¿Está usted reteniendo firmemente su confianza?
LA Biblia en todas sus páginas exhala el espíritu de confianza. Confianza en la existencia del Creador, Jehová Dios; confianza en la veracidad de su Palabra, la Biblia; confianza en la habilidad de Dios para cumplir lo que él ha prometido. Sí, y también la confianza que Dios tiene en la habilidad de algunas de sus criaturas para retener su integridad.
En vista de todo esto ciertamente no hay ninguna razón válida para que no retengamos firmemente nuestra confianza en Dios y en lo que él nos ha prometido, ninguna razón lógica para que no permanezcamos constantes en nuestra fe y servicio a él. Sin embargo el hacer eso no es fácil, y especialmente cuando se toman en cuenta los tiempos peligrosos en que vivimos hoy—los días que Jesús predijo, en que el amor de muchos se enfriaría debido al aumento de la iniquidad, en que la sabiduría de este mundo junta todas sus armas para destruir la fe en la Palabra de Jehová, y cuando Satanás anda airado como nunca antes.—2 Tim. 3:1-6; Apo. 12:12.
Es, entonces, más oportuno ahora que en cualquier otro tiempo el consejo de Pablo de que hagamos “fuerte nuestro asimiento de la confianza que tuvimos al comienzo firme hasta el fin.” (Heb. 3:14, NM) ¿Qué pasos debemos dar para lograr esto? ¿Matricularnos en algún curso en un seminario conciliar? No, porque aun algunos de los teólogos más eminentes del mundo no han podido retener firme su confianza. Tome nota, por ejemplo, de William Ralph Inge, K.C.V.O., F.B.A., D.D., a quien se le consideró uno de los clérigos más influyentes de Inglaterra entre las Guerras Mundiales I y II, deán de la catedral de San Pablo en Londres por veintitrés años y autor de veinticinco libros sobre religión. En noviembre de 1953, a la edad de noventa y tres años, fué entrevistado por un repórter del Express de Londres, y de esa entrevista presentamos las siguientes citas representativas:
“Si pudiera vivir mi vida de nuevo no creo que sería clérigo. Nunca me he sentido feliz en cuanto a la Iglesia de Inglaterra. No amo a la raza humana. Sólo he amado a unos cuantos de ella. Los demás son un grupo bastante confuso. Espero que no haya malgastado mi vida por completo. Pero no creo que el mundo sea mejor lugar como resultado de haber estado yo en él. El mundo no está mejor y probablemente no está peor. Está como siempre ha estado y, sin duda, como siempre estará.
“Toda mi vida he luchado para hallar el propósito de la vida. He tratado de contestar tres problemas que siempre me parecían fundamentales: El problema de la eternidad, el problema de la personalidad humana, y el problema del mal. He fracasado. No he resuelto ninguno de ellos y no sé más ahora de lo que sabía cuando empecé. Y no creo que habrá quién los resuelva alguna vez.
“Sé tanto de la vida futura como sabe usted—nada. Ni siquiera sé que haya una—en el sentido en que lo enseña la iglesia. No tengo visión alguna del ‘cielo’ o de un ‘Dios que da la bienvenida.’ No sé lo que hallaré. Tendré que esperar y ver.”
También confesó que ya había vivido suficiente tiempo y estaba cansado de esperar la muerte.
¡Qué confesión de fracaso, de pérdida de confianza de los labios de uno que profesa ser ministro cristiano! ¡Cuán desemejante al ejemplo que nos puso Cristo Jesús! En la noche de su traición, Cristo declaró en su oración a su Padre celestial que él había completado la obra para la cual había sido enviado a la tierra. Jesús no sintió ningún remordimiento. No había duda en su mente en cuanto a cuál era el propósito de Dios para él. Como le dijo a Pilato el día siguiente: “Con este propósito he nacido y con este propósito he venido yo al mundo, para dar testimonio a la verdad.” Nos dejó un modelo al cual tenemos que ajustarnos. Mandó a sus seguidores que ‘hicieran discípulos de gente de todas las naciones.’ Sí, la obra de los cristianos es que “‘declaren en público las excelencias’ de aquel que los llamó fuera de la oscuridad a su luz maravillosa.”—Juan 17:4; 18:37; Mat. 28:19; 1 Ped. 2:9, NM.
No hay motivo para que el cristiano se halle perplejo en cuanto al problema de la eternidad. Sabe que su mente finita no puede comprender lo infinito del espacio y del tiempo y por eso por fe también acepta la realidad de lo infinito de Jehová Dios. (Sal. 90:2) Tampoco se halla preocupado el cristiano a causa del porqué se ha permitido el mal, puesto que como Jehová le dijo claramente a Faraón, que sirvió como una representación del Diablo de la misma manera que Moisés sirvió como representación de Cristo: “Por esta causa te he mantenido en existencia, a fin de mostrarte mi poder y para que mi nombre sea declarado en toda la tierra.”—Éxo. 9:16, NM.
Tampoco hay motivo para que el ministro cristiano opine pesimistamente que este viejo mundo continuará para siempre como ahora está, porque Jesús, al decirnos que oráramos pidiendo que la voluntad de Dios se hiciera en la tierra como se hace en el cielo, claramente indicó que algún día un nuevo mundo reemplazaría a este viejo mundo, unos nuevos cielos y una nueva tierra que Jehová prometió hace mucho, aun como nos lo hace recordar el apóstol Pedro.—Mat. 6:10; Isa. 65:17; 2 Ped. 3:9, 13, NM.
Tal vez no sepa un teólogo qué esperar después que muera, pero Cristo Jesús sabía, y también lo supo el apóstol Pablo. En realidad, lo han sabido todos los fieles siervos de Dios tanto en el tiempo cristiano como en el precristiano y vez tras vez le dieron énfasis a la esperanza de la resurrección.—Juan 5:28, 29.
¿Por qué deben estar estas verdades sencillas y llanas más allá del entendimiento de los teólogos eruditos? ¿Pudiera ser a causa de orgullo y egoísmo? Sí, ¿no es el colmo de la presunción decir: ‘Yo no sé; usted no sabe; nadie sabrá nunca,’ como dijo Inge? ¡Y qué egoísmo se destaca en sus palabras: “No amo a la raza humana. Sólo he amado a unos cuantos de ella. Los demás son un grupo bastante confuso”! ¡Cuán diferente el modelo que puso Jesús!, a saber: “Al ver las muchedumbres sintió afecto compasivo por ellas, porque estaban despellejadas y arrojadas acá y allá como ovejas sin pastor.”—Mat. 9:36, NM.
Hay todo motivo para que mantengamos firme nuestra confianza en Dios hasta el fin de este viejo sistema de cosas, porque “no ha faltado ni siquiera una palabra de toda [su] buena promesa.” (1 Rey. 8:56) Y podemos mantener firme nuestra confianza, no por medio de ir a algún seminario conciliar, sino acudiendo a la Biblia en el espíritu de humildad, deseosos de aceptar la ayuda que Dios proporciona, y entonces manifestando amor a nuestro vecino por medio de decirle a él de las cosas que hemos aprendido. ¿Está usted reteniendo firmemente su confianza?