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  • José, fiel testigo de Jehová
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1961
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1961
w61 1/11 págs. 664-668

José, fiel testigo de Jehová

“TODA Escritura es inspirada por Dios y es benéfica para enseñar, para reprender, para rectificar las cosas, para disciplinar en justicia, para que el hombre de Dios sea enteramente competente, completamente equipado para toda buena obra.” Esto es cierto de la Palabra de Dios, no solamente debido a sus preceptos y mandamientos inspirados, sino también debido a sus registros inspirados de los tratos de Dios con sus siervos. Una buena ilustración de esto es el registro bíblico de José, uno de los doce hijos del patriarca Jacob. La vida de él es una de las más nobles registradas en cualquier lugar. Fue un fiel testigo de Jehová, trayéndole honor a su Dios tanto por habla como por conducta, estableciendo un ejemplo para todos los siervos de Jehová Dios hoy día.—2 Tim. 3:16,17.

José fue a la vez el undécimo hijo de Jacob y el primogénito de Raquel, la esposa favorita de Jacob. Fue ella quien lo llamó José, que significa “Aumentador.” Porque José fue un hijo de la vejez de Jacob, su padre lo amó especialmente. Uno de los modos por los cuales Jacob mostró el afecto que le tenía a José fue dándole una larga vestimenta rayada con mangas, como las que usaban únicamente las clases más pudientes. No se trataba de que Jacob permitiera que su aprecio por José lo malcriara. No, pues el registro que José trazó como fiel testigo de Jehová hace destacar que su padre verdaderamente lo crió “en la disciplina y consejo autoritativo de Jehová.”—Efe. 6:4.

Nuestra narración comienza en el año 1750 a. de J.C. En el poderoso y culto Egipto los hicsos o reyes pastores habían recientemente comenzado su dominio de unos dos siglos.a En la región que posteriormente llegó a conocerse como la Palestina moraban tanto los esparcidos cananeos paganos como Jacob el siervo de Jehová, juntamente con su casa numerosa. Se había establecido en el valle de Hebrón, donde cultivaba la tierra, aunque sus hijos, cuando pastaban sus rebaños, se alejaban tan lejos como hasta Dotán, ciento doce kilómetros al norte.

Para este tiempo José tenía diecisiete años y a veces acompañaba a sus hermanastros en su pastoreo. Ya había dado evidencias de su fidelidad informando una vez la perversidad de los cuatro hijos de las concubinas de Jacob para con su padre. Es muy probable que haya sido debido a esto que Jacob lo envió esta vez para ver si todo les iba bien a sus hijos y sus rebaños. Para el tiempo que José los encontró había recorrido todo el camino hasta Dotán.—Gén. 37:12-17.

Sus hermanastros, con ojos envidiosos, le vieron venir desde lejos. ¿No era éste el “querido de papá,” el que había recibido la prenda distintiva? Y para añadir insulto a injuria, ¿no había él—con libertad de palabra y sin temor alguno de desagradarles—contado que había soñado, una vez, que todas las gavillas de ellos se inclinaban ante su gavilla, y luego otra vez que aun el Sol, la Luna y once estrellas le hacían reverencias a él? ¡Este soñador! ¡Ya le ajustaremos las cuentas! ¡Mátenlo y a ver entonces en qué se transforman sus sueños!—Gén. 37:18-20.

Fue la intervención de Rubén y, posteriormente, la de Judá, ambos hijos de Lea, la esposa menos favorecida de Jacob, lo que impidió que José fuera muerto directamente o dejado para que se muriera en una cisterna vacía. En cambio, lo vendieron a una caravana que iba de paso para Egipto. Allí José fue vendido a un tal Potifar, un oficial de Faraón. Para cubrir su vil acción, los hermanastros de José empaparon su prenda distintiva en sangre y la enviaron a Jacob. Empedernidamente le permitieron llegar a la conclusión de que su hijo favorito José había sido muerto por una bestia salvaje.—Gén. 37:21-36.

EN LA CASA DE POTIFAR Y EN LA PRISIÓN

De modo muy especial mostró José ser un fiel testigo de Jehová mientras estuvo en la casa de Potifar y más adelante cuando estuvo en prisión. Lejos de ‘desanimarse en el día de angustia,’ se aplicó con tanta buena voluntad que, con la bendición de Jehová, Potifar le puso a cargo de toda su casa. Desde entonces Jehová bendijo todo lo que Potifar tenía. ¡Qué lección nos suministra de no permitir que circunstancias injustas nos impidan el dar lo mejor de nuestra parte, sino al contrario de siempre recordar que nuestras acciones acarrean ya honra, ya deshonra, a Jehová!—Pro. 24:10; Gén. 39:2-6.

Debido a que José se había desarrollado y era “de bella figura y de bella apariencia,” la mujer de Potifar se enamoró locamente de él. Diariamente lo importunaba desvergonzadamente, pero José le dijo: “Mire, mi amo . . . no ha retenido de mí absolutamente nada salvo a usted, porque usted es su esposa. De modo que, ¿cómo podría yo perpetrar esta gran iniquidad y realmente pecar contra Dios?” Una vez hasta intentó obligarlo, pero José huyó. No pudiendo seducirlo, acusó a José de haber tratado de violarla. Como resultado su esposo hizo arrojar a José en la prisión. El amor a Dios y el temor de desagradarle, juntamente con amor al prójimo, de igual modo nos ayudarán a nosotros a vencer la tentación.—Gén. 39:6-20.

La suerte de José empeoraba cada vez más, no obstante no se rebelaba ni desesperaba. En la prisión de igual modo mostró ser fiel testigo, y por lo tanto todo cuanto hacía “Jehová estaba haciendo que tuviera buen éxito.” Aquí también se le puso a cargo de todo. Cuando estaba por interpretar los sueños de dos de sus compañeros de prisión, el copero y el principal panadero de Faraón, José, el fiel testigo, dijo: “¿No pertenecen a Dios las interpretaciones?”—Gén. 39:23; 40:1-23.

Dos años transcurrieron. José tenía treinta años cuando un día Faraón tuvo un sueño en dos partes: Primero aparecieron siete vacas bien alimentadas pastando y luego siete vacas flacas que devoraron a las bien alimentadas. Seguidamente vio siete espigas cargadas de grano que fueron tragadas por siete espigas secas. Vanamente procuró Faraón una interpretación de sus magos y otros hombres sabios. Entonces el copero principal recordó que mientras estaba en la prisión José había interpretado correctamente su sueño y el del panadero principal. Inmediatamente Faraón envió por José. Nuevamente José como fiel testigo honró a su Dios ante este gobernante adorador del Sol: “¡No se me tiene que tomar en cuenta! Dios le anunciará bienestar a Faraón.”—Gén. 41:16.

COMO ADMINISTRADOR DE ALIMENTOS

Después de oír los sueños José dio su interpretación: Los dos sueños se refieren a la misma cosa, estableciendo de este modo firmemente el asunto; siete años de abundancia serán seguidos por siete años de hambre. José luego recomendó que un hombre prudente y sabio fuera hecho administrador de alimentos para dirigir la recolección de alimentos y grano en prevención de los años de hambre. Dijo Faraón a sus siervos: “¿Puede hallarse otro hombre como éste en quien está el espíritu de Dios?” El testimonio de José y también su porte—aprendió mucho como Superintendente de la casa de Potifar y de los prisioneros del rey—tanto impresionaron a Faraón que no solo hizo a José administrador de alimentos sino también su virrey, segundo solo a él mismo en todo Egipto. Además cambió el nombre de José a Zafenat-panea, que significa “Revelador de cosas ocultas,” y le dio a Asenat, la hija del sacerdote de On,b por esposa.—Gén. 41:17-46.

José demostró de inmediato que era un hábil administrador de alimentos. Hizo una gira cabal por Egipto e hizo arreglos para el almacenamiento de alimentos y granos. Con el transcurso del tiempo, la cantidad que almacenaron bajo la dirección de José llegó a ser tan grande que “finalmente desistieron de contarlo, porque era sin número.” Durante este tiempo también le nacieron dos hijos a José, Manasés, que significa “Haciendo olvidadizo” o “Uno que olvida,” y Efraín, que significa “Doblemente fructífero” o “Tierra de frutos.”—Gén. 41:49-52.

Vino entonces el hambre. No solamente los egipcios sino también todos los pueblos de toda la zona adyacente vinieron para obtener alimento de Faraón, que los dirigía a José. ¡Quiénes se presentaron un día ante José sino sus hermanastros! Sin embargo, no lo reconocieron. Fingiendo no reconocerlos, José los acusó de ser espías, y ellos al oír la acusación aseveraron que eran diez hermanos que habían dejado atrás en casa a su padre y a un hermano más joven, y que otro hermano ya no existía. Pero José insistió en que eran espías y los puso bajo custodia. Al tercer día les dijo: “Hagan esto y manténganse vivos. Yo temo a Dios. Si ustedes son rectos, que uno de sus hermanos se quede atado en su casa de custodia, pero los demás de ustedes vayan, lleven cereales para el hambre de sus casas. Luego me traerán su hermano menor, para que se halle que sus palabras son fidedignas, y no morirán.” Indudablemente fue el que testificara así de su temor a Dios lo que hizo que sus hermanos viesen en esta demanda la retribución divina por su acto empedernido de haber vendido a José, y esto era exactamente lo que se propuso.—Gén. 42:18-22.

Para Jacob éstas fueron verdaderamente malas nuevas, y solo las agudas condiciones de hambre le obligaron a acceder a la demanda y permitir que Benjamín fuera. De vuelta en Egipto se les invitó a comer con el administrador de alimentos, quien los sentó a la mesa según su edad, cosa que los sorprendió mucho, y dio a Benjamín porciones cinco veces mayores que las de los demás. ¿Estaban ahora envidiosos? ¡Difícilmente!—Gén. 43:33, 34.

Tal como en la visita anterior, José hizo que el dinero de cada uno fuera puesto de vuelta en su bolsa, y además hizo colocar su copa de plata en la bolsa de Benjamín. Entonces, después que habían iniciado el camino de regreso hizo que los atajasen y acusaran de haberle robado su copa de plata. Imagínese su consternación cuando se halló la copa, ¡y peor todavía en la bolsa de Benjamín! Con corazones pesarosos regresaron a José, ante quien nuevamente se postraron, por ello repetidamente cumpliendo el sueño que tuvo cuando niño.—Gén. 44:1-17.

José les dijo que todos podían regresar salvo aquel en cuya bolsa se halló la copa. ¿Tenían aún el espíritu envidioso de Caín? De tenerlo accederían a dejar a Benjamín atrás, sin tener conmiseración de su padre. ¡Pero no! Esta vez tenían otros sentimientos. ¡Cualquiera salvo Benjamín! Con elocuencia conmovedora Judá abogó por su caso, ofreciendo reemplazar a Benjamín no fuera que su padre muriese de pena al no regresar Benjamín.—Gén. 44:18-34.

José se conmovió tanto por la súplica de Judá que no pudo contenerse más. Ordenando que todos los extraños salieran de su presencia, se dio a conocer a sus hermanos. Como testigo fiel que era, José les dijo a sus hermanos que no se airaran consigo mismos, “porque para preservación de vida Dios me ha enviado delante de ustedes.” Este era el segundo año del hambre y habría cinco más, “por consiguiente Dios me envió delante de ustedes con el fin de colocar en la Tierra sobrevivientes de ustedes . . . De modo que no fueron ustedes los que me enviaron aquí, sino Dios.” Sí, Dios, Dios, Dios, estaba siendo honrado por José. ¡Qué magnífico ejemplo para seguir!—Gén. 45:1-8.

José entonces abrumó a sus hermanos con obsequios, y, con el sabio y prudente consejo: “No se exasperen unos con otros durante el viaje,” los envió de vuelta a su padre en la tierra de Canaán. (Gén. 45:24) ¡Con qué gozo el anciano Jacob de 130 años aceptó las buenas nuevas de que José estaba vivo! “¡Ah, permítaseme ir y verlo antes de morir!” Debido al hambre José envió una invitación para que su padre y toda su casa vinieran a Egipto, lo cual hicieron. Faraón les dio la selecta sección de Gosén, donde se establecieron y fueron sustentados durante los restantes años del hambre.—Gén. 45:28; 47:1-10.

Al continuar el hambre año tras año los egipcios gradualmente agotaron todos sus bienes para comprar alimento y al fin hasta se vendieron a sí mismos al Faraón para poder vivir. Esto permitió que José los estableciera donde lo consideraba más prudente. Les dio semillas para su siembra, por lo cual estaban obligados a pagar de vuelta una quinta parte de sus cosechas a Faraón por el uso de la tierra.—Gén. 47:13-26.

Cuando Jacob murió, en su año 147o, José respetó su pedido de que lo enterraran en el campo de Efrón donde Abrahán y Sara, Isaac y Rebeca y Lea estaban enterrados. Pero ahora que su padre había muerto, los hermanastros de José, aún atormentados por una conciencia culpable, temían cómo les iría a manos de José. Aquí nuevamente José honró a Dios por su habla y conducta, diciéndoles: “No teman, ¿pues acaso estoy yo en el lugar de Dios? En cuanto a ustedes, ustedes pensaron mal en contra mía. Dios lo pensó para bien con el propósito de obrar como en este día para conservar viva a mucha gente. Así que no teman ahora. Yo mismo seguiré proporcionando alimento a ustedes y sus hijitos.”—Gén. 49:29-32; 50:15-21.

José sobrevivió a su padre por cincuenta y cinco años, alcanzando la edad de 110 años. Justamente antes de su muerte demostró de nuevo que era fiel testigo refiriéndose a la promesa de Dios a Abrahán: “Por fe José, aproximándose a su fin, hizo mención del éxodo de los hijos de Israel, y dio un mandato concerniente a sus huesos,” a saber, que cuando los israelitas finalmente partiesen de Egipto habrían de llevarse sus huesos con ellos. Sin duda este mandamiento de José les sirvió a los hijos de Israel como un rayo de esperanza agregado durante los largos años en que soportaron la esclavitud tiránica en Egipto.—Heb. 11:22; Gén. 50:24.

Ciertamente José fue un fiel testigo de Jehová. Trajo honra a su Dios por su conducta hacia sus hermanastros, en la casa de Potifar, en la prisión del rey y como administrador de alimentos en Egipto. Y jamás dejó pasar una oportunidad de testificar de la supremacía de su Dios: a la esposa de Potifar, a sus compañeros en la prisión, a Faraón y luego repetidamente a sus hermanos. Con seguridad el registro de su vida ayuda a equiparnos completamente para toda buena obra.

Además de su vida ejemplar, José nos interesa debido a que Jehová Dios lo usó para prefigurar al verdadero Salvador del mundo, a Jesucristo, el gran Administrador de alimentos espirituales. Y debido a su proceder fiel José en la resurrección será uno de aquellos de entre quienes Cristo, Aquel a quien él prefiguró, designará príncipes en toda la Tierra.—Sal. 45:16.

[Notas]

a Recent Discoveries in Bible Lands, W. F. Albright,

b O Heliópolis, la ciudad dedicada a la adoración de Helios, el Sol.

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