ESPÍRITU
(heb. rú·aj; gr. pnéu·ma).
La palabra “espíritu” viene del latín spirare, que significa “respirar” (sustantivo spiritus, “un soplo”, “respirar”), y las palabras “respiración”, “expiración” e “inspiración”, todas se derivan de la misma fuente. De manera similar, la palabra griega pnéu·ma viene de pné·o, que significa “respirar” o “soplar”, y la palabra hebrea rú·aj se cree que viene de una raíz que tiene el mismo significado.
Los sustantivos rú·aj y pnéu·ma, significan básicamente “aliento” pero también tienen significados que van más allá de su sentido básico. (Compárese con Habacuc 2:19; Revelación 13:15.) Pueden significar viento; la fuerza vital en las criaturas vivas; el espíritu de uno; personas espíritus, incluyendo a Dios y a sus criaturas angélicas; y la fuerza activa de Dios o espíritu santo. (Compárese con Lexicon in Veteris Testamenti Libros, de Koehler y Baumgartner, págs. 877-879; Hebrew and English Lexicon of the Old Testament, de Brown, Driver y Briggs, págs. 924-926; Theological Dictionary of the New Testament, editado por G. Kittel, vol. VI, págs. 332-451.) Todos estos significados tienen algo en común: todos se refieren a aquello que es invisible a la vista humana y que da evidencia de fuerza en movimiento. Tal fuerza invisible es capaz de producir efectos visibles.
Otra palabra hebrea, nescha·máh (Gén. 2:7), también significa “aliento”, pero su significado es más limitado que el de rú·aj. La palabra griega pno·é parece tener un sentido limitado similar (Hech. 17:25), y fue utilizada por traductores de la Versión de los Setenta para verter nescha·máh.
VIENTO
Consideremos primero el sentido quizás más fácil de comprender. El contexto en muchos casos muestra que rú·aj significa “viento”, como el “viento del este” (Éxo. 10:13), los “cuatro vientos”. (Zac. 2:6.) La mención de conceptos como nubes, tormenta, el llevarse la paja u otros objetos de naturaleza similar que aparecen en el contexto suelen hacer evidente este sentido. (Núm. 11:31; 1 Rey. 18:45; 19:11; Job 21:18, etc.) Debido a que los cuatro vientos se utilizan para referirse a las cuatro direcciones (este, oeste, norte y sur), a veces rú·aj se puede traducir como “dirección” o “lado”. (1 Cró. 9:24; Jer. 49:36; 52:23; Eze. 42:16-20; véase VIENTO.)
PERSONAS ESPÍRITUS
Dios es invisible a los ojos humanos (Éxo. 33:20; Juan 1:18; 1 Tim. 1:17), está vivo y ejerce fuerza insuperable por todo el universo (2 Cor. 3:3; Isa. 40:25-31). Cristo Jesús dice: “Dios es un Espíritu [Pnéu·ma]”. El apóstol escribe: “Ahora bien, Jehová es el Espíritu”. (Juan 4:24; 2 Cor. 3:17, 18.) El templo edificado sobre Cristo como piedra angular de fundamento es un “lugar donde [habita] Dios por espíritu”. (Efe. 2:22.)
Esto no significa que Dios es una fuerza sin cuerpo e impersonal como el viento. Las Escrituras inequívocamente dan testimonio en cuanto a su personalidad; Él también tiene su lugar de residencia, de manera que Cristo podía hablar de ‘ir a su Padre’, para “comparecer ahora delante de la persona de Dios [literalmente, “cara de Dios”] a favor de nosotros”. (Juan 16:28; Heb. 9:24; compárese con 1 Reyes 8:43; Salmos 11:4; 113: 5, 6.) Para más detalle, véase JEHOVÁ (La persona identificada por el nombre).
La expresión “mi espíritu” (rú·aj) utilizada por Dios en Génesis 6:3 puede significar “yo, el Espíritu”, tal como su uso de la expresión “mi alma” (né·fesch) tiene el sentido de “yo, la persona”, o “mi persona”. (Isa. 1:14; véase ALMA [Dios como poseedor de alma].) Por ello Él contrasta su posición espiritual celestial con la del hombre carnal terrestre.
El Hijo de Dios
El “hijo unigénito” de Dios, la Palabra, era una persona espíritu como su Padre; por consiguiente, “existía en la forma de Dios” (Fili. 2:5-8), pero después “vino a ser carne”, residiendo entre la humanidad como el hombre Jesús. (Juan 1:1, 14.) Al terminar su derrotero terrestre, fue “muerto en la carne, pero hecho vivo en el espíritu”. (1 Ped. 3:18.) Su Padre lo resucitó, y concedió la solicitud de su Hijo de ser glorificado junto con el Padre con la gloria que había tenido en su condición pre humana (Juan 17:4, 5), haciendo que llegara a ser “un espíritu dador de vida”. (1 Cor. 15:45.) Por lo tanto, el Hijo llegó a ser de nuevo invisible a la vista humana, morando “en luz inaccesible, a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver”. (1 Tim. 6:14-16.)
Otras criaturas espíritus
A los ángeles se les designa por los términos rú·aj y pnéu·ma en varios textos. (1 Rey. 22:21, 22; Eze. 3:12, 14; 8:3; 11:1, 24; 43:5; Hech. 23:8, 9; 1 Ped. 3:19, 20.) En las Escrituras Griegas Cristianas la mayoría de tales referencias tienen que ver con criaturas espíritus inicuas: demonios. (Mat. 8:16; 10:1; 12:43-45; Mar. 1:23-27; 3:11, 12, 30; etc.)
El Salmo 104:4 dice que Dios hace “a sus ángeles espíritus, a sus ministros un fuego devorador”. Algunas traducciones lo vierten de manera que dice: “Tomas por mensajeros a los vientos, a las llamas del fuego por ministros”, o algo similar (BJ, VP, Mod, Val). Tal traducción del texto hebreo no es inadmisible (compárese con Salmos 148:8); sin embargo, la cita que hace el apóstol Pablo de este texto (Heb. 1:7) coincide con la Versión de los Setenta y armoniza con la traducción dada primero. (En el texto griego de Hebreos 1:7 el artículo definido [tous] se usa delante de “ángeles”, no delante de “espíritus [pnéu·ma·ta]”, haciendo que los ángeles sean el verdadero sujeto de la oración.) Barnes’ Notes dice sobre Hebreos: “Se supone que [Pablo], quien conocía bien el lenguaje hebreo, estaría en mejor posición que nosotros para conocer su construcción [refiriéndose al Salmo 104:4]; y es moralmente seguro que en un argumento él utilizaría el pasaje tal como lo entendían comúnmente aquellos a quienes escribía, es decir, los que estaban familiarizados con el lenguaje y la literatura hebrea”. (Compárese con Hebreos 1:14.)
Los ángeles de Dios, aunque pueden materializarse en forma humana y aparecerse a los hombres, no son por naturaleza materiales o carnales; por consiguiente, son invisibles. Están vivos y pueden ejercer gran fuerza, por lo que los términos rú·aj y pnéu·ma los describen aptamente.
Efesios 6:12 habla de la lucha del cristiano “no contra sangre y carne, sino contra los gobiernos, contra las autoridades, contra los gobernantes mundiales de esta oscuridad, contra las fuerzas espirituales inicuas en los lugares celestiales”. La última parte del texto en griego dice literalmente: “Contra las (cosas) espirituales [gr. pnéu·ma·ti·ká] de la iniquidad en los [lugares] celestiales”. La mayoría de las traducciones modernas reconocen que la referencia aquí no es simplemente a algo abstracto, “iniquidad espiritual” (AV, en inglés), sino que se refiere a la iniquidad llevada a cabo por personas espíritus. Por lo tanto, se han dado las siguientes traducciones: “Los Espíritus del Mal que están en las alturas” (BJ), “las huestes espirituales de iniquidad en las regiones celestiales” (Mod), “los espíritus malignos, moradores de las regiones etéreas” (FSJ, “los espíritus y las fuerzas sobrenaturales del mal” (RH).
EL ESPÍRITU SANTO: LA FUERZA ACTIVA DE DIOS
La gran mayoría de veces que aparecen las palabras rú·aj y pnéu·ma tienen que ver con el espíritu de Dios, su espíritu santo.
No es una persona
La enseñanza de que el espíritu santo es una persona y parte de la “Divinidad” no llegó a ser un dogma oficial de la Iglesia hasta el siglo cuarto de la era común. Los “padres” primitivos de la Iglesia no lo enseñaron así; Justino Mártir del segundo siglo era común enseñó que el espíritu santo era una ‘influencia o forma de operar de la Deidad’; tampoco le atribuyó Hipólito ninguna personalidad al espíritu santo. Las Escrituras mismas muestran que el espíritu santo de Dios no es una persona sino la fuerza activa de Dios por medio de la cual lleva a cabo su propósito y ejecuta su voluntad.
Puede notarse en primer lugar que las palabras “en el cielo, el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo, y estos tres son uno” (Mod) que se hallan en traducciones antiguas de 1 Juan 5:7 son en realidad añadiduras espurias al texto original. La misma traducción Moderna en su nota marginal dice: “El texto entre corchetes, no se halla en los MSS de más autoridad”. También una nota al pie de la página que aparece en la Biblia de Jerusalén, traducción católica, dice que estas palabras son “un inciso ausente en los mss griegos antiguos, de las antiguas versiones y de los mejores mss de la Vulg.”. Las traducciones modernas en general, tanto católicas como protestantes, no las incluyen en el cuerpo principal del texto por reconocer que son de naturaleza espuria.
La personificación no prueba que sea una persona
Es verdad que Jesús habló del espíritu santo como un “ayudante” y habló de que tal ayudante ‘enseñaría’, ‘daría testimonio’, ‘daría evidencia’, ‘guiaría’, ‘hablaría’, ‘oiría’ y ‘recibiría’. Al hacerlo, Jesús usó a veces, según el griego original, el pronombre personal “él” al referirse a ese “ayudante” (paráclito). (Compárese con Juan 14:16, 17, 26; 15:26; 16:7-15.) Sin embargo, no es raro que en las Escrituras se personifique algo que en realidad no es una persona. En el libro de Proverbios (1 :20-33; 8:1-36) se personifica a la sabiduría, y en el hebreo original así como en las traducciones españolas se le da el género femenino. La sabiduría también está personificada en Mateo 11:19 y Lucas 7:35 y se dice de ella que tiene “obras” e “hijos”. El apóstol Pablo —al hablar del pecado, la muerte y la bondad inmerecida— los personifica como “reyes”. (Rom. 5:14, 17, 21; 6:12.) Habló del pecado como si ‘recibiese incentivo’, ‘obrase codicia’, ‘seduciese’ y ‘matase’. (Rom. 7:8-11.) Sin embargo, es obvio que Pablo no quería decir que el pecado fuese en realidad una persona.
De igual manera, las palabras de Jesús registradas en Juan con respecto al espíritu santo, deben considerarse según el contexto. Jesús, al hablar de ese espíritu como “un ayudante” (que en griego es el sustantivo masculino pa·rá·kle·tos), personificó el espíritu santo. Por lo tanto, Juan presenta apropiadamente con pronombres personales en masculino las palabras de Jesús sobre el espíritu que tienen que ver con su función de “ayudante”. Por otro lado, cuando se utiliza la palabra griega pnéu·ma en el mismo contexto, Juan utiliza un pronombre neutro para referirse al espíritu santo, ya que pnéu·ma es neutro. Por consiguiente, el uso que Juan hace del pronombre personal en masculino con pa·rá·kle·tos es un ejemplo de conformidad a las reglas gramaticales, no una expresión doctrinal. (Juan 14:16, 17; 16:7, 8.
Falta la identificación personal
Como Dios mismo es un Espíritu y es santo, y como todos sus hijos angélicos fieles son espíritus y son santos, es evidente que si el “espíritu santo” fuese una persona, en las Escrituras razonablemente se daría algún medio por el cual distinguir e identificar a tal persona espíritu de todos los demás ‘espíritus santos’. Se esperaría que, al menos, el artículo definido se usase con esta expresión en todos los casos donde no se llamase “espíritu santo de Dios” o no estuviese modificado por alguna expresión similar. Al menos esto lo distinguiría como EL Espíritu Santo. Pero, por el contrario, en muchos casos la expresión “espíritu santo” aparece en el griego original sin el artículo, indicando de este modo que no tiene identificación personal. (Compárese con Hechos 6:3, 5; 7:55; 8:15, 17, 19; 9:17; 11:24; 13:9, 52; 19:2; Romanos 9:1; 14:17; 15:13, 16, 19; 1 Corintios 12:3; Hebreos 2:4; 6:4; 2 Pedro 1:21; Judas 20 en la Kingdom Interlinear Translation u otras traducciones interlineales.)
¿Qué significa bautizarse en su “nombre”?
En Mateo 28:19 se hace referencia al “nombre del Padre y del Hijo y del espíritu santo”. La palabra “nombre” puede significar otra cosa aparte de un nombre personal. Cuando en español decimos “en el nombre de la ley”, o “en el nombre de la justicia”, no nos referimos a una persona como tal. Por “nombre” en estas expresiones nos referimos a ‘lo que la ley representa o a su autoridad’ y ‘lo que la justicia representa o exige’. El término griego para “nombre” (ó·no·ma) también puede tener este sentido. Por lo tanto, aunque algunas traducciones (Mod, Besson) vierten el texto griego en Mateo 10:41 literalmente y dicen que el que “recibe a un profeta en nombre de profeta, galardón de profeta recibirá; y el que recibe a un justo en nombre de justo, galardón de justo recibirá”, traducciones más modernas dicen: “Recibe a un profeta porque es profeta” y “recibe a un justo porque es justo”, o algo similar (NM, Val, BJ, RH). Así, - Pi Pictures in the New Testament, de Robertson (vol. I, pág. 245), dice sobre Mateo 28:19: “El uso de nombre ([griego) onoma) aquí es un uso común en la Septuaginta y en los papiros para referirse a poder o autoridad”. Por consiguiente, el bautismo ‘en el nombre del espíritu santo’ implica reconocer que ese espíritu proviene de Dios y obra según la voluntad divina.
Otra evidencia de su naturaleza impersonal
Evidencia adicional contra la idea de que el espíritu santo es una persona se encuentra en la manera en que se utiliza en asociación con otras cosas impersonales, como el agua y el fuego (Mat. 3:11; Mar. 1:8), y se dice que los cristianos son bautizados “en espíritu santo”. (Hech. 1:5; 11:16.) Se exhorta a que las personas se ‘llenen de espíritu’ en lugar de vino. (Efe. 5:18.) Así también, se habla de personas que se ‘llenan’ de espíritu y de cualidades como la sabiduría y la fe (Hech. 6:3, 5; 11:24) o el gozo ( Hech. 13:52), y el espíritu santo se intercala entre varias de tales cualidades en 2 Corintios 6:6. Es muy poco probable que se hablara de este modo del espíritu si se estuviera haciendo referencia a una persona divina. En cuanto a que el espíritu ‘da testimonio’ (Hech. 5:32; 20:23), puede notarse que lo mismo se dice del “agua y la sangre” en 1 Juan 5:6-8. Aunque algunos textos se refieren a que el espíritu ‘testifica’, ‘habla’, ‘dice’ cosas, otros textos aclaran que hablaba a través de personas, y no tenía ninguna voz personal propia. (Compárese con Hebreos 3:7; 10:15-17; Salmos 95:7; Jeremías 31:33, 34; Hechos 19:2-6; 21:4; 28:25.) Por lo tanto, puede compararse a las ondas de radio que transmiten un mensaje de una persona que habla por un micrófono a otras personas que están a gran distancia, en realidad, ‘hablando’ el mensaje por medio de un altavoz de radio. Dios, por su espíritu, transmite sus mensajes y comunica su voluntad a la mente y el corazón de sus siervos en la Tierra, quienes a su vez pueden transmitirlos a otros.
Se le distingue de “poder”
Rú·aj y pnéu·ma, por lo tanto, cuando se utilizan con referencia al espíritu santo de Dios, se refieren a la fuerza activa invisible de Dios por medio de la cual realiza su propósito divino y voluntad. Es “santo” porque viene de Él, y no de una fuente terrestre, y está libre de toda corrupción como “espíritu de la santidad”. (Rom. 1:4.) No es el “poder” de Jehová, pues esta palabra española traduce más correctamente otros términos de los lenguajes originales (heb. kó·aj; gr. dy·na·mis). Rú·aj y pnéu·ma se utilizan en estrecha relación o hasta en paralelo con estos términos que significan “poder”, lo cual muestra que hay una relación inherente entre ellos, pero también, una distinción definida. (Miq. 3:8; Zac. 4:6; Luc. 1:17, 35; Hech. 10:38.) “Poder” es básicamente la capacidad de actuar o hacer cosas y puede ser latente, residiendo inoperante en alguien o algo. Por otro lado, “fuerza” describe más específicamente la energía proyectada y ejercida sobre personas o cosas, y se puede definir como “una influencia que produce o tiende a producir movimiento o lo modifica”. El “poder” pudiera asemejarse a la energía acumulada en una batería, mientras que la “fuerza” se podría comparar a la corriente que fluye de tal batería. Luego, “fuerza” representa más exactamente el sentido de los términos del hebreo y griego que tienen que ver con el espíritu de Dios, lo cual corrobora una consideración de las Escrituras.
SU PAPEL EN LA CREACIÓN
Jehová Dios realizó la creación del universo material por medio de su espíritu o fuerza activa. Con respecto a las primeras etapas de formación del planeta Tierra, el registro expresa que “la fuerza activa de Dios [o “espíritu” (rú·aj)] se movía de un lado a otro sobre la superficie de las aguas”. (Gén. 1:2.) El Salmo 33:6 dice: “Por la palabra de Jehová los cielos mismos fueron hechos, y por el espíritu de su boca todo el ejército de ellos”. Como un soplo poderoso, el espíritu de Dios puede ser enviado para ejercer poder aunque no haya ningún contacto corporal con aquello sobre lo cual actúa. (Compárese con Éxodo 15:8, 10.) Tal como un artesano humano utiliza la fuerza de sus manos y sus dedos para producir cosas, Dios utiliza su espíritu. Por consiguiente, también se habla de ese espíritu como la “mano” o los “dedos” de Dios. (Compárese con Salmos 8:3; 19:1; y Mateo 12:28 con Lucas 11:20.)
JEHOVÁ UTILIZA ESPÍRITU A FAVOR DE SUS SIERVOS
Una función principal del espíritu de Dios tiene que ver con informar, iluminar, revelar cosas. Por tanto David pudo orar: “Enséñame a hacer tu voluntad, porque tú eres mi Dios. Tu espíritu es bueno; que me guíe en la tierra de la rectitud”. (Sal. 143:10; véanse INSPIRACIÓN; PROFECÍA; PROFETA.)
Variedad de funciones
Tal como una fuerza como la electricidad puede usarse para realizar una gran variedad de cosas, así el espíritu de Dios puede comisionar y capacitar a personas para hacer una amplia variedad de cosas. (Isa. 48:16; 61:1-3.) Como Pablo escribió en cuanto a los dones milagrosos del espíritu en su día: “Ahora bien, hay variedades de dones, pero hay el mismo espíritu; y hay variedades de ministerios, y sin embargo hay el mismo Señor; y hay variedades de operaciones, y sin embargo es el mismo Dios quien ejecuta todas las operaciones en todos. Pero la manifestación del espíritu se da a cada uno con un propósito provechoso”. (1 Cor. 12:4-7.)
El espíritu tiene la facultad de capacitar; puede capacitar a personas para un trabajo o para un oficio. Aunque Bezalel y Oholiab posiblemente tenían conocimiento de artesanía antes de su nombramiento para hacer los utensilios del tabernáculo y las prendas de vestir sacerdotales, el espíritu de Dios ‘les llenó con sabiduría, entendimiento y conocimiento’, de manera que el trabajo pudo hacerse como se había propuesto. Realzaba cualquier habilidad natural y conocimiento adquirido que ya tuvieran, y les capacitaba para enseñar a otros. (Éxo. 31:1-11; 35:30-35.) Los planos arquitectónicos para el templo le fueron dados a David por inspiración, es decir, por medio de la operación del espíritu de Dios. (1 Cró. 28:12.)
El espíritu de Dios actuó sobre Moisés y por medio de él al profetizar y llevar a cabo actos milagrosos, al conducir a la nación y actuar como juez para ella, prefigurando así el papel futuro de Cristo Jesús. (Isa. 63:11-13; Hech. 3:20-23.) Sin embargo, Moisés, como humano imperfecto, halló pesada aquella carga de responsabilidad, y Dios ‘quitó algo del espíritu que estaba sobre Moisés y lo colocó sobre setenta ancianos’ que pudieran ayudarle a llevar dicha carga. (Núm. 11:11-17, 24-30.) El espíritu también llegó a hacerse operativo sobre David desde el tiempo de su unción por Samuel en adelante, guiándole y preparándole para su gobernación real futura. (1 Sam. 16:13.)
Josué llegó a estar “lleno del espíritu de sabiduría” como sucesor de Moisés. Pero el espíritu no produjo en él la capacidad de profetizar y realizar obras milagrosas al grado que lo hizo con Moisés. (Deu. 34:9-12.) Sin embargo, le permitió a Josué acaudillar a Israel en la campaña militar que llevó a la conquista de Canaán. De manera similar, el espíritu de Jehová “envolvió” a otros hombres, ‘impeliéndoles’ a luchar a favor del pueblo de Dios, por ejemplo: Otniel, Gedeón, Jefté, Sansón y otros. (Jue. 3:9, 10; 6:34; 11:29; 13:24, 25; 14:5, 6, 19; 15:14.)
Juzgar y ejecutar juicio
Por medio de su espíritu, Dios juzga a hombres y naciones; también ejecuta sus decretos de juicio, castigando o destruyendo. (Isa. 30:27, 28; 59:18, 19.) En tales casos rú-aj podría verterse apropiadamente “ráfaga”, como cuando Jehová habla de hacer que “estalle una ráfaga [rú-aj] de tempestades de viento” en su furia. (Eze. 13:11, 13; compárese con Isaías 25:4; 27:8.) El espíritu de Dios puede llegar a todas partes, actuando a favor o en contra de aquellos a quienes dirige su atención. (Sal. 139:7-12.)
En Revelación 1:4 se habla de los “siete espíritus” de Dios que están delante de su trono, y después se dan siete mensajes, cada uno de los cuales concluye con la exhortación de “[oír] lo que el espíritu dice a las congregaciones”. (Rev. 2:7, 11, 17, 29; 3:6, 13, 22.) Estos mensajes contienen declaraciones formales que escudriñan el corazón en cuanto a juicio y promesas de recompensa por fidelidad. Se dice que el Hijo de Dios tiene estos “siete espíritus de Dios” (Rev. 3:1) y se habla de ellos como de “siete lámparas de fuego” (Rev. 4:5), y también como siete ojos del Cordero que había sido degollado, “los cuales ojos significan los siete espíritus de Dios que han sido enviados por toda la tierra”. (Rev. 5:6.) Como el número siete se utiliza para representar lo completo en otros textos proféticos (véase NÚMERO), estos siete espíritus deben simbolizar la entera capacidad activa de observar, discernir o detectar que posee el glorificado Jesucristo, el Cordero de Dios, lo cual le permite inspeccionar toda la Tierra.
La Palabra de Dios es la “espada” del espíritu (Efe. 6:17) que revela lo que una persona realmente es, pone al descubierto cualidades o actitudes escondidas del corazón y hace que ablande su corazón y lo conforme a la voluntad expresada de Dios por medio de esa Palabra, o, por el contrario, lo endurezca en rebelión. (Heb. 4:11-13; compárese con Isaías 6:9, 10; 66:2, 5.) La Palabra de Dios predice claramente el juicio adverso del rebelde, y puesto que la Palabra de Dios tiene que cumplirse, la realización de ese juicio se asemeja a la acción del fuego sobre la paja y a la de un martillo de fragua que desmenuza el peñasco. (Jer. 23:28, 29.) Cristo Jesús, el Vocero principal de Dios, “La Palabra de Dios”, declara los mensajes de juicio divino y está autorizado para ordenar la ejecución de tales juicios sobre aquellos que son juzgados. Esto es lo que significan las referencias en cuanto a que él acabará con los enemigos de Dios “por el espíritu [fuerza activa] de su boca”. (Compárese con 2 Tesalonicenses 2:8; Isaías 11:3, 4; Revelación 19:13-16, 21.)
El papel del espíritu de Dios como “ayudante” para la congregación cristiana
Como se había prometido, Jesús al ascender al cielo solicitó de su Padre el espíritu santo o fuerza activa de Dios, le fue concedida la autoridad de usar este espíritu y lo ‘derramó’ sobre sus fieles discípulos en el día del Pentecostés, lo cual siguió haciendo después para aquellos que se volvían a Dios a través de su Hijo. (Juan 14:16, 17, 26; 15:26; 16:7; Hech. 1:4, 5; 2:1-4, 14-18, 32, 33, 38.) Tal como habían sido bautizados en agua, ahora todos ellos eran “bautizados para formar un solo cuerpo” por ese solo espíritu, sumergidos en él, por decirlo así, algo parecido a como un pedazo de metal puede ser sumergido en un campo magnético y ser así imbuido de fuerza magnética. (1 Cor. 12:12, 13; compárese con Marcos 1:8; Hechos 1:5.) Aunque el espíritu de Dios había operado antes sobre los discípulos, como lo evidencia el que pudieran expulsar demonios (compárese con Mateo 12:28; Marcos 3:14, 15), ahora operaba sobre ellos de una manera más amplia y extensa y de nuevas maneras que no se habían experimentado previamente. (Compárese con Juan 7:39.)
Como rey mesiánico, Cristo Jesús tiene el “espíritu de sabiduría y de entendimiento, el espíritu de consejo y de poderío, el espíritu de conocimiento y del temor de Jehová”. (Isa. 11:1, 2; 42:1-4; Mat. 12:18-21.) Esta fuerza a favor de la justicia se manifiesta por la manera en que usa la fuerza activa o espíritu de Dios para dirigir a la congregación cristiana en la Tierra, siendo Jesús, por nombramiento de Dios, su Cabeza, Dueño y Señor. (Col. 1:18; Jud. 4.) Aquel espíritu les dio ahora, como “ayudante”, un entendimiento aumentado de la voluntad y el propósito de Dios y les abrió su Palabra profética. (1 Cor. 2:10-16; Col. 1:9, 10; Heb. 9:8-10.) Fueron activados para servir como testigos en toda la Tierra (Luc. 24:49; Hech. 1:8; Efe. 3:5, 6), y les fueron concedidos ‘dones del espíritu’ milagrosos que les permitieron hablar en lenguas extranjeras, profetizar, sanar y realizar otras actividades que les facilitarían tanto su proclamación de las buenas nuevas como les servirían de evidencia de que habían sido comisionados por Dios y tenían su respaldo. (Rom. 15:18, 19; 1 Cor. 12:4-11; 14:1, 2, 12-16; compárese con Isaías 59:21.)
Jesús, como Superintendente de la congregación, utilizó el espíritu para dirigir la selección de hombres que habrían de cumplir misiones especiales y servir en la superintendencia, la enseñanza y el “reajuste” de la congregación (Hech. 13:2-4; 20:28; Efe. 4:11, 12), motivándolos, así como restringiéndolos, e indicando dónde concentrar sus esfuerzos ministeriales (Hech. 16:6-10; 20:22); además de hacerles eficaces como escritores de ‘cartas de Cristo, inscritas con el espíritu de Dios sobre tablas de carne, corazones humanos’. (2 Cor. 3:2, 3; 1 Tes. 1: 5.) Tal como se prometió, el espíritu refrescó su memoria, estimuló sus facultades mentales y les dio denuedo para dar testimonio hasta delante de gobernantes. (Compárese con Mateo 10:18-20; Juan 14:26; Hechos 4:5-8, 13, 31; 6:8-10.)
Estaban siendo transformados como “piedras vivas” en un templo espiritual cuyo fundamento es Cristo, un templo por medio del cual se harían “sacrificios espirituales” (1 Ped. 2:4-6; Rom. 15:15, 16), donde se cantarían canciones espirituales (Efe. 5:18, 19) y en el cual Dios residiría por espíritu. (1 Cor. 3:16; 6:19, 20; Efe. 2:20-22; compárese con Ageo 2:5.) El espíritu de Dios es una fuerza unificadora de enorme poder y, siempre que los miembros de la congregación permitieran que fluyera libremente entre ellos, les uniría pacíficamente en los lazos de amor y devoción a Dios, a su Hijo y unos para con otros. (Efe. 4:3-6; 1 Juan 3:23, 24; 4:12, 13; compárese con 1 Crónicas 12:18.) El don del espíritu no les capacitaba para hacer trabajos de artesanía, como había sido el caso de Bezalel y otros que manufacturaron y produjeron estructuras y utensilios materiales, sino que los capacitaba para obras espirituales de enseñar, dirigir, pastorear y aconsejar. El templo espiritual que ellos formaban tenía que estar adornado con los hermosos frutos del espíritu de Dios: “Amor, gozo, paz, gran paciencia, benignidad, bondad, fe”, los cuales, junto con otras cualidades similares, eran prueba positiva de que el espíritu de Dios estaba operando en ellos y entre ellos. (Gál. 5:22, 23; compárese con Lucas 10:21; Romanos 14:17.) Este era el factor básico y principal que produciría orden y buena dirección entre ellos. (Gál. 5: 24-26; 6:1; Hech. 6:1-7; compárese con Ezequiel 36:26, 27.) Se sometieron a la ‘ley del espíritu’, fuerza eficaz en favor de la justicia que obraría para rechazar las prácticas de la carne pecaminosa innata. (Rom. 8:2; Gál. 5:16-21; Jud. 19-21.) Su confianza estaba en la energía del espíritu de Dios que operaba en ellos, no en sus habilidades o antecedentes carnales. (1 Cor. 2:1-5; Efe. 3:14-17; Fili. 3:1-8.)
El espíritu santo fue un ayudante para llegar a decisiones sobre diferentes cuestiones, como la de la circuncisión, decidida por el cuerpo o concilio de apóstoles y ancianos de Jerusalén. Pedro habló de que a las personas incircuncisas de las naciones se les había concedido el espíritu, Pablo y Bernabé relataron las operaciones del espíritu en el ministerio que efectuaron entre tales personas y Santiago, al que el espíritu santo debió ayudar a recordar pasajes de las Escrituras, llamó la atención de ellos a la profecía inspirada de Amós en la que se predecía que personas de las naciones serían llamadas por el nombre de Dios. Por lo tanto, todo el impulso del espíritu santo de Dios señalaba en una dirección, y por consiguiente, en reconocimiento de ello, este cuerpo o concilio dijo al escribir la carta que transmitía su decisión: “Porque al espíritu santo y a nosotros mismos nos ha parecido bien no añadirles ninguna otra carga, salvo estas cosas necesarias”. (Hech. 15:1-29.)
Unge, engendra, da ‘vida espiritual’
Tal como Dios había ungido a Jesús con su espíritu santo al tiempo de su bautismo (Mar. 1:10; Luc. 3:22; 4:18; Hech. 10:38), así también ahora ungió a los discípulos de su Hijo. (2 Cor. 1:21). Dicha unción con el espíritu era una “prenda” para ellos de la herencia celestial a la cual ahora eran llamados (2 Cor. 1:21, 22; 5:1, 5; Efe. 1:13, 14) y les daba testimonio de que habían sido ‘engendrados’ o producidos por Dios para ser sus hijos con la promesa de vida como espíritus en los cielos. (Juan 3:5-8; Rom. 8:14-17, 23; Tito 3:5; Heb. 6:4, 5.) Fueron limpiados, santificados y declarados justos “en el nombre de nuestro Señor Jesucristo y con el espíritu de nuestro Dios”, por cuyo espíritu Jesús había sido capacitado para proveer el sacrificio de rescate y llegar a ser el sumo sacerdote de Dios. (1 Cor. 6:11; 2 Tes. 2:13; Heb. 9:14; 1 Ped. 1:1, 2.)
Debido a este llamamiento celestial y herencia los seguidores de Jesús ungidos por espíritu tenían una vida espiritual, aunque todavía vivían como criaturas carnales imperfectas. Es evidente que el apóstol se refería a este hecho cuando contrastó a los padres terrestres con Jehová Dios, el “Padre de nuestra vida espiritual [literalmente, “Padre de los espíritus”]”. ( Heb. 12:9; compárese con el versículo 23.) Como coherederos con Cristo que serían levantados de la muerte en un cuerpo espiritual llevando la imagen celestial de aquel, tendrían que vivir en la Tierra como “un solo espíritu” en unión con él como su Cabeza, no permitiendo que los deseos o las tendencias inmorales de su carne fuesen la fuerza que los controlase, lo cual incluso pudiera resultar el que llegasen a ser una “sola carne” con una ramera. (1 Cor. 6:15-18; 15:44-49; Rom. 8:5-17.)
Conseguir y retener el espíritu de Dios
El espíritu santo es la “dádiva gratuita” de Dios que gustosamente concede a todos los que sinceramente lo buscan y lo solicitan. (Hech. 2:38; Luc. 11:9-13.) Un corazón recto es el factor clave (Hech. 15:8), pero el conocimiento y el amoldarse a los requisitos de Dios también son factores fundamentales. (Compárese con Hechos 5:32; 19:2-6.) Una vez recibido, el cristiano no debería ‘contristar’ el espíritu de Dios por medio de no hacerle caso (Efe. 4:30; compárese con Isaías 63:10), tomar un proceder contrario a su dirección, fijar el corazón en otras metas aparte de aquellas a las cuales él dirige e impele, o rechazar la Palabra inspirada de Dios y su consejo dejando de aplicárselo a sí mismo. (Hech. 7:51-53; 1 Tes. 4:8; compárese con Isaías 30:1, 2.) Por hipocresía, uno puede “tratar con engaño” a ese espíritu santo por medio del cual Cristo dirige a la congregación, pero aquellos que ‘ponen a prueba’ su poder de esta manera han escogido un proceder desastroso. (Hech. 5:1-11; contrástese con Romanos 9:1.) La oposición y la rebelión deliberada contra la manifestación evidente del espíritu de Dios puede significar blasfemia contra ese espíritu, un pecado que es imperdonable. (Mat. 12:31, 32; Mar. 3:29, 30; compárese con Hebreos 10:26-31.)
ALIENTO; ALIENTO DE VIDA; FUERZA DE VIDA
El relato de la creación del hombre dice que Dios lo formó del polvo del suelo y procedió a “soplar [na·fáj] en sus narices el aliento [nescha·máh] de vida, y el hombre vino a ser alma viviente [né·fesch]”. (Gén. 2:7.) Como se muestra bajo el encabezamiento ALMA, né·fesch puede traducirse literalmente como “respirador”, es decir, una “criatura que respira”, tanto humana como animal. En realidad, nescha·máh se utiliza para referirse a “cosa [o criatura] que respira” y como tal se utiliza como sinónimo de né·fesch, “alma”. (Compárese con Deuteronomio 20:16; Josué 10:39, 40; 11:11; 1 Reyes 15:29.) En Génesis 2:7 se utiliza nescha·máh al describir el momento en que Dios hizo que el cuerpo de Adán tuviera vida y este llegara a ser un “alma viviente”. Sin embargo, otros textos muestran que hubo más que simplemente respirar aire, es decir, más que la mera introducción de aire en los pulmones y su posterior expulsión. Así, en Génesis 7:22, al describir la destrucción de la vida humana y animal fuera del arca en el tiempo del Diluvio, leemos: “Todo lo que tenía activo en sus narices el aliento [nescha·máh] de la fuerza [o “espíritu” (rú·aj)] de vida, a saber, cuanto había en el suelo seco, murió”. Nescha·máh, “aliento”, está por lo tanto directamente vinculado con rú·aj, que aquí hace referencia al “espíritu” o “fuerza de vida” que está activo en todas las criaturas vivas, almas tanto humanas como animales.
Como dice el Theological Dictionary of the New Testament (vol. VI, pág. 336): “El aliento solo se puede discernir por el movimiento [como el movimiento del pecho o la dilatación de las ventanas de la nariz], y también es una señal, condición y agente de vida que parece estar especialmente enlazado con la respiración”. Por consiguiente, el nescha·máh, o simple aliento, tanto es el producto de rú·aj, o fuerza de vida, como un medio principal de sostener esa fuerza de vida en las criaturas vivas. Por ejemplo, de ciertos estudios científicos se sabe que la vida está presente en cada una de las cien billones de células del cuerpo, y que, aunque cada minuto mueren miles de millones de células, continúa una constante reproducción de nuevas células vivas. La fuerza activa de vida en todas las células vivas depende del oxígeno que la respiración aporta al cuerpo, el cual es transportado a todas las células por la sangre. Sin oxígeno, algunas células empiezan a morir después de varios minutos; otras, después de un período más largo. Aunque una persona puede resistir sin respirar por unos cuantos minutos y todavía sobrevivir, si desaparece la fuerza de vida en sus células muere sin que haya posibilidad humana de revivirla. Las Escrituras Hebreas, inspiradas por el Diseñador y Creador del hombre, usan rú·aj para denotar esta fuerza vital que es el mismísimo principio fundamental de la vida, y nescha·máh para representar la respiración que la sostiene.
Debido a que la respiración está conectada con la vida de manera tan inseparable, nescha·máh y rú·aj se utilizan en un claro paralelo en varios textos. Job expresó su determinación de evitar la injusticia “mientras mi aliento [nescha·máh) todavía esté entero dentro de mí, y el espíritu [rú·aj] de Dios esté en mis narices”. (Job 27:3-5.) Elihú dijo: “Si el espíritu [rú·aj] y aliento [nescha·máh] de aquel él [Dios] lo recoge a sí, toda carne expira [es decir, “exhala”] junta, y el hombre terrestre mismo vuelve al mismísimo polvo”. (Job 34:14, 15.) De manera similar, el Salmo 104:29 dice de las criaturas de la Tierra, tanto humanas como animales: “Si les quitas [Dios] su espíritu, expiran, y a su polvo vuelven”. En Isaías 42:5 se habla de Jehová como “Aquel que tiende la tierra y su producto, Aquel que da aliento a la gente sobre ella, y espíritu a los que andan en ella”. El aliento (nescha·máh) sostiene su existencia; el espíritu (rú-aj) da la energía y es la fuerza de vida que le permite al hombre ser una criatura animada, moverse, andar, estar activo. (Compárese con Hechos 17:28.) No es como los ídolos de fabricación humana, sin vida, sin aliento e inanimados. (Sal. 135:15, 17; Jer. 10:14; 51:17; Hab. 2:19.)
Aunque los términos nescha·máh (“aliento”) y rú·aj (“espíritu”, “fuerza activa”, “fuerza de vida”) se utilizan a veces en sentido paralelo, no son sinónimos. Es verdad que a veces se habla del “espíritu” o rú·aj como si fuese la respiración misma (nescha·máh), pero esto parece ser simplemente debido a que la respiración es la evidencia visible principal de que existe fuerza de vida en el cuerpo. (Job 9:18; 19:17; 27:3.)
Por eso, en Ezequiel 37:1-10, donde se presenta la visión simbólica del valle de los huesos secos, se dice que los huesos se juntan, se cubren con tendones, carne y piel, pero “en cuanto a aliento [rú·aj], no había ninguno en ellos”. A Ezequiel se le dijo que profetizara al “viento [rú·aj]”, diciendo: “De los cuatro vientos [rú·aj] ven, oh viento, y sopla sobre estos que han sido muertos, para que lleguen a vivir”. La referencia a los cuatro vientos muestra que el término “viento” es la traducción apropiada de rú·aj en este caso. Sin embargo, cuando este “viento”, que simplemente es aire en movimiento, entró en las narices de las personas muertas de la visión se convirtió en “aliento”, el cual también es aire en movimiento. Por lo tanto, la traducción de rú·aj por “aliento” en este punto del relato (vs. 10) es más apropiada que por “espíritu” o “fuerza de vida”. Ezequiel también podría ver los cuerpos empezando a respirar, aunque no podría ver la fuerza de vida o espíritu que daba energía a dichos cuerpos.
Como muestran los versículos 11 al 14, esta visión simbolizaba una revivificación espiritual (no física) del pueblo de Israel, que por un tiempo estuvo en una condición de muerto en sentido espiritual debido a su exilio en Babilonia. Como ya estaban físicamente vivos y respirando, es lógico que en el versículo 14, donde Dios dice que pondrá ‘su espíritu’ en su pueblo para que viva espiritualmente, el término rú·aj se traduzca “espíritu”.
En el capítulo 11 de Revelación se da una visión simbólica similar. Se presenta el cuadro de “dos testigos” que son muertos y se deja que sus cadáveres estén en el camino por tres días y medio. Entonces, “espíritu [o “aliento”, pnéu·ma] de vida procedente de Dios entró en ellos, y se pusieron de pie”. (Rev. 11:1-11.) Esta visión de nuevo recurre a una realidad física para ilustrar una revivificación espiritual. También muestra que tanto la palabra griega pnéu·ma como la hebrea rú·aj pueden representar la fuerza dadora de vida procedente de Dios que anima al alma humana o persona. Como dice Santiago 2:26: “El cuerpo sin espíritu [pnéu·ma] está muerto”. (Kingdom Interlinear Translation.)
Por lo tanto, cuando Dios creó al hombre en Edén y sopló en sus narices el “aliento [nescha·máh] de vida” es evidente que con ello hizo simultáneamente que la fuerza de vida o espíritu (rú·aj) diera vida a todas las células del cuerpo de Adán. (Gén. 2:7; compárese con Salmos 104:30; Hechos 17:25.)
Esta fuerza de vida se pasa de los padres a su prole por medio de la concepción. Como Jehová era la fuente original de esta fuerza de vida para el hombre, y el Autor del proceso de procreación, la vida de uno puede apropiadamente atribuírsele a Él, aunque no se reciba directamente sino indirectamente, a través de los propios padres. (Compárese con Job 10:9-12; Salmos 139:13-16; Eclesiastés 11:5.)
La fuerza de vida o espíritu es impersonal
Como se ha mostrado, las Escrituras dicen que la rú·aj o fuerza de vida está no solo en los humanos sino también en los animales. (Gén. 6:17; 7:15, 22.) Eclesiastés 3:18-22 muestra que el hombre muere de la misma manera que las bestias, pues “todos tienen un solo espíritu [rú·aj], de modo que no hay superioridad del hombre sobre la bestia”, es decir, en cuanto a la fuerza de vida que es común en ambos. Siendo así, es claro que el “espíritu” o la fuerza de vida (rú·aj) utilizada en este sentido es impersonal. Como ilustración, podría compararse a otra fuerza invisible, la electricidad, que puede utilizarse para hacer que funcionen diversos tipos de aparatos (hacer que las estufas produzcan calor, los ventiladores viento, las computadoras resuelvan problemas, los aparatos de televisión reproduzcan figuras, voces y otros sonidos) y, sin embargo, dicha corriente eléctrica nunca asume ninguna de las características de los aparatos en los cuales funciona o está activa.
Por lo tanto, Salmos 146:3, 4 dice que cuando “sale su [del hombre] espíritu [rú·aj], él vuelve a su suelo; en ese día de veras perecen sus pensamientos”. El espíritu o fuerza de vida que estaba activo en las células corporales del hombre no retiene ninguna de las características de aquellas células, como pudieran ser las células del cerebro esenciales para la facultad del pensamiento. Si el espíritu o fuerza de vida (rú·aj; pnéu·ma) no fuese impersonal, entonces significaría que los hijos de ciertas mujeres israelitas que fueron resucitados por los profetas Elías y Elíseo en realidad tuvieron una existencia consciente en algún lugar durante el período en el cual estuvieron muertos. Lo mismo hubiera sido verdad en el caso de Lázaro, quien hacía ya cuatro días que estaba en la tumba cuando Jesús lo resucitó. (1 Rey. 17:17-23; 2 Rey. 4:32-37; Juan 11:38-44.) Si tal hubiese sido el caso, es razonable que hubieran recordado esa existencia consciente durante aquel período, y, al ser resucitados, la hubieran descrito y hubieran hablado de ella. No hay nada que indique que ninguno de ellos lo hiciera. Por consiguiente, la personalidad del individuo muerto no se perpetúa en la fuerza de vida o espíritu que deja de existir en las células corporales de la persona muerta.
Eclesiastés 12:7 dice que, al morir, el cuerpo de la persona vuelve al polvo “y el espíritu mismo vuelve al Dios verdadero que lo dio”. La persona misma nunca estuvo en el cielo con Dios; lo que “vuelve” a Dios por lo tanto es la fuerza vital que le permitió vivir.
En vista de la naturaleza impersonal de la fuerza de vida o espíritu del hombre (así como también de la creación animal) es evidente que las palabras de David del Salmo 31:5 que Jesús citó justo antes de morir (Luc. 23:46): “En tus manos encomiendo mi espíritu”, significaban una invocación a Dios para confiarle la fuerza de vida. (Compárese con Hechos 7:59.) No se requiere que haya una transmisión verdadera y literal de cierta fuerza desde este planeta a la presencia celestial de Dios. Tal como se decía que los aromas fragantes de los sacrificios animales eran ‘olidos’ por Dios (Gén. 8:20, 21), aunque tal olor sin duda permanecía dentro de la atmósfera terrestre, así también, Dios podía ‘recoger’, o aceptar como confiado a Él, el espíritu o fuerza de vida en un sentido figurado, es decir, sin ninguna transmisión literal de fuerza de vida desde la Tierra. (Job 34:14; Luc. 23:46.) El que uno encomiende su espíritu evidentemente significa que la persona deposita su esperanza en Dios para que Él le restaure en el futuro esa fuerza de vida por medio de una resurrección. (Compárese con Números 16:22; 27:16; Job 12:10; Salmos 104:29, 30.)
SENTIMIENTO DOMINANTE O FUERZA ACTIVADORA
Tanto rú·aj como pnéu·ma se utilizan para designar la fuerza que hace que una persona despliegue cierta actitud o emoción o que tome cierta acción o proceder. Aunque esa fuerza que está dentro de la persona es invisible en sí, produce efectos visibles. Este uso de los términos hebreos y griegos traducidos por “espíritu”, términos relacionados básicamente con el aliento o aire en movimiento, guarda un paralelo considerable con algunas expresiones españolas. Hablamos de que una persona ‘se da aires’, manifiesta ‘un aire de tranquilidad’ o que ‘tiene un mal espíritu’. Hablamos de ‘quebrantar el espíritu’ de alguien, en el sentido de desanimarle y descorazonarle. Al aplicar el concepto a un grupo de personas y a la fuerza activadora o motivadora que tienen, podemos hablar de ‘entrar en el espíritu de la ocasión’, o podemos referirnos al ‘espíritu violento de la chusma’. De manera metafórica podemos referirnos a que ‘soplan en la nación vientos de cambio y revolución’. Con todas estas expresiones nos referimos a la fuerza motivadora invisible que obra en las personas y las mueve a hablar y actuar.
De manera similar, leemos de la “amargura de espíritu” de Isaac y Rebeca como consecuencia de que Esaú se casara con mujeres hititas (Gén. 26:34, 35), y la tristeza de espíritu que agobió a Acab, robándole el apetito. (1 Rey. 21:5.) Un “espíritu de celos” podía hacer que un hombre mira se a su esposa con sospecha, e incluso que formulara acusaciones de adulterio contra ella. (Núm. 5:14, 30.)
El sentido básico de una fuerza que motiva y da “impulso” o “empuje” a las acciones y al habla también se deduce de lo que se dijo de Josué y de Caleb; del primero, “un hombre en quien hay espíritu” (Núm. 27:18), y del segundo, que demostró un “espíritu diferente” del de la mayoría de los israelitas que se habían desmoralizado por el mal informe de los diez espías. (Núm. 14:24.) Elías era un hombre de mucho empuje y fuerza en su servicio celoso a Dios, y Eliseo, como su sucesor, solicitó tener “dos partes” del espíritu de Elías. (2 Rey. 2:9, 15.) Juan el Bautista demostró el mismo ‘empuje’ vigoroso y celo enérgico de Elías, por lo que causó un gran efecto en sus oyentes; por este motivo pudo decirse que actuó “con el espíritu y poder de Elías”. (Luc. 1:17.) En contraste, la riqueza y sabiduría de Salomón tuvo un efecto tan abrumador e impresionante en la reina de Seba, que “resultó que no hubo más espíritu en ella”. (1 Rey. 10:4, 5.) En este mismo sentido fundamental, el espíritu de uno o la fuerza activadora puede ser ‘excitado’ o ‘despertado’ (1 Cró. 5:26; Esd. 1:1, 5; Ageo 1:14; compárese con Eclesiastés 10:4), estar ‘agitado’ o ‘irritado’ (Gén. 41:8; Dan. 2:1, 3; Hech. 17:16), ‘calmado’ (Jue. 8:3), ‘angustiado’, ‘desmayado’ (Job 7:11; Sal. 142:2, 3; compárese con Juan 11:33; 13:21) y ser ‘revivido’ o ‘refrescado’. (Gén. 45:27, 28; Isa. 57:15, 16; 1 Cor. 16:17, 18; 2 Cor. 7:13; compárese con 2 Corintios 2:13.)
La necesidad vital de controlar el espíritu se recalca mucho en la Biblia. “Como una ciudad en que se ha hecho irrupción, que no tiene muro, es el hombre que no tiene freno para su espíritu.” (Pro. 25:28.) Ante la provocación, es posible que actúe como el estúpido que impacientemente ‘deja salir todo su espíritu’, mientras que el sabio “lo mantiene calmado hasta lo último”. (Pro. 29:11; compárese con 14:29, 30.) Moisés se dejó provocar indebidamente cuando los israelitas “le amargaron el espíritu” en una ocasión, y “empezó a hablar imprudentemente con sus labios” para su propio perjuicio. (Sal. 106:32, 33.) Así, “el que es tardo para la cólera es mejor que un hombre poderoso, y el que domina su espíritu que el que toma una ciudad”. (Pro. 16:32.) La humildad es esencial a este respecto (Pro. 16:18, 19; Ecl. 7:8, 9), y el que es “humilde de espíritu se asirá de la gloria”. (Pro. 29:23.) El conocimiento y el discernimiento mantienen a un hombre “sereno de espíritu”, con control de su lengua. (Pro. 17:27; 15:4.) Jehová está “avaluando los espíritus” y juzga a los que no ‘se guardan respecto a su espíritu’. (Pro. 16:2; Mal. 2:14-16.)
El espíritu mostrado por un grupo de personas
Así como un individuo puede mostrar cierto espíritu, un grupo de personas también puede manifestar cierto espíritu. (Gál. 6:18; 1 Tes. 5:23.) La congregación cristiana tenía que estar unida en espíritu, reflejando el espíritu de su Cabeza, Cristo Jesús. (2 Cor. 11:4; Fili. 1:27; compárese con 2 Corintios 12:18; Filipenses 2:19-21.)
Pablo se refiere al “espíritu del mundo” en contraste con el espíritu de Dios. (1 Cor. 2:12.) Bajo el control del adversario de Dios (1 Juan 5:19), el mundo muestra un espíritu de complacer los deseos de la carne caída, un espíritu de egoísmo, lo cual acarrea enemistad con Dios. (Efe. 2:1-3; Sant. 4:5.) Como en el caso del Israel infiel, la motivación inmunda del sistema promueve fornicación, tanto física como espiritual, e idolatría. (Ose. 4:12, 13; 5:4; Zac. 13:2; compárese con 2 Corintios 7:1.)