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  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1969
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1969
w69 15/7 págs. 441-445

Siguiendo ‘tu luz y verdad’

Según lo relató Calvin Prosser

“ENVIA tu luz y tu verdad. Que estas mismas me guíen.” Esas palabras del salmista han sido mi oración ya por unos sesenta años. No solo eso, sino que Jehová Dios en su bondad amorosa ha contestado mi oración todos estos años ‘guiándome por los senderos trillados de la justicia por causa de su nombre.’—Sal. 43:3; 23:3.

Mi abuelo era un geólogo de Gales y se radicó en una concesión de terreno cerca de Johnstown, Pensilvania. Esta ciudad está a unos 120 kilómetros de Allegheny, donde se publicó la revista Watch Tower [La Atalaya] durante treinta años, de 1879 a 1909. Mi abuelo fue de los primeros que comenzó a extraer carbón en esta zona. Fue en este terreno en una aldea de minas de carbón llamada Prosser’s Hollow, que colindaba con Johnstown, que nací el 20 de marzo de 1896; unos siete años después de la famosa inundación de Johnstown en la que más de 2.200 personas perdieron la vida cuando se rompió una presa.

Yo era el tercero de una familia de siete muchachos y asistí a una escuela pequeña de una sola aula que servía a esta comunidad de minas de carbón. El instructor vivía con mis padres, que eran muy religiosos. Siguiendo la tradición de los galeses, eran presbiterianos, y mi padre era presbítero en la iglesia local. Durante mi niñez temprana se desarrolló considerable perturbación debido a la revolución industrial de la zona de Pittsburgo-Johnstown, que trajo a muchos obreros europeos. Hasta entonces Johnstown había sido una tranquila ciudad religiosa, pero ahora comenzaron a cambiar las cosas. Estos europeos estaban acostumbrados a beber mucha cerveza, y por eso en poco tiempo dentro de una zona de ocho kilómetros desde nuestra casa se levantaron diez cervecerías. Brotaron cantinas por todas partes y su negocio era próspero.

PRIMER CONTACTO CON LA ‘LUZ Y LA VERDAD’

Vivíamos en una casa muy bonita que estaba rodeada de una cerca de estacas puntiagudas blancas. A lo largo de la orilla de nuestra propiedad de cuatro acres había un arroyo pequeño, y al otro lado del arroyo estaba una de estas cantinas, una cantina grande. Bien me acuerdo de cómo mis padres y otras familias religiosas estaban enfadadas por el alboroto causado por muchos de los bebedores de cerveza en esas cantinas. Fue durante estos tiempos que un día se presentó a nuestra puerta un hombre que dijo que era ministro de la Asociación Internacional de Estudiantes de la Biblia. Nos ofreció seis libros que habían sido escritos por el pastor Russell, presidente de la Sociedad Watch Tower.

Nuestra familia le prestó inmediata y cuidadosa atención, porque estábamos muy interesados en cualquier cosa que tuviera que ver con Dios y con la Biblia. Pronto descubrimos que este ministro devoto no creía en un infierno ardiente ni en la mayor parte de las otras enseñanzas ortodoxas de la Iglesia Presbiteriana. Se le ocurrió a mi padre que posiblemente este hombre devoto pudiera persuadir al cantinero que estaba al otro lado del arroyo a enmendar sus caminos y hacerse cristiano. Le sugirió esto al ministro, el cual aceptó el desafío. Visitó al cantinero y es muy interesante saber que sus palabras cayeron en tierra buena. Pronto el cantinero se hizo creyente de la Biblia como la enseñaban los Estudiantes Internacionales de la Biblia y se puso a predicar lo que aprendía a la gente que venía a su cantina. Siendo un hombre de convicciones fuertes, pronto llegó a ser muy activo en esparcir las “buenas nuevas.”

Entonces un día este cantinero atravesó el puente en dirección a nuestra casa. Cuando lo vimos venir no estábamos muy dispuestos a abrir cuando tocó nuestra puerta, pues no sabíamos que había tenido un cambio de corazón y ahora era uno de los “Estudiantes de la Biblia,” como se conocía entonces a los testigos de Jehová. Para gran sorpresa nuestra nos dio un tratado que trataba del tema “No hay infierno.” Resultó un argumento grande en nuestro hogar, ya que mi padre conocía mejor que él las Escrituras, aunque no las entendía tan bien. Sin embargo, nos siguió trayendo tratados y seguimos leyéndolos.

Pronto este hombre llegó a ser conocido como “el ex-cantinero,” porque vendió su cantina con la estipulación de que no se usara como cantina, sino con algún otro propósito. A fin de mantener a su familia entonces se puso a trabajar como obrero en una fábrica de acero, lo cual era bastante difícil para él, ya que nunca antes había trabajado con las manos. Desde entonces fue un huésped bienvenido en nuestro hogar y obtuvimos de él los seis tomos de Estudios de las Escrituras. Esto resultó en un cambio señalado para una familia presbiteriana muy devota y muy firme. Sí, dejamos la Iglesia Presbiteriana, y especialmente mi madre se mostró muy entusiasta en cuanto a la verdad que contenían estos tomos. Ella y yo pasamos muchas horas leyendo y estudiando esta nueva literatura de la Watch Tower. Jehová de veras estaba contestando nuestras oraciones guiándonos con su ‘luz y verdad.’

ESPARCIENDO ‘LUZ Y VERDAD’ EN MIAMI

Entonces en 1909 nos mudamos de Johnstown, Pensilvania, a Miami, Florida, más de 1.600 kilómetros al sur. Hubo buen motivo para dar este paso. Nosotros, los siete muchachos, crecíamos en una comunidad que iba deteriorando, que se parecía cada vez menos a la cerca blanca que rodeaba nuestra hermosa casa, es decir, en lo que se refiere a lo moral. No solo eran inadecuadas las escuelas, sino que ahora estaba acercándose el tiempo en que algunos de nosotros, los muchachos, habíamos de ir a la secundaria, y no había ninguna cerca. Además, las grandes fábricas de acero y las minas de carbón estaban llenando el aire de tizne y humo, así como ocasionando otras condiciones desagradables para vivir. En contraste con todo esto, Miami era un paraíso con todas sus calles blancas, roca de coral, palmeras y hermosas playas. Además, mi madre tenía una condición mala de la garganta ocasionada por la contaminación del aire. Todo esto fue buena razón para que nos mudáramos a un lugar tan lejos.

En ese entonces Miami era una ciudad de unas 10.000 personas que casi estaban aisladas al sur de Florida y rodeadas de los Everglades y pantanos. Solo una vía de ferrocarril y una carretera atravesaban esta zona semejante a selva. Fue esta zona la que llegó a ser mi nuevo territorio para esparcir las buenas nuevas del reino de Dios. Habiendo ya obtenido un conocimiento de la Palabra y propósitos de Dios, comprendí lo importante que era el dar a conocer a otros estas verdades. De modo que en el otoño de 1910 simbolicé mi dedicación para hacer la voluntad de Jehová y para seguir su ‘luz y verdad’ como una carrera de toda la vida. Cobré valor y confianza en la promesa de Jehová que está registrada en el Salmo 43:3: “Envía tu luz y tu verdad. Que estas mismas me guíen. Que me traigan a tu santa montaña y a tu magnífico tabernáculo.”

Dos años después, cuando tenía dieciséis años, dejé la escuela y empecé a trabajar para un periódico local, el Herald de Miami. Esto lo hice para poder comprar literatura de la Sociedad Watch Tower y distribuirla en la comunidad. En aquellos días había muy pocos automóviles, y no teniendo los medios para comprar uno, hacía todos mis recorridos en bicicleta. Trabajaba para el Herald por la mañana y por la tarde viajaba en mi bicicleta desde Miami durante la mitad de la tarde, dando el testimonio a medida que avanzaba. Luego tomaba otra ruta, dando el testimonio a la gente de regreso durante el resto de la tarde.

El lugar de reunión más cercano estaba en Palm Beach, a unos 105 kilómetros de distancia, de modo que se hizo disponible nuestro hogar como lugar para reuniones para estudiar La Atalaya. Al principio solo había un puñado de nosotros. Pero con mis esfuerzos para distribuir la literatura, pude interesar a otros en asistir a las reuniones y así aumentó nuestra asistencia. Yo era demasiado joven en ese tiempo para conducir los estudios de La Atalaya, de modo que mi padre concordó en conducirlos. Deseoso de que nuestras reuniones fueran tan completas como fuera posible, me preocupaba el que no hubiera nadie que tocara el piano para poder entonar cánticos. Debido a esto tomé lecciones y aprendí a tocar todos nuestros himnos. Pero solo hasta ese grado llegó mi educación musical, ya que no tenía ningún talento particular para la música.

Para poder dedicar todo mi tiempo a predicar las buenas nuevas del reino de Dios dejé mi trabajo de tiempo parcial que tenía en el Herald, y emprendí la obra de colportor. Con frecuencia mi madre me acompañaba en la predicación de casa en casa, lo cual fue un gran apoyo para mí en aquellos días tempranos de mi ministerio de tiempo cabal. Fielmente me estimuló tanto como pudo hasta que murió en 1921.

Para entonces nuestra congregación había aumentado tanto que pudimos alquilar un salón en la calle Flagler, en el centro de Miami. Nunca creí tener las cualidades de acaudillamiento, ni me sentía adecuado para pronunciar discursos públicos. Sin embargo, debido a que tenía un gran deseo de adquirir la verdad de la Palabra de Dios y leía y estudiaba muy extensamente, muchos me consultaban con frecuencia y me daba mucho gusto poder ayudar a los de mi congregación a obtener entendimiento más claro de la verdad, la cual seguía haciéndose cada vez más clara.—Pro. 4:18.

SIRVIENDO CON LA CENTRAL DE LA WATCH TOWER

Entre los que eran una inspiración para mí estaban los representantes viajeros de la Sociedad Watch Tower, a los cuales se conocía como peregrinos. Mientras estaban en Miami siempre se hospedaban en nuestra casa y yo atesoraba muchísimo las conversaciones y la asociación de que disfrutaba con ellos. Fue uno de estos peregrinos el que estimuló mi interés en los privilegios de servicio que estaban disponibles en la central de la Watch Tower en Brooklyn, Nueva York. De modo que hice mi solicitud, en breve fui llamado, y llegué a ser miembro de la familia Betel de Brooklyn el 15 de mayo de 1922. Siempre estaré agradecido por el estímulo que me dieron para que solicitara el servicio de Betel, ya que ahora ha sido mi “hogar, dulce hogar” por cuarenta y seis años.

La Sociedad justamente comenzaba a publicar algunos de sus propios libros, y pasé mis primeros diez años en Betel trabajando en una máquina que cosían las partes de los libros. En aquellos días solo teníamos cuatro de estas máquinas para coser. Hoy tenemos treinta y siete, sin mencionar las demás máquinas para coser en las otras imprentas a través del mundo. Después de aquellos diez años tuve el privilegio de transportar productos de las granjas de la Sociedad al hogar Betel de Brooklyn, también durante diez años. Aunque este trabajo era difícil, disfruté mucho de él. También se tenía que transportar alimento de una línea de embarque que solía transportar frutos cítricos de una granja que la Sociedad tenía en Florida. Yo también le suministraba a la familia de Betel varias clases de melones. Para obtener éstos iba a las zonas donde se cultivaban y hacía ‘tratos’ provechosos con los agricultores que tenían excedentes. Pero el aspecto de esta asignación de que más disfrutaba era las oportunidades que me proporcionaba de tener conversaciones con el hermano Rutherford, el presidente de la Sociedad en aquellos años. El con frecuencia pasaba algún tiempo en una u otra de estas granjas, ya que esto le suministraba un ambiente ideal en el cual meditar y escribir.

Luego en 1942 tuve el privilegio de volver a trabajar en hacer libros, ayudando durante cinco años en una máquina que recortaba los tres lados de los libros. En 1947 fui trasladado al departamento de envíos, donde pasé los siguientes ocho años de servicio gozoso participando en despachar la literatura impresa. Siempre ha sido una fuente de satisfacción verdadera para mí el comprender que esta literatura en producir y despachar la cual yo participaba realmente es la manera en que Jehová Dios está contestando hoy la oración de sus siervos: “Envía tu luz y tu verdad.”

El ver cómo Jehová Dios ha guiado a su pueblo y ha hecho prosperar a su organización todos estos años ha hecho mucho para fortalecer mi fe. Cuando llegué por primera vez a la central de Brooklyn, nuestra planta editora solo constaba de una zona pequeña de espacio alquilado. Entonces en 1926 la Sociedad edificó su propia planta editora de ocho pisos que constaba de aproximadamente 6.500 metros cuadrados de superficie. En 1949 se construyó una adición de nueve pisos como parte integrante de la fábrica original, añadiendo unos 6.700 metros cuadrados. Solo habían pasado seis años cuando nuevamente nos conmovió a todos una empresa, a saber, cuando la Sociedad empezó la construcción de un edificio de trece pisos al otro lado de la calle de nuestra fábrica y que consta de unos 17.850 metros de superficie.

Este edificio iba a usarse principalmente para imprimir y despachar las revistas Atalaya y ¡Despertad! Tan pronto como estuvo listo para usarse este edificio, fui asignado al departamento de envíos por correo en este edificio donde, al tiempo de escribir esto, todavía tengo el privilegio de estar trabajando. ¡Y cómo ha aumentado la distribución de estas revistas, que desempeñan un papel tan prominente en enviar Jehová ‘su luz y verdad’! En 1922, cuando llegué a la central de Brooklyn, la Sociedad produjo 3.250.000 revistas. ¿Y cuál es la cifra de la producción ahora? Bueno, el año pasado tan solo la planta de Brooklyn produjo más de cincuenta veces esa cantidad, o sea, ¡cada semana se produjo una cantidad igual a la que produjimos en 1922 en todo el año!

Ahora en mis años de declinación física mi corazón se llena de gratitud y gozo por las muchas bendiciones que he tenido en estos cincuenta y ocho años en que he seguido la ‘luz y verdad’ de la Palabra de Jehová, y en particular por los cuarenta y seis años en los cuales he tenido el privilegio de servir de tiempo cabal en Su central terrestre.

Algún tiempo después de escribir su biografía Calvin Prosser terminó su derrotero terrestre, el 13 de diciembre de 1968; él era del resto de los herederos del reino celestial. Su funeral se celebró en Staten Island el 16 de diciembre, y condujo el servicio Max Larson, siervo de fábrica y amigo personal de él por largo tiempo y también uno de los directores de la Sociedad Watchtower Bible and Tract de Nueva York, Inc. Entre los presentes estuvieron amigos y parientes de Florida y Delaware, así como una veintena o más del hogar Betel de Brooklyn, la mayoría de los cuales había conocido a Calvin Prosser por más de cuarenta años. Aunque sus amigos lamentan que haya muerto, se regocijan porque ahora también le aplican las palabras: “Felices son los muertos que mueren en unión con el Señor desde este tiempo en adelante. Sí, dice el espíritu, que descansen de sus labores, porque las cosas que hicieron van junto con ellos.”—Rev. 14:13.

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