¿Es cristiana la vida monástica?
MUCHAS personas tienen en alta estima la vida monástica. No que muchos quieran llegar a ser monjes ellos mismos, sino sólo es que colocan al monje en un pedestal y lo admiran debido a su ascetismo. Así veintidós estudiantes, algunos protestantes y otros católicos, de una universidad de Ohío sintieron que estuvieron “un poquito más cerca del cielo” por haber pasado un fin de semana en el monasterio trapense en Getsemaní, Kentucky, a principios de 1951, “rozando el vestido de Dios,” como uno de ellos lo expresó.—El Press de Cléveland, 5 de marzo de 1951.
¿Qué es la vida de los monjes trapenses que hizo que estos jóvenes se sintieran tan edificados por haberse puesto en contacto con ella? ¿Cuál es el origen de la vida monástica? Y ¿encuentra apoyo esa vida en la Biblia, y particularmente en el ejemplo que nos dió a nosotros Cristo Jesús?
Los trapenses realmente son la “Orden de cistercienses de la observancia estricta,” orden que se fundó en el siglo once. Debido a sus reglas estrictas es el orgullo y gozo de muchos católicos y ha sido popularizada por un libro de gran venta escrito por uno de sus miembros. En los Estados Unidos hay seis monasterios trapenses, todos juntos albergando a unos 500 monjes, siendo los trapenses sólo una de más de 400 órdenes o congregaciones católicas romanas de “religiosos” esparcidas por todo el país.
El tema o principio fundamental de los trapenses es “observancia estricta” o austeridad. Tocante a los detalles citamos de Coronet de octubre de 1951. Ante todo existe el requisito del silencio. “El silencio es la mortaja que estos hombres usan, para concentrarse mejor en Dios.” “La regla del silencio es una penitencia que estos monjes se imponen como mortificación por sus pecados y por los pecados del mundo.” Salvo en caso de servicios religiosos, y comunicación necesaria con su superior o extraños debido a relaciones comerciales, no hablan. Entre ellos mismos sólo usan la dactilología.
La austeridad también se recalca en las horas de oración. Los días comienzan a las 2 de la mañana, con cuatro horas de oración, y, en total, siete horas al día se usan en devociones religiosas. El cristianismo para ellos es “una obediencia total al mandato de Cristo en el Getsemaní de ‘vigilar y orar.’” “Para ellos no hay servicio más grande para el género humano que la oración,” reconociendo ellos “la oración ferviente como el arma más eficaz para su salvación.” La austeridad también se muestra en su menú. Nada de carne, pescado o huevos salvo en casos de enfermedad; las comidas consisten en su mayor parte de legumbres, sopas, bebidas y pan solo. La austeridad también se muestra en sus dormitorios: cada uno tiene una celda individual, amueblada con muebles mal acabados y un crucifijo “sencillo.” La cama consiste de tablas con un colchón de paja. Cada uno usa la misma túnica para trabajar, adorar, descansar y dormir, quitándose por la noche sólo los zapatos.
La comunicación con amigos y parientes se mantiene al mínimo, y las visitas personales no se permiten. La mayor parte de las horas del día se dedican a trabajo agrícola, aunque hay algún tiempo para descansar y dedicarlo a aficiones tales como el coleccionar sellos, astronomía aficionada, escribir novelas, etc.
En cuanto al porqué de toda esta austeridad, se nos dice que los monjes trapenses “devotamente creen que la austeridad rigurosa saca a relucir lo mejor de la disposición humana y que mediante su vida austera y abnegación traen al género humano más cerca de Dios,” por ser estas cosas los “postes que indican hacia la salvación.” Cada sábado por la noche dos trapenses lavan los pies de los demás, esperando mediante ello purificarse. Además de los votos de pobreza, castidad y obediencia requeridos de todas las órdenes católicas, los trapenses también juran permanecer trapenses el resto de su vida y perfeccionarse.
ORIGEN DE LOS MONASTERIOS
Realmente el monacato o vida monástica es tan antiguo como la religión pagana misma, y hay registros escritos que dan a entender que se remonta a 2,000 años antes de Cristo, al hablar de los que pasaban sus noches orando y sus días ayunando. Y “casi 600 años a. de J. C., las cuevas artificiales de la India estaban ocupadas por monjes budistas, y hay evidencia conclusiva de que éstas servían a los bracmanes para un propósito semejante mucho antes de eso.”—Encyclopedia de McClíntock & Strong, vol. VI, página 459.
El monacato por lo tanto puede clasificarse entre los muchos rasgos de la religión católica romana que el cardenal Newman anota en su obra, An Essay of the Development of Christian Doctrine (Un ensayo sobre el desenvolvimiento de la doctrina cristiana), como teniendo su origen en el paganismo. En realidad, él incluye una costumbre monástica, la de la tonsura, un corte de pelo circular peculiar de algunos monjes.
Aunque entre los judíos durante los últimos dos siglos antes de su destrucción en 70 d. de J. C. existió una secta monástica conocida como los esenios, parece que no fueron éstos, sino los monjes egipcios paganos los que fueron los antecesores inmediatos de los llamados monjes cristianos, puesto que a éstos primero se les encontró en Egipto. Empezando como una forma de ascetismo, un término usado para describir el entrenamiento de gladiadores griegos y pugilistas, los que lo practicaban al principio no se separaban de sus semejantes sino que se mezclaban con ellos en sus ocupaciones diarias aunque se abstenían de vino, carne y alimentos agradables y algunos de ellos practicaban también el celibato.
A medida que pasó el tiempo éstos se retiraron a los desiertos para meditación, donde eran visitados por muchos que los tenían como objetos de reverencia o buscaban sus consejos. Entonces llegaron a conocerse como anacoretas, es decir, los que se retiran; como monjes, que quiere decir: los que viven solos; y ermitaños porque vivían en los desiertos. Los anacoretas eran los más excesivos en su austeridad, exponiéndose a las inclemencias del tiempo sin suficiente ropa, comiendo muy escasamente alimentos ordinarios, usando cadenas pesadas y anillos de hierro; algunos hasta asumiendo posiciones dolorosas por un período de años, tal como Simeón Estilita, del siglo sexto, que pasó las noches y los días en una posición vertical encima de una columna, por unos treinta años, se alega, y que ayunó cuarenta días de un tirón. Hasta el siglo doce tuvo muchos imitadores, todos los cuales fueron conocidos como “Santos de la columna.”
A medida que los anacoretas, ermitaños y monjes aumentaron, formaron comunidades, y luego llegaron a conocerse como cenobitas, de los términos griegos que quieren decir vida común o comunal. Al principio cada monje estaba libre para hacer lo que quería, pero a medida que el tiempo pasó estas comunidades se empezaron a regir por reglas fijas, y en el siglo cinco la pobreza, la castidad y la obediencia fueron hechas los tres requisitos principales de la vida monástica. Sin embargo, cada monasterio continuó independiente de otros hasta alrededor del siglo once, cuando diversas “órdenes” empezaron a ser formadas y los monasterios se unieron a una o a otra de éstas. Durante los dos siglos siguientes se vió la formación de las órdenes católicas romanas más grandes y más populares, entre las cuales estuvo la de los mendicantes, aquellos monjes que andaban por todas partes mendigando.
La historia muestra que el monacato ha ido de un extremo al otro; del ascetismo a la peor clase de libertinaje; y de la pobreza a tales riquezas que “la riqueza de los monasterios era tentadora y los grandes tanto de la Iglesia como del Estado se apoderaron de ella.” (Catholic Encyclopedia, vol. X, pág. 475) En realidad, en un tiempo plenamente la mitad de Europa era propiedad de los monasterios y otras instituciones eclesiásticas, y una abadía tal como la de Monte Casino tenía ingresos anuales de más de un millón de dólares. Y aunque juraban promesas solemnes de obediencia sus abades llegaban a ser duques y príncipes soberanos, y en Inglaterra se sentaban como pares en el Parlamento; acuñaban moneda como barones feudales y vivían en gran pompa y dignidad, habiendo uno de los abades de San Gall que entró una vez a Estrasburgo con mil jinetes en su comitiva.
NINGUNA BASE EN LAS ESCRITURAS
La entera filosofía del monacato es extraña a las Escrituras. Encuentra su base en el gnosticismo y religiones paganas y establece sus aserciones en tales enseñanzas como la inmortalidad del alma, tormento eterno y purgatorio. Dos falacias sobresalientes del monacato son que todo lo que está conectado con la carne es malo y por lo tanto la carne tiene que ser maltratada tanto como sea posible, y que mediante tal abuso, obras personales y oración uno puede perfeccionarse y conseguir salvación para sí mismo y para otros.
El monacato es la verdadera antítesis del cristianismo. Jesús amonestó que no se anunciaran las oraciones y ayuno de uno, que dejáramos que sólo Dios supiera acerca de estas cosas. (Mat. 6:5-8, 16-18) ¿Qué es el entero sistema monástico de retirarse a un monasterio, usar túnicas negras, tener el pelo de uno cortado de cierto modo, o cortado del todo, adherirse a reglas estrictas tocantes al silencio, y abstenerse de ciertos alimentos y horas usadas en oración sino solamente mucha publicidad de piedad, lo cual Cristo condenó? No es castigo autoimpuesto, sino acciones de misericordia al prójimo de uno lo que Dios manda.—Isa. 58:1-7.
En ninguna parte, sea en las Escrituras griegas o en las hebreas, encontramos alguna base para el ascetismo, como si el negarnos las comodidades necesarias de la vida nos aportara favor con Dios. Note cuán plenamente condena el apóstol Pablo todo eso: “Si ustedes murieron junto con Cristo tocante a las cosas elementales del mundo, ¿por qué es que ustedes, como si estuvieran viviendo en el mundo, siguen sujetándose a los decretos, ‘No tienten, ni gusten, ni toquen,’ respecto a cosas que están todas destinadas a la destrucción al consumirse por el uso, de acuerdo con los mandatos y enseñanzas de los hombres? Esas mismas cosas, en verdad, dan una apariencia de sabiduría consistente en una forma autoimpuesta de adoración y humildad ficticia, un tratamiento severo del cuerpo, pero no son de ningún valor en combatir la satisfacción de la carne.”—Col. 2:20-23, NM.
Cierto, Cristo Jesús sufrió, sus apóstoles y discípulos sufrieron, así como sufrieron los fieles siervos de Jehová desde Abel hasta Juan el Bautista, pero ¿leemos que ellos buscaron el sufrimiento con el objetivo mismo de sufrir? Estuvieron anuentes a sufrir en vez de contemporizar, pero cuando pudieron evitar el sufrimiento sin contemporizar así lo hicieron. En ninguna parte se nos dice que dichos sufrimientos autoimpuestos son el camino a la salvación. Por lo contrario, se nos dice que es la sangre de Cristo, junto con nuestra fe en ella, la que nos limpia de todo pecado.—Rom. 5:1; 1 Juan 1:7.
Tampoco existe alguna justificación para retirarse del género humano. Conforme a la Catholic Encyclopedia, para que los cristianos observaran las palabras de Juan, “Guárdense de los ídolos,” tenían que apartarse del mundo porque el mundo estaba lleno de idolatría. Pero ¿dónde leemos en la Biblia que alguno de los cristianos primitivos hizo eso? ¿Hubiera habido persecución si hubieran seguido ese proceder? Naturalmente que no, y el hecho de que fueron perseguidos demuestra que no se separaron físicamente del mundo.
Los trapenses hacen un voto solemne de silencio, pero ¿dónde en las Escrituras se nos dice que nos abstengamos de usar nuestra lengua? Por el contrario, se nos dice que consolemos al cansado con una palabra, que hablemos la verdad a nuestro prójimo. Cada cristiano debe hacer discípulos de gente de todas las naciones. La congregación cristiana primitiva, cuando fué dispersada debido a la persecución, no se quedó callada, sino que fué por todas partes predicando la Palabra. El habla es una dádiva, Dios se propone que la usemos, pero, naturalmente, sin que abusemos de ella o la usemos mal. Cristo Jesús oró mucho, y una vez pasó toda una noche en oración, precisamente antes de escoger a sus doce apóstoles. (Luc. 6:12-16) Y la noche que fué traicionado oró mucho y aconsejó a sus apóstoles que ‘velaran y oraran.’ (Mat. 26:41) Pero ¿quiso decir mediante eso que debemos pasar de cuatro a siete horas diariamente en oración? Difícilmente, cuando él amonestó contra la repetición innecesaria en la oración. (Mat. 6:5-8) Él era un hombre ocupado, tenía mucha predicación que hacer. Igual sucedió con Pablo y todos los demás cristianos primitivos. Ellos también tenían que estudiar la Palabra de Dios para equiparse adecuadamente para predicar.
A nosotros se nos manda amar a Dios. La mejor manera en que podemos hacer eso es alabándole, no dentro de los muros de un monasterio sino donde otros puedan oír acerca de él para que también puedan unirse en alabar a Dios. Se nos dice que nos amemos y amemos a nuestros semejantes como a nosotros mismos. Nosotros no nos demostramos amor a nosotros mismos atormentando nuestro cuerpo, negándole el alimento y descanso necesarios, y no podemos estar amando a nuestro prójimo como a nosotros mismos si nos apartamos de él. Demostramos la mejor clase de amor al prójimo cuando predicamos a nuestros semejantes acerca de quién es Jehová, cuáles son sus propósitos y qué efectuará su reino. (Mar. 12:28-34) Esa es la esencia del cristianismo, pero no puede hacerse en un monasterio. Por lo tanto la vida monástica no es cristiana.