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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1956
w56 1/1 págs. 3-4

Imite los buenos ejemplos

MUCHAS personas de este viejo mundo andan a la rebatiña en busca de posesiones materiales para imitar a sus vecinos e igual que ellos hacer un gran despliegue de sus bienes. Personas dedicadas del nuevo mundo más bien prefieren esforzarse por imitar a los Isaías y Jeremías, los Pedros y Pablos. Se interesan más en los tesoros espirituales que en riquezas terrenales: “Dejen de acumular para ustedes tesoros sobre la tierra, donde consumen la polilla y el moho, y donde ladrones entran y roban. Más bien, acumulen para ustedes tesoros en el cielo, donde ni polilla ni moho consumen, y donde ladrones no entran y roban. Porque donde su tesoro está, también estará su corazón. Nadie puede ser esclavo de dos señores; porque u odiará al uno y amará al otro, o se adherirá al uno y despreciará al otro. Ustedes no pueden ser esclavos de Dios y de las Riquezas.”—Mat. 6:19-21, 24, NM.

El amontonar posesiones materiales mucho más allá de nuestras necesidades, el estar determinados a acumular riquezas ostentosas, es poner en peligro nuestro bienestar espiritual y burlarnos de la amonestación: “Porque nada hemos traído al mundo, ni tampoco podemos llevar cosa alguna. Teniendo pues alimento y con qué cubrirnos, estaremos contentos con estas cosas. Sin embargo, los que se resuelven a ser ricos caen en la tentación y en un lazo y en muchos deseos insensatos y dañinos que hunden a los hombres en destrucción y ruina. Porque el amor al dinero es raíz de toda suerte de cosas perjudiciales, y esforzándose para lograr este amor algunos han sido desviados de la fe y se han acribillado con muchos dolores.”—1 Tim. 6:7-10, NM.

La riqueza alimenta a la codicia, y mientras más consiga uno más desea, y al fin uno no posee dinero, sino que éste posee a uno, y resulta verídica la declaración inspirada: “El que ama el dinero no estará satisfecho con dinero; ni quien ama la riqueza, con ganancia: esto también es vanidad.” De nuevo, “Sus ojos nunca se sacian de riquezas.” El materialismo suprimirá lo espiritual si usted se lo permite: “La carne está contra el espíritu en su deseo, y el espíritu contra la carne, porque éstos están opuestos el uno al otro, de manera que las mismas cosas que ustedes quisieran hacer no las hacen.” De modo que los cristianos no deben tropezar y caer en el lazo vano de una carrera envidiosa por imitar la ostentación que hacen sus vecinos materialistas: “No nos hagamos egotistas, provocando competencia unos con otros, envidiándonos los unos a los otros.”—Ecl. 5:10; 4:8, Norm. Rev; Gál. 5:17, 26, NM.

Las riquezas que se acumulan más allá de lo que razonablemente se necesita no sólo carecen de valor duradero, sino que también le identifican a usted como materialista y testifican en contra de usted y su espiritualidad: “Sus riquezas se han podrido, y sus vestidos exteriores han venido a estar comidos por la polilla. Su oro y plata se han corroído, y su moho será testigo contra ustedes y comerá sus partes carnales. Algo como fuego es lo que han acumulado en los últimos días.” Con riquezas el hombre puede hacer un chapoteo ostentoso, pero éste no dura más que las ondas causadas por una piedra arrojada en una laguna. “Se levanta el sol con su calor abrasador y marchita la vegetación, y su flor se cae y perece la belleza de su apariencia externa. Así, también, se desvanecerá el hombre rico en todos sus modos de vivir.” “Todo en el mundo—el deseo de la carne y el deseo de los ojos y la exhibición ostentosa del medio de vida de uno—no origina con el Padre, sino que origina con el mundo. Además, el mundo está desapareciendo y también su deseo, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.”—Sant. 5:2, 3; 1:11; 1 Juan 2:16, 17, NM.

Por lo tanto son las cosas invisibles del espíritu las que perduran, y no las cosas materiales que relucen ante los ojos y que muchos ahora compiten por acumular. Igual que el apóstol Pablo, los verdaderos cristianos aprecian esto y miran como más deseables los tesoros espirituales duraderos: “Fijamos los ojos, no en las cosas que se ven, sino en las cosas que no se ven. Porque las que se ven son temporales, mas las que no se ven son eternas.”—2 Cor. 4:18, NM.

El profeta Moisés le dió la espalda a tesoros materiales para mirar hacia la recompensa por la espiritualidad: “Por fe Moisés, cuando ya era crecido, rehusó ser llamado el hijo de la hija de Faraón, escogiendo ser maltratado con el pueblo de Dios más bien que tener el gozo temporáneo del pecado, porque estimó el vituperio del Cristo como riquezas más grandes que los tesoros de Egipto, porque miraba resueltamente hacia el pago del galardón.” Del mismo parecer fué el profeta mayor que Moisés, Cristo Jesús. Satanás el Diablo le ofreció dominio sobre todos los reinos de la tierra, pero Jesús rechazó esta riqueza material y pompa y poder, adhiriéndose más bien a la integridad y adoración verdadera a Jehová. Y más tarde los judíos materialistas quisieron hacerle rey porque él les dió pan. Volvió a rechazar el puesto de rey, el cual puesto sería contrario al arreglo de Jehová, y cuando él aconsejó a estos judíos que buscaran, no el pan que perece, sino a Él mismo como el pan del cielo que traía vida eterna, ellos se opusieron a esta provisión espiritual.—Heb. 11:24-26; Mat. 4:8-10; Juan 6:15, 26-66, NM.

Por lo tanto, ¿qué harán los testigos de Jehová? “Ustedes fueron llamados a este curso, porque hasta Cristo sufrió por ustedes, dejándoles un modelo para que siguieran cuidadosamente sus pisadas,” dijo Pedro. “Háganse imitadores de mí, así como yo lo soy de Cristo,” y “Vigilen a los que andan de la manera que va de acuerdo con el ejemplo que ustedes tienen en nosotros,” dijo Pablo. “Hermanos, tomen como dechado de sufrir el mal y ejercer la paciencia a los profetas, que hablaron en el nombre de Jehová,” escribió Santiago. Sí, ¡tome a estos fieles profetas y testigos de Jehová como ejemplos y emúlelos, mantenga sus ojos en ellos, trate de imitarlos, y no a los vecinos ricos y materialistas de este viejo mundo que está pereciendo! ¿Por qué tratar de imitar a los vecinos ostentosos y seguir su ejemplo cuando no queremos ir adonde ellos van? En lugar de eso, trate de imitar y seguir los buenos ejemplos, porque queremos ir adonde ellos van y estar con ellos en el nuevo mundo de justicia.—1 Ped. 2:21; 1 Cor. 11:1; Fili. 3:17; Sant. 5:10, NM.

Si he puesto el oro por mi esperanza, y al oro fino he dicho: ¡Tú eres mi confianza! esto también fuera una iniquidad que hubieran de castigar los jueces, porque yo hubiera renegado de Dios que está allá arriba.—Job 31:24, 28.

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