La esperanza de una nueva tierra
¿NO LE gustaría a usted ver un mundo mejor? ¿Un mundo libre de la avaricia, la corrupción y el sufrimiento que son característicos del presente? ¿No traería verdadero consuelo el tener una base firme para esperar tal mundo mejor? Seguro que sí.
Existe una base firme para esperar ver un mundo mejor, porque hay un Dios en los cielos, como testifica toda la naturaleza. Y de su Palabra, la Biblia, aprendemos que él es un Dios amoroso, justo, que todo lo ve y todo lo puede. Dado que es así, podemos estar seguros de que él toma en cuenta las presentes condiciones y que en su indignación justa les pondrá coto exactamente como predijo hace unos veinticinco siglos: “Por tanto esperadme a mí, dice Jehová, hasta el día que me levante a la presa: porque es mi propósito reunir las naciones y juntar los reinos, para derramar sobre ellos mi indignación, es decir, todo el ardor de mi ira; pues con el ardor de mis celos será devorada toda la tierra.” (Sof. 3:8) Ese evento se describe en otra parte de la Biblia como el Armagedón.
Pero tal vez usted pregunte: ¿De qué servirá eso si al extirpar las condiciones inicuas de la tierra Dios al mismo tiempo destruye la tierra misma, consumiéndola con fuego, reduciéndola a cenizas? Sin embargo, no saquemos tal conclusión precipitadamente, porque la Palabra de Dios usa lenguaje figurativo así como literal.
El que no hemos de pensar que la tierra literal será consumida por fuego se hace aparente de muchas otras expresiones inspiradoras de confianza que Dios nos ha dado. Por ejemplo, la que se encuentra en Isaías 45:18, donde leemos: “Porque así dice Jehová, Creador de los cielos (él solo es Dios), el que formó la tierra y la hizo, el cual la estableció; (no en vano la creó, sino que para ser habitada la formó): ¡Yo soy Jehová, y no hay otro Dios!” Si Dios creó la tierra para que fuera habitada, entonces tiene que permanecer, ¿no es verdad? Específicamente garantizando la permanencia de este globo, el Registro inspirado de Dios declara: “Una generación va, y otra generación viene; mas la tierra permanece para siempre.”—Ecl. 1:4.
Pues, la razón por sí sola debería decirnos que ése es el propósito de Dios respecto a la tierra, el cual de entre todos los planetas, según lo que el hombre sabe, es el único que mantiene vida. ¡Un globo tan hermoso con sus descollantes cimas montañosas coronadas de nieve, sus gloriosos verdes valles, sus ríos sinuosos y lagunas plácidas, sus enormes océanos y puestas del sol, sus árboles majestuosos y su vívida e interminable variedad de flores y otra clase de vegetación, sus sazones variables, el fenómeno del arco iris, sin mencionar las muchísimas especies de vida alada y marina, sus muchas especies de animales del campo, tanto del animal silvestre como del domesticado! ¿Destruiría todo esto un Dios omnisapiente y todopoderoso sencillamente porque muchos de los guardianes de la tierra dejan de apreciar la bondad de Dios y aun sienten disgusto si su prójimo goza de las cosas que ellos tanto quieren para sí mismos?
¿No es mucho más razonable concluir que Dios meramente libraría la tierra de los que la profanan con su egoísmo y maldad, para llevar a cabo su propósito respecto a la tierra, el cual es tenerla llena de criaturas justas adorándole a Él y amando a su prójimo como se aman a sí mismos? Por supuesto que sí. ¿Qué propietario reduciría su casa a cenizas sencillamente porque los inquilinos rehusaran cuidarla? En vez de eso, ¿no despediría a los inquilinos no deseables y la arrendaría a otros, otros de que él tuviera razón para creer que serían inquilinos deseables? Pues, eso es precisamente lo que Dios nos dice que él va a hacer: “Porque todavía un poco, y el malo no será; y examinarás con diligencia su lugar, y él no estará allí; empero los mansos heredarán la tierra, y se deleitarán en la abundancia de la paz.”—Sal. 37:10, 11.
Sí, ¿recuerda usted el registro bíblico de los días inicuos antediluvianos? En ese tiempo, ¿destruyó Dios la tierra misma a causa de la maldad del hombre? Por supuesto que no; él sencillamente quitó a los corruptores malignos de la tierra por medio de un diluvio global, librando de esa catástrofe a los que amaban a Dios, la justicia y a su prójimo, junto con representantes de las varias clases de animales inferiores, y pasándolos a una tierra purificada. El Diluvio no destruyó la tierra, meramente libró la tierra de sus inquilinos no deseables. Así será con el cataclismo del Armagedón que rápidamente se acerca; los inquilinos inicuos de la tierra serán destruídos, pero ella misma permanecerá.
¡Qué lugar más maravilloso será este globo entonces! Tocante a ese tiempo Dios prometió: “Porque he aquí que voy a crear nuevos cielos y una tierra nueva, y las cosas anteriores no serán recordadas, ni vendrán al pensamiento.” (Isa 65:17) La expresión nuevos cielos no se refiere a nuevas constelaciones de estrellas sino más bien a nuevos gobernantes invisibles que reemplazarán a los actuales, que son el Diablo y sus demonios, así como la nueva tierra no querrá decir un nuevo planeta sino un nuevo sistema de cosas sobre la tierra, una sociedad del Nuevo Mundo, ya en formación.
En cuanto a las condiciones que prevalecerán en esa nueva tierra el profeta de Dios continúa diciendo: “Edificarán casas también, y habitarán en ellas; plantarán viñas, y comerán su fruto. No se fatigarán en vano, y no darán a luz para perturbación; porque son simiente de los benditos de Jehová, y su descendencia juntamente con ellos. El lobo y el corderito apacentarán en compañía, y el león, cual buey, comerá paja, y polvo será el alimento de la serpiente: no dañarán ni destruirán en todo mi santo monte, dice Jehová.” (Isa. 65:21, 23, 25) La Palabra de Dios contiene muchas otras expresiones proféticas parecidas que dan seguridad.
Si queremos escapar de la destrucción de este viejo mundo y entrar en la nueva tierra purificada en que morará la justicia, entonces tenemos que prestar atención ahora al mandato profético dado en Sofonías 2:3: “Buscad a Jehová, todos los mansos de la tierra, los que habéis obrado lo que es justo; buscad la justicia, buscad la mansedumbre; puede ser que os pongáis a cubierto en el día de la ira de Jehová.”
De modo que, todas ustedes, las personas de corazón honrado y de buena voluntad hacia Dios que anhelan un mundo mejor, cobren esperanza, porque la profecía bíblica demuestra que la nueva tierra no es solamente cosa cierta sino que está muy cerca. Dios no puede mentir y es demasiado justo y amoroso para despertar una esperanza en nosotros y luego desilusionarnos dejando de cumplir sus promesas, como hacen los políticos. Dice Él: “Como lo he dicho, así lo haré; lo he dispuesto y lo cumpliré.”—Isa. 46:11, NC.