¿En quién se puede confiar?
TODO el dinero perdido anualmente en los Estados Unidos de la América del Norte por medio de hurto, robo y ratería no iguala lo que comerciantes fraudulentos roban al público por medio de engañar en el peso, engañar en la medida y defraudar al dar cambio. Sea que usted compre carne, mercaderías empaquetadas, petróleo combustible, gasolina u otros productos innumerables, el problema que le confronta es dónde poder encontrar a un comerciante en quien se pueda confiar. El problema le arrostra cuando hacen falta reparaciones en su casa, en su automóvil, su radio o su receptor de televisión. ¿Dónde puede usted hallar a un reparador que no trate de engañarle por medio de usar materiales inferiores, cobrarle por trabajo que en realidad no hace, instalar repuestos que usted realmente no necesita, y así sucesivamente? El no saber en quién se puede confiar no contribuye al vivir tranquilo. Pero, ¿qué hay de usted mismo? ¿Pueden otros confiar en usted?
Lo que usted desea en sus tratos para con otros son las cosas que usted debería practicar cuando ellos tratan con usted. Este fue el principio señalado por Jesús cuando él dijo: “Todas las cosas, por lo tanto, que quieren que los hombres les hagan, también de igual manera deben hacérselas a ellos.” (Mat. 7:12) Lo indignas de confianza que son algunas personas de su comunidad no es motivo alguno para abandonar este excelente principio. Este debería gobernar las acciones de usted prescindiendo de cómo actúe otra gente. El que usted mismo lo practique anima a otros a practicarlo, y de ese modo las acciones de usted contribuyen al tono moral de la comunidad.
Si usted establece una reputación de confiabilidad, la gente le buscará para hacer negocio con usted. Prefiere, al igual que usted, hacer negocio con un comerciante o un reparador en quien se puede confiar. Si usted es empleado, es más probable que su patrón le dé mayor responsabilidad si él sabe que usted es confiable. Cuando él esté ausente su mente está tranquila porque sabe que usted cuidará honradamente de sus intereses comerciales. Él también sabe que usted le rendirá medida cabal en trabajo por el sueldo que él le paga.
Desde un punto de vista comercial recompensa el ser confiable, pero eso no debería ser el motivo de uno. Debería ser mucho más arraigado que eso. Debería provenir de buenos principios que fueran guía de su vida, que gobernaran sus decisiones y sus acciones dondequiera. Los buenos principios deberían ser parte de uno y no parecidos al abrigo que uno se pone cuando se va al trabajo y se quita cuando llega a casa. Debido a tales principios el patrón, los amigos, los vecinos, sí, y su esposa, pueden confiar en el hombre confiable.
El hombre que es culpable de infidelidad marital revela una carencia de buenos principios en su constitución, la cual carencia arroja una sombra condenadora sobre su apariencia exterior de ser hombre de integridad. No es amante de la honradez ni de la rectitud. En el hombre que es verdaderamente confiable puede tener confianza a todo tiempo su esposa. Ella conoce los buenos principios de acuerdo con los cuales él vive y sabe cuán firmemente son parte de él. Esta confianza contribuye inmensurablemente a la relación marital de felicidad, pero ¿cómo puede estar presente la felicidad donde falta la confianza? De modo que el hombre en quien se puede confiar se beneficia en su matrimonio así como en su negocio.
Una vez que un hombre destroce la confianza que se ha puesto en él, sea por su esposa o por otros, arrostra una tarea extremadamente difícil en cuanto a restablecerla. No importa cuán arrepentido esté, una duda seguramente permanecerá en la mente de aquéllos cuya confianza él traicionó. La subida de regreso a la confianza completa de ellos es muy larga y difícil. Le es siempre mejor para una persona guiarse estrechamente por principios buenos más bien que abandonarlos por los “beneficios” momentáneos de la infidelidad. Pero, ¿dónde puede encontrar tales principios?
La mejor fuente de buenos principios por los cuales vivir es la Biblia. Sus excelentes principios y mandatos sabios pueden llevar a una persona por el camino que es mejor para ella, por un camino que mantiene para ella la paz mental y el respeto de otros hombres. ¿Qué mejor principio hay para buenas relaciones humanas que el que se expresa en Mateo 22:39: “Debes amar a tu prójimo como a ti mismo”? Con tal amor, ¿podría uno engañar a su prójimo por medio de no darle la medida cabal por su dinero? ¿Podría robarle a su patrón? ¿Podría uno mentir acerca de algo que reparara o de algo que vendiera? ¿Podría uno hacer cualquiera de estas cosas que timbran a una persona como desconfiable? Tales acciones no serían una muestra de amor.
La persona que tiene respeto profundo a la Palabra de Dios y un deseo intenso de hacer lo que es correcto a los ojos de Él, no será impulsada a violar principios bíblicos por las persuasiones de compañeros de trabajo ímprobos o por la presión de la táctica comercial no ética de parte de otras personas. ¿Cómo puede hacerlo cuando esos principios han sido establecidos por Dios? El proceder contrario a ellos es oponerse a Dios, y el cristiano dedicado jamás aprobaría semejante cosa. ¿Le impulsa a usted a hacer lo que es correcto la misma convicción firme? ¿Tiene usted el mismo deseo intenso de mostrar amor a su prójimo, o a otras personas? ¿Tiene usted la misma determinación de ser confiable en todo lo que hace? El que usted tenga esta excelente actitud mental es para su propio beneficio. ¡Imagínese usted cuán diferente podría ser la comunidad en que usted vive si en ella todo el mundo viviera de acuerdo con los principios bíblicos!
Los principios y mandatos que se hallan en la Biblia para gobernar la conducta humana proveen la base para una sociedad de personas confiables, una sociedad en la cual no sería necesario cerrar con llave las puertas ni esconder con seguridad cosas de valor, una sociedad en la cual todo el mundo haría como se ordena en Efesios 4:25: “Hable verdad cada uno de ustedes con su prójimo.” El que una sociedad de esa clase es posible se prueba por la conducta general de la sociedad del nuevo mundo. Estos testigos cristianos del Dios Altísimo han hecho de sus principios y mandatos la guía para sus vidas.
Si usted no ha permitido todavía que los principios bíblicos guíen su vida, entonces haga como el apóstol Pablo dijo: “Dejen de amoldarse a este sistema de cosas, mas transfórmense rehaciendo su mente.” (Rom. 12:2) Deje que la Palabra de Dios establezca las normas morales de usted. Como quiere que la gente sea verídica y confiable para con usted, de igual manera trate usted a los demás.