Mi tesoro de servicio
SEGÚN LO RELATÓ MABEL HASLETT
“PRECIADA a los ojos de Jehová es la muerte de sus leales.” Estas bellas palabras del salmista (Sal. 116:15) me consolaron en gran manera al morir mi compañero de toda la vida. Se citaron en la hermosa conferencia que se dio en el funeral de mi esposo por el superintendente de la sucursal japonesa de la Sociedad Watch Tower. También recibí muchas cartas amorosas de pésame de mis hermanos espirituales en muchos lugares. De modo que me puedo regocijar por él, y al remontarme a través de los muchos años que Don y yo tuvimos el privilegio de servir juntos a Dios, le doy gracias a nuestro Creador, el Dador de todo don bueno.
Quizás a usted le gustaría viajar mentalmente conmigo a nuestro pasado. Tengo enfrente de mí nuestro viejo álbum fotográfico, y el repasarlo me hace recordar muchos momentos felices. Hojeemos sus páginas juntos, ¿quiere?
VERDADES BÍBLICAS ENTRAN EN NUESTRA VIDA
¡Una fotografía del álbum se remonta cincuenta y un años en el pasado este verano! Esta fotografía es de dos jóvenes, Don y yo, que acabamos de cumplir veinte años y estamos comprometidos para casarnos. ¿Cuáles eran nuestros antecedentes religiosos? Yo asistía a una escuela de la Iglesia Episcopal. Esta fotografía muestra la clase en su graduación, donde la “hermana” vestida de negro nos dijo que la mejor manera de servir a Dios era casarse con un rico que pudiera hacer donaciones a la escuela. Don había ingresado en la Iglesia Bautista a fin de jugar en su equipo de fútbol.
Luego, en agosto de 1916, oímos por primera vez las bellas palabras de las verdades que se hallan en la Biblia. Tocaron una cuerda sensible de nuestro corazón y dimos pasos rápidamente para armonizar nuestra vida con ello. Nos asociamos con una pequeña clase de estudio bíblico en Mount Vernon, Nueva York, y luego asistimos a nuestro primer discurso público el 1 de octubre de 1916 en “El Templo.” Este era el lugar de reuniones de los Estudiantes de la Biblia, situado centralmente en Manhattan, en la calle 63 Oeste cerca de Broadway, que se usaba con frecuencia para exhibir el “Foto-Drama de la Creación” que constaba de películas y transparencias. ¿Quién fue el orador aquel día? Fue Carlos T. Russell, el presidente de la Sociedad Watch Tower. Todavía puedo recordar sus ojos penetrantes y la sonrisa bondadosa al estrechar nuestra mano después de la conferencia.
En semanas siguientes tuvimos el privilegio de ver el maravilloso Foto-Drama de la Creación, que daba una vista general del gran propósito del Creador. Esto, junto con estudio y participación constantes en la obra de predicación de aquel tiempo (que consistía en distribuir el Bible Students’ Monthly en los apartamientos y los trenes subterráneos de la ciudad de Nueva York) profundizó la convicción de que esto era lo que queríamos hacer con nuestras vidas, es decir, servir a nuestro amoroso Padre celestial. Aunque Don y yo estábamos comprometidos, pensamos que podríamos servir a Dios mejor como personas solteras.
Se proporcionaba oportunidad para el bautismo el primer domingo de cada mes en una alberca que estaba en el sótano de “El Templo.” Pero el 31 de octubre llegó la noticia entristecedora de la muerte del hermano Russell. Sus servicios funerales se condujeron el domingo 12 de noviembre. De modo que el primer domingo de diciembre de 1916 Don y yo fuimos sumergidos en aquella alberca en símbolo de nuestra dedicación a hacer la voluntad de Dios. Desde entonces, hasta la muerte de Don el 20 de febrero de 1966, hemos tratado de hacer esa voluntad usando hasta lo sumo nuestras habilidades imperfectas.
TIEMPOS DIFÍCILES
En 1917 ambos tuvimos privilegios de servicio aumentados. Don pasó sus vacaciones de verano trabajando en las oficinas principales de Betel de la Sociedad Watch Tower en Brooklyn, Nueva York. Yo estaba activa en la obra de predicación, prestando los seis tomos de Estudios de las Escrituras. Entonces el 17 de julio se publicó el séptimo tomo, intitulado “El misterio terminado.” Desde entonces aumentó la tensión tanto dentro como fuera de la organización. La histeria bélica y la oposición clerical aumentaron contra el grupito de publicadores del Reino. Pero no lo aceptamos sin hacer nada. De hecho, el domingo 30 de diciembre de 1917 nos levantamos antes del amanecer para participar en una distribución en masa de un número especial del Bible Students’ Monthly. Contenía un mensaje devastador... “La caída de Babilonia.”
Es probable que usted esté enterado de la historia turbulenta de los años 1918 y 1919 con el arresto y encarcelamiento de los oficiales de la Sociedad Watch Tower, entre ellos su presidente, J. F. Rutherford, y también la persecución de los Estudiantes de la Biblia, como se llamaban en aquel tiempo los testigos de Jehová. Fue un tiempo muy tempestuoso para los jóvenes y nuevos en la organización de Jehová. Don fue acusado de proveerme literatura sediciosa para distribuirla, pero el jefe de la Policía de mi pueblo, que me entrevistó, sacó un ejemplar de El misterio terminado de uno de los cajones de su escritorio y dijo: “Respeto a Mabel más que a los que la acusaron.”
Hicimos lo que pudimos en aquellos meses difíciles, y usamos bien el tiempo para estudiar. Luego al terminarse la guerra aumentaron nuestras esperanzas de que fueran puestos en libertad nuestros hermanos que habían sido encarcelados. Participamos en obtener firmas para una petición en toda la nación con ese fin. ¡Entonces llegó la noticia gozosa de su liberación! La noche del 26 de marzo de 1919 los que recibimos la noticia preparamos un banquete de bienvenida feliz a casa. Recuerdo haber hecho cien buñuelos, que evidentemente fueron del agrado de los hermanos después de nueve meses de alimentación en la prisión. Todavía puedo ver al hermano Rutherford cuando los cogía. Fue una ocasión inolvidable cuando él y los otros contaron sus experiencias. También recuerdo al hermano DeCecca, de poca estatura, parado en una silla para que todos pudieran verlo y oírlo.
AUMENTANDO NUESTRO SERVICIO JUNTOS
La obra de predicar el Reino revivió y rápidamente aumentó. Nos llenó de alegría el hallarnos entre los 6.000 que asistieron a aquella primera maravillosa asamblea de después de la guerra en Cedar Point, Ohio. En aquella asamblea conmovedora, sin decírmelo, Don solicitó el servicio de Betel, y yo, sin decírselo, me registré para la obra de predicación de tiempo cabal. De modo que en camino a casa desde la asamblea nos despedimos para siempre. Pero esto resultó ser para siempre en el verdadero sentido de la palabra hebrea olahm, es decir, no “para siempre,” sino solo “hasta tiempo indefinido.”
Aquí hay otras fotografías de nuestro álbum. Esta fue tomada en la azotea de Betel. Es un grupo de hermanos de la familia Betel. Ahí están el hermano Riemer con su corona de pelo rojo que tira a rosado, Ed Betler, Ed Hazlett y un joven Federico Franz. También, una persona muy estimada, Evander Joel Coward.
Fue el hermano Coward quien nos dio a Don y a mí un consejo paternal. Fue en relación con Primera a los Corintios 7:20. Explicó que un compromiso es un contrato y que debería cumplirse. Tengo que admitir que se nos convenció fácilmente, y el 31 de diciembre de 1920 nos casamos. Aquí en nuestro álbum está una fotografía de nuestra pequeña casa donde tuvimos el privilegio de tener reuniones locales de clases bíblicas y hospedar a representantes viajeros de la Sociedad Watch Tower.
Llegó septiembre de 1922 y con él la segunda asamblea de Cedar Point. Todavía puedo oír las palabras resonantes: “Otra vez al campo, oh hijos del Altísimo. ¡Anuncien, anuncien, anuncien al Rey y su reino!” Ahora bien, aquí mismo en nuestro álbum se puede ver el resultado de esa asamblea para Don y para mí: un Ford Modelo T, cargado de nuestros bienes mundanos... ¡nuestra casita vendida! Y la siguiente fotografía es la de una pequeña estructura de madera en una colina que daba al río Hudson, nuestro cuartel general al trabajar de tiempo cabal en el ministerio en la cercana Peekskill.
En la siguiente fotografía están tres personas que se unieron a nosotros para servicio de tres días; creo que muchos de ustedes los conocen... Guillermo, Jorge y María Hannan. Todos ellos todavía están sirviendo fielmente en el Betel de Brooklyn, cuarenta y cuatro años después que se tomó esta fotografía. Incidentalmente, fue la madre de ellos quien dirigió por primera vez nuestra mente a las verdades que se hallan en la Palabra de Dios, la Biblia.
SERVICIO DE BETEL
Este feliz servicio de tiempo cabal, que se llamaba de “repartidor” en aquellos días, duró más de un año. Luego en la primavera de 1924 Don solicitó servir en el Betel de Brooklyn. La solicitud fue aceptada para que ambos fuésemos a las oficinas principales de la Sociedad Watch Tower. Allí, por más de ocho años disfrutamos de ese privilegio, Don trabajando en el departamento de servicio y yo asignada al departamento de circulación. Recuerdo cuando la lista de suscripciones a La Atalaya llegó a 50.000. ¡Lo celebramos con un té!
Más tarde Don sirvió como secretario del hermano Rutherford. Esto implicó viajar para Don. Aquí está una fotografía de ellos de pie delante de un aeroplano de apariencia frágil en alguna parte de Europa. Y esta fotografía muestra a Don con el hermano R. J. Martin en el jardín del Betel de Magdeburgo, en Alemania. ¡Qué historia tuvo ese lugar! Fue ocupado por los nazis, y ahora está ocupado por los comunistas de Alemania Oriental.
Oh, aquí está una interesante instantánea que se tomó en la asamblea de Columbus, Ohio, en 1931. Fue cuando se recibió el nuevo nombre “testigos de Jehová.” Conmigo están las hermanas Van Amburg, Thorn, Mari Russell y el hermano Van Sipma. ¿Y qué cree usted que estamos haciendo? ¡Estamos cuidando los hijos de otras personas, 123 de ellos! Esto se debió a que hasta ese tiempo seguíamos la costumbre de poner a los niños en una guardería para que los padres pudieran oír las conferencias sin perturbación. Por supuesto, ahora los hijos se sientan con sus padres. ¡Qué manera más maravillosamente bíblica de hacer las cosas es la de hoy día!
ENVIADOS A HAWÁI
Hojeemos algunas páginas más de nuestro álbum fotográfico. ¡Aquí están algunas fotografías que muestran palmeras y plátanos! Sí, es Hawai, donde fuimos enviados en la primavera de 1934 para trabajar con el grupito de hermanos que había allí. Aquí está una fotografía de un auto equipado con bocinas. Don lo embarcaba a las otras islas, y, acampando en las playas, transmitía las conferencias en los cañaverales y piñales. Así progresó la obra en Hawai, y, para el tiempo del ataque a Pearl Harbor en diciembre de 1941 había un núcleo sólido de excelentes hermanos de todas las nacionalidades de las islas.
Unos cuantos días después del 7 de diciembre alguien tocó a la puerta. Cuatro hombres armados con pistolas se llevaron a Don al cuartel general militar para interrogarlo. Estaba en vigor la ley marcial. Al dispararle preguntas uno tras otro de los oficiales, Don contestaba con las Escrituras. Uno dijo encolerizadamente: “¡No meta la Biblia en esto!” Pero Don contestó: “No puedo hacer eso... es mi defensa.” Finalmente, el encargado se puso de pie, evidentemente satisfecho, y mucho después de la hora del “apagón” trajeron a Don a casa.
Después de eso, aunque de vez en cuando se nos hostigaba, la obra siguió progresando. El permiso de Don para entrar en la zona de los muelles fue anulado, pero un amigo sugirió que obtuviera una licencia para pescar. De modo que a través de toda la guerra pudo obtener los envíos de literatura bíblica sin interrupción.
Gradualmente aumentó la asistencia al Salón del Reino, de modo que se necesitó un lugar más grande. Pero el gobierno militar nos lo negó. No había disponibles materiales de construcción. Cuando regresé a casa un día, Don estaba sentado, serio, con una carta en la mano. Era una autorización del hermano Knorr, el nuevo presidente de la Sociedad, para construir un nuevo Salón del Reino en la propiedad detrás de la sucursal. Don dijo: “César dice que no podemos construir. La organización de Jehová dice: ‘Construyan.’ Por supuesto, construiremos.”
Fue maravillosa la manera en que se despejaron los obstáculos del camino. Los hermanos trabajaron día y noche, trayendo arena de las playas, roca de las montañas y rieles de acero desechados que se compraban a bajo precio de las plantaciones. ¿Y el resultado? Mire estas fotografías... un hermoso y sustancial lugar de reuniones para el pueblo de Jehová, para su alabanza. Como usted notará, el muro interior tiene una apertura que proporciona una vista de orquídeas y follaje de la isla. ¡Cómo nos regocijamos!
OFRECIÉNDONOS VOLUNTARIAMENTE PARA SERVICIO EN EL JAPÓN
Después de catorce años, en 1948, terminó nuestro episodio hawaiano. Vino otra carta del hermano Knorr: “¿Quiénes de los hermanos hawaianos estarían dispuestos a ir al Japón?” Siete de nosotros nos ofrecimos voluntariamente; y hasta este año, 1967, nosotros siete hemos continuando sirviendo aquí, felices en nuestra amada asignación. De hecho, llegamos a ser nueve. Las dos niñitas que están en esta fotografía, que acompañaron a sus padres a Galaad, ya han crecido y están sirviendo como misioneras, una como esposa de un siervo de circuito.
Pero antes de ir al Japón tuvimos el privilegio de asistir a la Escuela Misional de Galaad de la Sociedad Watch Tower, un intermedio sumamente bendito en nuestra vida. Don y yo teníamos cincuenta y tres años entonces, un poco viejos para ir a la escuela, pero disfrutamos mucho de ella. Después de la graduación visitamos el Betel de Brooklyn, y esta fotografía tomada enfrente de Betel muestra un jeep rojo, cargado de nuestras posesiones, a punto de iniciar el viaje que nos llevaría al Japón. Tuvimos un viaje memorable a través del país, y embarcamos el jeep en San Francisco. Hicimos escala un día en Hawai. ¡Pero ahora una congoja para mí! ¡El gobierno japonés solo permitía que uno de nosotros entrara en el país! De modo que esa noche Don subió el andamio y zarpó solo hacia lo desconocido y sin saber su destinación.
Llegó al Japón poco antes del 1 de enero de 1949, con muchos problemas que resolver. No podía usarse dinero norteamericano, y el yen japonés se adquiría con dificultad. No había alojamiento para extranjeros salvo con los militares. De modo que Don pasó con dificultad un mes en el Hotel Dai Ichi de Tokio, que había sido tomado por las fuerzas de ocupación norteamericanas. Diariamente buscaba por toda la ciudad un lugar adecuado para una casa sucursal. Se le dijo que sería casi imposible hallar un lugar después de toda la destrucción bélica. Oficiales de alto rango del ejército le dijeron que habían estado tratando por más de un año de obtener permiso para que sus esposas entraran en el país. Don me dijo después que oró a Jehová Dios más en aquel tiempo que en toda su vida antes.
Jehová parece haber contestado esas oraciones, porque se halló un lugar y rápidamente se compró una propiedad a nombre de la Sociedad Watch Tower Bible and Tract. En aquel tiempo había una casa grande de estilo japonés en la propiedad, y ésta habría de servir adecuadamente como oficina principal de sucursal durante catorce años. Poco después de la compra Don se mudó y acampó allí todo el mes frío de febrero. Entonces había un estricto racionamiento de alimentos, de modo que hacía cola con los vecinos y obtenía su porción asignada de quizás una zanahoria grande o unas cuantas hojas de col, junto con un poco de arroz. Dijo que una vez el hombre que vendía las legumbres se compadeció de su estructura grande y le trajo una col entera a la puerta trasera por la noche, sin aceptar dinero por ella. ¡Al día siguiente Don banqueteó!
Esperé en Hawai y participé en el ministerio de tiempo cabal. Luego llegó aquel día feliz... ¡una carta con mi permiso para unirme a Don! Fui enviada por avión por una muchedumbre de amorosos hermanos hawaianos; el viaje duraba veintidós horas en aquellos días. Como pueden imaginarse, celebramos una reunión feliz.
Luego en sucesión rápida los otros queridos misioneros se nos unieron, y al hojear el álbum uno ve que la escena se extiende rápidamente. Aquí está una casa misional excelente y grande que se compró en Tarumi, Kobe, y estas casas más recientes en Nagoya, Osaka, Sendai, Yokohama, Kyoto y Sapporo. Aquí hay fotografías de asambleas, primero de grupitos de nuevos hermanos, luego de grupos cada vez más grandes. Había bautismos en los ríos en el verano y en los baños japoneses en el invierno.
Nuestra vieja casa de sucursal ya ha sido demolida, y aquí está una fotografía de nuestro hermoso edificio de sucursal nuevo, que tiene seis pisos. Don se regocijó al participar en gran manera en su construcción, supervisando gran parte del trabajo. Ahora este edificio sirve a más de 4.000 publicadores del Reino en el Japón, y tan solo los envíos de revistas se han duplicado en los dos años y medio desde que se terminó de construir. Verdaderamente es un lugar de mucha actividad.
De modo que, gracias a la fuerza preservadora de Jehová, ésta ha sido una vida feliz, plena. Por supuesto, ha habido ocasiones difíciles... experiencias que dejan a una perpleja, que son desgarradoras, permitidas y necesarias éstas para probar la cualidad de la fe de las criaturas imperfectas. Estas han sido valiosas para dar oportunidad de probar que, si estamos dispuestos a todo, nada puede separarnos del amor de Dios. De modo que podemos olvidar las pruebas y dar gracias a nuestro amoroso Padre celestial por el fruto pacífico.
Bueno, gracias por acompañarme en este viaje mental imaginario del pasado. Ahora, al fin de la historia y del álbum fotográfico, la gratitud llena mi corazón. Como uno de los “leales” de Dios, Don ha terminado su derrotero terrenal. Para mí, mi oración es que ‘el Dios de toda bondad inmerecida termine mi entrenamiento y me haga firme y fuerte.’ (1 Ped. 5:10) Estoy feliz con seguir aquí en mi lugar asignado.
Algunos parientes han escrito: “Por supuesto, ahora que estás sola, vendrás a tu propio país.” Pero no estoy sola. Como dijo el hermano Knorr en una carta bondadosa: “Cuando estas pruebas más severas nos azotan, esto nos trae muy cerca de nuestro Dios y podemos apreciar su bondad amorosa.” También, aquí en el Japón estoy rodeada de una hueste de amigos sinceros a quienes amo, y de compañeros misioneros queridos y fieles. Al dirigirme constantemente a Jehová Dios el vacío se llena con el glorioso tesoro de servicio, el de hallar y alimentar a personas semejantes a ovejas. No hay trabajo más remunerador en la Tierra hoy en día.
Mi ayuda viene de Jehová, el Hacedor del cielo y de la tierra.—Sal. 121:2.