El sistema anticristiano de castas
A MUCHAS personas la palabra “casta” inmediatamente les recuerda de la India, donde el sistema de castas ha sido una maldición por tantos siglos. No obstante, este tema de castas no es de interés solamente teórico o académico a los que residen fuera de la India. Al contrario, cuando se considera en todas sus ramificaciones, se verá que es muy pertinente para todos los que quieren guiarse por la Palabra de Dios, la Biblia.
La palabra “casta” viene de la palabra latina “casta,” la cual quiere decir pura. En castellano significa generación o linaje, y por inferencia raza pura o no mezclada. El diccionario de la Real Academia Española da como la segunda acepción: “Parte de los habitantes de un país que forma clase especial, sin mezclarse con las demás, unas veces por considerarse privilegiada y otras por miserable y abatida.” Según el diccionario en inglés de Wébster “casta” es “una orden o clase de personas más o menos separada en la sociedad que principalmente se mezcla entre sí, basándose la separación en tales cosas como diferencia en cuanto a riqueza, rango o privilegios hereditarios, profesión, oficio, etc.” Es realmente un principio falso de divisiones sociales de la gente en grupos egoístamente exclusivos, según supuestos rangos sociales de personas que tienen la misma posición relativa o poseen características comunes. Entre las manifestaciones del sistema de castas por lo tanto se incluiría la parcialidad de raza, la distinción entre clero y laico, cualquier exclusivismo que se deba a la “sangre,” riqueza, erudición, etc., así como cualquier favoritismo que se manifieste debido a tener en común admiración para ciertos líderes humanos, o sectarismo, o debido a pertenecer a grupos de ciertas edades.
El sistema de castas parece haber tenido su origen al tiempo que las clases gobernantes y sacerdotales se organizaron en Babel después del Diluvio, cuando se desarrollaron dinastías como una subversión de las divisiones patriarcales de familias autorizadas por Jehová Dios y también ilustradas en la familia de Noé y en los descendientes de Jacob. En la India el sistema de castas se remonta hasta más de mil años antes de Cristo, y fué instituído, según parece, por los invasores arios de tez blanca para mantenerse como clase superior. Esto se corrobora por la palabra india para “casta,” varna, que quiere decir “color.”
El sistema de castas es injusto, incompatible con la regla de Cristo de ‘hacer a otros como queremos que ellos nos hagan.’ Es faltar en cuanto al “amar a tu prójimo como a ti mismo.” Priva a personas de sus derechos en los campos político, económico, religioso y social. Adicionalmente, encadena a sus víctimas con un complejo de inferioridad.—Mat. 7:12; Mar. 12:31, NM.
El sistema de castas resulta en daño no sólo para los que son oprimidos por éste sino también para los que tienen privilegios debido a él, porque los enaltece; engendra orgullo y prejuicio, y “la soberbia precede a la destrucción, y el espíritu altivo va delante de la caída.” Ya que se dice que Dios mora con los humildes y contritos, debe estar muy alejado de los arrogantes y soberbios, porque los tales se inclinan a decir: “¿Puede salir algo bueno de Nazaret?”—Pro. 16:18; Juan 1:46, NM; Isa. 57:15.
NINGÚN SISTEMA DE CASTAS ENTRE ISRAELITAS
La Palabra de Dios no admite ninguna distinción de casta debido a raza, nacionalidad o color, porque, como dijo el apóstol Pablo a los atenienses en el Cerro de Marte, todos pueden trazar su origen a un solo padre, Adán. Dios “hizo de un solo hombre toda nación de hombres, para habitar sobre la entera superficie de la tierra.” Y como Eliú mostró a Job, Dios “no hace acepción de los príncipes ni da la preferencia al rico sobre el pobre, porque obra de sus manos son todos ellos.”—Hech. 17:26, NM; Job 34:19, BC.
En lugar de alguna distinción de casta la justicia es lo que cuenta con Jehová, cosa que Pedro hizo destacarse tan bien al tiempo que el espíritu santo se le otorgó a Cornelio: “Dios no es parcial, sino que en toda nación el hombre que le teme y obra justicia es aceptable a él.” Y esto fué verdad no sólo después que terminaron las “setenta semanas” señaladas de favor especial a los israelitas, sino mucho antes de ese entonces. De hecho, dos veces la entera nación de Israel estuvo al borde de ser destruída por Jehová debido a su curso rebelde, primero por causa de su idolatría al hacer el becerro de oro mientras Moisés estaba en el monte, y segundo, por su rebelión al oír el informe desfavorable de diez de los espías.—Hech. 10:34, 35, NM.
Sí, vez tras vez se dejó que los descendientes naturales de Abrahán entraran en cautiverio y sufrieran la muerte por pestilencia, etc., por causa de su infidelidad. Por otra parte, los gentiles que ejercieron fe fueron bendecidos por Jehová. Para unos cuantos ejemplos, note la multitud mixta que siguió a los israelitas al salir éstos de Egipto, a Rahab, los gabaonitas, Rut, la viuda de Sarepta, el leproso Naamán. Porque Jesús llamó a la atención de los judíos de su día algunos de estos hechos desfavorables ellos procuraron matarlo.—Luc. 4:25-30.
Aunque a los israelitas se les mostraban favores especiales, eso no se debía a que ellos fueran de una casta superior, sino que se debía a la fe de sus antepasados, por causa del amor que Jehová les tenía a ellos, y por causa de Su nombre. Se les mandó que trataran justa y amorosamente a los no israelitas en medio de ellos: “El residente temporal que mora con ustedes por algún tiempo debería llegar a ser para ustedes como nativo suyo, y debes amarlo como a ti mismo.” “Debería resultar que haya una ley y una decisión judicial para ustedes y para el residente temporal que esté morando con ustedes por algún tiempo.”—Lev. 19:34; Núm. 15:16, NM.
El hecho de que no se les permitiera a los israelitas casarse con los paganos que estaban en derredor de ellos no se debió a casta sino que tuvo como objeto mantener pura la adoración de Jehová, razón por la cual también fueron comisionados para actuar como ejecutores de los crasamente inmorales adoradores paganos de Canaán. Tampoco tuvieron ellos algún sistema de castas basado en distinciones tribales. Aunque Juda era la tribu real y Leví la sacerdotal repetidamente escogió Jehová a sus Jueces y profetas de otras tribus. El casamiento entre personas de diferentes tribus se permitía siempre que no causara confusión en cuanto a límites territoriales tribales.
ENTRE CRISTIANOS NO HAY SISTEMA DE CASTAS
Tampoco hay base bíblica alguna para un sistema de castas entre los cristianos. Las palabras de Cristo no dejan lugar para que haya una casta clerical entre ellos: “No se llamen ‘Rabí’, porque uno solo es su maestro, entre tanto que todos ustedes son hermanos. Además, no llamen a nadie su padre en la tierra, porque Uno solo es su Padre, el Celestial. Ni tampoco se llamen ‘caudillos’, porque uno solo es su Caudillo, el Cristo. Pero el más grande entre ustedes debe ser su ministro.”—Mat. 23:8-11, NM.
Tampoco permiten las Escrituras que exista alguna asociación exclusivista sectaria en la congregación cristiana por causa de tenerle preferencia personal a ciertos “pastores” humanos. Expresándose en contra de tal divisiva adoración de criaturas, Pablo escribió: “Ahora los exhorto, hermanos, . . . que todos ustedes deben hablar de acuerdo, y que no debe de haber divisiones entre ustedes, sino que estén aptamente unidos con la misma mente y con la misma forma de pensar. Lo que quiero decir es esto, que cada uno de ustedes dice: ‘Yo pertenezco a Pablo,’ ‘Pero yo a Apolos,’ ‘Pero yo a Cefas,’ ‘Pero yo a Cristo.’ ¿Existe dividido el Cristo? Pablo no fué empalado por ustedes, ¿verdad? O ¿fueron bautizados ustedes en el nombre de Pablo?”—1 Cor. 1:10, 12-15, NM.
Tampoco ha de haber algún favoritismo o exclusivismo debido a nacionalidad, posición social, herencia o sexo. Por eso fué que Pablo, en sus cartas a Timoteo y Tito, condenó el que alguien se preocupara acerca de genealogías y por eso él escribió a los gálatas que en la congregación cristiana “no hay ni judío ni griego, no hay ni esclavo ni libre, no hay ni varón ni hembra; porque todos ustedes son uno en unión con Cristo Jesús.”—Gál. 3:28, NM.
Por temor de que algunos se creyeran mejores por causa de sus riquezas materiales y por eso desarrollaran una casta cuya compañía favorecieran, el apóstol Pablo aconsejó: “Da órdenes a los que son ricos en el presente sistema de cosas que no sean arrogantes, y que descansen su esperanza, no en las riquezas inciertas, sino en Dios.” (1 Tim. 6:17, NM) El discípulo Santiago, hermanastro de Jesús, criticó severamente a los de su día que favorecían a los ricos, como si éstos fueran una casta especial, diciendo: “Hermanos míos, ustedes no están teniendo la fe de nuestro Señor Jesucristo, nuestra gloria, con actos de favoritismo, ¿verdad? Porque, si un hombre con anillos de oro en los dedos y con ropa espléndida entra en su asamblea, pero un hombre pobre con ropa sucia también entra, no obstante ustedes miran con favor al que lleva la ropa espléndida y dicen: ‘Usted siéntese aquí en un lugar honorable,’ y dicen al pobre: ‘Usted permanezca de pie,’ o, ‘Siéntese ahí junto a mi escabel,’ ustedes tienen distinción de clases entre ustedes mismos y han llegado a ser jueces que fallan decisiones corruptas, ¿no es verdad? Ahora, si practican el cumplir la ley real de acuerdo con las Escrituras, ‘Tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo,’ están haciendo bastante bien. Pero si ustedes continúan manifestando favoritismo, están obrando un pecado, porque la ley los censura como transgresores.”—Sant. 2:1-4, 8, 9, NM.
LA APLICACIÓN PRÁCTICA
Aun cuando todos estos puntos parecen tan lógicos y patentes cuando razonamos acerca de ellos a la luz de las Escrituras, el ponerlos por obra no es tan sencillo, debido a la inclinación egoísta de la mente, cosa que hemos heredado. Por lo tanto tenemos que estar alerta y hacer esfuerzos especiales si hemos de estar libres de todo vestigio de castas, como el practicar el favoritismo o exclusivismo debido a ciertas características comunes. Debemos hacer lo imposible, por decirlo así, para evitar que haya siquiera una sombra de castas. Si parece que estamos en una posición favorecida a causa del color de nuestra piel, o a causa de educación académica, madurez cristiana, juventud, posición de responsabilidad en la congregación cristiana, debemos concentrar en asociarnos con los menos favorecidos respecto a cualquiera de estas cosas, con la mira de edificar la unidad cristiana; haciéndolo, no condescendientemente, sino como tratándose de iguales, apreciando el hecho de que Jehová puede usarlos para impartir una bendición a nosotros así como puede usarnos para impartir una bendición a ellos.
Por otra parte, no debemos, por causa de ser menos favorecidos en ciertos respectos, achicarnos y adquirir un complejo de inferioridad, imaginando que los hermanos más favorecidos no quieren asociarse con nosotros. Recuerde, nadie que esté fielmente cumpliendo los requisitos justos de Jehová tiene motivo para sentirse inferior o fuera de lugar en medio del pueblo de Dios. Tampoco debemos hacerle la rueda a los más aventajados en un respecto u otro por causa de los favores que ellos pudieran otorgar, sean éstos de naturaleza material o espiritual.
Y aun cuando no practicamos distinción de castas entre nosotros no debemos considerar nuestro deber cambiar el mundo en conexión con esto. Nos es tan imposible hacer eso como nos es imposible convertir el mundo al cristianismo. Algunos han censurado al apóstol Pablo porque en vez de condenar la práctica de tener esclavos en su día aconsejó a los esclavos que fueran obedientes y estuvieran contentos con su porción, pero estas personas pasan por alto el hecho de que la comisión de los cristianos no es el reformar a este viejo mundo. A lo más sólo podemos poner un ejemplo. Lo que Pablo les ofrecía a los esclavos de su día era de mucho más valor que la libertad política y económica por la cual agitaban los reformadores sociales. Él les trajo la verdad de la Palabra de Dios y su reino, la cual los libertó de la esclavitud a Satanás, al sistema de cosas de Satanás, al pecado, a la religión falsa y a la muerte, dándoles la esperanza de vida eterna; así como dijo Jesús a sus seguidores: “Si permanecen en mi palabra, ustedes verdaderamente son mis discípulos, y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres.”—Juan 8:31, 32, NM.
Lo mismo es verdad hoy en día. No les toca a los cristianos esforzarse a fin de acabar con las injusticias del sistema de castas o irritarse debido a ciertas condiciones entre el pueblo de Dios que se deben a las leyes de César y sobre las cuales los cristianos no tienen dominio alguno. Todos comen del mismo alimento espiritual, tienen los mismos privilegios de servicio y la misma esperanza; y éstas son las cosas que importan.
De manera que, repasando brevemente, hemos visto que no hay ninguna base bíblica para que exista entre los cristianos sistema alguno de castas, ni ningún favoritismo, distinción de clases, sectarismo, camarillas o grupos especiales. Si amamos a Jehová con todo el corazón, mente, alma y fuerza y a nuestro prójimo como a nosotros mismos, no nos ensalzaremos a nosotros ni a otros. Y al vivir en conformidad con el principio cristiano de amor no sólo ocasionaremos felicidad tanto a nuestros hermanos como a nosotros mismos sino que también estaremos dando un testimonio a los de afuera, así como dijo Jesús: “Por esto todos sabrán que ustedes son mis discípulos, si tienen amor entre ustedes mismos.”—Juan 13:35, NM.