Transmitiendo la Palabra de Dios
“LA PALABRA hablada por Jehová dura para siempre.” (1 Ped. 1:25, NM) Debido a que ninguna de las copias autógrafas originales de la Biblia ha llegado hasta nosotros, muchos críticos de la Biblia disputan esta promesa de Jehová de que su Palabra duraría. ¿Cuál es la realidad? ¿Son los diferentes libros de la Biblia que tenemos hoy esencialmente los mismos que fueron escritos primero por los siervos inspirados de Dios? ¿Podemos estar seguros de la autenticidad de la Biblia? Si es así, ¿por qué medios ha sido transmitida su Palabra a nosotros?
En primer lugar notemos que la Biblia está circundada por una honradez y candor evidentes que la señalan como la verdad. Los arqueólogos nos dicen de los registros históricos que ellos descubren que raramente, si es que alguna vez, contienen éstos algo que se refleje desfavorablemente sobre los gobernantes y naciones cuya historia tienen registrada. ¡Cuán diferente es la Biblia en este mismo respecto! Desde Adán y Eva hasta los discípulos de Cristo francamente describe las faltas y pecados de individuos y naciones, fueran amigos o enemigos.
Luego note la armonía de sus más de treinta y cinco diferentes escritores. Aun cuando éstos estuvieron separados por muchas millas y vivieron en diferentes siglos, provinieron de muchas condiciones de vida y hasta hablaron diferentes idiomas, todos ellos dan énfasis al mismo tema de la supremacía de Jehová. Si la Biblia hubiera sido corrompida materialmente ¿encontraríamos tal honradez, candor y armonía en ella?
Además, la arqueología presenta una montaña siempre creciente de evidencia que apoya la autenticidad de la Biblia. Nada ha sido revelado que debilite la fe del cristiano en la Biblia aun al más leve grado. Lo mismo es verdad concerniente al registro que los geólogos han encontrado en la tierra en relación con la creación y el Diluvio como se registran en la Biblia. ¿Podrían haberse introducido graves interpolaciones en el registro bíblico, y sin embargo gozar éste de su record inmaculado de exactitud histórica?
Evidencia todavía más fuerte se encuentra en el cumplimiento del sinnúmero de profecías de las Escrituras hebreas y cristianas griegas, profecías cumplidas en la primera venida de Jesús y en nuestro día. Y luego tenemos las palabras de Cristo quien influyó en la humanidad más para el bien que cualquier otro hombre que jamás ha vivido, y quien dijo concerniente a la Palabra de Dios: “Tu palabra es la verdad.” (Juan 17:17, NM) ¿Pueden los hombres predecir eventos acertadamente, y hubiera dado Cristo su sello de aprobación a las Escrituras hebreas como él las tuvo si éstas no hubieran estado como se las dió Dios a los escritores originales?
Además, sabemos que a través de los años, en los primeros siglos de la era cristiana y durante la Edad del Obscurantismo y la Edad Media, la Palabra de Dios sufrió violencia a manos de sus enemigos. Millares de copias de la Biblia, tanto escritas a mano como impresas, fueron destruídas; traductores bíblicos, copistas y publicadores bíblicos, y personas que sólo leían la Biblia o la enseñaban a otros fueron perseguidos, encarcelados, atormentados y hasta quemados en la hoguera. Seguramente la conservación de la Biblia bajo tales circunstancias indica protección divina; y ¿hubiera Dios cuidado de que fuera conservada si no hubiera sido su Palabra?
DE MOISÉS A MALAQUÍAS
Aunque en vista de lo susodicho tenemos base abundante para aceptar la Biblia como la tenemos hoy como estando esencialmente como fué primero registrada y por lo tanto como la Palabra del Todopoderoso Dios Jehová, no obstante será alentador a nuestra fe saber por qué medios esa Palabra ha llegado a nosotros que vivimos unos treinta y cinco siglos después de Moisés. Y Dios se ha encargado de que, a medida que aumentan los ataques contra la Biblia, salga a luz más y más evidencia concerniente a su autenticidad y la manera en que se transmitió.
Puesto que a Moisés se le acredita la escritura de los primeros cinco libros de la Biblia, conocidos como el Pentateuco, “cinco libros,” y él apareció en la escena unos 2,500 años después de la creación del primer hombre, ¿de dónde consiguió Moisés su información? Aunque él pudo haber conseguido su información por medio de revelación directa, como otros escritores inspirados, la Biblia no indica que se usó este método en su caso. O él pudo haber recibido información por medio de la tradición oral, habiendo sólo cinco eslabones entre él y Adán, a saber, Matusalén, Sem, Isaac, Leví y Amram; pero aquí de nuevo no indica la Biblia que Moisés haya usado la tradición oral en este asunto.
Entonces ¿cómo consiguió Moisés su información? ¿De registros escritos? Sí, recientes descubrimientos arqueológicos han proporcionado evidencia conclusiva de que la escritura existió antes del Diluvio, y que esta escritura se hizo en tabletas de arcilla. Remontándose hasta el mismo principio de la humanidad e indicando que Adán escribió o poseyó registros escritos, está la declaración hallada en el Génesis 5:1: “Este es el libro de las generaciones de Adam.” El término “generaciones” usado aquí es sumamente significativo. Una expresión semejante se encuentra en el Génesis 2:4: “Estas son las generaciones de los cielos y de la tierra cuando fueron creados.” Obviamente, los cielos y la tierra inanimados y sin inteligencia no engendran o producen prole, y por eso encontramos que los traductores modernos vierten la palabra hebrea toledóth como “historia”, “relato” u “orígenes históricos” en lugar de “generaciones” en el Génesis 2:4. Para ser consistentes ellos deberían haberla vertido así en todas las once veces que esta expresión aparece del Génesis 2:4 al 37:2. Los individuos a quienes estos registros se acreditan como escritores o poseedores, además de Adán, son: Noé, los hijos de Noé, Sem, Taré, Ismael, Isaac, Esaú (dos veces) y Jacob.—Vea el Génesis 6:9; 10:1; 11:10, 27; 25:12, 19; 36:1, 9; 37:2.
Además, esta expresión, contrario a la opinión de los eruditos bíblicos en general, se refiere a lo que se ha dicho antes y no a lo que sigue después. Este era el estilo de escritura usado en el día de Moisés y antes, siendo una conclusión conocida como “colofón”, hecho que ha sido ampliamente probado por descubrimientos arqueológicos. Esto se verifica más por las conclusiones que Moisés usó para las secciones del Pentateuco conocidas como Levítico y Números, la de Levítico expresando: “Estos son los mandamientos que prescribió Jehová a Moisés, para los hijos de Israel, en el monte Sinaí.” (Lev. 27:34; Núm. 36:13) Claramente estas expresiones denotan la conclusión de lo que ha pasado y no la introducción a lo que sigue. Comenzando con el Génesis 37:3 esta expresión ya no se encuentra, lo que indica que de allí en adelante Moisés mismo compuso el registro, sin duda consiguiendo su información de su padre Amram que la obtuvo de Leví, hermano de José.
Después que Moisés murió el espíritu santo usó a otros siervos de Dios para continuar el registro sagrado, hombres como Josué, Samuel, David, Salomón, y otros hasta Malaquías. Dios mandó a Moisés que mantuviera el libro de la ley en el arca del pacto, que estaba en el segundo compartimiento del tabernáculo, y sin duda allí fué donde subsecuentes escritos inspirados también fueron conservados. (Deu. 31:26; 2 Rey. 22:8) Que estos escritos fueron conservados a través de la destrucción de Jerusalén y la desolación de Palestina se entiende de la referencia de Daniel a ellos y del uso de ellos por Esdras en tiempos de después del destierro.—Neh. 8:1-3; Dan. 9:2.
Se cree que Esdras compiló los libros de las Escrituras hebreas y los puso en forma final, con quizás la excepción de Nehemías y Malaquías; a Esdras, incidentalmente, se le acredita la escritura de los dos libros de las Crónicas además del libro que lleva su propio nombre. En su día comenzó la producción de muchas copias de las Escrituras hebreas, para que tanto los judíos que se quedaron en Babilonia como los que fueron esparcidos en las provincias pudieran tener la Palabra de Dios. Hoy hay en existencia unos 1,700 manuscritos, o copias escritas a mano de las Escrituras hebreas.
COPIANDO LAS ESCRITURAS HEBREAS
Esdras, quien fué precursor en el copiar la Escritura, era un escriba levita que había fijado su corazón en conocer la ley de Dios, ponerla en obra y enseñarla a otros. (Esd. 7:10) Evidentemente él puso un ejemplo muy bueno, porque encontramos que los escribas que efectuaron esta obra después de él eran escrupulosísimos. Consideraban un error con terror reverente y consideraban pecado escribir siquiera una sola palabra de memoria. Para asegurarse de que nada se omitía o añadía, no sólo contaban las palabras sino el número de letras implicadas. Antes y durante el tiempo de Cristo dichos escribas eran conocidos como los soferim; y aunque éstos se cuidaban tan fantásticamente de que no se les pasara ningún cambio no intencional en el texto, a veces sí permitieron que su prejuicio religioso los venciera al grado de hacer algunos cambios, tal como deliberadamente sustituir “Jehová” con “Dios” o “Señor”.
Después de los soferim vinieron los “señores de la tradición”, los masoretas, quienes no sólo ejercieron el mayor cuidado y fidelidad al copiar, no haciendo absolutamente ningún cambio, sino que también corrigieron el daño hecho por los soferim indicando dónde se habían tomado libertades con el texto aquéllos. Estos masoretas produjeron lo que se conoce como el texto masorético, en el cual se basan nuestras copias de las Escrituras hebreas del día presente. El más antiguo de éstos, el Códice Babylonicus Petropolitanus, es de 916 d. de J.C.
¿Cuán confiable, cuán exacto es este texto masorético? Un manuscrito bíblico, el rollo de Isaías del mar Muerto, descubierto en 1947, provee la respuesta. Por su estilo de escritura los eruditos bíblicos lo han datado como del segundo siglo antes de Cristo. Los cálculos hechos con el reloj de radiocarbono de la ciencia permiten aceptar la misma fecha, indicando éste que la tela de lino en que este manuscrito estaba envuelto tenía 1,900 años de edad, con un margen de error de 200 años a uno u otro lado. Aquí entonces estaba una copia del libro de Isaías mil años más viejo que el más antiguo texto masorético datado que se conocía, y sin embargo, aparte de variaciones menores en el deletreo, era idéntico al texto masorético aceptado.
¿Apreciamos nosotros lo que eso significa? Nuestras copias de Isaías son iguales a los textos masoréticos más antiguos, que se remontan hacia atrás alrededor de mil años. Y ahora tenemos un manuscrito que es mil años más viejo que el más antiguo texto masorético, y todavía no hay cambios notables. De modo que, dos mil años de transmitir la Palabra de Dios y no hay ningún cambio notable, ni corrupción, ni interpolación, ni impureza, ni libertad tomada. Ahora bien, ¿no es razonable concluir que si tal fué el caso desde 100 a. de J.C. a 1947 d. de J.C. igualmente no hubo graves cambios hechos en transmitirla durante los aproximadamente seiscientos años anteriores a ese tiempo, lo que así nos trae al tiempo cuando Isaías mismo escribió el libro? Y si se encuentra que eso es veraz tocante al libro de Isaías, ¿no es razonable concluir que lo mismo es veraz de los otros libros de las Escrituras hebreas? Ciertamente que sí.
LAS ESCRITURAS CRISTIANAS GRIEGAS
Los hechos concernientes a la transmisión de las Escrituras cristianas griegas presentan un paralelo con los que conciernen a la transmisión de las Escrituras hebreas. Los que copiaron éstas, aunque no eran profesionales, fueron a buen grado tan cuidadosos como los escribas hebreos. Algunos errores se introdujeron, pero de nuevo hallamos que en la gran mayoría de casos éstos fueron insignificantes. ¿Cómo podemos estar seguros de esto? Porque así como el recientemente descubierto rollo de Isaías del mar Muerto confirma la exactitud del texto masorético de las Escrituras hebreas, así los descubrimientos comparativamente recientes de manuscritos en papiro de las Escrituras cristianas griegas, escritos tan remotamente como en el segundo siglo de la era cristiana, o en el período de cien años después que los originales se produjeron, establecen fuera de duda la exactitud de tales manuscritos en vitela como el Vaticano Núm. 1209 y el Sinaítico.
En vista de estos descubrimientos de papiros, el sobresaliente erudito bíblico inglés fallecido sir Federico Kenyon pudo decir: “El intervalo entonces entre las fechas de la composición original y la evidencia existente más remota viene a ser tan pequeño como para ser en realidad insignificante, y el último fundamento para alguna duda de que las Escrituras [cristianas griegas] hayan llegado a nosotros substancialmente como fueron escritas ahora ha sido removido.”—La Biblia y la arqueología, páginas 288, 289.
En años recientes, portavoces de la Iglesia católica romana repetidamente han publicado la pretensión de que ella es la única que conservó la Biblia. Un ejemplo de esto es la declaración que se publicó en Nuestro visitante dominical: “La Biblia fué posesión sola de los católicos por casi mil doscientos años. Si no hubiera sido conservada cuidadosamente por la Iglesia católica y no se hubieran copiado a mano miles de Biblias manuscritas, el mundo no la tendría hoy.” ¿Qué hay de esta pretensión?
La realidad es que ningún manuscrito de la Biblia verdaderamente antiguo y valioso se descubrió en territorios bajo la dominación vaticana, ni siquiera el Vaticano Núm. 1209. La Iglesia católica vino a lograr posesión de él sólo en el siglo quince. ¿Quién lo preservó hasta ese tiempo? ¡No fué la Iglesia católica! Al grado que ella sí conservó copias de la Biblia, ella lo hizo ¡mediante el mantenerlas en una lengua muerta para que la gente común no pudiera leerlas! El papa Gregorio VII hasta agradeció a Dios que tal era el caso. Y aunque tal vez sea cierto que hubo ediciones limitadas de la Biblia en otros idiomas, el hecho queda de que hasta que los reformadores la tradujeron la gente común no tuvo acceso a la Biblia en su propia lengua.
No, no a alguna organización religiosa o grupo de hombres, sino al Todopoderoso Dios mismo tiene que dársele el crédito por la conservación de la Biblia. Y el hecho de haber sido transmitida a través de muchos siglos con tal pureza de texto proporciona otro eslabón en la cadena de autenticidad que prueba que la Biblia en verdad es la Palabra del Todopoderoso Dios, Jehová, y que permanecerá para siempre.—Isa. 40:8.