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GUERRA

(heb. la·jám, “consumir; devorar”, y por extensión, “pelear”; mil·ja·máh [derivado de la·jám], “lucha”; tsa·vá’, “reunir; juntar para servicio militar”; qa·ráv [raíz verbal], “golpear; o: tocar; acercarse; aproximarse”, de la que se deriva qeráv, “colisión; o: encuentro; guerra”; gr. pó·le·mos [de donde viene la palabra española “polémica”], “pelea; batalla; guerra” [en Santiago 4:1, “contienda violenta, riña”]; stra·téu·o, “servir en la guerra; ser soldado; guerrear”).

La Biblia dice que Nemrod “salió [de su tierra] para Asiria”, donde edificó ciudades. Este fue un acto de agresión contra el territorio de Asur, el hijo de Sem. (Gén. 10:11.) En los días de Abrahán hubo otro rey de Mesopotamia, Kedorlaomer, rey de Elam, que subyugó varias ciudades (al parecer todas alrededor del extremo meridional del mar Muerto) por un período de doce años. Cuando los habitantes de esas ciudades se rebelaron, Kedorlaomer y sus aliados guerrearon contra ellos, conquistaron las fuerzas de Sodoma y Gomarra, tomaron sus posesiones y capturaron a Lot, el sobrino de Abrahán, junto con toda su casa. Ante eso, Abrahán reunió a 318 siervos adiestrados y junto con sus tres confederados persiguió a Kedorlaomer consiguiendo recobrar a los cautivos y todo el botín, aunque Abrahán no se quedó con nada. Este es el primer registro de una guerra librada por un siervo de Dios. El que Abrahán guerreara para liberar a otro siervo de Jehová tuvo su aprobación, pues a su regreso Abrahán fue bendecido por Melquisedec, sacerdote del Dios Altísimo. (Gén. 14:1-24.)

GUERRAS DECRETADAS POR DIOS

Jehová es “persona varonil de guerra”, “el Dios de los ejércitos” y “poderoso en batalla”. (Éxo. 15:3; 2 Sam. 5:10; Sal. 24:8, 10; Isa. 42:13.) Como Creador y Soberano Supremo del universo, no solo tiene el derecho de ejecutar o autorizar la ejecución de los desaforados y de guerrear contra todos los obstinados que rehúsan obedecer sus justas leyes, sino que, además, su justicia le obliga a hacerlo. Por lo tanto, Jehová fue justo al aniquilar a los inicuos en el tiempo del Diluvio, al destruir a Sodoma y Gomorra, y al traer destrucción sobre las fuerzas del faraón. (Gén. 6:5-7, 13, 17; 19:24; Éxo. 15:4, 5; compárese con 2 Pedro 2:5-10; Judas 7.)

Dios utiliza a Israel como ejecutor

Jehová asignó a los israelitas el deber sagrado de servir como sus ejecutores en la Tierra Prometida en la que Él les había introducido. Al dirigir victoriosamente a Israel contra “siete naciones más populosas y más fuertes” que ellos, siendo que antes de su liberación de Egipto no habían participado en ninguna guerra (Éxo. 13:17), Dios magnificó su nombre como “Jehová de los ejércitos, el Dios de las líneas de batalla de Israel”. Esto demostró que “ni con espada ni con lanza salva Jehová, porque a Jehová pertenece la batalla” (Deu. 7:1; 1 Sam. 17:45, 47; compárese con 2 Crónicas 13:12), y también les dio a los israelitas la oportunidad de demostrar su obediencia a los mandatos de Dios hasta el extremo de arriesgar la vida en guerras decretadas por Dios. (Deu. 20:1-4.)

Prohibida la guerra para ampliar las fronteras marcadas por Dios

Sin embargo, Dios prohibió estrictamente a Israel la guerra para conquistar más territorio del que se le había concedido, o atacar a una nación sin habérselo mandado. No tenía que trabar contienda con las naciones de Edom, Moab o Ammón. (Deu. 2:4, 5, 9, 19.) Sin embargo, con el tiempo fue atacado por esas naciones y se vio obligado a guerrear para defenderse de ellas. En esos casos tuvo la ayuda de Dios. (Jue. 3:12-30; 11:12-33; 1 Sam. 14:47.)

Guerra santificada

Antiguamente se acostumbraba a santificar a las fuerzas combatientes antes de entrar en batalla. (Jos. 3:5; Jer. 6:4; 51:27, 28.) Durante la guerra, los combatientes de Israel, incluso los no judíos (por ejemplo, Urías, el hitita, que probablemente era un prosélito circunciso), tenían que permanecer ceremonialmente limpios. Durante una campaña militar no estaban permitidas las relaciones sexuales, ni siquiera con la esposa. Por esta razón no había prostitutas tras el ejército de Israel. Además, el mismo campamento tenía que mantenerse limpio de contaminación. (Lev. 15:16, 18; Deu. 23:9-14; 2 Sam. 11:11, 13.)

Cuando era necesario castigar al Israel infiel, los ejércitos extranjeros que traían la destrucción eran considerados ‘santificados’, en el sentido de que fueron ‘apartados’ por Jehová para la ejecución de sus justos juicios. (Jer. 22:6-9; Hab. 1:6.) De manera similar, Jehová habló de las fuerzas militares (principalmente los medos y los persas) que destruyeron a Babilonia como: “Mis santificados”. (Isa. 13:1-3.)

Reclutamiento

Jehová mandó que los varones físicamente capacitados de Israel de veinte años de edad para arriba fuesen reclutados para servicio militar (según Josefo, Antigüedades Judías, Libro III, cap. XII, sec. 4, servían hasta los cincuenta años). Los hombres temerosos y de corazón tímido eran rechazados porque las guerras de Israel eran guerras de Jehová, y quienes manifestasen una fe débil y fuesen temerosos podían debilitar la moral del ejército. Por otra parte, los hombres que habían terminado de edificar una casa y no la habían estrenado, o que habían plantado una viña y no habían tomado de su fruto, estaban exentos del servicio militar. Estas exenciones se basaban en el derecho que tenía un hombre de disfrutar del fruto de su trabajo. El hombre recién casado estaba exento por un año. De esta manera se le concedía tiempo para tener un heredero y conocerlo. Con estas provisiones, Jehová demostró su interés y consideración por la familia. (Núm. 1:1-3, 44-46; Deu. 20:5-8; 24:5.) A los levitas, debido a que servían en el santuario, se les eximía de prestar servicio militar, lo cual mostraba que Jehová consideraba que el bienestar espiritual del pueblo era más importante que la defensa militar. (Núm. 1:47-49; 2:32, 33.)

Leyes respecto al ataque y asedio de las ciudades

Jehová dio instrucciones a Israel en cuanto al procedimiento militar a seguir en la conquista de Canaán. Las siete naciones de Canaán mencionadas en Deuteronomio 7:1, 2 tenían que ser totalmente exterminadas, incluyendo a las mujeres y los niños. Sus ciudades tenían que ser dadas por entero a la destrucción. (Deu. 20:15-17.) Según Deuteronomio 20:10-15, a otras ciudades primero se las advertía y se les ofrecían condiciones de paz. Si la ciudad se rendía, se perdonaba la vida a sus habitantes y se les obligaba a hacer trabajos forzados. El poder rendirse con la seguridad de que sus vidas serían perdonadas y sus mujeres no serían violadas ni molestadas, era un incentivo para que tales ciudades capitulasen ante el ejército de Israel, evitando así mucho derramamiento de sangre. Si la ciudad no se rendía, se mataba a todos los varones para evitar el riesgo de una posterior sublevación. A “las mujeres y los niñitos” se les dejaba con vida. Las “mujeres” a las que se hace referencia en este relato eran sin duda vírgenes, pues en Deuteronomio 21:10-14 se dice que cuando un israelita escogía como esposa a una cautiva de guerra, ella tenía que llorar a sus padres, no a su esposo. Además, tiempo antes, cuando Israel derrotó a Madián, también se le dijo específicamente que solo tenía que perdonar la vida a las mujeres vírgenes. El mantener únicamente con vida a las vírgenes protegería a Israel de la adoración falsa y posiblemente de las enfermedades venéreas. (Núm. 31:7, 17, 18.) (En cuanto a lo justo del decreto de Dios contra las naciones cananeas, véase CANAAN, CANANEOS [Base para el exterminio].)

Los árboles que producían fruto no tenían que ser cortados para obras de asedio. (Deu. 20:19, 20.) Los caballos del enemigo eran desjarretados durante el ardor de la batalla para incapacitarlos y luego se les daba muerte. (Jos. 11:6.)

NO TODAS LAS GUERRAS DE ISRAEL FUERON JUSTAS

Al caer en un proceder de infidelidad, la nación de Israel se vio envuelta en conflictos que no eran más que luchas por el poder. Este fue el caso de los enfrentamientos de Abimélec contra Siquem y Tebez en el tiempo de los jueces (Jue. 9:1-57), y la guerra de Omrí contra Zimrí y Tibní que le permitió apoderarse del trono del reino de diez tribus. (1 Rey. 16:16-22.) Además, en lugar de confiar en que Jehová les protegería de sus enemigos, los israelitas empezaron a confiar en el poder militar, los caballos y los carros de guerra. Así, en el tiempo de Isaías, el país de Judá estaba “lleno de caballos” y “no [había] límite para sus carros”. (Isa. 2:1, 7.)

ESTRATEGIA Y TÁCTICAS DE GUERRA DE LA ANTIGÜEDAD

A veces se enviaban espías para explorar el lugar antes del ataque. Estos espías no tenían el propósito de provocar disturbios, rebeliones o movimientos subversivos. (Núm. 13:1, 2, 17-19; Jos. 2:1; Jue. 18:2; 1 Sam. 26:4.) Se utilizaban llamadas especiales de trompeta para reunir a las fuerzas militares, para emitir una llamada de guerra y para dar una señal de acción unida. (Núm. 10:9; 2 Cró. 13:12; compárese con Jueces 3:27; 6:34; 7:19, 20.) A veces las fuerzas se dividían y se desplegaban para atacar desde los flancos, o para tender emboscadas o trampas. (Gén. 14:15; Jos. 8:2-8; Jue. 7:16; 2 Sam. 5:23, 24; 2 Cró. 13:13.) Hubo por lo menos una ocasión en que, por orden de Jehová, colocaron en vanguardia de las fuerzas armadas a cantores que ofrecían alabanza a Dios. Dios luchó aquel día por Israel, poniendo en confusión al campamento del enemigo, haciendo que se mataran unos a otros. (2 Cró. 20:20-23.)

El combate se libraba principalmente cuerpo a cuerpo, hombre contra hombre. Se utilizaban diversas armas: espadas, lanzas, jabalinas, flechas, piedras de honda, etc. Durante la conquista de la Tierra Prometida, Israel no cifró su confianza ni en los caballos ni en los carros, sino más bien en el poder salvador de Jehová. (Deu. 17:16; Sal. 20:7; 33:17; Pro. 21:31.) Fue posteriormente cuando los ejércitos de Israel empezaron a utilizar caballos y carros, al igual que los egipcios y otros pueblos. (1 Rey. 4:26; Éxo. 14:6, 7; Deu. 11:4; 1 Rey. 20:23-25.) Algunos ejércitos extranjeros contaban con carros de guerra armados con hoces de hierro que salían de sus ejes. (Jos. 17:16; Jue. 4:3, 13.)

Las tácticas de guerra cambiaron durante el transcurso de los siglos. Por lo general, Israel no se concentró en desarrollar armas ofensivas, aunque dio considerable atención a la fortificación. El rey Uzías de Judá se hizo famoso por haber hecho “máquinas de guerra, invención de ingenieros”, aunque su misión principal era la defensa de Jerusalén. (2 Cró. 26:14, 15.) Los ejércitos asirios y babilonios se destacaron especialmente por sus muros de asedio y terraplenes inclinados por los que se hacían subir torres con arietes para atacar la parte más elevada y débil del muro de la ciudad. En lo alto de estas torres se colocaban arqueros y honderos. Además de las torres se empleaban otras máquinas de asedio, como las gigantescas catapultas. (2 Rey. 19:32; Jer. 32:24; Eze. 4:2; Luc. 19:43.) Al mismo tiempo, los defensores de la ciudad intentaban resistir el ataque por medio de arqueros, honderos y soldados que arrojaban teas desde los muros y las torres, y por medio de máquinas que arrojaban proyectiles desde el interior de la ciudad. (2 Sam. 11:21, 24; 2 Cró. 26:15; 32:5.) Al asaltar fortificaciones amuralladas, una de las primeras cosas que intentaban los invasores era cortar el suministro de agua de la ciudad, y, ante la amenaza de sitio, la ciudad solía cegar las fuentes de agua de los alrededores para evitar que las usasen los atacantes. (2 Cró. 32:2-4, 30.)

Los vencedores también cegaban los pozos y los manantiales de la zona y esparcían piedras sobre el suelo, incluso en algunas ocasiones sembraban el suelo de sal. (Jue. 9:45; 2 Rey. 3:24, 25; véanse ARMAS, ARMADURA; FORTIFICACIONES.)

JESÚS PREDICE GUERRA

Jesús, hombre de paz, dijo que “todos los que toman la espada perecerán por la espada”. (Mat. 26:52.) A Pilato le declaró que si su Reino hubiese sido de este mundo, sus servidores habrían luchado para evitar que fuese entregado a los judíos. (Juan 18:36.) Sin embargo, predijo que con el tiempo, por haberle rechazado como el Mesías, Jerusalén sufriría asedio y desolación, durante la cual sus “hijos” (habitantes) serían ‘arrojados al suelo’. (Luc. 19:41-44; 21:24.)

Poco antes de su muerte, Jesús pronunció profecías que aplicaban a aquella generación y también a tiempos muy posteriores: “Van a oír de guerras e informes de guerras; vean que no se aterroricen. Porque estas cosas tienen que suceder, mas todavía no es el fin. Porque se levantará nación contra nación y reino contra reino”. (Mat. 24:6, 7; Mar. 13:7, 8; Luc. 21:9, 10.)

CRISTO GUERREA COMO EL “REY DE REYES”

La Biblia revela que el resucitado Señor Jesucristo, a quien su Padre le concedió ‘toda autoridad en el cielo y sobre la tierra’, participará en una guerra para destruir a todos los enemigos de Dios y establecerá paz eterna, como indica su título “Príncipe de Paz”. (Mat. 28:18; 2 Tes. 1:7-10; Isa. 9:6; véase HAR-MAGEDÓN.)

El apóstol Juan tuvo una visión de cosas que ocurrirían después del entronizamiento de Cristo en el cielo. Las palabras de Salmos 2:7, 8 y 110:1, 2 habían profetizado que el Hijo de Dios ‘le pediría que le diese naciones por herencia suya’, y que como respuesta Jehová le enviaría para ‘ir sojuzgando en medio de sus enemigos’. (Heb. 10:12, 13.) La visión de Juan describió una guerra en el cielo en la cual Miguel (Jesucristo [véase MIGUEL]), inmediatamente después del ‘nacimiento del hijo varón’ que tenía que gobernar las naciones con una vara de hierro, condujo a los ejércitos celestiales en una guerra contra el dragón, Satanás el Diablo, como resultado de la cual el Diablo y sus ángeles fueron arrojados a la Tierra. (Rev. 12:7-9.) Luego se oyó una voz fuerte en el cielo que anunció: “¡Ahora han acontecido la salvación y el poder y el reino de nuestro Dios y la autoridad de su Cristo!”. Esto produjo consuelo y gozo a los ángeles, pero para la Tierra presagió problemas y hasta guerras, pues siguió diciendo: “¡Ay de la tierra y del mar!, porque el Diablo ha descendido a ustedes, teniendo gran cólera, sabiendo que tiene un corto espacio de tiempo”. (Rev. 12:10, 12.)

Después que Satanás fue arrojado a la Tierra, los siervos terrestres de Dios, el resto de la ‘descendencia de la mujer’, “los cuales observan los mandamientos de Dios y tienen la obra de dar testimonio de Jesús”, llegaron a ser el blanco principal del Diablo. Satanás inició una guerra contra ellos que consistió tanto en un conflicto espiritual como en verdadera persecución, llegando hasta la propia muerte en el caso de algunos. (Rev. 12:13, 17.) Los capítulos subsiguientes (13, 17-19) describen los agentes e instrumentos que Satanás utiliza contra ellos, y la victoria que experimentan los santos de Dios bajo su Caudillo Jesucristo.

EL GUERREAR CRISTIANO

Aunque el cristiano no guerrea de una manera física contra sangre y carne (Efe. 6:12), no obstante sí participa en una guerra, una lucha espiritual. El apóstol Pablo describe la guerra que se produce dentro del cristiano entre “la ley del pecado” y “la ley de Dios” o ‘la ley de la mente’ (la mente cristiana que está en armonía con Dios). (Rom. 7:15-25.)

Esta guerra del cristiano es muy dura y hay que esforzarse denodadamente para salir victorioso. Sin embargo, el cristiano puede tener confianza en que, por medio de la bondad inmerecida de Dios a través de Cristo y de la ayuda del espíritu de Dios, logrará la victoria. (Rom. 8:35-39.) En cuanto a esta lucha, Jesús dijo: “Esfuércense vigorosamente por entrar por la puerta angosta” (Luc. 13:24), y el apóstol Pedro aconsejó: “Sigan absteniéndose de los deseos carnales, los cuales son los mismísimos que llevan a cabo un conflicto [o: “están haciendo servicio militar” (stra·téu·on·tai)] en contra del alma”. (1 Ped. 2:11, Kingdom Interlinear Translation; compárese con Santiago 4:1, 2.)

Contra espíritus inicuos

Además de guerrear contra la ley del pecado, el cristiano tiene una pelea contra los demonios, los cuales, aprovechándose de las tendencias de la carne, tientan al cristiano para que peque. (Efe. 6:12.) En este guerrear los demonios también inducen a los que están bajo su influencia para que tienten o se opongan y persigan a los cristianos en un esfuerzo por quebrantar su integridad a Dios. (1 Cor. 7:5; 2 Cor. 2:11; 12:7; compárese con Lucas 4:1-13.)

Contra enseñanzas falsas

El apóstol Pablo también habló de una guerra que tanto él como sus compañeros estaban librando al desempeñar su comisión como personas nombradas para cuidar de la congregación cristiana. La congregación de Corinto había recibido mala influencia de hombres presuntuosos a quienes Pablo llamó “apóstoles falsos”, los cuales, debido a dar excesiva atención a ciertas personas en particular, habían causado divisiones y sectas en la congregación. (2 Cor. 11:13-15.) En realidad, ellos se convirtieron en seguidores de hombres como Apolos, Pablo, Cefas, etc. (1 Cor. 1:11, 12.)

Por lo tanto, Pablo se sintió impelido a escribirles: “En verdad ruego que, estando presente, no use del denuedo con aquella confianza con que estoy contando tomar medidas denodadas contra algunos que nos valoran como si anduviéramos según lo que somos en la carne. Porque aunque andamos en la carne, no guerreamos según lo que somos en la carne. Porque las armas de nuestro guerrear no son carnales, sino poderosas por Dios para derrumbar cosas fuertemente atrincheradas. Porque estamos derrumbando razonamientos y toda cosa encumbrada que se levanta contra el conocimiento de Dios; y ponemos bajo cautiverio todo pensamiento para hacerlo obediente al Cristo”. (2 Cor. 10:2-5.)

Pablo escribió a Timoteo, a quien había dejado en Éfeso para cuidar de la congregación: “Este mandato te encargo, hijo, Timoteo, de acuerdo con las predicciones que condujeron directamente a ti, que por estas sigas guerreando el guerrear excelente; manteniendo la fe y una buena conciencia”. (1 Tim. 1:18, 19.) Timoteo no solo tenía que enfrentarse con la carne pecaminosa y la oposición de los enemigos de la verdad, sino que también tenía que guerrear contra la infiltración de falsas doctrinas y contra los que querían corromper la congregación. (1 Tim. 1:3-7; 4:6, 11-16.) Esta acción fortalecería a la congregación contrala apostasía que Pablo sabía que iba a surgir una vez que los apóstoles desaparecieran. (2 Tim. 4:3-5.) Por consiguiente, Timoteo se iba a enfrentar a una verdadera lucha.

Pablo pudo decirle a Timoteo: “He peleado la excelente pelea, he corrido la carrera hasta terminarla, he observado la fe”. (2 Tim. 4:7.) Pablo había mantenido su fidelidad a Jehová y Jesucristo demostrando una conducta correcta y desempeñando bien su servicio frente a la oposición, el sufrimiento y la persecución. (2 Cor. 11:23-28.) Además, había cumplido con la responsabilidad que su puesto como apóstol del Señor Jesucristo conllevaba, peleando la guerra por mantener a la congregación cristiana limpia y sin mancha, como una virgen casta, y como “columna y apoyo de la verdad”. (1 Tim. 3:15; 1 Cor. 4:1, 2; 2 Cor. 11:2, 29; compárese con 2 Timoteo 2:3, 4.)

LA ACTITUD CRISTIANA PARA CON LAS GUERRAS DE LAS NACIONES

Los cristianos siempre han mantenido estricta neutralidad en las guerras de las naciones y de los grupos o facciones de cualquier clase. (Juan 18:36; 1 Cor. 5:1, 13; Efe. 6:12.) Para ejemplos en cuanto a la actitud de los cristianos primitivos a este respecto véase EJÉRCITO (Cristianos primitivos).

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