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  • ‘Sea exento del amor al dinero’
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1960
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1960
w60 1/10 págs. 581-584

‘Sea exento del amor al dinero’

No el dinero, sino el amor al dinero “es raíz de toda suerte de cosas perjudiciales.” ¿Cuáles son estas cosas perjudiciales?

EL Todopoderoso Dios sabe lo que el hombre necesita para ser feliz. En su Palabra, la Santa Biblia, él da mucho consejo que, si se toma a pecho, puede salvar a uno de una vida de ansiedad, preocupación, congoja y tragedia. Una de las fórmulas que se hallan en la Palabra de Dios para la felicidad es: ‘Sea exento del amor al dinero.’ ¡Cuán pocos de los que dicen ser cristianos entre la cristiandad hacen caso de este consejo! ¡Qué infelicidad podría evitarse al estar libre del amor al dinero! ¡Qué nube de aflicciones envuelve a aquellos cuya vida no es “exenta del amor al dinero”!—Heb. 13:5.

Diciéndonos por qué es vital que los cristianos sean exentos del amor al dinero, el apóstol Pablo escribe: “Los que se resuelven a ser ricos caen en la tentación y en un lazo y en muchos deseos insensatos y dañinos que hunden a los hombres en destrucción y ruina. Porque el amor al dinero es raíz de toda suerte de cosas perjudiciales, y esforzándose para lograr este amor algunos han sido desviados de la fe y se han acribillado con muchos dolores.” (1 Tim. 6:9, 10) El amador del dinero no tiene necesariamente que ser rico; de veras, puede estar entre aquellos millones de personas que tienen pocos o moderados medios pero que están resueltos a enriquecerse. Esta determinación a ser rico es un síntoma del amor al dinero. La persona deliberadamente encauza sus esfuerzos a amontonar dinero y riquezas.

Otro síntoma del amor al dinero es el no estar consciente de sus necesidades espirituales. El materialista centra su vida alrededor de sí mismo, de sus deseos y de sus cosas materiales. El cristiano, por otra parte, ha de centrar su vida alrededor de Jehová Dios, de Su Palabra, de Su voluntad, de Su ministerio, haciendo que cosas espirituales constituyan el centro de su existencia. De manera que el perjuicio fundamental que proviene del amor al dinero es que arruina la relación de uno para con Jehová. Veamos cómo sucede esto.

Ciertos requisitos están registrados en la Biblia para los cristianos. Son (1) el imitar a Dios, (2) el confiar en Dios, (3) el obedecer a Dios y (4) el amar a Dios. Los que padecen del amor al dinero hacen objeto de irrisión estos requisitos divinos.

IMITADORES DEL MUNDO

“Háganse imitadores de Dios,” es la voluntad divina. (Efe. 5:1) Pero el amor al dinero insidiosamente incita a uno a imitar a este mundo inicuo y sus caminos. En vez de imitar las cualidades de Dios—su lentitud para airarse, su longanimidad, su bondad amorosa, su misericordia, su generosidad, su fidelidad—el amador del dinero adopta maneras egoístas, codiciosas, crueles e inescrupulosas. La bondad y la generosidad estorban su ganancia de dinero, y por eso él sofoca tales cualidades benévolas; se obliga y se entrena a ser duro y empedernido, avezándose a toda clase de tratamiento despiadado que su amaño pueda ingeniar.

Así que el amor al dinero fácilmente puede introducir a uno en la costumbre perjudicial de decir mentiras. ¡Todo es lícito para ganar dinero! ¿Qué le importan las promesas al que ama el dinero? No significan nada; no son sino algo que quebrar cuando pueda ganarse más dinero. ¿Convenios? Cúmplalos cuando convenga; viólelos cuando monetariamente convenga—ésta es la regla de acción del amador del dinero.

Los amadores del dinero a menudo obtienen una superabundancia de dinero, pero, a pesar de esto, mentirán, engañarán y defraudarán aun a sus mejores amigos para conseguir más-resultando solamente en la adición de pesos más grandes a su ya fatigosa carga y amontonando sobre sí mismos el desprecio y odio de aquellos a quienes han defraudado.

A medida que el amador del dinero imita más y más a este mundo, quizás hasta se entregue al hurto y robo. Cuatro ladrones fueron arrestados recientemente después de haber robado 72,231 dólares de un banco en Massapequa, Long Island, Nueva York. Tres de los ladrones dijeron a la policía que se habían entregado al robo debido a estar endeudados, pero el cuarto ofreció otra explicación a la policía: “Claro que estaban endeudados, pero ¿quién no lo está?. . . Fue más bien una codicia de dinero que una necesidad.” (Journal-American de Nueva York del 10 de marzo de 1959) ¡Qué crímenes numerosos, qué hechos horrorosos, qué actos espantosos se cometen a causa de la codicia de dinero!

¿No entregó Judas Iscariote a su mejor amigo, el Señor Jesucristo, en manos de asesinos por treinta monedas de plata? Sí, y la Biblia dice acerca de este amador del dinero: “Era ladrón y tenía la alcancía y solía llevarse los dineros puestos en ella.” (Juan 12:6) ¡Qué fin más desastroso el que sobrecogió a Judas! ¡Qué diferente podría haber sido si su vida hubiese sido “exenta del amor al dinero”!

Supongamos que alguien se resuelve a hacerse rico de una manera escrupulosamente honrada. ¿Puede entonces escapar de caer en “la tentación y en un lazo y en muchos deseos insensatos y dañinos”? ¿Puede eludir el acribillarse “con muchos dolores”? ¿Puede librarse del mal de imitar a este mundo? Declara la Palabra inspirada de Dios: “El que está apresurándose a ganar riquezas no permanecerá inocente. El hombre de ojo envidioso se agita tras cosas de valor, pero no sabe que la necesidad misma le sobrevendrá.”—1 Tim. 6:9, 10; Pro. 28:20, 22.

Debido a que no está imitando a Jehová Dios y a su amado Hijo, el amador del dinero se agobia de preocupaciones, cuidados, distracciones y descontento. Nunca le basta. Una encuesta llevada a cabo por sociólogos entre gentes de distintos niveles de ingresos manifestó que los que ganaban 5,000 dólares al año querían 10,000 dólares y los que ganaban 10,000 dólares querían 20,000 dólares. Aun aquellos que poseían millones de dólares querían más millones. “Por regla general es verdad,” dijo el informe, “que mientras más dinero tenga uno, más quiere.” No hay ninguna satisfacción verdadera en las riquezas del amador del dinero ni en el orgullo que viene de poseerlas: “Un simple amante de la plata no se satisfará con plata, ni ningún amante de la riqueza con los ingresos. Esto también es vanidad.”—Ecl. 5:10.

El amador del dinero, seducido a emprender una multiplicidad de empleos, no tiene ni el tiempo ni el deseo de almacenar tesoros en el cielo. “Almacenen para ustedes tesoros en el cielo,” aconsejó Jesús. Pero el amador del dinero no imita a Jesús en este respecto; él imita a este mundo por medio de almacenar tesoros sobre la tierra, donde, dijo Jesús, ‘consumen la polilla y el moho, y donde ladrones entran y roban.’—Mat. 6:19, 20.

CONFIANDO EN RIQUEZAS

El cristiano ha de confiar en Dios y no cifrar su confianza en las riquezas inciertas. Pero uno que es cegado por el amor al dinero piensa que su vida depende de sus riquezas y posesiones. Mostrando lo perjudicial que es confiar en las riquezas, Jesús relató una ilustración: “El terreno de cierto hombre rico producía bien. En consecuencia, él comenzó a razonar entre sí, diciendo: ‘¿Qué haré, ahora que no tengo donde juntar mis cosechas?’ De modo que dijo: ‘Esto haré: derribaré mis graneros y edificaré unos mayores, y allí juntaré todo mi grano y todas mis cosas buenas, y le diré a mi alma: “Alma, tienes tú muchas cosas buenas almacenadas para muchos años; descansa, come, bebe, diviértete.”’ Pero Dios le dijo: ‘Persona irrazonable, esta noche están demandando el alma tuya. ¿Quién, pues, ha de tener las cosas que tú almacenaste?’ Así sucede con el hombre que atesora para sí pero no es rico para con Dios.”—Luc. 12:16-21.

¡Qué cosa horrible el morir sin ser rico para con Dios! Pero el amador del dinero muere, como el hombre en la ilustración de Jesús, habiendo almacenado tesoros solamente para sí mismo. Amonestando en contra de este proceder irrazonable, Jesús dijo: “Estén alerta y guárdense de toda clase de codicia, porque aun cuando una persona tenga en abundancia, su vida no resulta de las cosas que posee.”—Luc. 12:15.

¡Qué daño proviene de esta creencia de que la mismísima vida de uno resulta de las cosas que uno posee! ¿Qué sucede, entonces, si tal persona pierde, por algún desastre o adversidad, las posesiones en las cuales ha confiado? Pues, ¿qué sucedió, por ejemplo, en la quiebra de la bolsa de valores de Wall Street en 1929? Muchas personas que perdieron las riquezas en las cuales confiaban ya no pudieron soportar la vida. Un mozo de café del área de Wall Street, recién jubilado, le dijo a un periodista cómo afectó la quiebra de la bolsa de valores a los que habían confiado en sus riquezas: “Usted no puede imaginarse lo que fue. Entraban hombres que un día valían un millón de dólares y al día siguiente se arrojaban de la ventana.” El suicidio—sólo otra de las cosas perjudiciales engendradas por el amor al dinero. ¡Qué diferente es para los que confían en Dios! La persona que confía en Dios pudiera perder todas sus posesiones y no obstante jamás pensar en el suicidio; sea cual fuere su carga él no recurre al suicidio sino que sigue el consejo divino: “Echa tu carga sobre Jehová mismo, y él mismo te sustentará. Nunca permitirá que bambolee el justo.” Jehová, quien sostiene al universo entero, sostendrá al que confíe en él; pero el amador del dinero no puede decir: “En Jehová he confiado, para no tambalear.”—Sal. 55:22; 26:1.

IMPOSIBLE SERVIR A DOS AMOS

Luego tenemos los requisitos divinos de obedecer y amar a Jehová Dios. Pero el amor al dinero hace que uno se haga esclavo de las riquezas y dé su obediencia y servicio a este mundo. Por lo tanto, ¿qué monstruoso perjuicio se produce? ¡El de despreciar a Jehová Dios! ¿Cómo es eso? Porque el amador del dinero no puede obedecer y servir y amar a dos amos. Mostrando cuán absolutamente imposible es que uno sea esclavo de dos amos, Jesucristo dijo: “Nadie puede ser esclavo de dos señores; porque u odiará al uno y amará al otro, o se adherirá al uno y despreciará al otro. Ustedes no pueden ser esclavos de Dios y de las Riquezas.” (Mat. 6:24) No está sujeta a cambios esta regla divina, no hay excepciones; “nadie” puede servir, obedecer y amar a dos amos. Al apegarse a las Riquezas, haciendo de ellas su ídolo, su dios, el amador del dinero desprecia a Jehová.

Aunque a los ojos de este mundo quizás se considere que ha logrado éxito, en realidad, ¡qué fracaso colosal es el amador del dinero a los ojos de Dios! Lo que constituye tener verdadero éxito en la vida es el cumplir con lo que Jesucristo dijo era el más grande mandamiento de todos: “Tienes que amar a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente.” (Mat. 22:37) Pero el amador del dinero dedica toda su mente a la ganancia de dinero y con toda su alma trabaja hacia ese fin; y en su corazón ha asignado al dinero el lugar que sólo Dios debería ocupar.

Ya que tanto perjuicio proviene del amor al dinero, no sorprende el que se vistan de una forma exterior de piedad los amadores del dinero. ¡Resulta la hipocresía! Los fariseos del día de Jesús eran exteriormente religiosos, pero ¿cuál era la condición de su corazón? Después que Jesús les dijo que nadie puede ser esclavo de dos señores, los fariseos expusieron la verdadera condición de su corazón, como el registro bíblico muestra: “Ahora los fariseos, que eran amantes del dinero, estaban escuchando todas estas cosas, y empezaron a mofarse de él. Por consiguiente él les dijo: ‘Ustedes son aquellos que se declaran a sí mismos justos delante de los hombres, pero Dios conoce sus corazones.’” (Luc. 16:14, 15) Los fariseos trataban de servir a dos señores; amaban al dinero y por lo tanto era hipocresía su adoración de Jehová Dios. Algunos amadores del dinero hoy en día quizás engañen a los hombres, pero como Jesús mostró, Dios conoce sus corazones.

Verdad es que el amor al dinero es “raíz de toda suerte de cosas perjudiciales.” Hace que uno imite a este mundo, confíe en las riquezas y obedezca y ame a este mundo con sus riquezas. Esto es exactamente lo contrario de lo que Dios requiere. ¡Con razón tal perjuicio es desastroso, hundiendo a los hombres “en destrucción y ruina”!

¿Cómo puede uno resguardarse para no experimentar infelicidad y ruina? Por medio de seguir el consejo divino: “Que su manera de vivir sea exenta del amor al dinero, estando contentos con las cosas presentes. Puesto que él ha dicho: ‘De ninguna manera te dejaré ni te abandonaré.’” (Heb. 13:5) El apóstol Pablo da consejo parecido en 1 Timoteo 6:7, 8: “Nada hemos traído al mundo, ni tampoco podemos llevar cosa alguna. Teniendo pues alimento y con qué cubrirnos, estaremos contentos con estas cosas.”

Todos han entrado en este mundo con las manos vacías. Si entramos de esta manera, no tenemos la obligación de llevarnos cosa alguna al salir. Pero podemos enriquecer al mundo a pesar de haber comenzado manivacíos. ¿Cómo? No de maneras materiales; sino podemos enriquecer al mundo por medio de usar nuestros dones mentales para ayudar a otros a aprender las verdades de Dios y a ganar vida eterna en su justo nuevo mundo. Nadie puede comprar la vida en el nuevo mundo: “Los que están confiando en sus medios de manutención, y que continúan jactándose acerca de la abundancia de sus riquezas, ni uno solo de ellos puede de manera alguna redimir siquiera a un hermano, ni dar a Dios un rescate por él.”—Sal. 49:6, 7.

Por lo tanto, ¿para qué desperdiciar tiempo, esfuerzos y energía tratando de enriquecerse, yendo en pos de riquezas terrenales? Tales riquezas no hacen a uno rico a los ojos de Dios. La única manera de tener buen éxito verdadero es agradando a Dios por medio de hacer su voluntad. Entonces seremos ricos de veras; y, estando “contentos con las cosas presentes,” experimentaremos un sentimiento verdadero de riqueza y felicidad.

La sabiduría es para una protección igual que el dinero es para una protección; pero la ventaja del conocimiento es que la sabiduría misma conserva vivos a sus dueños.—Ecl. 7:12.

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