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  • Qué amar y qué odiar
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1951
w51 1/12 págs. 707-709

Qué amar y qué odiar

DEL púlpito religioso sin duda ha oído usted vez tras vez el viejo estribillo de “amor”. Pero el uso sectario del vocablo a menudo se manifiesta débil y vacío. A veces aparentemente no pueden hallar suficientes cosas para amar. Aman a Dios, al hombre, a su prójimo, al mundo, a toda persona y a toda cosa—¡así dicen ellos!

Pero raramente es profundo este afecto. Generalmente cubre una ‘multitud de pecados’ tales como el chismear, difamación solapada, envidia o fraude en los negocios. Que venga una guerra y el púlpito de donde repercutió el “canto de amor” se convierte en plataforma de reclutamiento. Con poca consideración de los intereses del amor, los sectarios son apresurados a matar miembros extranjeros de su propia secta y de otras. Un político hace famosas las palabras “¡Odio la guerra!” El clero las repite como loro por todo el mundo. No obstante su amor por la paz carece de fuerza para impedir lo que pretende odiar.

En una ocasión Cristo Jesús le preguntó tres veces a su apóstol Pedro si le tenía afecto, y al contestar Pedro afirmativamente, Jesús respondió, “Alimenta a mis ovejitas.” (Juan 21:15-17, NM) Una mirada a las manadas esparcidas y espiritualmente abandonadas de la cristiandad religiosa asegura que sus “pastores espirituales” no las han estado alimentando, y que por consiguiente no las aman.

El sentimentalista mundano cree que sabe lo que es amor. Escoge a otra criatura humana a quien profesa mucha adoración. Dentro de poco tiempo su “amor” por esta criatura del sexo opuesto viene a ser una forma sutil de adoración de criaturas y, de acuerdo con los hábitos descuidados de un mundo atolondrado, probablemente se acompaña de inmoralidad. En vez de amor, la Palabra de Dios llama a tal curso “terrenal, animal, demoníaco”.—Sant. 3:15, NM.

En contraste sorprendente, el verdadero amor cristiano es altruísta y está libre de todas las tendencias jactanciosas, indecentes, portadoras de rencor del viejo mundo. (1 Cor. 13) Tal amor fué manifestado en el sentido más elevado cuando Jehová Dios ofreció a su Hijo, “para que todo aquel que ejerza fe en él no sea destruído sino tenga vida eterna.” Jesús, a su vez, amorosamente hizo su parte, ofreciendo voluntariamente su vida en armonía con el propósito de Dios. Con tales ejemplos como éstos para regirse, ningún verdadero cristiano podría permitirse amar lo que Dios odia o establecer un amor mayor para cualquier cosa creada que para Dios.—Juan 3:16; Rom. 1:22, 23, NM.

Muy bien, entonces, ¿dónde se detiene el amor de Dios y empieza su odio? La interpretación sectaria de que Dios dió a su Hijo por este viejo sistema de cosas absolutamente no tiene base alguna. Por lo tanto, ningún cristiano está obligado a amar las empresas políticas egoístas o prácticas sociales degradantes tan prevalecientes en este mundo. El mismo libro de Juan registra las palabras de Jesús al político Pilato: “Mi reino no es parte de este mundo. . . . mi reino no es de esta fuente.” El mismo escritor claramente declara: “No estén amando al mundo ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él; porque todo en el mundo—el deseo de la carne y el deseo de los ojos y la exhibición ostentosa del medio de vida de uno—no origina con el Padre, sino origina con el mundo. Además, el mundo está desapareciendo y también su deseo, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.”—Juan 18:36; 1 Juan 2:15-17, NM.

Por simplemente defender estos principios bíblicos, los cristianos frecuentemente son acusados de efectuar una “campaña de odio” y de estar “contra todo”. (Juan 15:19) En contraste, los mundanos, en exhibición de su propia justicia, señalarán sus instituciones para el cuidado de los ciegos, de los ancianos, de los niños y de los animales. Sin embargo, ¿qué prueban estas cosas realmente? ¿No son tan sólo admisiones claras de que existen condiciones imperfectas y egoístas que hacen necesarias tales instituciones? Por ejemplo, durante sus guerras que cobran muchas vidas, este sistema de cosas siega una gran cosecha de viudas. No es amor altruísta tanto como deber natural que los responsables cuiden después a estas viudas.

Aunque los cristianos no niegan lo que la ciencia y la medicina han contribuído para hacer la vida más cómoda, a todo tiempo recuerdan que hay un lugar para todo, y el “lugar” para la ciencia, la medicina y sus aliados definitivamente no se halla en el campo de la adoración. Esa la tienen que reservar para Dios y Cristo únicamente. Recuerde, es posible que la ciencia reduzca sus riesgos de contraer ciertas enfermedades, o mejore el tratamiento u oportunidades para recuperarse; pero no puede regenerar el organismo físico. No obstante Dios garantiza producir tal regeneración, hasta el punto de vida eterna, para los que la buscan.—Juan 17:3.

La idea de abrazar a este mundo, amarlo, tratar de “convertirlo” y hacerlo útil para el reino de Cristo es una noción falsa que se ha inyectado por mucho tiempo en la mente de la gente por el clero de la cristiandad. A Jesús se le ofreció monarquía en este mundo por la gente de su época, y él la rehusó. Además, se le ofrecieron poderes como un gran dictador mundial, autoridad que hubiera empequeñecido a los poderosos Césares a una posición de satélites sujetos a él. Esta tentación le fué ofrecida por uno con autoridad para darla, “el dios de este sistema de cosas,” Satanás el Diablo. Pero el precio era el mismo que ahora: tal gobernante debería reconocer a Satanás como supremo y todopoderoso. La respuesta de Jesús no necesita explicación: “Está escrito, ‘Es Jehová tu Dios a quien tienes que adorar, y es a él solamente que tienes que rendir servicio sagrado.’” (Juan 6:15; Luc. 4:5-8, NM) Jesús sabía que Dios había decretado destrucción para el antiguo “sistema de cosas” satánico. Su amor y esperanza descansaban en los ‘nuevos cielos y la tierra nueva donde habitará la justicia’.—2 Ped. 3:10, 13, NM.

Armoniosamente, los cristianos que aman a Dios tienen que respetar su Palabra. No pueden amar algo que Dios ha designado para la destrucción. Tienen que detestar las abominaciones que pretenden dominación mundial en lugar del reino de Dios, doctrinas falsas que corrompen el entendimiento correcto de Dios y tergiversan sus propósitos y las prácticas pecaminosas que se mofan de la Palabra de Dios. Pero mientras esperan el nuevo mundo para sí mismos, no se recluirán egoístamente en algún monasterio, escondiendo su esperanza de otros.

Igual que Jesús, los cristianos hoy día prominentemente exhiben su luz como si viniera de una portalámpara. El nuevo mundo glorioso de Dios, su programa para el verdadero mejoramiento del mundo, la organización visible dada a ellos ahora para la obra de alabar a Dios, la Palabra de Dios la Biblia, sus colaboradores, la gente de buena voluntad juntándose en la organización teocrática que sigue extendiéndose—todas estas cosas los verdaderos cristianos las aman con toda su alma o vida. Dan su vida para que otros puedan aprender esto y tener vida.—Mat. 5:14-16, NM.

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