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  • La bendición de Jehová enriquece

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  • La bendición de Jehová enriquece
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1963
w63 15/12 págs. 759-763

La bendición de Jehová enriquece

Según lo relató Maude Yuille

EL SABIO escribió: “La bendición de Jehová—eso es lo que enriquece, y él no añade dolor con ella.” (Pro. 10:22) Escuche mientras le cuento cómo descubrí que así es.

Alston Yuille, el hijo del panadero, entregó pan a nuestra casa el día en que nací, pero más de veinte años pasaron antes que nos conociésemos, siendo él entonces un ingeniero en las oficinas del gobierno en Mobile, Alabama, y yo una maestra en la escuela secundaria. Su hermano había adquirido tres libros, Estudios de las Escrituras, de un “colportor” y se los había dado a su madre. Ella se los dio a Alston. Al leerlos, se sintió tan molesto que los arrojó a un lado. Pero no pudo olvidarlos. Finalmente, con una libreta en la mano, sin confiar siquiera en una concordancia, leyó la Biblia desde el Génesis hasta Revelación, anotando cada referencia a la vida después de la muerte. Cuando concluyó estaba convencido: El infierno es el sepulcro. Cuando lo conocí, pudo ayudarme con mis problemas espirituales.

Yo había sido muy religiosa de niña. Para mí Dios era una realidad y quería conocerlo mejor. De modo que, a los doce años, me asocié con la Iglesia Bautista. Pero no progresé en cuanto a entender la Biblia. Mis amigos del Seminario Bautista me reprendían por mi falta de fe cuando les hacía preguntas; las reuniones evangélicas daban énfasis a los hombres, no a Dios. De hecho, durante mis estudios en la Universidad de Alabama había perdido interés en concurrir a la escuela dominical y a la iglesia.

El 24 de septiembre de 1913, aquel “último año normal de la historia humana,” Alston Yuille y yo nos casamos. Sobrevino la I Guerra Mundial; luego vino una tormenta tropical, llevándose todo lo que teníamos salvo la hipoteca sobre la granja. En febrero de 1917 enviaron a Alston a California. Entonces un domingo, al ver el “Plan de las edades” frente al Salón de los Estudiantes de la Biblia, entró, se informó y comenzó a concurrir a las reuniones. Pronto me escribió pidiéndome como favor especial que leyera los Estudios de las Escrituras.

¿Y yo? Cuando oí al Pastor Russell predicar acerca del “Armagedón” y vi el Foto-drama de la Creación, en 1914, la sencillez y sinceridad me impresionaron profundamente, pero en aquel entonces tenía muchos negocios que atender. Ahora las cosas eran distintas. El terrible pensamiento continuaba rondándome en la mente: “La cristiandad ha fracasado.” Finalmente tomé una decisión: Aquellos libros de Alston. Comencé a leer una noche, y leí hasta el amanecer. ¡Qué revelación! La cristiandad ha fracasado, pero no el cristianismo. Inmediatamente le escribí a Alston que estaba disfrutando de la lectura de los Estudios; nuestras cartas se cruzaron en el correo. Cuando me reuní con él en Stockton, California, concurrimos regularmente a las reuniones de los Estudiantes de la Biblia. ¡Cómo me ayudaron los hermanos de aquella pequeña congregación a adelantar en el servicio de casa en casa!

EL SERVICIO DE PRECURSOR

El 25 de diciembre de 1917 los dos nos dedicamos a Jehová, simbolizándolo mediante la inmersión el domingo antes del Memorial de 1918. La obra de conseguir firmas para la petición para que se pusiera en libertad de la Penitenciaría de Atlanta a nuestros hermanos y una nota en La Atalaya me indujeron a solicitar el servicio de precursor. Comencé cuando apareció la revista The Golden Age, en octubre de 1919. Entonces dejábamos ejemplares de muestra y regresábamos en una semana. Mi primer suscriptor, una presbiteriana, estaba interesada en la Biblia; la revisité; aceptó la verdad y todavía es fiel. Al principio encontré algo difícil el coordinar los quehaceres domésticos y el servicio de precursor, pero al progresar se me hizo más fácil.

En 1922 concurrimos a nuestra primera asamblea, en Cedar Point, luego pasamos un año como precursores en Alabama. Nuestras experiencias felices probaron vez tras vez que ‘la bendición de Jehová enriquece.’ Una noche llegamos, muertos de cansancio, a un pueblito y hallamos una pensión amistosa donde pudimos pasar la noche. Después de cenar, mientras ayudaba a la esposa del propietario con los platos, hablamos de nuestra obra. Ellos tenían dificultades en la iglesia local—una prueba para su fe. Habiendo terminado con los platos, ella y su marido vinieron a nuestra habitación y les testificamos hasta casi medianoche. Embebieron la verdad. Rehusaron permitirnos pagar por el alojamiento de la noche y las comidas, pero gustosamente aceptaron una serie de libros.

Sabíamos que en cierto pueblo había indiferencia y oposición, pero estaba en nuestro territorio y tenía que darse allí el testimonio. No colocamos siquiera una pieza de literatura gratis. Regresando a casa sin suficiente dinero para comprar la gasolina para el automóvil y sin perspectivas de cenar, nos detuvimos para hacerle una revisita a una persona interesada. Tomó una Biblia, toda la literatura que teníamos, y se suscribió a ambas revistas. Habiendo terminado ese territorio, regresamos a San Francisco, y yo continué como precursora. Fue un día gozoso cuando Alston también pudo reingresar al servicio de tiempo cabal para permanecer en él.

Por la bondad inmerecida de Jehová pudimos concurrir a todas aquellas asambleas trascendentales de los Estados Unidos después de 1923, especialmente a la de Columbus, Ohío, en 1931, cuando se adoptó el nombre “testigos de Jehová,” y a la de Wáshington en 1935, cuando se nos presentó la “grande muchedumbre.” Las asambleas eran siempre temporadas refrescantes, cuando podíamos recargar nuestras baterías espirituales, por decirlo así.

El año 1931 fue un año festivo. Después de recibir el nombre testigos de Jehová y el folleto El Reino, la esperanza del mundo, comenzamos la obra en las calles con el folleto. Parecía algo extraño al comienzo, estar parada en una esquina de mucho tránsito en el centro de San Francisco, anunciando: “¡El reino, la esperanza del mundo—cinco centavos!” Pero pronto nos acostumbramos a ello y nos agradaba. Luego vino la campaña especial con el folleto El Reino a los financieros, políticos y predicadores. Mi asignación fue a los financieros. Me preguntaba cómo haría para dar con algunos de estos hombres, pero la “bendición de Jehová” lo hizo fácil y tuve algunas magníficas experiencias. Un caballero alto me miró al ofrecerle el folleto. Sonriente, me preguntó: “¡Cinco centavos! ¿Es ésa toda mi obligación?” y me entregó dos medios dólares. Otro no estaba en casa cuando lo visité; le dejé el folleto y mi tarjeta. Me escribió una nota agradeciéndome el folleto, y adjuntó cinco dólares.

Siguió el trabajo con la radio. Los hermanos de la región de la bahía de San Francisco poseían una estación, KFWM (posteriormente KROW). Los domingos transmitíamos un programa religioso de una hora de duración que incluía un discurso, preguntas bíblicas y música; durante la semana se arreglaban programas de interés general basándose en una “charla” de quince minutos sobre temas de The Golden Age. Nosotros los precursores visitábamos a los interesados. Me regocijo de haber participado en aquella actividad.

Las campañas de división fueron verdaderamente emocionantes. Todos los publicadores de una gran zona se concentraban en un pueblo donde había persecución de parte de las autoridades. Como langostas descendíamos sobre aquel pueblo, notificábamos a la policía antes de comenzar a trabajar, y luego visitábamos todas las casas, diciéndole a la gente la verdadera naturaleza de nuestra obra. Parecía como si entráramos en batalla, al salir auto tras auto del “punto de reunión” e ir silenciosamente a trabajar, cada uno en su territorio asignado. Se dio un maravilloso testimonio a la verdad mediante estas campañas.

Al pasar rápidamente los años, cada día estuvo lleno de experiencias agradables. Cuando el juez Rutherford habló en el Auditorio Cívico de San Francisco, me dieron los nombres de personas interesadas, entre ellos el de un jardinero de la plaza Unión. Cuando fui a verlo, no pude encontrarlo por ninguna parte. De modo que me volví para alejarme. No había andado media cuadra cuando comenzó a hablarme la conciencia: “Aquí hay un hombre interesado en la verdad y en lugar de buscarlo, te estás escapando como Jonás, quizás abandonando a una de las ovejas del Señor.” De modo que regresé otra vez y lo hallé en el depósito de las herramientas. Pidió una serie completa de las publicaciones de la Sociedad y se suscribió a nuestras dos revistas. Cuando fui a entregárselas, él le estaba hablando a otra persona que también manifestó interés y pidió libros. El jardinero llegó a ser nuestro hermano y el otro, el hermano Rosselli, fue por muchos años un precursor devoto, primero en San Francisco, donde tuvimos muchas experiencias felices juntos, luego, estando libre para ello, fue a campos extranjeros, a Hawáii, las Filipinas, Alaska, España, Italia, y fue deportado de Portugal. Con la salud quebrantada, regresó a San Francisco. Le enseñó la verdad a su masajista, Pedro Carrbello. Pedro y su esposa estudiaron en Galaad, vinieron al Brasil como misioneros y sirvieron en la obra del circuito y en el hogar Betel de Río de Janeiro. El buen Señor no vio bien brindarme hijos de mi propia carne, pero estos “hijos” y “nietos” teocráticos son un consuelo gozoso.

AL BRASIL

Llegó marzo de 1936. Estábamos proyectando construirnos un remolque para poder estar aun más libres para el servicio en cualquier lugar. Pero entonces recibimos una carta de la oficina del presidente preguntándole a Alston qué opinaba acerca de ir a América del Sur. Pues, semejante idea jamás le había cruzado por la mente, pero estaba dispuesto a ir a cualquier lugar en el servicio del Señor, y yo también. De modo que el 31 de mayo navegamos río abajo por el Misisipí desde Nueva Orleáns a bordo del “Del Valle” de la Delta Line, a través del golfo y a Río de Janeiro, de allí por tren a São Paulo, donde estaba ubicada la oficina de sucursal del Brasil.

Había unos sesenta publicadores en el Brasil cuando llegamos. Aunque al comienzo solamente podía sonreírles, me sentía muy en casa con nuestros hermanos brasileños. Me puse a estudiar el idioma con una maestra, la hija de una hermana en la verdad; pero también venían los niños del vecindario todas las noches a sentarse a nuestra puerta, haciéndome mil preguntas y contestando las mías. ¡Cómo se reían de mi portugués! Pero me enseñaron mucho.

Al mes de nuestra llegada celebramos una asamblea en São Paulo, la primera en el Brasil. Nos emocionamos con la concurrencia de mil diez a la conferencia pública, anunciada por automóviles con altoparlantes y por radio. El espíritu también era exactamente el mismo que había imperado siempre en las asambleas más grandes.

Pudimos traer con nosotros fonógrafos al Brasil, cosa por la cual estuve sumamente agradecida en aquellos primeros días cuando estaba aprendiendo el idioma. El equipo de amplificación para nuestro automóvil llegó poco después que nosotros y se usó eficazmente durante el tiempo en que estuvimos en São Paulo. Se congregaban grandes multitudes cuando tocábamos los discos de las conferencias, y después del programa colocábamos grandes cantidades de literatura.

PERSECUCIÓN

Durante los tenebrosos días de la segunda guerra mundial tuvimos nuestra porción de persecución. El Brasil, se recordará, alega ser 90 por ciento católico y sus voceros políticos lo llaman “el mayor país católico del mundo.” De modo que se manifestó una corriente oculta de oposición de parte de la jerarquía en el secuestro de la literatura de los precursores en los pueblos pequeños, en acusaciones falsas, y en tentativas de imponer contra la Sociedad ordenanzas que no eran aplicables, siendo objeto de ataque especial el automóvil con altoparlante.

En un pueblo pequeño, mientras presentábamos nuestro último programa a mediodía, el sacerdote envió a la gente de la iglesia para asaltar el auto, pero el alcalde y la policía también vinieron. El alcalde dijo que teníamos todo el derecho de dar nuestro mensaje. Al preguntarle si él y los oficiales de policía se quedarían durante todo el programa, dijeron que sí y que no habría ningún disturbio. Una de las mujeres que el sacerdote envió dijo: “Esta es la verdad.” Concluido el programa, agradecimos al alcalde su acción y le dimos un libro Riquezas, y nos pusimos en camino al próximo pueblo.

La intervención se hizo fuerte. Cada cuantas semanas algún departamento del gobierno enviaba a alguien para “investigar” a la Sociedad. Había censura y la comunicación con Brooklyn era dificultosa. Se le dijo a Alston que si iba a los Estados Unidos se le quitaría el pasaporte y no recibiría otro. Se amenazó con disolver la Sociedad. No era ocasión para que él partiera. De modo que me envió a mi a la asamblea de Detroit de 1940 con una explicación completa de nuestros problemas para el presidente y también para el Sr. Bankhead, entonces presidente de la Cámara de Representantes y amigo de él desde los días de la escuela secundaria. Se pensó que algún hermano de Brooklyn iría a Wáshington, pero el hermano Rutherford escribió para que yo fuera. ¡Imagínese! ¿Cómo podría yo cumplir esa asignación? “La bendición de Jehová” abrió el camino. Entregué mis papeles, contestando algunas preguntas, partí por avión a medianoche para Nueva Orleáns, nuevamente río abajo por el Misisipí y de vuelta a casa al Brasil. En 1941 el hermano Rutherford mudó la oficina de la sucursal a Río de Janeiro, donde se esperaba que habría menos persecución. Así fue.

EN RÍO DE JANEIRO

Durante un año buscamos en vano una casa, para alquilarla, de modo que la Sociedad, con la ayuda de los hermanos locales, adquirió un hogar ubicado en la única sección de Río de Janeiro suficientemente cerca de las estaciones de todos los trenes suburbanos como para ir a pie. La bendición de Jehová ha acompañado este arreglo. La inversión vale muchas, muchas veces su costo original. Algunos años después, en 1953, se construyó una fábrica de dos pisos y un edificio de oficinas detrás de la casa, y ahora la Sociedad está construyendo un hermoso hogar Betel nuevo al frente del mismo lote. ¡Qué cambios he contemplado!

El hermano Knorr nos visitó por primera vez en 1945. ¡Cuánto habíamos deseado una visita del presidente de la Sociedad! Sus visitas siempre han sido una bendición y un gran estímulo a la obra, como también lo ha sido la de otros funcionarios de la Sociedad, los hermanos Franz y Henschel. Luego los graduados de Galaad, con su instrucción de Galaad, comenzaron a venir para ayudar a los hermanos brasileños. Algunos tuvieron dificultad en conseguir radicación permanente; la mayoría de ellos se han quedado con nosotros, y nos alegramos por su ayuda.

En 1946 el hermano Knorr invitó a todos los siervos de sucursal (y sus esposas) a pasar seis inolvidables meses en el Betel de Brooklyn, asistir a la graduación de la séptima clase de Galaad y a la asamblea “Naciones alegres” de Cleveland, Ohío. Zarpamos para Nueva York en el Santarém, del Lloyd Brasileiro, una línea nacional. El barco, completamente cargado de café, navegó suavemente. Tuve un estudio bíblico con el médico y el comisario de a bordo todas las tardes, y cuando un cónsul español que estaba en Montevideo, y que había sido asignado a Cuba, murió a bordo, el médico me pidió que hablara con la viuda. Ella hablaba en español, yo en portugués, pero nos entendíamos. Le di el libro “La verdad os hará libres” en español, obsequio que pareció apreciar. Uno de nuestros misioneros la visitó a su regreso al Uruguay. Era un mes de campaña de folleto y colocamos mucho más que nuestra cuota de 100 cada uno, testificando a todos, desde el capitán abajo a la tripulación y a todos los pasajeros.

Jamás podré olvidar los estudios de La Atalaya de los lunes por la noche durante nuestra estadía en Betel. Varios hermanos británicos que acababan de pasar a través de los años de guerra estaban allí, ¡y cómo conocían sus Biblias! citando texto tras texto en apoyo de los puntos de los párrafos. Para mí el estudio de La Atalaya de los lunes por la noche es el verdadero centro de la vida de familia de Betel.

La salud de Alston decaía tan rápidamente que algunos pensaron que deberíamos pedirle permiso al hermano Knorr para quedarnos en los Estados Unidos. Un día le pregunté qué pensaría si el hermano Knorr decidiera que nos quedásemos en los Estados Unidos. “Mi asignación está en el Brasil,” replicó rápidamente. “¿Cuál es la tuya?” ¡La mía también era el Brasil! Regresamos al Brasil en octubre. El domingo antes del Memorial de 1948, exactamente treinta años después de su bautismo, Alston terminó su curso terrestre. Le había dado gran placer enviar el informe mensual para diciembre de 1947, indicando que el Brasil había pasado la marca de los 1,000 publicadores. No hubo brecha en las filas. La muerte de Alston sucedió el domingo por la mañana, y antes de sentarnos al desayuno como una familia el lunes por la mañana, Dillard Leathco había sido asignado y servía como siervo de sucursal.

Años felices, pletóricos de actividad, han pasado volando. Me han sido ocasiones prominentes las asambleas en el Estadio Yanqui en 1953 y 1958, pero la más maravillosa de todas fue la asamblea “Adoradores unidos” en 1961. Durante meses había visto en el calendario el dibujo del nuevo edificio donde dos de nuestros miembros del Betel del Brasil estaban entrenándose en Galaad y esperaba ver ese edificio, pero poco me imaginaba que sería mi hogar durante la semana de la asamblea. ¡Sí, lo fue! Y esa asamblea fue puro gozo.

De Nueva York fui a Houstón para concurrir a otra asamblea. Después de eso le hice una breve visita a los miembros de mi familia terrestre cercana, llevándoles La Traducción del Nuevo Mundo de las Santas Escrituras, recién presentada en la asamblea; luego de vuelta a casa otra vez al Brasil, esta vez no por barco sino por avión a reacción, para tener una parte en la preparación de nuestra asamblea “Adoradores unidos” en São Paulo el mes siguiente.

Quiero entrañablemente a mis hermanos brasileños, y ¡cuán rica soy ahora con 24,000 de ellos en lugar de los sesenta que había aquí cuando vine al Brasil hace veinticinco años! La gente en el Brasil es sumamente hospitalaria, afectuosa y abordable. Es un sincero gozo testificarle y estudiar con ella.

En tiempo de vacaciones me gusta llevar conmigo a una joven hermana y pasar dos semanas preciosas nuevamente como precursora, en un territorio aislado. Satisface ese anhelo, “mata as saudades” (mata las nostalgias), según dicen los brasileños. La vida de Betel es incomparable; no la cambiaría por nada sobre esta Tierra.

Recapacitándolo todo, ciertamente puedo decir: “Ha sido glorioso todo el camino,” y estoy confiada en que continuará siendo glorioso en el futuro. ¡Cuán ricos somos como ministros de tiempo cabal con la bendición de Jehová!

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