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  • Pedro, apóstol con las llaves
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1952
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1952
w52 1/6 págs. 329-331

Pedro, apóstol con las llaves

¡QUÉ cambios hubo! ¡De pescador desconocido a apóstol prominente de Jesucristo! ¡De pescador de peces a pescador de hombres! ¡Qué transformación en la vida de este hombre Simón, cuyo sobrenombre hasta fué cambiado a Pedro! Su entera carrera, incluyendo sus deseos, motivos, ambiciones y perspectiva en la vida, fué alterada radicalmente. Bendiciones, favores y privilegios inefables fueron su parte. El hombre sin letras y común vino a ser un confundidor de los sabios de este mundo y poseedor de poderes milagrosos de vida y muerte. Además, se le confiaron llaves de conocimiento especiales para revelar secretos sagrados de Dios. Por eso estudie la vida, personalidad, disposición y tendencias de este hombre Pedro y le ayudará a usted a transformarse de este viejo mundo de pecado y muerte al nuevo mundo de justicia y vida.

Escondido como se halla en las sombras de lo desconocido, poco se conoce de los primeros años de la vida de Simón. Algunos creen que tenía entre 30 y 40 años cuando llegó a ser discípulo de Cristo. Su padre se llamó Jonás. El pueblo natal de Simón Bar-Jonás fué Betsaida, en la costa septentrional de Galilea. Allí se ocupaba en el comercio de pesca con su hermano Andrés y los dos hijos de Zebedeo, Santiago y Juan. Simón estaba casado y su suegra vivía en el cercano Cafarnaúm en una casa bastante grande.—Mat. 8:14; 16:17, NM; Juan 1:44.

La ocupación de pescar, aunque quizás humilde, de ningún modo era servil, ni era incompatible con una mente de elevada inteligencia y cultura. La instrucción era obligatoria para todos los niños judíos, por eso aunque Simón no concurrió a escuelas rabínicas especiales para obtener grados de teología, no obstante tenía un conocimiento bueno de las cosas más importantes de la vida, a saber, las sagradas escrituras que manifestaban los tratos de Jehová con su pueblo escogido, y especialmente Sus promesas preciosas respecto al Mesías venidero.

Por lo tanto no nos extraña que cuando primero conocemos a Simón él es uno de los discípulos de Juan el Bautista, preparado para recibir a Cristo. En el otoño de 29 d. de J.C. cuando Juan clamó, “¡Vean, el Cordero de Dios!”, Pedro se hallaba entre los primeros que lo aceptaron, y fué entonces que Cristo primero le dijo a Simón: “Tú serás llamado Cefas (que se traduce Pedro).” (Juan 1:35-44, NM) Seis meses después Cristo les extendió a él y a sus compañeros la invitación: “Vengan en pos de mí, y los haré pescadores de hombres,” y Pedro inmediatamente abandonó todo y emprendió el ministerio. (Mat. 4:18-20; Mar. 1:16-18; Luc. 5:1-11, NM) El aceptar esa llamada al servicio de tiempo cabal marcó el comienzo de un período enteramente nuevo y el más gozoso y bendecido de la vida de Pedro.—Mat. 19:27-29.

DISCÍPULO EXTRAORDINARIO

Considere unos cuantos de los maravillosos privilegios que el apóstol Pedro tuvo. Como uno de los doce apóstoles le fué dada autoridad “sobre espíritus inmundos” para curar “toda clase de enfermedad”, y fué enviado para enseñar y predicar en el nombre de Cristo. (Mat. 10:1-11:1; Mar. 3:16; Luc. 6:13, 14, NM) Por eso, muchas veces él fué el primero que habló en nombre de los demás; como, por ejemplo, “Jesús les dijo a los doce: ‘Ustedes no quieren irse también, ¿verdad?’ Simón Pedro le respondió: ‘Señor, ¿A quién iremos? Tú tienes dichos de vida eterna.’” (Mat. 15:15; 18:21; Mar. 11:21; Luc. 8:45; 12:41; Juan 6:67, 68, NM) Pedro fué uno de los tres apóstoles que presenció el levantamiento de la hija de Jairo, observó la escena de la transfiguración en el monte, fué llevado para presenciar la agonía de Jesús en Getsemaní. (Mat. 17:1-6; 26:36-45; Mar. 5:35-37) Pedro y Juan fueron enviados a preparar la última pascua. (Luc. 22:7-13) Pedro fué enviado a coger el pez que tenía la moneda de plata de 68 centavos para la contribución del templo.—Mat. 17:24-27, NM.

También Pedro tuvo el privilegio feliz, por revelación divina, de identificar a Jesús como “el Cristo, el Hijo del Dios vivo”. Luego se le dieron dos “llaves” simbólicas que usó posteriormente para revelar conocimiento a los judíos y gentiles respecto al reino celestial, y su uso de estas llaves fué confirmado de antemano en el cielo.—Mat. 16:13-20, NM.

Y así por tres años Cristo enseñó y entrenó a Pedro en la senda que conduce a la vida, aun disciplinándolo y reprendiéndolo cuando erraba. Cuando caminó sobre el agua, Pedro comenzó a hundirse y Jesús lo reprendió, diciendo: “Tú con poca fe, ¿por qué cediste a la duda?” (Mat. 14:28-31, NM) De nuevo, cuando Jesús dijo cómo tendría que sufrir y morir, Pedro protestó: “Ten consideración de ti, Señor; tú absolutamente no tendrás este destino.” Por lo tanto tuvo que ser reprendido por pensar de acuerdo con el viejo mundo: “¡Ponte detrás de mí, Satanás! Me eres un tropiezo,” Jesús le dijo, “porque tú piensas, no los pensamientos de Dios, sino los de los hombres.”—Mat. 16:21-23; Mar. 8:31-33, NM.

El ministerio de Jesús casi había terminado. Era la última noche. Sólo quedaban unas cuantas horas. De modo que, terminada la pascua, Jesús procedió a lavar los pies de los apóstoles, a pesar de la objeción de Pedro al principio. (Juan 13:3-11) Luego el relato dice: “Jesús les dijo: ‘Todos ustedes serán tropezados en conexión conmigo esta noche.’” Pero Pedro protestó diciendo que si todos los demás tropezaran él nunca caería. Estaba muy seguro de sí mismo. No obstante, Jesús respondió: “Esta noche, antes que cante un gallo, me negarás tres veces.”—Mat. 26:31-35, NM.

No mucho tiempo después cuando los amotinados llegaron para aprehender a Cristo, Pedro desenvainó su espada y le cortó la oreja a uno de ellos. Pensó que estaba manifestando que estaba anuente a morir por su Señor, pero en vez de eso obró fuera de orden. (Juan 18:10, 11, NM) Si Pedro quería probar su integridad tendría tres oportunidades en breve, allá en el patio del sumo sacerdote. Tres veces, y con mucha vehemencia, Pedro allí negó hasta haber conocido a Cristo; pero el canto del gallo le hizo volver a sus sentidos, y se fué y lloró en arrepentimiento amargo.—Mat. 26:69-75.

Poco después de la resurrección de Cristo, Pedro visitó el sepulcro vacío, sintiéndose desconcertado porque no entendía lo que había acontecido. (Luc. 24:1-12; Juan 20:1-10; 1 Cor. 15:3-8) No fué sino hasta que Jesús se materializó y explicó el asunto a sus discípulos que plenamente apreciaron la resurrección de Cristo. En una de esas ocasiones Jesús le preguntó a Pedro si lo amaba. “Sí, Señor, tú sabes que te tengo cariño,” respondió Pedro. Tres veces Jesús hizo la pregunta, y cada vez que Pedro aseguró al Señor que verdaderamente lo amaba, Jesús le mandó que lo manifestara alimentando a los “corderitos” y a las “ovejitas” del Señor.—Juan 21:1-17, NM.

CARRERA APOSTÓLICA LLENA DE ACTIVIDAD

Toda esta instrucción y disciplina no le fué dada a Pedro sin propósito. Le esperaba mucho trabajo. Fué uno de quienes Cristo había dicho, “Serán testigos de mí tanto en Jerusalén como en toda Judea y Samaria y hasta la parte más lejana de la tierra.” (Hech. 1:8, NM) La responsabilidad adicional del apostolado también descansó en los hombros fornidos de este “pescador de hombres”, y en esta capacidad Pedro arregló que otro fuera escogido para ocupar el lugar del inicuo Judas.—Hech. 1:15-26.

Y luego considere las llaves del conocimiento confiadas a Pedro. La primera fué usada en el Pentecostés. Un gran ruido como una brisa impetuosa, lenguas de fuego sobre la cabeza de los reunidos, luego una multitud azorada y perpleja de muchas nacionalidades juntándose para oír el evangelio en su propia lengua—¿qué era el significado de todo esto? Pedro se puso de pie y con la primera “llave” diestramente les abrió el entendimiento, declarando: “Arrepiéntanse, y que cada uno de ustedes sea bautizado,” y “Sálvense de esta generación torcida”. Así se abrió la puerta de oportunidad y unos 3,000 judíos entraron y fueron bautizados.—Hech. 2:1-41, NM.

Lleno de espíritu santo Pedro usó sus dones milagrosos de curación y poderes de percepción para convencer a otros de que Jehová es Dios y que su Principal Agente y Dispensador de vida es el resucitado Cristo. Osadamente predicó y obró milagros en lugares públicos, curando toda clase de enfermedad, a los lisiados también, y aun levantando a los muertos. (Hech. 3:1-16; 5:12-16; 9:32-42) Amenazas, arrestos, azotes y persecución por la envidiosa e inicua clase clerical no lo detuvieron. Cuando se le mandó que no predicara, Pedro le dijo al tribunal religioso: “Si es justo a la vista de Dios escucharles a ustedes más bien que a Dios, hagan ustedes su decisión. Pero en cuanto a nosotros, no podemos dejar de hablar acerca de las cosas que hemos visto y oído.” “Tenemos que obedecer a Dios como gobernante más bien que a los hombres.” (Hech. 4:19, 20; 5:29, NM) Entre la congregación, también, Pedro no fué menos celoso para desempeñar sus responsabilidades, como, por ejemplo, en el caso de Ananías y Safira. (Hech. 5:1-11) En otra ocasión cuando Pedro y Juan fueron enviados como siervos a los hermanos en Samaria para que pudieran recibir espíritu santo, y un tal Simón descarriado trató de obtener los poderes apostólicos mediante soborno, Pedro declaró: “Perezca tu plata contigo.”—Hech. 8:14-20, NM.

Ya era el debido tiempo para que las naciones gentiles conocieran el camino de salvación de Jehová; por eso se le mandó al apóstol encomendado con las “llaves” que usara la segunda y abriera el camino. Lo hizo, y Cornelio, el soldado romano, y su familia fueron los primeros no judíos que aceptaron la llamada para el reino celestial. (Hech. 10:1-11:18) Poco después Pedro fué encarcelado por Herodes, y hubiese sido ejecutado si un ángel no lo hubiera librado milagrosamente. (Hech. 12:1-17) La obra de Pedro aun no estaba terminada.

Salvo cuando fué llamado a Jerusalén debido a la cuestión respecto a la circuncisión de los que no eran judíos, parece que Pedro pasó la mayor parte del resto de su vida entre las comunidades judías fuera de Jerusalén. (Hech. 15:1-21; Gál. 2:7-9) Sin embargo, no hay partícula de evidencia de que jamás llegara a Roma, pero sabemos que escribió dos cartas en Babilonia poco antes de morir. (1 Ped. 5:13) En ellas aclara que Cristo, no Pedro, es la “piedra angular de fundamento” de la iglesia. (1 Ped. 2:4-6) En ninguna parte pretende primacía o infalibilidad, ni habla de un sucesor a quien él haya dado sus “llaves”. Al contrario, Pedro fué teocrático, y sirve de buen ejemplo para todos los cristianos en mansedumbre, humildad y arrepentimiento, así como en celo y devoción a los intereses del nuevo mundo.

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