¿Tiene parte Dios en las guerras de los hombres?
CUANDO las naciones pelean guerras y las fuerzas militares chocan en el campo de batalla, ¿cómo obra Dios en conexión con esto? Las afirmaciones descaradas de caudillos políticos y religiosos han creado serias dudas en la mente de muchos; sí, algunos quisieran saber si Dios siquiera se interesa en los asuntos de los hombres. A propósito está la declaración del Star de Muncie, Indiana, de marzo de 1952, que dijo: “Obispo ve a Dios usando a los EE. UU. para devolver el mundo a la libertad.” Mientras consideramos esa pretensión, también es interesante observar que durante la segunda guerra mundial mientras desde las iglesias de los Estados Unidos se elevaban oraciones por una paz victoriosa, oraciones igualmente fervientes por el buen éxito de las potencias del Eje se ofrecían por los caudillos de algunas de aquellas mismas organizaciones religiosas en Alemania y sus países aliados. Ciertamente Dios no está de parte de dos que combaten entre sí. ¿De qué manera obra Dios en tiempo de guerra?
Los tratos de Dios con sus criaturas se gobiernan por sus atributos sobresalientes de sabiduría, justicia, amor y poder. (Deu. 32:4; Sal.104:24; 62:11; 1 Juan 4:8) Dichos atributos ciertamente han sido hechos patentes en las liberaciones que ha efectuado para su pueblo. En el siglo dieciséis antes de Cristo, Dios oyó el clamor angustiado de los hijos de Israel bajo esclavitud totalitaria en Egipto, y en desafío de los dioses paganos de Egipto y su fuerza militar manifestó su poder librándolos. Ellos no tenían ninguna autoridad sobre Dios; él justamente era su Dueño, su Redentor. Como él les recordó cuando los juntó al pie del monte Sinaí en el tercer mes después de su éxodo de Egipto: “Ustedes mismos han visto lo que hice a los egipcios; para llevarlos a ustedes sobre alas de águilas y traerlos a mí mismo. Y ahora si ustedes obedecen estrictamente mi voz y verdaderamente guardan mi pacto, entonces seguramente llegarán a ser mi propiedad especial de entre todos los demás pueblos, porque toda la tierra me pertenece. Y ustedes mismos llegarán a ser para mí un reino de sacerdotes y una nación santa.” Y además les aconsejó: “Nunca debes tener otros dioses algunos contra mi rostro.”—Éxo. 19:4-6; 20:3, NM.
Con esos principios para guiarlos, vinieron a ser conocidos como la nación por la que peleaba Jehová. Así él manifestó su amor a ellos favoreciéndolos, y claro quedó lo sabio de sus acciones por el hecho de que todo obró para el adelantamiento de Su propósito. Como había declarado a Faraón mediante su portavoz Moisés algún tiempo antes: “En realidad, por esta causa te he mantenido en existencia, a fin de mostrarte mi poder y para que mi nombre sea declarado en toda la tierra.” Y seguramente la milagrosa liberación de su pueblo Israel que Jehová efectuó a través del mar Rojo y la destrucción que hizo de los ejércitos egipcios demostraron su poder e hicieron que se hablara de él y que su nombre fuera conocido por todas partes.—Éxo. 9:16; Jos. 2:10, 11, NM.
Pero ¿podemos decir que porque Dios libró a la nación una vez eso probó que continuaría librando a cada individuo de la nación? No; porque tres mil hombres de los preservados a través del mar Rojo fueron destruídos más tarde por participar de idolatría rebelde mientras Moisés estaba en el monte. (Éxo. 32:1-4, 27, 28) Ni podemos decir que el pelear Jehová por la nación una vez, o muchas veces, quería decir que siempre lo haría. Él libró a la nación de Israel de Egipto, la salvó de las fuerzas filisteas cuando David era un joven, peleó a favor de ella en contra de Madián, y otra vez en contra de las fuerzas combinadas de Ammón, Moab y monte Seir; pero en 607 a. de J.C. cuando las fuerzas babilonias de Nabucodonosor se pusieron en posición contra Jerusalén las oraciones de sus moradores por liberación de nada les sirvieron. ¿Por qué? Porque no estaban actuando en conformidad con sus oraciones. No estaban cumpliendo con el pacto que Dios había hecho con ellos; no ‘obedecían Su voz.’—Éxo. 14:30; 1 Sam. 17:46; Jue. 7:19-23; 2 Cró. 20:22, 23; Jer. 9:12-16.
No obstante Dios previamente los había librado cuando realmente lo estaban provocando. Cuando estuvieron en el desierto al salir de Egipto, después de haber presenciado el glorioso poder de Jehová al ejecutar las diez plagas, “los hijos de Israel se asustaron bastante y comenzaron a clamar a Jehová. Y empezaron a decir a Moisés: ‘¿Es porque de ninguna manera hay lugares de entierro en Egipto que nos ha traído usted aquí para morir en el desierto? ¿Qué es esto que nos ha hecho al sacarnos de Egipto? ¿No es ésta la palabra que le expresamos en Egipto, diciendo: “Déjenos, para que sirvamos a los egipcios”? Porque mejor es para nosotros servir a los egipcios que el que muramos en el desierto.’” Como después el salmista relató el acontecimiento: “Nuestros padres no entendieron tus maravillas en Egipto; no se acordaron de la muchedumbre de tus misericordias, sino rebeláronse junto al mar, el mar Rojo. Él empero los salvó por causa de su nombre, para dar a conocer su poder.”—Éxo. 14:10-12, NM; Sal. 106:7, 8.
¿Iba a permitirse que la rebeldía de algunos hombres faltos de aprecio cambiara el propósito de Dios? Por supuesto que no. Él había prometido en el Edén que levantaría una Simiente o libertador; a Abrahán él había predicho que el Prometido sería uno de sus descendientes; y a la cabeza de familia Judá se le aseguró proféticamente que vendría de su linaje. (Gén. 3:15; 22:15-18; 49:10) Este arreglo de Dios para extender bendiciones a todas las naciones de la tierra no iba a ser frustrado. “Así será mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mí sin fruto, sino que efectuará lo que yo quiero, y prosperará en aquello a que yo la envié.” (Isa. 55:11) Por eso el salmista señala la sabiduría de Dios cuando dice: “Él empero los salvó por causa de su nombre.” Esto subraya la vindicación del nombre y propósito de Jehová como siendo de mucho mayor importancia que el destino de cualquier hombre o nación de la tierra. Esa generación de israelitas fué destruída y no entró en la Tierra Prometida, porque siguió siendo desobediente, pero el propósito de Jehová no había fracasado.
ESTE MUNDO NO ES DE DIOS
Recordando nuestro breve repaso de los tratos de Dios con su pueblo en tiempos pasados, encontraremos que unas cuantas declaraciones más de su Palabra hacen muy clara su posición con relación a las facciones de este mundo. Cristo Jesús en oración a su Padre dijo: “Yo salí como tu representante.” Y cuando habló, no fué ‘de su propia originalidad,’ sino que habló de las cosas que había visto y oído de su Padre en el cielo. Él dijo del Reino, el cual Jehová Dios le da a él: “Mi reino no es parte de este mundo. . . mi reino no es de esta fuente.” Sin embargo, el apóstol Pablo identificó al que domina este mundo cuando señaló a Satanás el Diablo como el “dios de este sistema de cosas.” Y Jesús mismo dijo: “El gobernante del mundo viene. Y con todo él no tiene ningún dominio sobre mí.” Seguramente si el dios o gobernante de este mundo no tiene dominio sobre Jesús, tampoco puede tenerlo alguna de las facciones divididas de la organización mundial de éste. Él no está de su parte, y tampoco lo está su Padre, porque Jesús dijo claramente: “Yo y el Padre somos uno.”—Juan 17:8; 14:10; 18:36; 2 Cor. 4:4; Juan 14:30; 10:30, NM; Dan. 7:13, 14.
Olvidando estos hechos bíblicos, el Dr. Bíllington, del templo bautista de Akron, Ohío, al hablar de la guerra en Corea, dijo: “Arrojen la bomba A y párenla. Dios nos la dió. Usémosla para proteger nuestras Biblias, iglesias, escuelas y el modo de vida de los EE. UU.” Pero si Dios la dió a los Estados Unidos, ¿quién la dió a Rusia? ¿No sería más razonable, y bíblico, decir que el “gobernante del mundo” la hizo accesible a ambos lados, porque ambos, como parte de su mundo, son parte de su organización dividida y confusa? Agregando más a la confusión religiosa sobre el tema, el monseñor W. T. Green, hablando en la catedral de San Patricio en la ciudad de Nueva York, dijo: ‘La guerra es parte del plan de Dios para poblar el reino del cielo.’ Si tal es el caso, entonces ¿por qué orar pidiendo que personas amadas vuelvan del frente? Realmente, ¿para qué orar por la paz? Obviamente, todo el esfuerzo para introducir a Dios en el conflicto se funda en razonamiento especioso.
Después de todo, ¿son cualesquiera de las naciones verdaderamente cristianas, de modo que puedan pretender que Dios está con ellas? Dado que casi todas alegan que el suyo es el camino a la seguridad y prosperidad, ¿se amoldan a los requisitos expresados en 2 Crónicas 20:20: “¡Creed en Jehová vuestro Dios, así estaréis firmes; creed en sus profetas, así prosperaréis!”? El mundo pagano reconocida y abiertamente no cree en Jehová Dios o sus profetas, pero ¿qué hay de la cristiandad? No sólo no creen en Jehová, sino que tratan de impedir que otros le conozcan. ¡Si en la nueva Versión Normal Revisada de la Biblia los traductores han tratado de hacerlo un “Dios” o “Señor” innominado sacando su nombre de su propio Libro, y luego el mundo religioso persigue a los que llevan ese nombre! Han caído en la clase de los que están “teniendo una forma de devoción piadosa pero mostrándose falsos a su poder” (2 Tim. 3:5, NM) al abrazar ellos la teoría de la evolución y enseñar que “el hombre no fué una creación especial sino que ha sido desarrollado del mono.” Jesús dijo: “Ancho y espacioso es el camino que conduce a la destrucción, y muchos son los que entran por él; mientras que angosta es la puerta y estrecho el camino que conduce a la vida, y pocos son los que lo hallan.” (Mat. 7:13, 14, NM) Pero la cristiandad del día moderno, junto con sus caudillos políticos, ha abrazado la propaganda de unión de fes y así acepta en una relación de hermandad religiosa a todos los que practican religión, sin importar cuán degradante sea su forma, en todo el mundo.
“Empero al inicuo dice Dios: ¿Qué parte tienes tú en declarar mis estatutos, o cómo tomas mi pacto en tu boca; tú, que aborreces la corrección, y echas trás de ti mis palabras? Si veías un ladrón, te complacías en él, y con los adúlteros era tu parte. Tu boca has entregado al mal, y tu lengua urde engaño. Te sentarás y hablarás contra tu hermano; infamarás al hijo de tu misma madre. Estas cosas has hecho, y yo he guardado silencio: pensabas por eso que de cierto sería yo tal como tú: pero te reprenderé, y pondré en orden tus delitos delante de tus ojos.” (Sal. 50:16-21) En su propia Palabra Dios claramente les dice que no está en alianza con ellos y que no tiene parte en sus prácticas inicuas.
POSICIÓN DE LA RELIGIÓN DEL MUNDO
Sin embargo, el clero y otros caudillos de pensamiento del mundo continúan tratando de implicar a Dios en los asuntos divisivos del mundo mediante las declaraciones que hacen para consumo público. Con dicho efecto, Juan Gerhard, en su Loci Theologici, cita a Lutero diciendo: “¿Qué otra cosa es la guerra si no castigar el mal y la perversidad?. . . Aunque no parece que el matar y robar sea una obra cristiana, empero en verdad es una obra de amor. . . . Por lo tanto Dios honra la espada tan elevadamente que Él la llama Su propia ordenanza y no quiere que uno diga o imagine que el hombre la ha inventado o instituído. Porque la mano que esgrime tal espada y mata ya no es la mano del hombre sino la mano de Dios, y no el hombre sino Dios ahorca, descuartiza, decapita, mata y hace guerra. Todas son obras de Dios y Sus juicios.” Luego, también, a los miembros de la iglesia episcopal metodista africana el obispo Nichols les instó, como se informó en The Philadelphia Independent, del 12 de agosto de 1950: “Como seguidores de Cristo no nos conviene permanecer ociosos. La causa de la democracia es la causa de la iglesia y ahora que el punto en cuestión es abrazado abiertamente, tenemos que hacer lo que podemos para hacernos sentir . . . Exhorto a todos los miembros del primer distrito episcopal a dar su más grande apoyo a la causa de la democracia y las Naciones Unidas.”
No importa cuál sea la facción, parece que alguien está siempre dispuesto a proclamar que Dios está con ella. Pero ¿consiguen la amistad y favor de Dios estas proclamaciones y oraciones públicas? ¿Aseguran que él esté de su parte? Más bien, su Palabra nos dice en Santiago 4:4 (NM): “¿No saben que la amistad con el mundo es enemistad con Dios? Cualquiera, pues, que desea ser un amigo del mundo se está constituyendo un enemigo de Dios.” Por eso en vez de hacer amistad con Dios, están haciendo amistad con el mundo al elogiar y apoyar sus planes, y eso los hace enemigos de Dios.
En vez de estar ansiosos de proclamar que tienen a Dios de su parte o desear conseguirlo de su parte, sería mucho mejor que los hombres trabajaran para ponerse ellos mismos de parte de Dios estudiando su Palabra y amoldándose a sus justos preceptos. En vez de orar pidiendo que Dios bendiga sus sistemas políticos, militares o religiosos, deberían aprender a orar con sinceridad como Jesús enseñó: “Nuestro Padre en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Cúmplase tu voluntad, como en el cielo, también sobre la tierra.” (Mat. 6:9, 10, NM) Harían bien en fijar su atención, no en un orden de nuevo mundo respaldado por poderío militar, sino en los “nuevos cielos y nueva tierra” que Dios crea y que durarán para siempre.
CAUSA DE LA ANGUSTIA
Además de mostrarnos la manera de conseguir la aprobación de Dios, la Biblia no nos deja sin una explicación adecuada de las presentes condiciones mundiales. El capítulo doce del Apocalipsis claramente manifiesta que desde el establecimiento del reino, en 1914 d. de J.C., por el cual se había orado hacía mucho tiempo, Satanás ha sido arrojado del cielo a la tierra. “¡Alégrense por causa de esto, ustedes cielos y los que residen en ellos! Ayes para la tierra y para el mar, porque el Diablo ha descendido a ustedes, teniendo gran ira, sabiendo que tiene un corto período de tiempo.” (Apo. 12:12, NM) Y él ha traído grandes ayes, tanto con guerra y angustia crecientes para la humanidad afligida como con confusión en la mente de los que no conocen la verdad tocante al propósito de Dios.
No podemos decir que el resultado de las guerras del mundo del día moderno esté gobernado por Dios, cuando éstas son promovidas por voraces elementos comerciales y políticos. El amor y la justicia no son factores en su ejecución, cuando se destruye tanto a personas temerosas de Dios como a inicuas. Seguramente no es una demostración del poder o sabiduría de Dios cuando explosivos de alta potencia destrozan y hacen inhabitables grandes secciones de la tierra, la cual Dios ‘no creó como yermo sino para ser habitada la formó.’ (Isa. 45:18, BC) Ni sirven estas guerras para ‘dar a conocer su nombre’ porque él haya librado a su pueblo o vindicado su propósito mediante el pelear en ellas a favor de la justicia. No, porque ninguna de las facciones en estas guerras es su pueblo. Él hace claro que rechaza las profesiones de devoción que ellas hacen, diciendo: “Cuando extendáis vuestras manos, esconderé de vosotros mi rostro; y cuando hagáis muchas oraciones, no oiré: ¡vuestras manos están llenas de sangre!”—Isa. 1:15.
En vez de que ellas demuestren los atributos y propósito divinos de Él, las guerras egoístas del hombre son una negación de todo ello. Pero ahora se acerca el tiempo, en el Armagedón, en que Dios ha de pelear por la justicia y ha de “traer a la ruina a los que están arruinando la tierra.” (Apo. 11:18, NM) Entonces vendrá un nuevo mundo pacífico en el cual “estará la tierra llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar.”—Isa. 11:9.