¿Qué rescató Cristo?
¿Por qué es importante el rescate? ¿Quiénes sacan provecho de él?
DURANTE la década que empezó en 1930 el secuestro era crimen popular entre los socaliñeros. Les era una manera fácil de conseguir dinero. Solían tomar a una víctima y retenerla en demanda de un rescate estipulado que variaba según el valor monetario de la persona secuestrada o sus amigos. Cuando se pagaba la cantidad pedida era un rescate porque traía liberación a la víctima. La palabra “rescate” se define por el New International Dictionary de Webster, segunda edición, sin abreviar, como “el redimir o libertar a un cautivo por el pago de una consideración. . . . un pago que liberta de cautividad, de un castigo, o de una pérdida.”
No es necesario que el rescate sea dinero. Puede ser cualquier cosa de valor. Hasta puede ser hombres. En 1780 un tratado entre los franceses y los ingleses especificó que se podía rescatar a un vicealmirante francés o un almirante inglés con sesenta prisioneros de guerra. El rescate variaba según el rango del oficial.
Les hace falta un rescate a todos los miembros del género humano. Están en un estado de cautiverio como resultado de lo que aconteció hace mucho cuando dos personas eran los únicos habitantes humanos de la tierra, a saber, Adán y Eva. Esta primera pareja humana había sido creada perfecta y frente a ella tenía la vida eterna. Disfrutaban de libertad los dos y tenían la expectativa de una vida pacífica dedicada a sojuzgar la tierra y llenarla de humanos perfectos como ellos mismos. “Además, Dios los bendijo y Dios les dijo: ‘Sean fecundos y háganse muchos y llenen la tierra y sojúzguenla.’”—Gén. 1:28.
Era del todo justo que Dios requiriera que le obedecieran estas dos criaturas inteligentes suyas. Les dió la oportunidad de demostrar qué manera de proceder escogerían y les avisó de antemano lo que pasaría si desobedecían. (Gén. 2:16, 17) Pero a pesar de la advertencia ellos desobedientemente comieron del árbol de cuyo fruto se les había dicho que no comiesen. Puesto que el pecado significa desobediencia a la ley de Dios o transgresión de su voluntad, puede decirse que Adán y Eva pecaron.
Debido a que ellos desatendieron la advertencia y transgredieron la voluntad expresa de Dios llegaron a estar cautivos al pecado y su maldición de muerte. No había manera de que se libraran, y eso quiso decir que sus hijos nacerían en el mismo estado de cautiverio en que ellos se hallaban. La situación podría compararse a la de un matrimonio que estuviera en esclavitud. Los hijos que les nacieran no nacerían libres, sino heredarían la condición de esclavitud de sus padres. Este ha sido el caso con todos los descendientes de Adán y Eva. “Por eso es que, así como por medio de un solo hombre el pecado entró en el mundo y la muerte por medio del pecado, y así la muerte se extendió a todos los hombres porque todos habían pecado.”—Rom. 5:12.
Todo el género humano ha heredado de Adán el pecado y la maldición de la muerte porque su fuerza vital provino de él por medio de la procreación. Se les transmitió su pecado a todos así como algunas enfermedades pueden ser transmitidas de los padres a los hijos.
CÓMO RECOBRAR LO QUE SE PERDIÓ
Por medio de su acto de desobediencia Adán y Eva perdieron la vida humana perfecta. Ya no eran perfectos a los ojos de Dios; y a medida que pasara el tiempo, la imperfección transmitida por ellos se manifestaría más y más en las funciones corporales de sus descendientes. También perdieron el derecho de vivir en el paraíso del Edén y de participar de sus frutos abundantes. Además de esto perdieron la expectativa de vivir indefinidamente, de poblar la tierra de humanos perfectos, y de sojuzgar la tierra por medio de transformarla en un jardín grande, pacífico. Por grandes que fueran estas pérdidas hubo otra aun mayor, y ésa fué la pérdida del privilegio de ser considerados justos a la vista de Dios.
Estaba más allá del poder del género humano el redimir o reconquistar lo perdido. No le era posible librarse del cautiverio al pecado y la muerte mediante sus propios esfuerzos. Lo que le hacía falta era un rescate que efectuara una liberación, pero éste tendría que venir de una fuente externa. Ningún descendiente de Adán podía proveerlo. “Ni uno solo de ellos puede de manera alguna redimir siquiera a un hermano, ni dar a Dios un rescate por él.”—Sal. 49:7.
El rescate que se necesitaba para libertar al hombre tenía que ser igual a Adán en valor. Puesto que fué un hombre perfecto el que hizo que la humanidad perdiera la vida, se necesitaba una vida humana perfecta para redimirla. Ningún descendiente de Adán era igual a él en su perfección, y por lo tanto ninguno podía ser el rescate necesario. El valor de la vida animal tampoco era de valor suficiente. Los animales que los israelitas sacrificaban a lo más sólo podían prefigurar el sacrificio humano perfecto que podría rescatar a la humanidad.
El derramar la sangre de animales en esos sacrificios señaló a otro hecho, a saber, que tiene que derramarse sangre para que el hombre pueda ser libertado de los efectos del pecado de Adán. Esto se debe a que la vida de la criatura está en la sangre. En Hebreos 9:22 está escrito: “Sí, casi todas las cosas se limpian con sangre de acuerdo con la Ley, y a menos que se derrame sangre, ningún perdón se efectúa.” Así que la vida de un hombre perfecto, según se representa por su sangre, tiene que derramarse para redimir lo que Adán perdió.
CÓMO SE LE PROVEYÓ EL RESCATE AL HOMBRE
Sólo Jehová Dios podía proveer un rescate adecuado para los descendientes de Adán. Sólo él podía hacer que existiera un humano cuya fuerza vital no proviniera de Adán. Esto se logró por medio de transferir la fuerza vital de un hijo espiritual suyo a la matriz de María. Por medio del proceso normal de nacimiento nació entonces un humano cuya vida no provino de Adán por medio de la procreación. Debido a que no provino de él, Cristo era perfecto y libre del pecado que viene por herencia. Él no estaba en cautividad al pecado y la muerte.
Debido al hecho de que vino al mundo de esta manera Cristo era un hombre que tenía todos los derechos de vida humana que le pertenecían a Adán antes de pecar. Era el equivalente de Adán y por lo tanto un rescate adecuado para la humanidad. Si hubiera sido una encarnación, un espíritu revestido de carne, no habría sido el equivalente de Adán. Como tal él no podría tener derechos de vida humana y no podría rescatar a la humanidad. Solamente por medio de ceder la vida espiritual y venir a ser humano por medio del proceso de nacimiento podía él tener derecho a esos privilegios. “Se despojó a sí mismo y tomó la forma de un esclavo y vino a estar en la semejanza de los hombres.” (Fili. 2:7) Puesto que no era una encarnación, él fué “como sus ‘hermanos’ en todo respecto.”—Heb. 2:17.
Cristo no tuvo que entregar a fuerza su vida humana y los derechos concomitantes para rescatar a los descendientes de Adán. Lo hizo voluntariamente. Fué un acto de amor de su parte. “Así como el Hijo del hombre vino, no para ser servido, sino para servir y para dar su alma como rescate en cambio por muchos.”—Mat. 20:28.
El tercer día después que Cristo murió en el madero fué resucitado como criatura espiritual con derechos de vida celestial. Pedro testificó de esto cuando dijo: “Si, hasta Cristo murió una vez para todo tiempo concerniente a pecados, una persona justa por las injustas, para poder guiarlos a Dios, habiendo sido muerto en la carne, pero hecho vivo en el espíritu.” (1 Ped. 3:18) Como espíritu él podía presentar delante de Dios el valor de su vida humana sacrificada como precio de rescate para libertar a los descendientes de Adán.
Pero este rescate no trae una liberación general a todos los humanos. Las personas que persisten en seguir el proceder de Adán de desobediencia a Dios no sacarán provecho del rescate. El propósito era que beneficiara a los que no siguieran ese mal proceder; a personas que fueran obedientes y ejercieran fe. “Aquel que ejerce fe en el Hijo tiene vida eterna; aquel que desobedece al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios permanece sobre él.”—Juan 3:36; 1 Tim. 4:10.
¿Por qué debiera Dios ser Salvador para los que no ponen su esperanza en él y no son fieles? ¿Por qué debiera usarse la vida preciosa de su amado Hijo para traerles las cosas de valor que Adán perdió cuando ellos no son dignos de éstas? Jehová no dió a su Hijo como rescate para todo humano, sino más bien para los que ejercieran fe y fueran obedientes. Es a éstos que él deseaba salvar.
Un mundo compuesto exclusivamente de tales personas de entre toda clase de hombres es lo que Dios se propuso. Es a este justo nuevo mundo que él amó tanto que dió a su Hijo como sacrificio propiciatorio. Fué para todos los humanos obedientes que ejercen fe y que serían los habitantes de ese justo nuevo mundo que se pagó el rescate. “Porque Dios amó tanto al mundo que dió a su Hijo unigénito, para que todo aquel que ejerza fe en él no sea destruído sino tenga vida eterna.”—Juan 3:16.
Tales personas que ejercen fe serán limpiadas del pecado heredado de Adán mediante la sangre de Cristo, puesto que sólo ella puede limpiar del pecado. (1 Juan 1:7) Debido a que lo hace, ellas serán libradas del cautiverio al pecado y la muerte. Todo lo que Adán perdió será redimido para ellas de este modo. El un solo sacrificio de Cristo efectúa esto, y no hay necesidad de repetirlo. “Pero él ahora se ha manifestado una vez para todo tiempo en la consumación de los sistemas de cosas para apartar el pecado por medio del sacrificio de sí mismo.”—Heb. 9:26.
POR QUÉ HAY QUE TENER FE EN EL RESCATE
Si se le dice a un cautivo cómo puede ser rescatado pero él rehusa tener fe en el medio que podría librarlo y por lo tanto lo rechaza, continuará en su cautividad. Así sucede con la humanidad. Dios no aplica los beneficios del rescate de Cristo a nadie a la fuerza. La existencia del rescate ha sido proclamada al género humano, y le toca a cada individuo aceptarlo o rechazarlo. Es solamente por medio de aceptarlo y ejercer fe en él que uno experimentará la liberación del pecado y de su maldición de la muerte. “Pero la Escritura entregó todas las cosas juntas a la custodia del pecado, para que la promesa resultante de la fe hacia Jesucristo se diera a los que ejercen fe.”—Gál. 3:22.
Hay muchos llamados cristianos que rehusan ejercer fe en el sacrificio rescatador de Cristo. Rehusan ver valor propiciatorio alguno en su sangre derramada. Se parecen a aquellos a quienes Pedro se refirió cuando dijo: “No obstante, también llegaron a haber falsos profetas entre el pueblo, así como también habrá falsos maestros entre ustedes. Estos mismos introducirán calladamente sectas destructivas y hasta repudiarán al mismo dueño que los compró, trayendo sobre sí mismos destrucción acelerada.” (2 Ped. 2:1) Cristo compró a los cristianos mediante su vida humana perfecta, pero estas personas ya no lo reconocían como dueño. Cuando los hombres lo rechazan, él los rechaza. Ellos nunca recibirán las cosas que Adán perdió y que Cristo redimió.
A menos que una persona tenga conocimiento acerca del rescate y por qué es necesario no le es posible ejercer fe en él. Primero tiene que saber algo acerca de él, y esto requiere instrucción en las verdades de la Palabra de Dios. Las Escrituras explican claramente que Dios no estaba obligado a proveer un rescate para la humanidad. El hecho de que lo hiciera fué una expresión de bondad inmerecida hacia el hombre. Tienen que apreciar esto los que quieren ser libertados del pecado adámico.—Tito 3:4, 5.
Para que le resulte beneficioso el rescate es menester que uno reconozca su condición pecaminosa. No puede ignorarla voluntariamente e imaginarse libre del pecado, como algunos tratan de hacer. “Si hacemos la declaración: ‘No tenemos pecado,’ nos estamos engañando a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros.” (1 Juan 1:8) Uno tiene que conseguir conocimiento acertado, y al hacerlo tiene entonces una base para ejercer fe en el rescate y en el hecho de que Dios es “el galardonador de los que con sinceridad le buscan.”—Heb. 11:6.
CUÁNDO SE APLICARÁN EN GENERAL LOS BENEFICIOS DEL RESCATE
Dios ha ungido a Cristo Jesús para que sea Rey del justo mundo que él se propuso en el principio. Por medio de él y del Reino que él encabeza, el presente sistema inicuo de cosas será borrado de sobre la tierra. El entonces procederá a cumplir el propósito de su Padre hacia la tierra por medio de extender a los sobrevivientes de esa acción limpiadora los beneficios de su sacrificio rescatador. Esto dará principio a una restauración de la humanidad que proseguirá hasta que la humanidad recobre todo lo que Adán hizo que ésta perdiera.
Durante este período de mil años de restauración los muertos que son juzgados dignos de una resurrección serán levantados a la vida. Esto vaciará el sepulcro común de la humanidad y significará que la muerte que se debe al pecado de Adán perderá su aguijón. El pecado adámico ya no resultará en muerte para el hombre. Los beneficios del sacrificio rescatador de Cristo lo anularán. Entonces se cumplirá la profecía que dice: “Como el último enemigo, la muerte ha de ser destruída.”—1 Cor. 15:26.
Después de una prueba breve y final la humanidad obediente será justificada por Dios y una vez más será considerada justa a la vista de él. Entonces el don de la vida eterna le pertenecerá. El sacrificio rescatador de Cristo no sólo le habrá traído liberación del cautiverio al pecado y la muerte, sino que le habrá redimido todo lo que Adán perdió.
Pero para que alguien de hoy día esté entre los que vivirán para presenciar esto, es preciso que sea obediente a la voluntad de Dios. Tiene que ejercer fe en las promesas de Dios y en el valor del sacrificio rescatador de Cristo. Es sólo por medio de ejercer obediencia y fe ahora que estará vivo en ese entonces.