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  • “Sus pecados le son perdonados”

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  • “Sus pecados le son perdonados”
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1953
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1953
w53 1/7 págs. 389-392

“Sus pecados le son perdonados”

“LEVÁNTESE y recoja su camita y póngase en camino a casa.” ¡Cómo electrizaron estas palabras, tan sencilla y fácilmente dichas, a las multitudes que se juntaron en Cafarnaúm para oír a Jesús predicar! Reconocidamente nunca antes habían visto algo semejante a esto. Mientras todos tenían los ojos fijos en este paralítico a quien las palabras de Jesús fueron dichas, “instantáneamente se levantó delante de ellos, recogió aquello en que solía acostarse y se fué a su casa, glorificando a Dios. Entonces un éxtasis se apoderó de todos y empezaron a glorificar a Dios, y se llenaron de temor, diciendo: ‘¡Hemos visto cosas extrañas hoy!’”—Luc. 5:24-26, NM.

Pero no todos los que estaban en esa muchedumbre habían sido impresionados tan favorablemente. Los escribas y fariseos que estaban presentes habían objetado entre sí, aun razonando en su corazón que Jesús era culpable de blasfemia. ¿Por qué se opondría alguien a tal acto de misericordia? Obviamente su punto de vista estaba muy equivocado.

Nuestro narrador, Lucas, indica que los que habían traído el paralítico a Jesús lo habían hecho bajo grandes dificultades. “Y cuando [Jesús] vió la fe de ellos él dijo: ‘Hombre, sus pecados le son perdonados.’” ¡Ah! esto era lo que había hecho surgir la objeción en éstos que a sí mismos se llamaban caudillos y árbitros de adoración religiosa. “Por lo tanto los escribas y los fariseos empezaron a razonar, diciendo: ‘¿Quién es éste que está hablando blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados salvo Dios solo?’ Pero Jesús, discerniendo sus razonamientos, dijo en respuesta a ellos: ‘¿Qué están ustedes razonando en su corazón? ¿Qué es más fácil, decir: “Sus pecados le son perdonados,” o decir: “Levántese y ande”? Pero para que sepan ustedes que el Hijo del hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados—’ él dijo al hombre paralizado: ‘Yo le digo: Levántese y recoja su camita y póngase en camino a casa.’”—Luc. 5:20-24, NM.

Quizás algunos de aquellos religiosos que pusieron en tela de juicio la legalidad de la autoridad de Jesús hayan tenido presente las palabras de Jehová Dios mismo, como se declaran en Levítico 17:11: “Porque la vida de la carne en la sangre está, la cual os he dado para hacer expiación en el altar por vuestras almas; porque la sangre, en virtud de ser la vida, es la que hace expiación.” Tal vez hayan tenido presente todos los detalles minuciosos de los sacrificios del día de expiación que tenían que ser repetidos cada año para obtener el perdón de sus pecados, y que sólo podían ser ofrecidos por el sumo sacerdote. Puesto que Jesús no ofreció dichos sacrificios animales y puesto que todavía no había derramado su propia sangre vital como expiación, ¿cómo podía él en realidad perdonar pecados?

DÍA DE EXPIACIÓN

La respuesta se encuentra en la ley de Moisés misma, en esta misma ceremonia anual del día de expiación, que era el décimo día de su séptimo mes, o el 10 de tizri. Era un día de propiciación o día de cubrir pecados. (Lev. 23:27, 28) Era en este día, más que en cualquier otro, que a los judíos se les recordaban sus faltas y su necesidad de un redentor, porque en este día no sólo se consideraban los pecados individuales sino que también se reconocía la culpa nacional y se expiaba delante de Jehová.

En los días de Jesús, el sumo sacerdote moraba temporalmente siete días de antemano en su habitación en el templo de Herodes. Allí, con los otros sacerdotes sirviendo según su turno en el templo, él había de vivir hasta que la fiesta se terminara. A través de esta semana regularmente participaba en la ofrenda de sacrificios, salpicando la sangre, quemando el incienso, encendiendo la lámpara y otras actividades semejantes, para mediante esta práctica no hacer ni un solo error al hacer la ofrenda de los sacrificios del día de expiación, puesto que esto los haría inaceptables. Toda la noche (que era el comienzo del 10 de tizri) se mantenía despierto por la lectura de las Escrituras y a medianoche comenzaban las preparaciones para las actividades del día. Para este tiempo todos los sacerdotes que esperaban participar se habían bañado y esperaban la aparición súbita e inesperada del sacerdote superintendente. Él llegaba, tocaba, y ellos le abrían la puerta, y sólo los sacerdotes que se habían lavado eran aceptables para el servicio. Se echaban suertes para escoger a los que desempeñarían los diversos deberes del servicio. Los preliminares de limpiar el altar y poner la leña para los fuegos habiéndose completado al despuntar el primer rayo de luz del día, el cordero para el sacrificio matutino diario era traído dentro y, mientras la última de las grandes puertas del templo lentamente se abría, tres toques con las trompetas de plata anunciaban a la ciudad que el sacrificio matutino estaba por ofrecerse.

EL NOVILLO Y DOS MACHOS CABRÍOS

Cuando todo este sacrificio diario había sido completado, los servicios especiales del día podían empezar. El sumo sacerdote, habiéndose quitado su vestidura áurea, bañado, y puesto su vestidura de lino especial, procedía a los servicios del día ordenados divinamente. Aquí, pues, comienza el cuadro del sacrificio expiatorio de Jesucristo. Jesús mismo cumple los papeles del sumo sacerdote sacrificador y de las víctimas del sacrificio. Estas víctimas del sacrificio propiciatorio consistían de un novillo y un cabrito, ambos animales perfectos, sin tacha. El macho cabrío era escogido, por suertes, de dos machos cabríos que habían de ser tan semejantes como fuera posible, los rabinos posteriores hasta haciendo todo esfuerzo para ver que se compraran el mismo día y, cuando los había disponibles, conseguían cabríos gemelos. Los animales escogidos como sacrificios propiciatorios representan al un solo sacrificio de Jesús, pero desde diferentes aspectos. “Cuando vino Cristo como sumo sacerdote . . . él entró, no, no con la sangre de cabras y de novillos, sino con su propia sangre, una vez para siempre en el lugar santo y obtuvo una exoneración eterna para nosotros.” (Heb. 9:11, 12, NM) Otra evidencia de esto es que sólo un sumo sacerdote oficia en el sacrificio.

Volviendo ahora a la institución de la Propiciación como se registra en Levítico 16: a Aarón, como sumo sacerdote, se le dice que ofrezca el novillo del sacrificio propiciatorio por sí mismo y por su casa, los levitas. (Le 16:3, 6) Luego se le dice que eche suertes sobre los dos machos cabríos. (Le 16:7-10) En el templo de Herodes esto se efectuaba cuando el sumo sacerdote sacaba de un cofrecito dos objetos para echar suertes hechos de madera de box u oro, uno en cada mano, y colocaba éstos sobre las cabezas de los machos cabríos. Uno estaba marcado “Para Jehová” y el otro “Para Azazel”. El macho cabrío escogido como macho cabrío de Jehová había de usarse para hacer propiciación por los pecados de la nación, pero el macho cabrío sobre el que la suerte caía para Azazel había de separarse y más tarde llevar estos pecados de la nación al desierto, donde le esperaba muerte segura. Esto lo hacían más seguro los rabinos en el tiempo de Jesús, porque ellos conducían al macho cabrío hasta un precipicio peñascoso al borde del desierto y lo empujaban de modo que antes de llegar en su caída a la mitad del collado ya estaba despedazado.

El ofrecer el novillo y el macho cabrío de Jehová como sacrificios expiatorios representa un mismo propósito de Jesús en la tierra como rescate, aunque para dos diferentes grupos, mientras que el envío del macho cabrío “para Azazel” representa su otro propósito en la tierra, a saber, en conexión con la vindicación del nombre de Jehová. En el tipo se necesitaban dos machos cabríos porque no sería posible matar al macho cabrío de Jehová como expiación y sin embargo mantenerlo vivo para representar el propósito adicional de Dios con Cristo Jesús. Fué por esta razón que los dos machos cabríos habrían de ser tan parecidos como fuera posible, porque, para representar los dos aspectos de la única muerte de Jesús en la realidad, era necesario emplear los dos machos cabríos en el tipo. Además, el echar suertes muestra que aunque los dos machos cabríos eran realmente iguales, ilustran el ministerio de doble aspecto de Jesús en que su sacrificio posee el mérito de vida y que él puede servir para contestar el desafío de Satanás.

Con el macho cabrío de escape dejado al frente de la gente, el sumo sacerdote ahora regresa al novillo y después de confesar sus pecados y los pecados de su casa sobre la cabeza del novillo, lo mata y recoge la sangre en una palangana de oro y la pasa a un ayudante. Antes de que la sangre pueda ser rociada en la presencia de Jehová, hay que hacer un acercamiento adecuado; por eso, mientras el ayudante agita la sangre para impedir que se coagule, el sumo sacerdote entra al Santísimo por primera vez durante el servicio del día, llevando consigo un incensario de oro lleno de brasas del altar y con un puñado de incienso oloroso en un plato. Reverentemente, con oraciones apropiadas, esto se quema en la presencia de Jehová en el Santísimo. (Le 16:11-13; Heb. 9:4, NM) Regresando afuera, él toma la sangre del novillo y entra por segunda vez al Santísimo y rocía la sangre siete veces en frente del propiciatorio.—Le 16:14.

Este orden en el servicio arreglado divinamente subraya el orden de importancia en el sacrificio de Jesús. La muerte del novillo por parte del sumo sacerdote representa a Jesús presentándose para ser bautizado en el río Jordán en el otoño de 29 d. de J. C. y allí mostrándose anuente a entregar a Jehová Dios, su Padre, el derecho que tenía de vivir por siempre jamás sobre la tierra, derecho que le pertenecía por virtud de su humanidad perfecta. Este sacrificio siendo autorizado y aceptado, Jesús es engendrado por el espíritu de Dios, no teniendo ya ninguna perspectiva de vivir sobre la tierra sino de ser reunido con su Padre en el cielo como hijo espiritual una vez más. Sin embargo, antes de que esto pueda llevarse a cabo, Jesús, ahora apropiadamente El Cristo, tiene también que dejar probada la perfección de su integridad, contestando así el desafío de Satanás en vindicación del nombre de Jehová. El quemar el incienso, por lo tanto, representa el celo de Jesús en agradar a Jehová a través de este ministerio a favor de la casa de Dios. El rociar la sangre representa la aparición verdadera de Jesús en el cielo delante del trono con el mérito de su sacrificio humano; y puesto que el novillo hizo expiación por los pecados de la casa y tribu de Aarón, el valor del rescate así se aplica primero a favor de la novia de Cristo, los 144,000 coherederos ungidos que forman su reino.—Heb. 9:11-14.

El valor del rescate de Jesús aplicado a los demás de la humanidad, quienes mediante él reciben esperanzas terrestres, se representa en seguida por la muerte del macho cabrío de Jehová y el rociar su sangre. Esto lo hace el sumo sacerdote entrando al Santísimo por tercera vez. (V. 15) Pero hay otro detalle en conexión con el sacrificio del macho cabrío que se mencionó antes y con el cual estamos particularmente interesados porque demuestra cómo Jesús pudo perdonar legalmente los pecados de este hombre, aun cuando su propia sangre vital todavía no había sido derramada. Esto tiene que ver con el macho cabrío de escape.

Se nota en el relato de la expiación que “el macho cabrío sobre el cual cayó la suerte para Azazel, será colocado vivo delante de Jehová, para hacer expiación por medio de [o, “sobre”, Va] él, enviándole a Azazel en el desierto”. (V. 10) Esto significa que la expiación por el macho cabrío vivo se obtenía de su igual, el macho cabrío de Jehová, acabado de matar y, puesto que el mérito expiador de pecado del macho cabrío de Jehová era así trasladado a él, podía llevar mérito por expiación de pecado como si su propia sangre en realidad hubiera sido derramada, y sin embargo podía permanecer vivo para servir por Azazel.—Vs. 21, 22.

Esta era exactamente la posición de Cristo Jesús en el Jordán. Habiendo voluntariamente cedido todo derecho a la vida sobre la tierra mediante el entregar su derecho a la vida humana en sacrificio, Jesús era considerado como ya muerto aunque su sacrificio tenía que ser consumado por su muerte en el madero de tormento, el 14 de nisán, tres años y medio después. Por lo tanto, aunque todavía estaba vivo en la carne como lo estaba el macho cabrío vivo, Jesús llevó consigo durante su ministerio en el desierto del mundo de Satanás el valor de su sacrificio y, junto con el incienso de alabanza en integridad, pudo usarlo como una señal para alabar más a Jehová demostrando este poder y autoridad que había recibido del gran Dador de Vida, Jehová Dios.

Verdaderamente éste es un arreglo del Altísimo, y aunque los hombres que fueron curados de sus enfermedades en los días de Jesús murieron con el tiempo, ahora el tiempo está muy cerca cuando Jesús como Señor del sábado introducirá curaciones permanentes y sanará a las personas y las colocará en el camino que conduce a la vida eterna, todo lo cual se hace posible por medio del sacrificio expiatorio de Jesús y el perdón de los pecados del hombre.—Vea “Expiación para el Nuevo Mundo” (3 partes), La Atalaya de enero y la del 1 de febrero de 1943.

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