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  • ¿Se reconoce la predicación al aire libre?
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1958
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1958
w58 1/3 págs. 133-138

¿Se reconoce la predicación al aire libre?

La predicación en catedrales y edificios eclesiásticos por mucho tiempo ha disfrutado de reconocimiento y de una posición honorable y privilegiada. ¿Qué puede decirse de la predicación al aire libre?

LOS que visitan a Londres a menudo quedan impresionados por el uso frecuente de la predicación al aire libre. A menudo ven a un clérigo, tal vez en el patio del frente de alguna iglesia, predicando al aire libre a una muchedumbre que está de pie en el césped o en la acera. En los Estados Unidos de América y en otras partes la actividad de los predicadores del Ejército de Salvación en las esquinas de las calles es bien conocida. Algunos amos de casa han tenido la experiencia de recibir en sus puertas a misioneros o ministros mormones. Y ¿quién no ha sido visitado por los testigos de Jehová al ir éstos de casa en casa predicando las buenas nuevas del reino de Dios? A medida que aumenta en su alcance y uso la predicación al aire libre, surge una pregunta interesante.

¿Se reconoce la predicación al aire libre? Al decir eso queremos decir: ¿Qué revela respecto a esta forma de predicación un examen de ella en cuanto a estos cuatro puntos vitales que enumeramos a continuación? (1) ¿Obtuvo reconocimiento en registros históricos y quedó probada eficaz? (2) ¿Qué necesidad hay de ella en este día y época cuando las iglesias rara vez están lejos de persona alguna? (3) ¿Es reconocida legalmente por agencias gubernamentales y tribunales de justicia? Y (4) a la luz de la Palabra de Dios, la Biblia, ¿qué posición ocupa la predicación al aire libre?

Una opinión común, moderna, respecto a la predicación al aire libre es que es algo raro. Si uno sondea en la historia, sin embargo, cambia de opinión respecto a la supuesta novedad de ella. “La predicación al aire libre no es ‘método nuevo,’” escribió Edwin Hállock Byington en Open-Air Preaching. “Era el modo original de extender entre los hombres la voluntad revelada de Dios. No sólo es ‘tan antigua como la predicación misma,’ sino que durante siglos era la única clase de predicación. ‘Tenemos plena libertad para creer,’ dice Spurgeon, ‘que Enoc, el séptimo desde Adán, cuando profetizó, no pidió mejor púlpito que una ladera, y que Noé fué un predicador de justicia dispuesto a razonar con sus contemporáneos en el astillero.’”1

USO DURANTE EDAD MEDIA Y REFORMA

A medida que el estudiante de la historia sondea más profundamente en la predicación al aire libre pronto se da cuenta de que éste fué un método muy usado durante la Edad Media. El historiador Byington llama atención al hecho de que San Francisco de la Iglesia católica romana comenzó su obra misionera predicando en las calles de Asís. “Acerca de Santo Domingo,” escribió Byington, “se dice que él predicaba a cualquier persona que encontraba . . . por el camino.2

Aquel “Lucero de la Reforma,” el teólogo inglés Juan Wiclef, manifestó gran interés en la predicación al aire libre. El atrajo a muchos hombres sinceros de su tiempo, los entrenó como predicadores y los envió a predicar el evangelio. Acerca de los ministros de Wiclef el profesor Lechler dice: “Viajaban de aldea en aldea, de pueblo en pueblo, y de condado en condado, sin parar ni descansar, predicando, enseñando, amonestando, dondequiera que hallaban oídos atentos, a veces en iglesias o capillas; a veces en los patios de las iglesias cuando hallaban las iglesias mismas cerradas; y a veces en las calles públicas y en los mercados.”3

Otra autoridad escribe acerca de ellos: “Vestidos de hábitos de sencillez peculiar, y sin ninguna licencia de parte de los jueces ordinarios locales, acostumbraban predicar su doctrina abiertamente, no sólo en las iglesias y sus patios, sino también en medio de los mercados y exposiciones, y en realidad, en todo lugar en que se hallaran congregadas las multitudes.”’4

Durante la Reforma misma la predicación al aire libre llegó a usarse extensamente. En la obra Open-Air Preaching se nos dice que Martín Lutero tuvo un auditorio de 25,000 en la plaza de mercado de Zwickau. Otro que usó para predicar los centros de compras de los pueblos fué Juan Hus. Por toda Europa durante la Reforma hubo predicación por misioneros al lado de las carreteras. ¡Cuán eficaz debe haber sido toda esta predicación al aire libre! Para contrarrestar el efecto de la predicación al aire libre por los protestantes la Iglesia católica llevó a cabo su propia predicación al aire libre. “Roma envió sus propios predicadores al aire libre,” escribió Byington, “los cuales vencieron la influencia de aquéllos por medio de oponerse a ellos delante del pueblo en la calle y en el mercado. . . . Allí estuvo Roberto, fundador de la Orden cisterciense de monjes, que recibió del papa Urbano II permiso para predicar dondequiera. Mientras viajaba de pueblo en pueblo y de provincia en provincia, no consideró que su permiso estuviera limitado a las iglesias, y predicó en las carreteras y en los bosques.”5

¿Y los jesuitas? Ellos conocían la ventaja de la predicación al aire libre. Escribió un historiador: “Sus miembros eran una especie de monjes de campaña, listos para ser predicadores, maestros, misioneros, traficantes, exploradores o políticos. La orden usaba cualquier medio para ganarse, y todo método para gobernar, tanto a naciones como a iglesias.”6

Después de la Reforma los protestantes no se olvidaron del valor de la predicación al aire libre. El fundador de la Iglesia metodista, Juan Wesley, fué un activo predicador al aire libre. El predicaba en los parques y en las calles. De hecho, consideraba el mundo como su parroquia.7 Con el tiempo Wesley organizó un cuerpo grande de predicadores, tanto para la localidad como ambulantes. Predicaban al aire libre, en hogares particulares y dondequiera que podían hallar un auditorio. Un historiador dice acerca de ellos: “El país fué dividido en circuitos, en los cuales los predicadores seguían cierta ruta, cada uno por un tiempo determinado. En 1765 había veinticinco circuitos en Inglaterra, dos en Gales, cuatro en Escocia, y ocho en Irlanda, y los números aumentaron rápidamente en medio de no poca persecución. Los motines no eran escasos, y la vida de Wesley a menudo estuvo en peligro.”8

No solamente los metodistas, sino también, según nos dice el folleto Preaching in the Open Air, las iglesias bautista, presbiteriana, episcopal y otras desde tiempo inmemorial han empleado la predicación en las calles y parques.9

¡Qué testimonio histórico hay, entonces, a favor del uso y eficacia, comprobados a través del tiempo, de la predicación al aire libre! Y sin embargo, muchas personas han pensado que es algo nuevo.

¿QUÉ NECESIDAD DE ELLA HOY?

Concédase que la predicación al aire libre ha demostrado su eficacia como medio de dirigir la gente a la religión, pero ¿qué necesidad hay de que se use en la actualidad cuando no muy lejos de la vista de cualquiera en la cristiandad está el campanario de alguna iglesia? Y ¿qué falta hace ya que, en los Estados Unidos por lo menos, no caben más personas en las iglesias? Esto provoca algunas preguntas penetrantes.

¿Por qué será que los ministros y sacerdotes de religiones ortodoxas han recurrido a juegos de bingo, bazares y otras funciones no espirituales? ¿Por qué será que los ministros están tan ansiosos de lograr que venga a su pueblo una cruzada de Billy Graham? ¿Por qué habrá dicho Billy Graham, al dar comienzo a su cruzada en Nueva York, que ciertos “ministros han sido desalentados y frustrados. . . . Al hablar con muchos de ellos hallamos casi un sentimiento de desesperación. Ministros que no podían convenir con nosotros teológicamente . . . están dispuestos a cooperar sencillamente porque no parece haber ninguna otra cosa a la vista”?10

¿Por qué será que más de la mitad de los 8,000,000 de habitantes de Nueva York—o sea el 54.9 por ciento—no está afiliada a ninguna religión? ¿Por qué declaró un encumbrado oficial metodista que el indoísmo, el budismo y el islamismo consideran que América es un blanco fértil para obra evangelista? ¿Por qué dice esto el reciente libro The New Ordeal of Christianity: “El hecho más notable acerca de las iglesias protestantes en Inglaterra hoy . . . es lo vacío que están casi todas ellas. . . . La situación es aun más lúgubre, si posible es eso, en Escocia que en Inglaterra. Y en Escandinavia es espantosa”?11

¿Por qué declaró el historiador Arnold Toynbee: “Hay un vacío espiritual en el mundo”?12 ¿Por qué, al escribir en el periódico Catholic Herald Citizen, instó el sacerdote Juan O’Brien a “todo católico, clerical o lego” a dedicar “por lo menos una hora cada semana a ir de ‘casa en casa’”?13 ¿Y por qué escribió Marcus Bach en The Christian Century acerca de los testigos de Jehová: “¿Qué debería ser nuestro consejo a los que insisten en que ‘alguien debería hacerlos desistir’? . . . Sólo hay una respuesta: Los testigos de Jehová no constituyen una amenaza, sino un desafío que pide una vez más a la iglesia tradicional que—¡testifique!”?14

Ahora la respuesta es obvia: ¡Millones de personas no han sido atraídos a la religión! No han ido a los edificios religiosos tradicionales, y los líderes eclesiásticos ven que hace falta algún método diferente a la predicación convencional en las iglesias para atraerles a la religión. Describiendo aptamente el estado de las cosas, J. Benson Hamilton escribe: “Por razones que no necesitan ninguna explicación una clase grande de entre nuestro pueblo tiene cierto prejuicio contra nuestras iglesias. No quiere asistir a servicios divinos en ellas sea cual fuere el atractivo. A éstos hay que predicarles el evangelio al lado del camino, en la esquina de la calle, a la orilla del mar, en la montaña, en el bosque.”15

¡Qué apremiante necesidad hay, entonces, de que el medio más eficaz de alcanzar a la gente se ponga en uso hoy día! La falta que hace lo que hombres eclesiásticos han llamado “cristianismo agresivo” es aun más aguda ahora que cuando el Dr. Juan W. Kennion, destacado predicador de las calles de Nueva York, informó al alcalde de la ciudad de Nueva York lo siguiente: “He estado ocupado en alzar a Cristo en las calles de nuestra Ciudad . . . y durante este tiempo el público en general ha admitido casi unánimamente lo necesario, útil y valioso de éste como el modo que mejor se adapta a satisfacer las necesidades de las ‘masas’ que están sin el glorioso Evangelio de Jesucristo, y que no están en circunstancias de asistir a aquellos lugares donde se oye regularmente el sonido de la trompeta de la salvación. Estos servicios en las calles alcanzan a esa clase de personas del substrato de su comunidad a las cuales ninguno de nuestros misioneros, juntas o asociaciones se acerca ni alcanza.”16

Sí, sea que la predicación al aire libre se haga en las calles, en los parques o de casa en casa, se reconoce lo necesario que es este método eficaz. “Es la manera más fácil y más eficaz de adelantar el cristianismo en territorio nuevo,” escribió E. H. Byington. “Sin ella la obra misional sería descabalada, y todo progreso sería lento e incierto. Siempre ha sido el método más rápido de alcanzar a los que están fuera de la influencia de la Iglesia.”17

RECONOCIDA LEGAL Y JUDICIALMENTE

Algo tan vital como la predicación al aire libre merece reconocimiento legal. Eso lo tiene. De los muchos casos en que se ha extendido reconocimiento legal a los que predican al aire libre, en pocos se ha expresado tan vigorosamente como lo expresó el sistema de servicio selectivo de los Estados Unidos:

“El concepto común acerca del ‘predicar y enseñar’ es que tiene que ser oral y desde el púlpito o la plataforma. Eso no constituye la prueba. La predicación y enseñanza no tienen limitaciones ni de ubicación ni vocales. El método de transmisión de conocimiento no determina su valor ni afecta su propósito o meta. Uno puede predicar o enseñar desde el púlpito, desde la vereda, en los campos o en los frontispicios residenciales. Puede gritar su mensaje ‘desde los terrados’ o escribirlo ‘sobre tabletas de piedra.’ Puede pronunciar su ‘sermón en el monte’. . . . Puede transitar las calles en conversación diaria con los que estén en su derredor contándoles acerca de los ideales que son el fundamento de su convicción religiosa, o puede transmitir su mensaje en la página impresa, pero de todos modos es el ministro de religión si ha adoptado dicho método como el medio eficaz de inculcar en la mente y corazón de los hombres los principios de la religión.”18

Ese es un punto de vista sensato y lógico respecto a la predicación al aire libre. ¡Qué irrazonable sería el que no fuera así! ¿Cuántos de nosotros podríamos imaginarnos a Cristo Jesús limitando la predicación a determinados lugares? ¿Pronunció Cristo el más famoso sermón de todo tiempo en una catedral o edificio religioso? ¡No! Él predicó el sermón en el monte, al aire libre, por supuesto.

¿No dijo Cristo Jesús: “¡Mira! yo estoy a la puerta y llamo”?19 Pero hoy día pocos, si acaso algunos, de entre el clero ortodoxo predican de puerta en puerta. ¡Con razón existe tan aguda necesidad de que haya ministros que prediquen de casa en casa!

Es afortunado para el pueblo el que jueces de altos tribunales hayan extendido reconocimiento judicial al ministro que predica de casa en casa. En una decisión sobresaliente en 1943 la Corte Suprema de los Estados Unidos dijo en su opinión de mayoría:

“Esta forma de actividad religiosa ocupa bajo la Primera Enmienda el mismo nivel elevado que ocupan la adoración en las Iglesias y la predicación desde los púlpitos. Tiene el mismo derecho a la protección que tienen los ejercicios más ortodoxos y convencionales de la religión. . . . Sólo sostenemos que la predicación de las creencias religiosas de uno o la predicación del Evangelio por medio de la distribución de literatura religiosa y por medio de visitaciones personales constituyen una clase de evangelismo tan antigua como el tiempo, la cual tiene tanto derecho a la protección constitucional como las clases más ortodoxas. . . . El mero hecho de que la literatura religiosa se ‘venda’ por predicadores ambulantes en vez de ser ‘donada’ no transforma el evangelismo en una empresa comercial. Si lo hiciera, entonces el pasar un platillo de colecta en la iglesia haría del servicio en la iglesia un proyecto comercial. . . . Podemos restaurar a su posición alta, constitucional, las libertades de evangelistas ambulantes que diseminan sus creencias religiosas y las doctrinas de su fe por medio de la distribución de literatura.20

EL RECONOCIMIENTO QUE CUENTA

Aun si la predicación al aire libre no tuviera el reconocimiento legal de parte de los hombres, lo que realmente cuenta en el análisis final es lo que la Palabra de Dios dice acerca de ella. El Fundador del cristianismo, según aprendemos mediante un estudio de la Biblia, usó todo método posible para esparcir las buenas nuevas del Reino. A veces predicaba en sinagogas; más a menudo estaba afuera al aire libre, porque él “iba alrededor a las aldeas en un circuito, enseñando.”21 Dondequiera que Cristo encontraba gente, allí era donde predicaba: “Cuando él vió las muchedumbres subió al monte; y después que se sentó sus discípulos vinieron a él; y abrió la boca y empezó a enseñarles.22

En otra ocasión, “habiendo salido Jesús de la casa, estaba sentado a la orilla del mar; y grandes muchedumbres se congregaron a él, de modo que entró en una barca y se sentó, y toda la muchedumbre estaba de pie en la ribera. Él entonces les habló muchas cosas.”23

Jesús envió a sus apóstoles y discípulos a predicar como él lo hacía. Acerca de Pablo leemos: “Empezó a razonar en la sinagoga con los judíos y la demás gente que adoraba a Dios y todos los días en el mercado con los que encontraba.”24 “Yo no me retraje de decirles cosa alguna que fuera de provecho ni de enseñarles públicamente y de casa en casa.”25 Y acerca de los apóstoles está escrito: “Todos los días en el templo y de casa en casa continuaban sin parar enseñando y declarando las buenas nuevas acerca del Cristo, Jesús.”26

Ya que se le extiende todo este reconocimiento autoritativo a la predicación al aire libre es verdaderamente extraño el que un número no pequeño de personas crea que la religión debería mantenerse encerrada—limitada a catedrales y edificios eclesiásticos. ¿Por qué debería limitarse la Palabra de Dios, cuando el Hijo de Dios dijo: “El hombre ha de vivir, no sólo de pan, sino de toda declaración que procede de la boca de Jehová”?27 El alimento espiritual es esencial. El alimento material lo es también, y alimento material se dispensa por todas partes, en almacenes, al aire libre, en mercados, en las esquinas de las calles y de casa en casa. ¿Debería dispensarse el alimento espiritual vital por medios menos eficaces, especialmente cuando estamos cara a cara con lo que un clérigo llamó un “vacío religioso en escala jamás vista antes”?28 Y ¿debería persona alguna, por más encumbrada que sea su posición en la vida, despreciar un método que disfruta de tan arrollador reconocimiento? Las palabras de A. F. Schauffler suministran la conclusión irresistible:

“Ahora bien, si este asunto de predicar al aire libre fuera algo nuevo o antibíblico bien pudiéramos pausar y pensarlo muy cuidadosamente antes de ensayarlo. Pero puesto que es ‘tan antiguo como los cerros’, y tiene abundante justificación bíblica, y la sanción personal de nuestro Señor, ¿qué posible razón hay para que alguien pause siquiera por un momento?

“Yo me imagino ver al apóstol Pablo en una reunión de ministros modernos . . . sus comentarios . . . ‘Cometí un gran error, y si tuviera que hacer mi obra de nuevo yo no predicaría desde los escalones de la Torre de Antonia, ni desde el cerro de Marte.’ ¡Nunca tal! Más bien me imagino que él pronunciaría algunas palabras vehementes acerca de la modorra de la Iglesia moderna al no valerse de toda oportunidad para dar a conocer el evangelio de nuestro bendito Señor. . . . Esto hago de todo corazón . . . recomendar la práctica a todo el que quiera obedecer los mandatos de su Señor, y ‘salir a los caminos y a los vallados y hacerlos entrar.’”29

[Referencias]

1 Open-Air Preaching, por Edwin Hallock Byington (Hartford, Connecticut, 1892: Seminario teológico de Hartford), pág. 9.

2 ib., pág. 30.

3 John Wyclif, por el profesor Lechler (Londres, 1878: Kegan Paul y Cía.), tomo 1, pág. 310.

4 Life o John Wycliffe, por Roberto Vaughan (Londres, 1881: Holdsworth y Vaughan), tomo II:, pág. 163.

5 Open-Air Preaching, págs. 29, 30.

6 History of the Christian Church, Blackburn (Nueva York, 1879: Cranston y Stowe).

7 Open-Air Preaching, pág. 71.

8 History of the Christian Church, pág. 629.

9 Preaching in the Open Air, un folleto por Jorge Carlos Smith (Londres, 1829: W. K. Wakefield), págs. 4, 9, 10, 12, 25-28.

10 The Nation, 11 de mayo de 1957.

11 The New Ordeal of Christianity, por Pablo Hutchinson (Nueva York, 1957: Association Press).

12 The Christian Century, 20 de febrero de 1957.

13 Catholic Herald Citizen, 5 de enero de 1957.

14 The Christian Century, 13 de febrero de 1957.

15 Empty Churches and How to Fill Them, por J. Benson Hamilton (Nueva York, 1879: Phillips y Hunt), pág. 64.

16 Report of Four Years’ Labor of Love and Deeds of Mercy, un folleto por el Dr. Juan W. Kennion (Brooklyn Job and Book Printing Department, 1880), pág. 3 de la introducción.

17 Open-Air Preaching, pág. 25.

18 Selective Service in Wartime, segundo informe del director del servicio selectivo, 1941-1942, págs. 239-241, bajo el encabezamiento “Problemas especiales de clasificación.”

19 Apo. 3:20.

20 Murdock v. Pennsylvania, 319 U.S. 105 (3 de mayo de 1943).

21 Mar. 6:6.

22 Mat. 5:1, 2.

23 Mat. 13:1-3.

24 Hech. 17:17.

25 Hech. 20:20.

26 Hech. 5:42.

27 Mat. 4:4.

28 Times de Nueva York del 21 de enero de 1957, ministro presbiteriano David H. C. Reed.

29 Open-Air Preaching, introducción del libro escrita por A. F. Schauffler.

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