¿Son las imágenes una ayuda para la adoración verdadera?
SEGÚN ciertas organizaciones religiosas, el uso de imágenes es una gran ayuda para la adoración. Por esto cuando un extranjero visita un edificio religioso como la basílica de San Pedro en Roma se impresiona por las muchas imágenes que halla allí, de papas, de santos, de los apóstoles, de María la madre de Jesús, de Moisés y de otros. Una imagen particularmente asombrosa en esa basílica es la estatua de tamaño natural de Pedro, de bronce negro, ante la cual se puede ver a varios católicos devotos esperando su turno para besar el dedo gordo del pie derecho.
Jesús dijo que Dios quiere que le adoren los que lo hagan con espíritu y con verdad. (Juan 4:23, 24, NM) ¿Ayuda dicha reverencia y adoración de imágenes en la adoración verdadera? ¿Encuentra algún apoyo en las Escrituras? ¿Cuál es su origen?
Cuando Dios dió su ley a los israelitas en el monte Sinaí se abstuvo a propósito de revelar alguna semejanza de él mismo, para que ni siquiera tuvieran una excusa para hacer una imagen y adorarla. (Deu. 4:15-23). En ese tiempo Dios claramente les mandó: “No harás para ti escultura, ni semejanza alguna de lo que esté arriba. en el cielo, ni de lo que esté abajo en la tierra, ni de lo que esté en las aguas debajo de la tierra: no te inclinarás a ellas ni les darás culto.” Y más tarde Dios les mandó además: “No hagáis para vosotros ídolos ni esculturas, ni os levantéis estatua, ni coloquéis piedra pintada en vuestra tierra, para postraros delante de ellas; porque yo soy Jehová vuestro Dios.” (Éxo. 20:3-5; Lev. 26:1) Cierto, Dios mandó que se hicieran los querubines para el propiciatorio, pero éstos siempre estuvieron escondidos de la vista pública.—Núm. 4:5.
Tampoco se autorizó el uso de imágenes en el nuevo sistema de cosas inaugurado por Cristo Jesús. No, sino que a los cristianos se les dijo claramente que las imágenes no eran nada y se les amonestó a guardarse de los ídolos.—1 Cor. 8:4-6; 10:14; 1 Juan 5:21.
Y por eso la historia registra que durante los primeros tres siglos de la era cristiana las imágenes fueron desconocidas a los seguidores de Cristo. Dice la Enciclopædia Britannica, tomo XII, página 750 (edición de 1907): “Los cristianos primitivos fueron absolutamente unánimes en condenar completamente toda adoración pagana de imágenes y las diversas costumbres, muchas de ellas patentemente inmorales, con las cuales estaba asociada; es innecesario dar las múltiples citas de los padres en prueba de un hecho tan indisputable.” “Como prueba de esto estaba una acusación común hecha contra los cristianos por sus enemigos de que ellos ‘no tenían altares, templos, imágenes conocidas’; y que ‘ellos no levantaban ninguna imagen o forma de algún dios,’ y esta acusación jamás fué negada.”
Aunque algunos atribuirían este hecho a tales circunstancias como escasez en número, persecución y pobreza, no puede negarse que si aquéllos hubieran venerado imágenes hubieran encontrado la manera de tener por lo menos algunas imágenes. La ausencia completa de éstas prueba que eran principios, no circunstancias, los que gobernaban esto. En realidad, los cristianos hasta fueron llamados ateos debido a la falta total de imágenes en sus lugares de adoración.
ORIGEN DE LA ADORACIÓN DE IMÁGENES
La adoración de imágenes fué el resultado de la adoración de criaturas, concerniente al origen de la cual el apóstol Pablo nos dice: “Porque, aunque conocieron a Dios, no lo glorificaron como Dios ni le dieron gracias, sino que se hicieron vanos en sus razonamientos y su corazón fatuo se obscureció. Aunque aseguraban que eran sabios, se hicieron insensatos y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en algo parecido a la imagen del hombre corruptible y de aves y de cuadrúpedos y de reptiles.” (Rom. 1:21-23, NM) Aunque Jehová Dios les amonestó repetidamente que no participaran de tales prácticas de las naciones que los rodeaban, los israelitas vez tras vez apostataron de la adoración del Dios invisible a la adoración de cosas vistas, hasta que no hubo remedio.—Lev. 26:28, 30; Deu. 7:16; 2 Cró. 36:15.
Pero ¿qué hay de la adoración de imágenes practicada hoy por los cristianos profesos? ¿Es ésta también de origen pagano? Sí, indisputablemente que sí. Por ejemplo, el cardenal Newman, en su obra An Essay on the Development of Christian Doctrine (Un ensayo sobre el desarrollo de la doctrina cristiana), página 373, declara que entre las cosas “de origen pagano y santificadas por su adopción dentro de la Iglesia,” es decir, la Iglesia católica romana, se hallan las imágenes.
Y la Catholic Encyclopedia, tomo VII, páginas 666 y 667, declara que los cristianos primitivos obtuvieron su idea de hacer imágenes y pinturas de las “estatuas de los emperadores, de dioses paganos y de héroes, así como también de cuadros murales paganos. En el siglo cuarto los ciudadanos romanos cristianos en Oriente ofrecían regalos, incienso, y hasta oraciones a las estatuas del emperador. Sería natural que las personas que se inclinaban ante las águilas imperiales y ante las imágenes de César y las besaban e incensaban (sin ninguna sospecha de que fuera idolatría), que rendían reverencia elaborada a un trono vacío como un símbolo de éste, diesen las mismas señales a la cruz, a las imágenes de Cristo, y al altar.”
Pero aquí el argumento en favor del uso de imágenes, aunque claramente manifiesta el origen de éstas, también resulta ser un bumerang. Los cristianos ciertamente se habían extraviado lejos de la adoración pura, a la cual se le manda que se guarde sin mancha del mundo, cuando con una clara conciencia podían ofrecer oraciones, inclinarse a la estatua del emperador y besarla, y podían rendir reverencia elaborada a su trono vacío. Los que podían hacer dichas cosas en realidad sólo eran cristianos de nombre; y si podían hacer dichas cosas, pues, por supuesto, no hallarían ninguna objeción a inclinarse y adorar estatuas de Jesús, etc.—Sant. 1:27, NM.
Al intentar justificar la adoración de imágenes, se alega que dicha adoración es relativa, diferente a la adoración que se dirige a Dios, que la adoración sólo se dirige por medio de la imagen al que ésta representa, como una ayuda visual, y que la ley de Dios no encerraba el propósito de prohibir eso. Sin embargo, debe notarse que Dios no sólo mandó a los israelitas que no sirvieran a ninguna imagen, sino también que ni siquiera se inclinaran a ellas.—Éxo. 20:3-5.
IMÁGENES MUY REALES PARA MUCHOS
Además, de ninguna manera resulta que todos los que se inclinan a una imagen aprecian plenamente el hecho de que sólo es un símbolo. Según Du Bois, un misionero católico romano primitivo en la India, “la gente común indubitablemente adora a la imagen misma.”
Y lo mismo es cierto de los menos educados en tierras católicas romanas. Tocante a la adoración de imágenes en el siglo ocho d. de J.C., de nuevo citamos de la Catholic Encyclopedia: “El tratamiento que algunas personas daban a sus iconos [imágenes] santos demuestra más que simplemente el honor relativo que se les enseña a los católicos observar hacia ellos. . . . Se coronaba a los iconos con guirnaldas, se les incensaba, se les besaba. Se prendían lámparas ante ellos, se cantaban himnos en su honor. Se aplicaban a las personas enfermas mediante contacto, se ponían en el camino de un incendio o de una inundación para detenerlos por medio de alguna suerte de magia.”—Tomo VII, página 668.
Note aquí una inconsistencia. En una página anterior esta autoridad usó el hecho de que algunos cristianos profesos besaban la estatua del emperador, se inclinaban ante ella y la incensaban, como justificación para hacer lo mismo a las imágenes “cristianas,” mientras que aquí el hacer tales cosas se condena tácitamente. Y el uso de estatuas, como si tuvieran poderes mágicos, no se limita a los católicos del siglo ocho. Después de doce siglos más de instrucción por la Iglesia católica todavía encontramos al pueblo de ésta haciendo lo mismo.
Según un despacho especial al Sunday Journal de Providencia del 24 de diciembre de 1950, allá en 1928 los aldeanos airados de Mascali dejaron que la estatua de su santo patrón, San Leonardo, se quemara en la lava que arremetía, porque no había podido detener la corriente del volcán. Quizás nos parezca divertido su disgusto, pero también tenemos que sentir lástima por tal ceguera. El mismo despacho acreditó a San Andrés la detención de la corriente de lava para los aldeanos de Milo, en 1950. En 1944 campesinos italianos colocaron sus imágenes en la senda de la lava que fluía desde el monte Vesubio en un esfuerzo vano por detenerla.
El heraldo católico de Londres, del 15 de diciembre de 1950, publicó una fotografía que mostraba a los habitantes de Milo llevando una estatua de “Nuestra Señora” a la orilla de la masa de lava que avanzaba durante una reciente erupción del Mte. Etna. Pero todo en vano; la aldea tuvo que ser abandonada. Y hasta este mismo día la gente católica indocta de México, América del Centro y América del Sur diariamente coloca ofrendas de alimento y bebida ante las imágenes de sus “santos,” exactamente igual como lo hizo la pobre gente allá en el siglo ocho d. de J.C.
Según Gregorio I, “el Grande,” muerto en 604 d. de J.C., las imágenes “son los libros de los ignorantes.” Con sólo esos libros ¡con razón los indoctos de dichas tierras han continuado en ignorancia por más de doce siglos! Más iluminadora fué la observación de Agustín de que algunos buscaban a Cristo y sus apóstoles “en muros pintados” en vez de buscarlos en la Palabra escrita de Dios.
Es inconcebible que el apóstol Juan quisiera dar a un ángel la adoración debida únicamente a Dios; empero el ángel no permitió que Juan le diera siquiera adoración “relativa.” Cornelio, siendo un hombre devoto, igualmente no hubiera pensado en dar a Pedro la adoración debida únicamente a Dios; empero Pedro ni siquiera permitió una adoración “relativa.” Si ni Pedro ni el ángel pudieron recibir adoración “relativa,” entonces ¿cómo podríamos darla apropiadamente a imágenes inanimadas?—Hech. 10:24-26; Apo. 19:10.
La adoración verdadera sólo se inclina a Jehová Dios. Dirige sus oraciones solamente a él, así como mandó Cristo Jesús. Para su ayuda Dios ha proporcionado, no imágenes, sino su Palabra, su espíritu y su organización. Anda por fe y no por vista.—Mat. 6:9; Juan 16:13; 2 Cor. 5:7; 2 Tim. 3:15-17, NM.