinden devoción exclusiva a Jehová por sus maravillosas cualidades, y no por razones materiales egoístas. (Considérense algunas de las exclamaciones de los siervos de Dios registradas en Romanos 11:33-36; Revelación 4:11; 7:12.) Además, tal como le declaró a Adán, la resurrección es un medio por el cual Jehová se asegura de que su propósito para con la Tierra se lleve a cabo. (Gén. 1:28.)
Esencial para la felicidad del hombre
La resurrección de los muertos, una bondad inmerecida por parte de Dios, es esencial para la felicidad de la humanidad y para reparar todo el daño, sufrimiento y opresión que le ha sobrevenido a la raza humana. Estas cosas le han acaecido al hombre como resultado de su imperfección y enfermedad, de las guerras que ha peleado, de los asesinatos cometidos y de las inhumanidades practicadas por hombres inicuos a instigación de Satanás el Diablo durante prácticamente los seis mil años de historia humana. No podemos ser completamente felices si no creemos en una resurrección. El apóstol Pablo expresó este sentimiento en las siguientes palabras: “Si solo en esta vida hemos esperado en Cristo, de todos los hombres somos los más dignos de lástima”. (1 Cor. 15:19.)
¿CUÁNDO SE DIO POR PRIMERA VEZ LA ESPERANZA DE LA RESURRECCIÓN?
Después que Adán hubo pecado y se hizo merecedor de la muerte, tanto para sí mismo como para sus descendientes, Dios dijo a la serpiente: “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu descendencia y la descendencia de ella. Él te magullará en la cabeza y tú le magullarás en el talón”. (Gén. 3:15.)
El que causó originalmente la muerte tiene que ser eliminado
Jesús dijo a los judíos religiosos que se oponían a él: “Ustedes proceden de su padre el Diablo, y quieren hacer los deseos de su padre. Ese era homicida cuando principió, y no permaneció firme en la verdad, porque la verdad no está en él”. (Juan 8:44.) Esto es evidencia de que fue el Diablo el que habló por mediación de la serpiente, y que era un homicida desde el principio de su proceder mentiroso y diabólico. En la visión que posteriormente Cristo le dio a Juan, él reveló que a Satanás el Diablo también se le llama “la serpiente original”. (Rev. 12:9.) Satanás se apoderó de la humanidad, pues al inducir a Adán a rebelarse contra Dios consiguió tener bajo su influencia a los hijos de Adán. De modo que en la primera profecía, Génesis 3:15, Jehová dio la esperanza de que esta serpiente sería eliminada. (Compárese con Romanos 16:20.) No solo será aplastada la cabeza de Satanás, sino que todas sus obras tienen que ser desbaratadas, destruidas o deshechas. (1 Juan 3:8; NM, BC, Val.) El cumplimiento de esta profecía exige necesariamente que se anule la muerte introducida por Adán. Para ello es preciso que los de la prole de Adán que están en el Seol (Hades), como resultado de los efectos heredados del pecado de Adán, sean resucitados. (1 Cor. 15:26.)
La esperanza de libertad implica una resurrección
El apóstol Pablo describe la situación que Dios permitió que existiese una vez que el hombre había pecado así como el propósito que Él tuvo al permitirlo: “Porque la creación fue sujetada a futilidad [por haber nacido en pecado y tenerse que encarar todos a la muerte], no de su propia voluntad [los hijos de Adán fueron traídos al mundo y enfrentados a esta situación sin escogerla, ni siquiera tenían control sobre lo que Adán hizo], sino por aquel [Dios, en su sabiduría] que la sujetó, sobre la base de la esperanza de que la creación misma también será libertada de la esclavitud a la corrupción y tendrá la gloriosa libertad de los hijos de Dios”. (Rom. 8:20, 21; Sal. 51:5.) Con el fin de experimentar el cumplimiento de esta esperanza de gloriosa libertad, los que han muerto necesitan tener una resurrección; han de ser libertados de la muerte y de la sepultura. Así, mediante su promesa de la venidera “descendencia” que aplastaría la cabeza de la serpiente, Dios colocó una maravillosa esperanza ante la humanidad. (Véase DESCENDENCIA, SEMILLA.)
La base que tuvo Abrahán para mostrar fe
Del registro bíblico se desprende que cuando intentó ofrecer a su hijo Isaac, Abrahán tenía fe en la capacidad y el propósito de Dios de levantar a los muertos. Como se declara en Hebreos 11:17-19, él recibió a Isaac de entre los muertos “a manera de ilustración”. (Gén. 22:1-3, 10-13.) Abrahán tenía base para mostrar fe en una resurrección debido a la promesa que Dios le había hecho en cuanto a la “descendencia”. (Gén. 3:15.) Además, tanto Abrahán como Sara ya habían experimentado algo comparable a una resurrección cuando Dios revivificó sus facultades reproductivas. (Gén. 18:9-11; 21:1, 2, 12; Rom. 4:19-21.) El cabeza de familia Job expresó una fe similar, al decir cuando sufría intensamente: “¡Oh que en el Seol me ocultaras, [...] que me fijaras un límite de tiempo y te acordaras de mí! Si un hombre físicamente capacitado muere, ¿puede volver a vivir? [...] Tú llamarás, y yo mismo te responderé. Por la obra de tus manos sentirás anhelo”. (Job 14:13-15.)
“Una resurrección mejor”
De ciertas personas fieles de tiempos antiguos Pablo dice: “Mujeres que recibieron a sus muertos por resurrección; pero otros hombres fueron atormentados porque rehusaron aceptar la liberación por algún rescate, con el fin de alcanzar una resurrección mejor”. (Heb. 11:35.) Estos hombres demostraron tener fe en la esperanza de la resurrección, sabiendo que la vida de que disfrutaban en aquel tiempo no era la cosa más importante. La resurrección que tanto ellos como otros recibirán por medio de Cristo acontece después de la resurrección de este y de que él compareciese en el cielo ante su Padre con el valor de su sacrificio de rescate. En ese tiempo, él recompró el derecho a la vida de la raza humana, y llegó a ser, en potencia, el “Padre Eterno”. (Heb. 9:11, 12, 24; Isa. 9:6.) Él es “un espíritu dador de vida”. (1 Cor. 15:44, 45.) Tiene “las llaves de la muerte y del Hades [Seol]”. (Rev. 1:18.) Con la autoridad que ahora tiene de conceder vida eterna, al debido tiempo de Dios llevará a cabo una “resurrección mejor”, ya que los que la experimenten podrán vivir para siempre, sin que inevitablemente tengan que morir de nuevo. Si son obedientes, continuarán viviendo.
RESURRECCIÓN CELESTIAL
A Jesucristo se le llama “el primogénito de entre los muertos” (Col. 1:18), porque fue el primero en recibir una resurrección para vida eterna. Su resurrección fue “en el espíritu”, es decir, para vivir en el cielo. (1 Ped. 3:18.) Además, al resucitar se le concedió una forma superior de vida y una posición superior a la que había tenido en los cielos antes de venir a la Tierra. Recibió inmortalidad e incorrupción, algo que ninguna criatura carnal puede tener, y fue hecho “más alto que los cielos”, ocupando, después de Jehová Dios, la posición más alta del universo. (Heb. 7:26; 1 Tim. 6:14-16; Fili. 2:9-11; Hech. 2:34; 1 Cor. 15:27.) Fue el propio Jehová Dios quien lo resucitó. (Hech. 3:15; 5:30; Rom. 4:24; 10:9.)
Sin embargo, después de su resurrección, Jesús se apareció a sus discípulos durante un período de cuarenta días en diferentes ocasiones y en diversos cuerpos carnales, como algunos ángeles habían hecho para aparecerse a ciertos hombres en tiempos antiguos. Al igual que aquellos ángeles, Jesús tenía el poder de formar y desintegrar esos cuerpos carnales a voluntad con el fin de probar visiblemente que había sido resucitado. (Mat. 28:8-10, 16-20; Luc. 24:13-32, 36-43; Juan 20:14-29; Gén. 18:1, 2; 19:1; Jos. 5:13-15; Jue. 6:11, 12; 13:3, 13.) Las muchas veces que se apareció, y especialmente cuando se manifestó ante más de quinientas personas en una ocasión, constituyen un poderoso testimonio de que verdaderamente resucitó. (1 Cor. 15:3-8, 12-21.)
La resurrección de los “hermanos” de Cristo
Los que son “llamados y escogidos y fieles”, seguidores de las pisadas de Cristo, sus “hermanos”, que han sido engendrados espiritualmente como “hijos de Dios”, han recibido la promesa de una resurrección como la de Cristo. (Rev. 17:14; Rom. 6:5; 8:15, 16; Heb. 2:11.) El apóstol Pedro escribió lo siguiente a sus compañeros cristianos: “Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, porque según su gran misericordia nos dio un nuevo nacimiento a una esperanza viva mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, a una herencia incorruptible e incontaminada e inmarcesible. Está reservada en los cielos para ustedes”. (1 Ped. 1:3, 4.)
Pedro también describió la esperanza que ellos poseen como “preciosas y grandiosísimas promesas, para que por estas ustedes lleguen a ser partícipes de la naturaleza divina”. (2 Ped. 1:4.) Los “hermanos” de Cristo tienen que experimentar un cambio de naturaleza, dejar la naturaleza humana para obtener la “divina”, es decir, un cuerpo de espíritu como el que poseen las personas celestiales. Tienen que morir una muerte de integridad como la de Cristo, en la que renuncian para siempre a la vida humana, a la sangre y la carne; entonces, al resucitar, reciben un cuerpo inmortal e incorruptible como el de Cristo. (Rom. 6:3-5; 1 Cor. 15:50-57; 2 Cor. 5:1-3.) El apóstol Pablo explica que no es el cuerpo lo que se resucita, y para ello asemeja esa experiencia al hecho de que una semilla se planta y brota, pues “Dios le da un cuerpo así como le ha agradado”. (1 Cor. 15:35-40.) Es el alma, la persona, lo que se resucita, y entonces recibe un cuerpo adecuado para el ambiente al cual Dios le resucita.
En el caso de Jesucristo, él entregó su vida humana como sacrificio de rescate en beneficio de la humanidad. El escritor cristiano del libro de Hebreos aplica a Jesús el Salmo 40, y dice que cuando vino al “mundo” como el Mesías de Dios, dijo: “Sacrificio y ofrenda no quisiste, pero me preparaste un cuerpo”. (Heb. 10:5.) El propio Jesús comentó: “De hecho, el pan que yo daré es mi carne a favor de la vida del mundo”. (Juan 6:51.) Se desprende que Cristo no podía volver a recibir su cuerpo en la resurrección, retirando así el sacrificio ofrecido a Dios por la humanidad. Además, Cristo ya no tenía que morar más en la Tierra. Su “casa” está en los cielos, con su Padre, el cual no es de carne, sino un espíritu. (Juan 14:3; 4:24.) Por lo tanto, Jesucristo recibió un glorioso cuerpo inmortal e incorruptible porque “él es el reflejo de su gloria [de Jehová] y la representación exacta de su mismo ser, y sostiene todas las cosas por la palabra de su poder; y después de haber hecho una purificación por nuestros pecados se sentó a la diestra de la Majestad en lugares encumbrados. De modo que ha llegado a ser mejor que los ángeles [que son poderosas personas de espíritu], al grado que ha heredado un nombre más admirable que el de ellos”. (Heb. 1:3, 4; 10:12, 13.)
Los hermanos fieles de Cristo, que se unen a él en los cielos, renuncian a la vida humana. El apóstol Pablo muestra que ellos han de tener un nuevo cuerpo, transformado para su nueva existencia: “En cuanto a nosotros, nuestra ciudadanía existe en los cielos, lugar de donde también aguardamos con intenso anhelo a un salvador, el Señor Jesucristo, que amoldará de nuevo nuestro cuerpo humillado para que se conforme a su cuerpo glorioso, según la operación del poder que él tiene”. (Fili. 3:20, 21.)
El tiempo de la resurrección celestial
La resurrección celestial de los coherederos de Cristo empieza después que Jesucristo regresa en gloria celestial para dar atención en primer lugar a sus hermanos espirituales. Al propio Cristo se le llama las primicias de los que se han dormido en la muerte”. Luego Pablo dice que cada uno será resucitado según su propia categoría: “Cristo las primicias, después los que pertenecen al Cristo durante su presencia”. (1 Cor. 15:20, 23.) Estos, como “la casa de Dios”, han estado bajo juicio durante su derrotero de vida cristiano, empezando con los primeros de ellos en Pentecostés. (1 Ped. 4:17.) Son “ciertas [literalmente, “algunas”) primicias”. (Sant. 1:18, Kingdom Interlinear Translation; Rev. 14:4.) Jesucristo y estos hermanos espirituales como “primicias” pueden compararse a las primicias de la cebada que los israelitas ofrecían el 16 de Nisán (“Cristo las primicias”) y a las primicias del trigo (sus seguidores, “ciertas primicias”) ofrecidas el día del Pentecostés, cincuenta días después. (Lev. 23:4-12, 15-20.)
Al haber estado bajo juicio, cuando Cristo regresa es tiempo para dar la recompensa a sus fieles ungidos, tal como les prometió a sus once apóstoles fieles la noche antes de su muerte: “Voy a preparar un lugar para ustedes. También, [...] vengo otra vez y los recibiré en casa a mí mismo, para que donde yo estoy también estén ustedes”. (Juan 14:2, 3; Luc. 19:12-23; compárese con Revelación 11:17, 18.)
“Las bodas del Cordero”
A estos cristianos, como cuerpo, se les llama su “esposa” (en perspectiva). (Rev. 21:9.) Están prometidos a él en matrimonio, y el hecho de que él se los lleve a los cielos constituye “las bodas del Cordero”. (2 Cor. 11:2; Rev. 19:7, 8.) El apóstol Pablo esperaba recibir su resurrección cuando llegara ese tiempo. (2 Tim. 4:8; compárese con Juan 6:39, 54, donde se habla de la resurrección “en el último día”.) Para el tiempo de la “presencia” de Cristo, todavía viven en la Tierra algunos de sus hermanos espirituales, “invitados a la cena de las bodas del Cordero”, pero los de ese grupo que ya han muerto reciben el galardón primero por medio de una resurrección. (Rev. 19:9.) Esto se explica en 1 Tesalonicenses 4:15, 16: “Porque esto les decimos por palabra de Jehová: que nosotros los vivientes que sobrevivamos hasta la presencia del Señor no precederemos de ninguna manera a los que se han dormido en la muerte; porque el Señor mismo descenderá del cielo con una llamada imperativa, con voz de arcángel y con trompeta de Dios, y los que están muertos en unión con Cristo se levantarán primero”. (Compárese con 1 Corintios 15:51, 52; Revelación 14:13.)
En Revelación 20:5, 6 se llama a la resurrección de los que reinarán con Cristo “la primera resurrección”. El apóstol Pablo también habla de esta primera, resurrección como “la resurrección más temprana de entre los muertos [literalmente, la resurrección-fuera de fuera de los muertos]”. (Fili. 3:11, NM, Ro [en inglés], Kingdom Interlinear Translation.) Word Pictures in the New Testament (vol. IV, pág. 454), de Robertson, dice sobre la expresión que Pablo utiliza en este versículo: “Al parecer, Pablo aquí solo piensa en la resurrección de los creyentes de entre los muertos y por lo tanto utiliza dos veces ex [fuera] (ten exanastasin ten ek nekron). Pablo no niega una resurrección general con este lenguaje, sino que enfatiza la de los creyentes”. La obra Commentaries (sobre Filipenses 3:11), de Ellicott, hace la siguiente observación: “La resurrección de los muertos; es decir, como sugiere el contexto, la primera resurrección (Rev. xx. 5), cuando, en la venida del Señor, los muertos en Él se levantarán primero (1 Tes. iv. 16), y los vivos serán arrebatados para encontrarse con él en las nubes (1 Tes. iv. 17); compárese con Lucas xx. 35. La primera resurrección incluirá solo a los verdaderos creyentes, y al parecer precederá en cuanto a tiempo a la segunda, la de los no creyentes e incrédulos. [...] Es completamente imposible que aquí se haga referencia a una resurrección meramente ética (Cocceius)”. Uno de los significados básicos de la palabra e·xa·ná·sta·sis es “levantarse de la cama por la mañana”; por consiguiente, puede representar muy bien una resurrección que ocurre temprano o, con otras palabras, “la primera resurrección”. La traducción en inglés de Rotherham, vierte Filipenses 3:11 diciendo: “Si de algún modo puedo adelantar a la resurrección más temprana, la cual es de entre los muertos”.
RESURRECCIÓN TERRESTRE
Mientras Jesús estaba fijado en un madero, uno de los malhechores que estaban junto a él indicó que Jesús no merecía ser castigado; después de lo cual solicitó: “Jesús, acuérdate de mí cuando entres en tu reino”. Jesús respondió: “Verdaderamente te digo hoy: Estarás conmigo en el Paraíso”. (Luc. 23:42, 43.) Jesús en realidad estaba diciendo: ‘En este día sombrío, cuando el que yo pretenda tener un reino es, aparentemente, muy improbable, tú expresas fe. Efectivamente, cuando yo entre en mi reino, me acordaré de ti’. Esto hacía necesario que el malhechor resucitase. Este hombre no era un fiel seguidor de Jesucristo. Él había tenido una mala conducta, había violado la Ley, y por lo tanto merecía la pena de muerte. (Luc. 23:40, 41.) De modo que no podía esperar ser uno de los que recibieran la primera resurrección. Además, él murió cuarenta días antes de que Jesús ascendiera al cielo, por lo tanto antes del Pentecostés, que tuvo lugar diez días después de la ascensión, fecha en que Dios por medio de Jesús ungió a los primeros que recibirían la resurrección celestial. (Hech. 1:3; 2:1-4, 33.)
Jesús dijo que el malhechor estaría en el Paraíso. Esa palabra significa “un parque” o “jardín de placer”. En Génesis 2:8, la Versión de los Setenta traduce la palabra hebrea para “jardín” (gan) por la griega pa·rá·dei·sos. El paraíso en el cual estará el malhechor no es el “paraíso de Dios” que, en Revelación 2:7, se promete al que “venza”, pues el malhechor no había vencido al mundo con Jesucristo. (Juan 16:33.) Por consiguiente, el malhechor no será miembro del reino celestial (Luc. 22:28-30), sino que será un súbdito de ese Reino cuando los que experimentan la “primera resurrección”, como reyes que han recibido autoridad de Dios y del Cristo, se sienten sobre tronos, gobernando con Cristo por mil años. (Rev. 20:4, 6.)
RESURRECCIÓN PARA VIDA Y PARA JUICIO
Jesús dio esta consoladora seguridad a la humanidad: “La hora viene, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que hayan hecho caso vivirán [...]. No se maravillen de esto, porque viene la hora en que todos los que están en las tumbas conmemorativas oirán su voz y saldrán, los que hicieron cosas buenas a una resurrección de vida, los que practicaron cosas viles a una resurrección de juicio”. (Juan 5:25-29.)
Un juicio de condenación
En las susodichas palabras de Jesús, “juicio” traduce el término griego krí·sis. Los significados de esta palabra se dan en A Greek-English Lexicon, novena edición, 1968, de Liddell y Scott, página 997a, como sigue:
“Separación, distinción, [...] 2. decisión, juicio, [...] 3. selección, elección, [...] 4. interpretación de sueños o portentos, Lxx, Da[niel] 2.36, [...] II. juicio de un tribunal, [...] b. resultado de un juicio, condenación, [...] c. [...] Día de Juicio, [...] Mat. 10.15. 2. prueba de habilidad o fuerzas, [...] 3. disputa, [...] III. acontecimiento, punto en cuestión, [...] 2. crisis de una enfermedad.”
En A Greek and English Lexicon to the New Testament (pág. 342a, ed. 1845), de Parkhurst, se dan los significados que tiene krí·sis en las Escrituras Griegas Cristianas como sigue: “I. Juicio; II. Juicio, justicia, Mateo 23:23. Compárese con 12:20; III. Juicio de condenación, condenación, maldición. Marcos 3:29; Juan 5:24, 29; IV. La causa o base de condenación o castigo. Juan 3:19; V. Un tribunal específico de justicia entre los judíos. Mateo 5:21, 22”.
Si al hablar de una resurrección de juicio Jesús pensaba en un juicio cuyo resultado podía ser vida, entonces no habría ningún contraste entre esta y la “resurrección de vida”. Por lo tanto, el contexto indica que por “juicio” Jesús se refería a un juicio condenatorio.
Los “muertos” que oyeron hablar a Jesús cuando estuvo en la Tierra
Al considerar las palabras de Jesús, notamos que cuando él habló, algunos de los “muertos” estaban escuchando su voz. Pedro usó un lenguaje similar cuando dijo: “De hecho, con este propósito las buenas nuevas fueron declaradas también a los muertos, para que fueran juzgados en cuanto a la carne desde el punto de vista de los hombres, pero vivieran en cuanto al espíritu desde el punto de vista de Dios”. (1 Ped. 4:6.) Esto es así porque los que escuchaban a Cristo estaban ‘muertos en ofensas y pecados’ antes de oírle, pero empezarían a ‘vivir’ espiritualmente al ejercer fe en las buenas nuevas. (Efe. 2:1; compárese con Mateo 8:22; 1 Timoteo 5:6.)
Juan 5:29 se refiere al fin de un período de juicio
Sin embargo una cosa muy importante que notar, algo que ayuda a determinar el factor tiempo de las palabras de Jesús con respecto a la ‘resurrección de vida y la resurrección de juicio’, es lo que él dijo antes en ese mismo contexto al referirse a los que vivían entonces y que estaban muertos espiritualmente (como se explica bajo el subtema “Pasando de muerte a vida”): “La hora viene, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que hayan hecho caso [literalmente, palabra por palabra, “los que hayan oído”] vivirán”. (Vs. 25, The Kingdom Interlinear Translation of the Greek Scriptures.) Esto indica que él no estaba hablando simplemente de alguien que oyera audiblemente su voz, sino más bien de los que “habían oído”, a saber, los que después de oír, aceptan como verdad lo que oyen. Los términos “oír” y “escuchar” se usan con mucha frecuencia en la Biblia con el significado de “hacer caso” u “obedecer”. (Véase OBEDIENCIA.) Los que resultan ser obedientes vivirán. (Compárese con el uso del mismo término griego [a·kóu·o], “oír” o “escuchar”, como en Juan 6:60; 8:43, 47; 10:3, 27.) Son juzgados, no sobre la base de lo que hicieron antes de oír su voz, sino por lo que hicieron después de oírla.
Es evidente por lo tanto que cuando Jesús habló de “los que hicieron cosas buenas” y de “los que practicaron cosas viles” se estaba colocando al final del período de juicio, como si mirase atrás en retrospección o repaso a las acciones de estas personas resucitadas después de tener la oportunidad de obedecer o desobedecer las “cosas escritas en los rollos”. Solo al final del período de juicio se demostraría quién había hecho bien o mal. El resultado para “los que hicieron cosas buenas” (según las “cosas escritas en los rollos”) sería la recompensa de vida; para “los que practicaron cosas viles”, un juicio de condenación. De modo que la resurrección habría resultado ser de vida o de condenación.
Por consiguiente, en Juan 5:29 no se considera el mismo asunto que en Hechos 24:15, donde Pablo habla de la resurrección de “justos como de injustos”. Pablo alude claramente a los que han tenido una posición justa o injusta delante de Dios durante esta vida, y que serán resucitados. Ellos son “los que están en las tumbas conmemorativas”. (Juan 5:28.) En Juan 5:29, Jesús considera a esas personas después de salir de las tumbas conmemorativas y después de que por su proceder durante el reinado de Jesucristo y sus reyes y sacerdotes asociados hayan resultado ser obedientes, con ‘vida’ eterna como su recompensa, o bien desobedientes y por lo tanto merecedores de ‘juicio (de condenación)’ por parte de Dios.
EL ALMA, NO EL CUERPO, ES LO QUE SE RECUPERA DEL SEOL
A lo largo de las Escrituras se hace evidente que no hay un “alma inmaterial” separada y distinta del cuerpo. El alma muere cuando muere el cuerpo. Hasta de Jesucristo está escrito que “derramó su alma hasta la mismísima muerte”. Su alma estaba en el Seol. Él no existía como alma o persona durante ese tiempo. (Isa. 53:12; Hech. 2:27; compárese con Ezequiel 18:4; véase ALMA.) Por consiguiente, en la resurrección no se efectúa ninguna unión entre alma y cuerpo. Sin embargo, el individuo tiene que tener un cuerpo, sea espiritual o terrestre, pues todas las personas, tanto celestiales como terrestres, poseen un cuerpo. Para que vuelva a ser una persona, el que ha muerto debe tener un cuerpo, sea físico o espiritual. La Biblia dice: “Si hay cuerpo físico, también lo hay espiritual”. (1 Cor. 15:44.)
Pero ¿vuelven a juntarse las células del viejo cuerpo en la resurrección? O ¿es una reproducción exacta del cuerpo anterior, hecho precisamente tal como era cuando la persona murió? Las Escrituras responden de manera negativa cuando tratan de la resurrección de los hermanos ungidos de Cristo: “No obstante, alguien dirá: ‘¿Cómo han de ser levantados los muertos? Sí, ¿con qué clase de cuerpo vienen?’. ¡Persona irrazonable! Lo que siembras no es vivificado a menos que primero muera; y en cuanto a lo que siembras, no siembras el cuerpo que se desarrollará, sino un grano desnudo, sea de trigo o cualquiera de los demás; pero Dios le da un cuerpo así como le ha agradado, y a cada una de las semillas su propio cuerpo”. (1 Cor. 15:35-38.)
Los celestiales reciben un cuerpo espiritual, pues Dios se complace en que tengan cuerpos adecuados a su ambiente celestial. Pero aquellos a quienes Jehová se deleita en darles una resurrección terrestre, ¿qué cuerpo reciben? No podría ser el mismo cuerpo, con exactamente los mismos átomos. Si un hombre muere y es enterrado, por el proceso de la descomposición su cuerpo se vuelve a convertir en elementos químicos orgánicos que son absorbidos por la vegetación. Cabe la posibilidad de que otras personas coman de esa vegetación. Los elementos, los átomos de esa persona original, ahora pueden estar en otras muchas personas. En la resurrección es obvio que los mismos átomos no pueden estar en la persona original y en todas las otras al mismo tiempo.
Tampoco es necesario que el cuerpo resucitado sea hecho la copia exacta del cuerpo al momento de la muerte. Si el cuerpo de una persona está mutilado antes de morir, ¿volverá de la misma manera? Esto sería irrazonable, porque pudiera ser que no estuviera ni siquiera en condición de oír y hacer “las cosas escritas en los rollos”. (Rev. 20:12.) Digamos que una persona murió por haberse desangrado. ¿Volvería sin sangre? No, porque no podría vivir con un cuerpo terrestre sin sangre. (Lev. 17:11, 14.) Más bien, recibiría un cuerpo del agrado de Dios. Ya que la voluntad y el gusto de Dios es que la persona resucitada obedezca las “cosas escritas en los rollos”, debería tener un cuerpo sano, que poseyera todas sus facultades. (Jesús resucitó a Lázaro con un cuerpo entero y sano, después de haberse descompuesto parcialmente [Juan 11:39].) De esta manera, cada uno podrá ser considerado, apropiada y justamente, responsable de sus hechos durante el período de juicio. Sin embargo, no será perfecto al instante de ser resucitado, pues tendrá que ejercer fe en el sacrificio de rescate de Cristo y deberá recibir los servicios sacerdotales de Cristo y su “sacerdocio real”. (1 Ped. 2:9; Rev. 5:10; 20:6.)
‘PASANDO DE MUERTE A VIDA’
Jesús habló de los que ‘tienen vida eterna’ porque oyen sus palabras con fe y obediencia y creen en el Padre que le envió. En cuanto a cada uno de ellos, él dijo: “No entra en juicio, sino que ha pasado de la muerte a la vida. Muy verdaderamente les digo: La hora viene, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que hayan hecho caso vivirán”. (Juan 5:24, 25.)
Los que han ‘pasado de la muerte a la vida ahora’ no son los que habían muerto literalmente y estaban en las sepulturas. Cuando Jesús habló, toda la humanidad estaba bajo condenación de muerte ante Dios el Juez de todos. Por lo tanto, Jesús se refirió evidentemente a personas de la Tierra que estaban muertas en un sentido espiritual. (Efe. 2:1, 2, 4-6.) Fue a esa clase de muertos espirituales a los que Jesús se debió referir cuando dijo al judío que quería ir primero a su casa a enterrar a su padre: “Continúa siguiéndome, y deja que los muertos entierren a sus muertos”. (Mat. 8:21, 22.)
UNA BONDAD INMERECIDA POR PARTE DE DIOS
La provisión de la resurrección para la humanidad es efectivamente una bondad inmerecida de Dios, pues Él no estaba obligado a hacer tal provisión. Su amor por el mundo de la humanidad le motivó a dar a su Hijo unigénito para que millones —es más: miles de millones de personas que han muerto sin tener un verdadero conocimiento de Dios— pudieran recibir la oportunidad de conocerle y amarle, y para que los que le aman y le sirven puedan tener esta esperanza e incentivo para aguantar fielmente, incluso hasta la muerte. (Juan 3:16.) El apóstol Pablo consuela a sus compañeros cristianos con la esperanza de la resurrección. (1 Tes. 4:13, 14.)
El rescate aplicado a todos aquellos por quienes se concedió
La grandeza y generosidad del amor y la bondad inmerecida de Dios al dar a su Hijo para que ‘todo el que creyese en él tuviese vida’ no permitiría una aplicación limitada del rescate solo a los que Dios escoge para el llamamiento celestial. (Juan 3:16.) De hecho, el sacrificio de rescate de Jesucristo no sería completo si únicamente beneficiase a los que llegan a ser miembros del reino de los cielos. No cumpliría todo el propósito para el que Dios lo ha provisto, porque Él se propuso que el Reino tuviera súbditos terrestres. Jesucristo es el Sumo Sacerdote, no solo de los sacerdotes que están con él, sino también para el mundo de la humanidad que vivirá cuando sus asociados gobiernen también con él como reyes y sacerdotes. (Rev. 20:4, 6.) Él “ha sido probado en todo sentido igual que nosotros [sus hermanos espirituales], pero sin pecado”. Por consiguiente, puede condolerse de las debilidades de las personas que están intentando concienzudamente servir a Dios; y sus reyes y sacerdotes asociados han sido probados de la misma manera. (Heb. 4:15, 16; 1 Ped. 4:12, 13.) ¿A favor de quiénes podrían ellos ser sacerdotes, sino a favor de la humanidad, contándose entre esta a los que sean resucitados durante el período de mil años de reinado y juicio?
Los siervos de Dios han esperado ansiosamente el día en que la resurrección completará su trabajo. En el desarrollo de sus propósitos, Dios ha establecido exactamente el tiempo preciso para ello, cuando su sabiduría y gran paciencia serán completamente vindicadas. (Ecl. 3:1-8.) Tanto Él como su Hijo completarán la resurrección en ese tiempo establecido, pues no solo pueden, sino que, además, desean hacerlo.
ALGUNOS NO SERÁN RESUCITADOS
Aunque es verdad que el sacrificio de rescate de Cristo fue hecho en beneficio de la humanidad en general, Jesús indicó que su verdadera aplicación estaría limitada. Él dijo: “Así como el Hijo del hombre no vino para que se le ministrara, sino para ministrar y para dar su alma en rescate en cambio por muchos”. (Mat. 20:28.) Jehová Dios tiene el derecho de rehusar aceptar un rescate a favor de cualquiera que Él no considere merecedor. El rescate de Cristo cubre los pecados cometidos debido a ser descendiente del pecador Adán, pero si una persona peca deliberadamente por su propia voluntad, su muerte se deberá a esos pecados que no están abarcados por el rescate.
El pecado contra el espíritu santo
Jesucristo dijo que el que pecaba contra el espíritu santo no sería perdonado ni en el presente sistema de cosas ni en el que ha de venir. (Mat. 12:31, 32.) Alguien juzgado por Dios como pecador contra el espíritu santo en este sistema de cosas no podría beneficiarse de una resurrección, pues, como sus pecados nunca podrían ser perdonados, tal resurrección resultaría inútil. Jesús pronunció juicio contra Judas Iscariote al llamarle “el hijo de destrucción”. En su caso, el rescate no le aplicará, de modo que no recibirá una resurrección, pues su destrucción era ya una sentencia establecida judicialmente. (Juan 17:12.)
A sus opositores, los líderes religiosos judíos, Jesucristo dijo: “¿Cómo habrán de huir del juicio del Gehena [un símbolo de destrucción eterna]?”. (Mat. 23:33; véase GEHENA.) Sus palabras indican que si estas personas no tomaban acción para volverse a Dios antes de morir, les sería declarado un juicio final adverso. En ese caso, una resurrección no les serviría de nada. Ese también parece ser el caso del “hombre del desafuero”. (2 Tes. 2:3, 8; véase HOMBRE DEL DESAFUERO.) De los que han conocido la verdad, han sido partícipes del espíritu santo y luego han apostatado, Pablo dice que han caído en una condición de la cual es imposible “revivificarlos otra vez al arrepentimiento, porque de nuevo fijan en un madero al Hijo de Dios para sí mismos y lo exponen a vergüenza pública”. El rescate ya no puede ayudarlos; por esa razón, no serán resucitados. El apóstol los asemeja a un campo que solo produce espinas y cardos, y que es rechazado, siendo por fin quemado. Esto ilustra el futuro que tienen ante ellos: aniquilación completa. (Heb. 6:4-8.)
Pablo dice de nuevo que para los que “voluntariosamente [practican] el pecado después de haber recibido el conocimiento exacto de la verdad, no queda ya sacrificio alguno por los pecados, sino que hay cierta horrenda expectación de juicio y hay un celo ardiente que va a consumir a los que están en oposición”. Luego ilustra: “Cualquiera que ha desatendido la ley de Moisés muere sin compasión, por el testimonio de dos o tres. ¿De cuánto más severo castigo piensan ustedes que será considerado digno el que ha hollado al Hijo de Dios y que ha estimado como de valor ordinario la sangre del pacto por la cual fue santificado, y que ha ultrajado con desdén el espíritu de bondad inmerecida? [...] Es cosa horrenda caer en las manos del Dios vivo”. El juicio es más severo ya que a ellos no solo se les da muerte y se les entierra en el Seol, como sucedía con los violadores de la ley de Moisés. Estos van al Gehena, de donde no hay resurrección. (Heb. 10:26-31.)
El apóstol también menciona que algunos “sufrirán el castigo judicial de destrucción eterna de delante del Señor y de la gloria de su fuerza, al tiempo en que él viene para ser glorificado con relación a sus santos”. (2 Tes. 1:9, 10.) Estos no sobrevivirán para hallarse bajo el reinado milenario de Cristo y, ya que su destrucción es “eterna”, no recibirán ninguna resurrección. Pedro escribe a sus hermanos señalándoles que ellos, como la “casa de Dios”, están bajo juicio, y luego cita de Proverbios 11:31 (LXX), advirtiéndoles del peligro de la desobediencia. En esos versículos, él indica que, tal como Pablo había escrito, el juicio actual de ellos podría finalizar con un juicio de destrucción eterna. (1 Ped. 4:17, 18.)