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  • Siguiendo tras mi propósito en la vida
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1957
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1957
w57 15/11 págs. 681-683

Siguiendo tras mi propósito en la vida

Según lo relató Doris Monroe

TUVE dos experiencias significativas en mi desarrollo espiritual antes de escoger por fin el precursorado como carrera para toda la vida. La primera constó del tener parte en llevar la verdad a una anterior compañera escolar de mi hermana. Aunque se le presentó oposición en su casa, ella comenzó a asistir a las reuniones con nosotras. Al ayudarla a ella en realidad estábamos fortaleciendo nuestra propia fe.

La segunda experiencia: Más o menos a este tiempo se enviaron precursores especiales a nuestro barrio, cerca de Chicago. Se celebraban reuniones en un hogar y se dió principio a la obra vespertina con los folletos. ¡Qué conmovedor fué para nosotras llevar a nuestra primera publicadora en el servicio! A pesar de lo muy limitado que era el entrenamiento en ese tiempo, ella siguió, luego se bautizó y ahora había llegado a ser nuestra hermana espiritual. Esto fué el principio de una amistad estrecha que resultó en nuestro compartimiento de diez años en el precursorado, graduación de Galaad y servicio en un país extranjero.

Cuando se fueron los precursores especiales empecé mi primer estudio con una señora de edad madura. Ella había recibido solamente dos años de educación primaria. Le era difícil a ella aprender, pero pronto comenzó a asistir a las reuniones; y luego una tarde cuando nos reunimos para la obra de trabajar en las calles con las revistas ella vino también, habiendo oído el anuncio y estando deseosa de participar.

Parecía que las frecuentes cartas de la Sociedad pidiendo más precursores estaban dirigidas a nosotras. Aunque había obstáculos en nuestro camino, éstos parecían desvanecerse a medida que reflexionábamos acerca de los privilegios de servicio de que habíamos disfrutado; de modo que en el verano de 1943 tres de nosotras decidimos emprender el precursorado el 1 de enero de 1944. Ese primer año pasó volando. Ese verano tuvimos el gozo de asistir a nuestra primera asamblea en calidad de precursoras en Búffalo. En diciembre recibimos una carta de la Sociedad invitándonos a ser precursoras especiales. Aceptamos, y por fin llegó nuestra asignación; habíamos de reemplazar a un matrimonio que desde Wáshington, Iowa, estaba siendo llamado a Galaad. Después de haber vivido en Chicago, este pueblo de 5,000 habitantes en Iowa nos parecía terriblemente pequeño; el contraste era abrumador. Eso fué en marzo de 1945. Llegamos en medio de una lluvia prodigiosa; no teníamos el nombre de ninguna persona de buena voluntad ni lugar alguno adonde ir excepto a un hotel. Pero el día siguiente el sol brilló y antes del anochecer habíamos encontrado un lugar donde vivir. De manera que por fin estuvimos listas para comenzar nuestra primera asignación especial.

No, no formamos una congregación ni encontramos muchas personas interesadas. Ya habían trabajado allí otros precursores especiales sin mucho éxito. Pero como dos meses antes que el matrimonio partiera para Galaad la pareja había visitado a una señora y le había dejado un folleto. Ella había entrado en la verdad y ahora nos acompañaba de puerta en puerta y estudiaba La Atalaya con nosotras los domingos. Aunque no teníamos una congregación tratábamos de cumplir con el programa de una congregación y creció en nosotras la apreciación de la parte esencial que desempeña éste en la vida de uno como cristiano.

En agosto de 1945 nos trasladamos a un territorio más grande, Ottumwa, Iowa. En esta ciudad de 40,000 nos fué grato volver a asociarnos con una congregación. Un mes después de llegar allí la hermana de Wáshington nos escribió diciéndonos que una persona de buena voluntad dejada a su cuidado ya estaba en la verdad. Apenas podíamos creerlo, pero unas cuantas semanas después las dos vinieron para pasar el día con nosotras en el servicio en Ottumwa.

Ya se acercaban nuestros días de Galaad—la octava clase, que había de empezar después de la asamblea de 1946 que se celebró en Cléveland, a la cual asamblea asistimos. ¡Qué emocionante fué ser miembro de esta primera clase internacional—oímos tanto acerca de la India, África, Finlandia, Irlanda y otras tierras! Una noche cuando se estaban relatando experiencias un hermano finlandés nos contó de un hermano que realmente se había enfrentado a un pelotón de fusilamiento en un campo de prisión. Entonces señaló al hermano, un condiscípulo nuestro. Otro gran momento fué la noche en que los hermanos extranjeros recibieron sus asignaciones a la China, África, las Filipinas, las islas Viti, Malta—lo cual es mencionar sólo unos cuantos de los lugares hacia donde pronto estarían de viaje. Todos estaban hablando a la misma vez; los corredores resonaban de risa. Los demás anhelábamos recibir nuestras asignaciones también. Por fin llegó el día de la graduación, y todos nos fuimos, preguntándonos cuándo volveríamos a encontrarnos.

Nuestro grupo de tres ya había aumentado; cuatro fuimos asignadas a trabajar con una congregación de la ciudad de Nueva York. Los meses siguientes pasaron rápidamente, sirviendo de evento sobresaliente en ellos un viaje a través del continente en agosto a la asamblea de Los Ángeles. Apenas habíamos reasumido el trabajo en Nueva York cuando se nos llamó a Filadelfia para servir dos meses en preparativos para una asamblea. Mientras estábamos allí recibimos nuestra asignación al extranjero. Agitadamente rompimos el sobre mientras una del grupo comentaba que probablemente iríamos a Chile—ya que era un país tan lejano. A buen seguro, ¡Chile era!

Zarpando de Nueva York, diecisiete días más tarde llegamos a Valparaíso, nuestra primera asignación. Esta ciudad extraordinaria, la segunda de Chile en cuanto a tamaño, está construída sobre cuarenta cerros, cada uno con su nombre. Cuando llegamos había una congregación, muy pequeña. A menudo sólo asistía una persona además de los misioneros. Durante el primer año nuestro gran problema fué el idioma. Al presentar nuestro breve testimonio que teníamos preparado y luego pausar, el amo de casa solía comenzar a hablar a lo que nos parecía una velocidad tremenda, usando palabras que parecían tener millas de largo. Pero poco a poco comenzamos a distinguir las palabras y usarlas nosotras mismas. Todos tuvieron maravillosa paciencia con nosotras. A menudo me preguntaba cómo podían contener la risa ante algunos de los errores divertidos que cometíamos con el idioma; no obstante, con cara seria nos corregían. Meses después se reían con nosotras al contarnos que casi no nos habían entendido cosa alguna de lo que les habíamos dicho al principio. Sí, algunas personas a quienes visitamos ese primer año ahora son publicadores.

La visita del hermano Knorr a Chile en marzo de 1949 y la maravillosa asamblea que celebramos en Santiago en esa ocasión, con un número máximo de 450 concurrentes, son recuerdos encantadores. Cinco años más tarde cuando él vino tuvimos más de mil concurrentes. Cuando nosotras vinimos a Chile el promedio de publicadores era de 200. Este año pasamos la marca de 1,200. A veces el progreso parece lento cuando lo contemplamos de un día a otro, pero al mirar atrás a los años los resultados nos inspiran.

En enero de 1950 se nos asignó a la capital de Chile, Santiago. Seis meses más tarde dieciséis de nosotros estábamos en camino a la asamblea que se había de celebrar en el estadio Yanqui. Indescriptiblemente emocionados por el privilegio de estar allí y recibir nuevos instrumentos para usarlos en el servicio, al volver nos pusimos a trabajar con renovado celo. Durante los tres años subsiguientes nuestra congregación siguió creciendo. Fué alentador ver que muchos publicadores estaban logrando la madurez. Pero había desilusiones, también, cuando algunas personas estudiaban por un tiempo y luego dejaban de estudiar. Muchas personas no le tienen suficiente amor a la verdad como para cambiar su vida personal, y siempre existe la tendencia inherente de adoptar un proceder fácil a través de la vida. Pero a pesar de esto hay personas que dejan que la verdad llegue a ser la primera cosa en su vida. El tener parte en ayudar a personas como éstas es un privilegio feliz.

El estadio Yanqui en 1953—sí, fuimos por avión fletado. Un evento de la asamblea que les fué sobresaliente a todos los delegados chilenos fué la graduación del primer misionero procedente de Chile. Una misionera lo había encontrado e interesado en la verdad durante los primeros meses que ella estuvo en Chile. También derivamos gozo en el estadio Yanqui al poder hablar con nuestros compañeros de clase que servían en diferentes partes del mundo, y oír cómo marchaba la obra; y se veía fácilmente que cada uno consideraba que su asignación era la mejor. Todos estábamos de acuerdo en que no quisiéramos volver a nuestra primera asignación de precursor.

Al volver a Chile hice una revisita a una subscriptora a La Atalaya. Me dijo que había estado prestando las revistas a una amiga que tenía interés. Al visitar a aquella amiga, descubrí que ella había embebido mucho de la verdad. Comenzamos un estudio y después de unos pocos meses ella me acompañó en el servicio y se bautizó en la siguiente asamblea. Otra estudiante que había comenzado a salir conmigo de puerta en puerta me pidió que la acompañara al hogar de una amiga a la cual ella había dado el testimonio. Colocamos una colección de tres libros y una Biblia y obtuvimos una suscripción a La Atalaya en la primera visita, y la semana siguiente comenzamos un estudio. Ahora ella está lista para acompañarnos en el servicio.

El servicio del Reino es la única actividad que vale la pena. Hace felices y consuela a las personas de buena voluntad, y no solamente a ellas, sino a nosotros también. Recientemente se me hizo ver esto enérgicamente cuando mi hermana, con la cual yo había compartido diez años en el precursorado, murió repentinamente, sólo unos pocos meses después de haberse ido a África para casarse con un misionero y seguir en el servicio de tiempo cabal allá. Verdaderamente, nada me sostuvo durante esos días como el tener mis días llenos de actividad en el servicio, siguiendo tras mi propósito en la vida, llevando a las ovejas las nuevas acerca de un glorioso nuevo mundo entrante. Al contemplar los doce años que he dedicado al precursorado hallo que han sido, en realidad, los años más ricos de mi vida. Gozosamente miro hacia adelante, a los privilegios de los próximos doce, así como al sinnúmero de otros que vendrán después de ésos.

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