SETENTA SEMANAS
En el primer año de Darío, el hijo de Asuero el medo, el profeta Daniel discernió de la profecía de Jeremías que el tiempo para la liberación de los judíos de Babilonia y su regreso a Jerusalén estaba cerca. Entonces Daniel buscó con diligencia a Jehová en oración, en armonía con las palabras de Jeremías: “‘Y ustedes ciertamente me llamarán y vendrán y me orarán, y yo ciertamente los escucharé. Y ustedes realmente me buscarán y me hallarán, porque me buscarán con todo su corazón. Y yo mismo ciertamente me dejaré hallar por ustedes —es la expresión de Jehová—. [...] ‘Y de veras los traeré de vuelta al lugar del cual los hice ir al destierro’”. (Jer. 29:10-14; Dan. 9:1-4.)
Mientras Daniel estaba orando, Jehová envió a su ángel Gabriel con una profecía que casi todos los comentaristas bíblicos aceptan como mesiánica, aunque hay muchas variaciones en su interpretación. Gabriel dijo:
“Hay setenta semanas que han sido determinadas sobre tu pueblo y sobre tu santa ciudad, para poner fin a la transgresión, y para acabar con el pecado, y para hacer expiación por el error, y para introducir la justicia para tiempos indefinidos, y para imprimir un sello sobre visión y profeta, y para ungir el Santo de los Santos. Y debes saber y tener la perspicacia de que desde la salida de la palabra de restaurar y reedificar a Jerusalén hasta Mesías el Caudillo, habrá siete semanas, también sesenta y dos semanas. Ella volverá y será realmente reedificada, con plaza pública y foso, pero en los aprietos de los tiempos. Y después de las sesenta y dos semanas Mesías será cortado, con nada para sí. Y a la ciudad y al lugar santo el pueblo de un caudillo que viene los arruinará. Y el fin del tal será por la inundación. Y hasta el fin habrá guerra; lo que está decidido es desolaciones. Y él tiene que mantener el pacto en vigor para los muchos por una semana; y a la mitad de la semana hará que cesen el sacrificio y la ofrenda de dádiva. Y sobre el ala de cosas repugnantes habrá el que cause desolación; y hasta un exterminio, la misma cosa que se ha decidido irá derramándose también sobre el que yace desolado.” (Dan. 9:24-27.)
UNA PROFECÍA MESIÁNICA
Es bastante evidente que esta profecía es una “joya” en lo que respecta a la identificación del Mesías. Es de máxima importancia determinar el tiempo del comienzo de las setenta semanas así como su duración. Si estas fuesen semanas literales de siete días cada una, la profecía, o no se habría cumplido, lo cual es imposible (Isa. 55:10, 11; Heb. 6:18), o el Mesías vino hace más de veinticuatro siglos, en los días del imperio persa, y no fue identificado. En este último caso, el gran número de requisitos especificados en la Biblia para el Mesías no se hubieran satisfecho o cumplido. De manera que es evidente que las setenta semanas simbolizaban un espacio de tiempo mucho más largo. Ciertamente los acontecimientos descritos en la profecía eran de tal naturaleza que no podían haber ocurrido en setenta semanas literales, es decir, poco más de un año y cuatro meses. La mayoría de los eruditos bíblicos concuerdan en que las “semanas” de la profecía son semanas de años. Algunas traducciones dicen “setenta semanas de años” (TA, ed. 1856; EMN, nota al pie de la página; BR) y la traducción judío-alemana editada por el doctor Zunz también utiliza esta expresión.
EL COMIENZO DE LAS ‘SETENTA SEMANAS’
vEn cuanto al comienzo de las setenta semanas, Nehemías registra que el rey Artajerjes de Persia promulgó un decreto en el año vigésimo de su reinado, en el mes de Nisán, para reedificar el muro y la ciudad de Jerusalén. (Neh. 2:1, 5, 7, 8.) La evidencia histórica indica que esto ocurrió en el año 455 a. E.C. (Véase ARTAJERJES NÚM. 3.)
El tiempo del año 455 a. E.C. en que empezarían a contarse las ‘setenta semanas’ no podría ser antes de que Nehemías y los que estaban con él llegaran a Jerusalén. Hallamos ejemplos similares en las Escrituras. Por ejemplo: el decreto de Ciro para la liberación de los judíos de Babilonia fue una señal de que la desolación de Jerusalén durante setenta años estaba a punto de terminar. Pero la verdadera conclusión de los setenta años no fue antes de que Zorobabel y su séquito llegaran en realidad a Jerusalén. En el séptimo mes del año (Tisri) estaban en sus ciudades, establecieron un altar en el lugar del templo, ofrecieron sacrificios y a mediados del mes celebraron la fiesta de las cabañas. (Esd. 3:1-6.) Fue en ese tiempo del año, exactamente setenta años antes, cuando el resto de los judíos que Nabucodonosor dejó se llevaron a Jeremías el profeta a Egipto con ellos, dejando la tierra desolada y sin habitantes. (2 Rey. 25:25, 26; Jer. 29:10.)
De igual manera, las ‘setenta semanas’ no empezarían a contarse en el tiempo en que Artajerjes comisionó a Nehemías para regresar a Jerusalén. No empezarían hasta después de la llegada de Nehemías a Jerusalén. Había aproximadamente un viaje de cuatro meses desde Susa, la capital invernal de Artajerjes. La llegada de Nehemías a Jerusalén fue a finales del mes de Tamuz. Entonces, aproximadamente al tercer o cuarto día del siguiente mes (Ab), Nehemías dio la orden de reedificar los muros de Jerusalén. Esto fue alrededor de 26/27 ó 27/28 de julio del año 455 a. E.C. El día 25 del siguiente mes (Elul) los muros estaban terminados, es decir, en solo cincuenta y dos días. (Neh. 6:15.) Esto sería el 17 de septiembre de 455 a. E.C. Al principio de esos cincuenta y dos días tuvo lugar la salida de la palabra o mandato de restaurar y reedificar Jerusalén, en el sentido de que entonces entró en vigor. Después, continuaron las obras de reparación del resto de Jerusalén. (Dan. 9:25.)
En cuanto a las siete primeras “semanas” (cuarenta y nueve años), Nehemías, con la ayuda de Esdras, y después otros que posiblemente les sucedieron, trabajaron “en los aprietos de los tiempos”, con dificultades internas, entre los mismos judíos, y externas, procedentes de los samaritanos y de otras gentes. El libro de Malaquías, escrito después de 443 a. E.C., censura la mala condición en la que había caído para entonces el sacerdocio judío. El regreso de Nehemías a Jerusalén después de una visita a Artajerjes (compárese con Nehemías 5:14; 13:6, 7) se cree que fue después de esta fecha. La Biblia no revela exactamente cuánto tiempo después del año 455 a. E.C. continuó él personalmente edificando Jerusalén. Sin embargo, la obra debió quedar prácticamente terminada en cuarenta y nueve años (siete semanas de años), “en los aprietos de los tiempos”, y Jerusalén y su templo permanecieron hasta la venida del Mesías. (Véase MALAQUÍAS, LIBRO DE [Cuándo se escribió].)
LA LLEGADA DEL MESÍAS DESPUÉS DE SESENTA Y NUEVE “SEMANAS”
En cuanto a las siguientes sesenta y dos “semanas” (vs. 25), estas, como parte de las setenta, y mencionadas en segundo lugar, continuarían desde la conclusión de las “siete semanas”. Esto haría que el tiempo desde el año vigésimo de Artajerjes hasta “Mesías el Caudillo” fuese de siete más sesenta y dos “semanas”, o sesenta y nueve “semanas” (483 años), desde 455 a. E.C. hasta 29 E.C. Según se deduce de la cronología seglar y la Biblia Jesús vino a Juan y fue bautizado, llegando a ser por ello el Ungido, Mesías el Caudillo, en el otoño de ese año, 29 E.C. Quizás los judíos lo habían calculado basándose en la profecía de Daniel y, por lo tanto, estaban pendientes de la venida del Mesías para ese tiempo. De todos modos, la Biblia informa que “el pueblo [estaba] en expectación, y todos razonando en sus corazones acerca de Juan: ‘¿Acaso será él el Cristo?’”. (Luc. 3:15.)
“Cortado” a la mitad de la semana
Después Gabriel le dijo a Daniel: “Después de las sesenta y dos semanas Mesías será cortado, con nada para sí”. (Vs. 26.) Fue algún tiempo después del final de las ‘siete más sesenta y dos semanas’, en realidad unos tres años y medio después, que Cristo fue cortado en la muerte en un madero de tormento, entregando todo lo que tenía como un rescate para la humanidad. (Isa. 53:8.) La evidencia indica que la primera mitad de la “semana” Jesús la empleó en el desempeño de su ministerio. En una ocasión, probablemente en el otoño del año 32 E.C., dio una ilustración hablando al parecer de la nación judía como si fuera una higuera (compárese con Mateo 17:15-20; 21:18, 19, 43) que no había producido fruto por “tres años”. El viñador le dijo al amo de la viña: “Amo, déjala también este año, hasta que cave alrededor de ella y le eche estiércol; y si entonces produce fruto en el futuro, bien está; pero si no, la cortarás”. (Luc. 13:6-9.) Puede que aquí se haya referido al período de tiempo de su propio ministerio para con aquella nación insensible, ministerio que hasta ese punto había durado unos tres años, y tenía que continuar durante parte de un cuarto año. (Véase JESUCRISTO [Cuándo nació y cuánto duró su vida y su ministerio].)
El pacto en vigor “por una semana”
El versículo 27 del capítulo 9 de Daniel dice: “Y él tiene que mantener el pacto en vigor para los muchos por una semana [o siete años]; y a la mitad de la semana hará que cesen el sacrificio y la ofrenda de dádiva”. Este “pacto” no podría ser el pacto de la Ley, pues el sacrificio de Cristo, tres años y medio después de empezar la septuagésima “semana”, resultó en que Dios lo aboliese: “Él lo ha quitado [el pacto de la Ley] del camino clavándolo al madero de tormento”. (Col. 2:14.) También, “Cristo, por compra, nos libró de la maldición de la Ley [...]. El propósito fue que la bendición de Abrahán llegara a ser para las naciones por medio de Jesucristo”. (Gál 3:13, 14.) Dios, por medio de Cristo, extendió las bendiciones del pacto abrahámico a la prole natural de Abrahán, excluyendo a los gentiles hasta que el evangelio les fue llevado por medio de la predicación de Pedro a Cornelio, de nacionalidad italiana. (Hech. 3:25, 26; 10:1-48.) Esta conversión de Cornelio y su casa ocurrió después de la conversión de Saulo de Tarso, la cual por lo general se cree que tuvo lugar en el año 34 ó 35 E.C.; después de esto la congregación disfrutó de un período de paz y edificación. (Hech. 9:1-16, 31.) De modo que, al parecer, Cornelio entró en la congregación cristiana en el otoño del año 36 E.C., lo cual sería el final de la septuagésima “semana”, cuatrocientos noventa años después de 455 a. E.C.
Se ‘hacen cesar’ el sacrificio y la ofrenda
La expresión ‘hacer que cesen’, usada con referencia al sacrificio y la ofrenda de dádiva, literalmente significa, ‘hacer sabatizar, descansar, desistir de trabajar’. El “sacrificio y la ofrenda de dádiva” que se ‘hicieron cesar’, según Daniel 9:27, no podría ser el sacrificio de rescate de Jesús, ni tampoco ningún sacrificio espiritual de sus seguidores. Tiene que referirse a los sacrificios y las ofrendas de dádiva que ofrecían los judíos en el templo en Jerusalén según la ley de Moisés.
La “mitad de la semana” sería a la mitad de los siete años o después de tres años y medio de haber empezado esa “semana” de años. Ya que la septuagésima “semana” empezó en el otoño del año 29 E.C. cuando Jesús se bautizó y fue ungido para ser el Cristo, la mitad de esa semana (tres años y medio) llegaría hasta la primavera del año 33 E.C., es decir, hasta el tiempo de la Pascua (14 de Nisán) de aquel año. Este día parece haber sido el 1 de abril de 33 E.C., según el calendario gregoriano. El apóstol Pablo nos dice que Jesús ‘vino para hacer la voluntad de Dios’, que era ‘eliminar lo primero [los sacrificios y las ofrendas según la Ley] para establecer lo segundo’. Esto lo hizo al ofrecer como sacrificio su propio cuerpo. (Heb. 10:1-10.)
Aunque los sacerdotes judíos continuaron ofreciendo sacrificios en el templo en Jerusalén hasta su destrucción en el año 70 E.C., los sacrificios por el pecado cesaron en cuanto a tener aceptación y validez para Dios. Justo antes de su muerte, Jesús dijo a Jerusalén: “Su casa se les deja abandonada a ustedes”. (Mat. 23:38.) Cristo “ofreció un solo sacrificio por los pecados perpetuamente [...]. Porque por una sola ofrenda de sacrificio él ha perfeccionado perpetuamente a los que están siendo santificados”. “Ahora bien, donde hay perdón de estos [de pecados y actos desaforados], ya no hay ofrenda por el pecado.” (Heb. 10:12-14, 18.) El apóstol Pablo señala que la profecía de Jeremías hablaba de un nuevo pacto, por lo que el pacto anterior [de la Ley] había sido hecho anticuado y estaba “próximo a desvanecerse”. (Heb. 8:7-13.)
Se pone fin a la transgresión y al pecado
El cortamiento o muerte de Jesús, su resurrección y su ascensión al cielo resultó en ‘poner fin a la transgresión, y acabar con el pecado, y hacer expiación por el error’. (Dan. 9:24.) El pacto de la Ley había expuesto y condenado a los judíos como pecadores, y les había acarreado la maldición por haberlo quebrantado. Pero donde ‘abundaba’ el pecado, expuesto o hecho evidente por la ley mosaica, la misericordia de Dios y su favor abundaba mucho más por medio de su Mesías. (Rom. 5:20.) Por medio del sacrificio del Mesías, la transgresión y el pecado de los pecadores arrepentidos pueden ser cancelados y se les puede eximir del castigo.
El valor de la muerte de Cristo sobre el madero proveyó una reconciliación de los creyentes arrepentidos. Se corrió una cubierta propiciatoria sobre sus pecados y se abrió el camino para que fuesen ‘declarados justos’ por Dios. Tal justicia será eterna y proporcionará vida eterna a los que sean declarados justos. (Rom. 3:21-25.)
Unción del Santo de los Santos
Jesús fue ungido con espíritu santo al tiempo de su bautismo y este descendió sobre él representado de manera visible en la forma de una paloma. Pero la unción del “Santo de los Santos” se refiere a algo más que a la unción del Mesías, porque esta expresión no se refiere a una persona individual. La expresión “Santo de los Santos” o “Santísimo” es la que se utiliza para referirse al verdadero santuario de Jehová Dios. (Éxo. 26:33, 34; 1 Rey. 6:16; 7:50.) Por lo tanto, la unción del “Santo de los Santos” mencionada en el libro de Daniel tiene que estar relacionada con la “tienda más grande y más perfecta no hecha de manos”, en la cual entró Jesucristo como el gran Sumo Sacerdote “con su propia sangre”. (Heb. 9:11, 12.) Cuando Jesús presentó el valor de su sacrificio humano a su Padre, el cielo mismo tenía el aspecto de la realidad espiritual representada por el Santísimo del tabernáculo y el templo posterior. Así, la residencia celestial de Dios había sido de hecho ungida o apartada como el “Santo de los Santos” en el gran arreglo del templo espiritual que llegó a existir en el tiempo de la unción de Jesús con espíritu santo en el año 29 E.C. (Mat. 3:16; Luc. 4:18-21; Hech. 10:37, 38; Heb. 9:24.)
‘Imprimir un sello sobre visión y profeta’
Toda esta obra realizada por el Mesías, su sacrificio, su resurrección y presentación con el valor de su sacrificio ante el Padre celestial, y las demás cosas que ocurrieron durante la septuagésima semana, ‘imprimen un sello sobre visión y profeta’, mostrando que estos son verdaderos y procedentes de Dios. Les marca con el sello de respaldo divino, como procedentes de una fuente divina y no del hombre descarriado. Sella la visión como limitada al Mesías porque halla su cumplimiento en él y en la obra de Dios por medio de él. (Rev. 19:10.) Su interpretación se halla en él y no podemos esperar que se cumpla en nadie más. La interpretación de la visión queda sellada definitivamente. (Dan. 9:24.)
Desolaciones para la ciudad y para el lugar santo
Fue después de las setenta “semanas”, y como resultado directo de que los judíos rechazaran a Cristo durante la septuagésima ‘semana’, que se cumplieron los acontecimientos de las últimas partes de Daniel 9:26 y 27. La historia registra que Tito, el hijo del emperador Vespasiano de Roma, fue el caudillo de las fuerzas romanas que vinieron contra Jerusalén. Estos ejércitos en realidad entraron en Jerusalén y en el templo mismo como una inundación, y desolaron la ciudad y su templo. El que los ejércitos paganos se estacionaran en el lugar santo les convirtió en una “cosa repugnante”. (Mat. 24:15.) Todos los intentos por impedir que Jerusalén llegara a su fin fracasaron, pues Dios había decretado: “Lo que está decidido es desolaciones”, y “hasta un exterminio, la misma cosa que se ha decidido irá derramándose también sobre el que yace desolados”.