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  • Por qué los seminarios debilitan la fe
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1954
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1954
w54 15/1 págs. 35-36

Por qué los seminarios debilitan la fe

UN VISITANTE frecuente al Salón del Reino de Brooklyn Heights los jueves por la noche durante el invierno de 1952-3 era un psicólogo que se firmaba como “Doct. de filosofía, Rdo.—.” ¿Por qué asistía a estas reuniones de los testigos de Jehová? ¿Por qué buscaba la verdad? Aparentemente no, porque era un protestante que estaba convencido de que su iglesia era la verdadera debido a su “sucesión apostólica de obispos, ancianos y diáconos.” Entonces ¿por qué iba? Porque reconocía que una fuerza poderosa funciona entre los testigos de Jehová; vio una buena fe, sinceridad, confianza, convicción y entusiasmo por parte de todos. Ellos tienen algo que ni su organización religiosa ni otras tienen y quería descubrir lo que era, descubrir la causa, para poder usarlo en su organización religiosa.

En discusiones con él fué manifiesto que estaba muy lejos de estar satisfecho con el estado espiritual de la cristiandad. Criticaba en particular a los clérigos que desempeñan sus deberes de manera rutinaria, mecánica e indiferente. Y, respecto a un curso para estudiantes graduados que él tomó en un prominente seminario teológico, dijo que parecía como si éste tuviera como propósito destruir la fe de los asistían a él para que ellos pudieran destruir la fe de otros.

Aunque eso parezca una declaración muy fuerte, no obstante este visitante al Salón del Reino no está solo en reconocer que los seminarios tienen un mal efecto sobre los que asisten a ellos. Por ejemplo, considere el artículo “¿Adónde se va el ‘ardor’?,” que apareció en El siglo cristiano (en inglés) del 29 de abril de 1953. Bajo el encabezamiento “Entrando caliente, saliendo frío,” el escritor, el Sr. Samuel M. Shóemaker, quien se describe a sí mismo como “uno que constantemente pone las pretensiones del ministerio cristiano antes los jóvenes en los colegios superiores,” dijo:

“¿Por qué sucede tan a menudo que un individuo que entra a un seminario teológico caliente o hasta ardiente en su convicción sale fresco o hasta frío? En algunos de los seminarios más grandes y más intelectuales, una proporción asombrosa de hombres (más de la cuarta parte, se me dice) nunca en absoluto entra al ministerio. ¿Es todo eso solamente seleccionar a los aptos y desechar a los hombres que no pueden llenar las demandas intelectuales? O ¿representa una gran parte de esto el fracaso espiritual del seminario? Entre los que finalmente entran al ministerio habrá un grupo considerable que parezca más confuso que radiante, más consciente de los problemas que la religión crea que de las soluciones que ofrece cuando se practica genuinamente. . . . Me siento preocupado a causa de lo que los seminarios hacen a tantos de ellos.”

Ilustrando su punto, este escritor habló de un entusiasmado y sobresaliente estudiante no graduado aún de una de las principales universidades quien fué a una escuela teológica de grande reputación, donde fué “convertido en un clérigo casi tan común, deslustrado y convencional como el que usted pusiera encontrar en la búsqueda de un día. . . . Solía haber un resplandor en él. Pero no hay resplandor hoy, o hay poco. ¿Adónde se fué?”

¡Qué comentario sobre los resultados de la instrucción de seminarios teológicos! Si hay algún lugar donde un hombre habría de aumentar su fe, su celo, su entusiasmo, su “ardor espiritual,” su intensidad y fervor para el servicio de Dios, seguramente debería ser en una institución dedicada a la instrucción de ministros. Empero aquí hay prueba de exactamente lo contrario. ¿Por qué?

El Sr. Shóemaker, nuestro crítico de seminarios teológicos, nos haría creer que el defecto yace en una falta de trato personal con los estudiantes por parte de los maestros, así como una falta de facilidad y eficacia por su parte cuando tratan personalmente con sus estudiantes. También vería como debilidad el recalcar el conocimiento adquirido por estudio a la vez que se descuida la religión experimental. El señala a la instrucción personal que Jesús debe haber dado a su pequeño grupo de seguidores inmediatos durante los aproximadamente tres años que estuvo con ellos.

Sí, los relatos del ministerio terrestre de Cristo están llenos de referencias al hecho de que él daba instrucción personal, y podemos estar seguros de que dió a sus doce apóstoles durante el tiempo que ellos estuvieron con él mucha más instrucción de la que se registra; sin decir nada de la instrucción personal dada a Nicodemo, a la mujer junto al pozo, y a otros. Pero ¿fué ésa la razón por la que su enseñanza fué tan eficaz? O ¿fué debido a su fe en las Escrituras hebreas como Palabra inspirada de Dios, su entendimiento y aprecio de ellas, y su habilidad de hacérselas claras a otros?

Su enseñanza surtió efecto debido a su fuerte fe y confianza. Por eso “las muchedumbres quedaron atónitas de su modo de enseñar; porque estaba enseñándoles como una persona que tiene autoridad, y no como sus escribas.” Surtió efecto porque él entendió la Palabra de Dios y la hizo clara a sus oyentes, como puede verse de la declaración hecha por los dos con quienes habló la mañana de su resurrección en camino a Emaus: “¿No nos ardía el corazón cuando nos iba hablando por el camino, cuando nos iba explicando por completo las Escrituras?” (Mat. 7:28, 29; Luc. 24:32; NM) Y lo que fué cierto de Cristo fué cierto de sus apóstoles y otros discípulos primitivos, tales como Esteban y Apolos. Cuando el estudiante teologal moderno entra “caliente” a su seminario y sale “frío,” claramente algo le ha sucedido a su fe. ¿Qué? ¿Podría ser que fué debilitada porque sus maestros no pudieron responder a sus preguntas satisfactoriamente, tales como: ¿Por qué el misterio de la trinidad? Dado que sólo hay un nombre bajo el cielo que asegura la salvación, ¿cuál es el destino de las multitudes que nunca oyeron de él? ¿Por qué un futuro día de juicio si uno va a su recompensa eterna al morir? ¿Por qué se permite que diferencias insignificantes separen a las llamadas organizaciones cristianas?

Y ¿fortalecerá o debilitará la fe un estudio de la crítica alta que considera con fuerte sospecha todas las pretensiones de la Biblia concernientes a su origen, conservación y autenticidad? Y ¿qué hay de la evolución? El relato de la creación dado por la Biblia satisface a la razón e inspira gratitud; pero ¿pueden las teorías y especulaciones variables y contradictorias de la evolución hacer la una o la otra cosa? ¿Cuánto fortalecen la fe los cursos de psicología con su laberinto de incertidumbre y confusión?

En vista de todo lo susodicho, ¿sorprende de manera alguna el que los estudiantes de teología al graduarse hayan perdido cualquier ‘ardor del espíritu’ que pudieran haber tenido cuando entraron a su seminario? Lo que da a los ministros de Jehová su ardor espiritual es su aprecio de que “la palabra de Dios es viva y ejerce poder.”—Heb. 4:12, NM.

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