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  • ¡Nunca olvidé la verdad de Dios!

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  • ¡Nunca olvidé la verdad de Dios!
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1972
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1972
w72 15/2 págs. 122-123

¡Nunca olvidé la verdad de Dios!

SIEMPRE recordaré aquel día en que una testigo de Jehová visitó nuestro hogar. Yo solo tenía ocho años de edad. Cuando ella les ofreció a mis padres literatura que explicaba la Biblia la rehusaron, pero a mí me interesaba. ¡Yo tenía tantos deseos de conocer la Biblia! De modo que les pregunte a mis padres si podía quedarme con esta literatura. Dijeron que yo tenía mi propio dinero y que si quería podía pagarla yo misma.

Inmediatamente en esta primera visita la Testigo amorosamente comenzó a ayudarme a entender la Palabra de Dios. Aprendí con mi propia Biblia que el nombre de Dios es Jehová.—Sal. 83:18.

Por varias semanas después la Testigo vino con su esposo para ayudarme. Después fueron enviados otros Testigos. Durante todo este tiempo mis padres nunca se interesaron en estudiar la Biblia con nosotros, aunque se les mencionaba. Después de cada sesión de estudio me encargaba de decirles lo que estaba aprendiendo.

Más tarde comencé a asistir a unas cuantas reuniones de los Testigos. ¡Qué amor me mostraron los Testigos! Venían en auto toda la distancia hasta nuestra casa, a dieciséis kilómetros de la ciudad, solo para recogerme y llevarme a sus reuniones. En unas cuantas ocasiones se me permitió pasar la noche con ellos para ver cómo llevaban a cabo su predicación.

Durante una de estas visitas, mientras jugaba con la hija de uno de los Testigos, aprendí que es necesario abstenerse de actos nacionalistas que son idolátricos y que violan la neutralidad cristiana. La explicación más completa que recibí de los Testigos de mayor edad me alegró tanto que quise compartir esta información con los que más amaba, mis padres.

Yo tenía once años de edad y jamás olvidaré la sacudida que recibí cuando les hablé acerca de estos requisitos cristianos y de mi decisión de obedecer a Dios por medio de cumplirlos. Mis padres se encolerizaron. Me mandaron que les dijera a los Testigos, la siguiente vez que me visitaran, que no volvieran jamás, pues de lo contrario serían recibidos con una escopeta. Supliqué a mis padres que me dejaran mostrarles con la Biblia que éstos eran requisitos de Dios. Pero de nada sirvió.

Mis padres creían que con esto se había acabado la cuestión. Pero yo tenía libros para el estudio de la Biblia y mis Biblias. Lo más importante de todo era que tenía comunicación con Jehová Dios por medio de la oración.

Varias veces durante los siguientes cinco años decidí firmemente olvidar todo lo que había aprendido y traté de echarlo de mi mente. Pero me di cuenta de que no podía olvidarlo porque formaba parte de mí, y era la verdad. Durante todo este tiempo Jehová siempre me proveyó amorosamente estímulo para seguir adorándolo, aunque limitadamente. Precisamente cuando llegaba al punto de pensar que estaba totalmente sola al tratar de adorarlo, me visitaba un Testigo y me dejaba literatura. Yo me escondía y leía toda palabra tal como una persona sedienta que consigue un trago de agua fría.

Recuerdo que en una ocasión cuando estaba en la ciudad vi a una Testigo en la siguiente manzana ofreciendo revistas a los transeúntes. ¡Cómo me encantó ver a alguien sirviendo a Jehová! Corrí por toda la calle para alcanzarla solo para saludarla. Pero, ¡ah! ¡Se fue antes de que pudiera alcanzarla! ¡No obstante, me emocionó mucho el solo ver a una adoradora de Jehová Dios!

Durante este tiempo estudié mucho personalmente para mantener fuerte mi fe. Uno de mis textos favoritos era 1 Corintios 10:13, que nos asegura que Dios no permitirá que seamos probados más allá de lo que podamos aguantar, sino que siempre dispondrá la salida para que podamos permanecer fieles. Otros textos, como Gálatas 6:9, me aseguraban que Dios se encargaría de que yo tuviera bendiciones y oportunidades de servirle más cabalmente. También, había ocasiones en que podía hablar a otros acerca de Sus promesas.

Cuando ingresé en la escuela secundaria por fin pude tener de nuevo alguna asociación con los siervos de Jehová. Asistí a algunas reuniones y hasta a asambleas. Cuando cumplí dieciséis años de edad le dije a mi padre que quería bautizarme en una asamblea que pronto se había de celebrar. Le expliqué que entendería el que no lo permitiera mientras estuviera viviendo en su casa y que respetaría sus deseos, pero que cuando llegara a ser mayor de edad me bautizaría. Él y mi madre decidieron que yo tenía bastante edad para saber lo que quería y por eso accedieron. Me bauticé el 20 de marzo de 1965.

Todo marchó más o menos sin asperezas hasta el día de la graduación. Cuando rehusé empleo que violaba mi neutralidad cristiana, entonces la ira y la furia de mi padre estallaron nuevamente. Me dijo que ya no era su hija. Fui repudiada completamente. Me lanzó invectivas hasta quedar sin aliento y me dijo que ya no volviera a casa.

Durante este período doloroso, los Testigos vinieron en socorro de mí y siempre, sí, siempre estuvo Jehová Dios fortaleciéndome. Siempre fiel, siempre bondadoso, nunca me abandonó. Con el tiempo mis oraciones a él por la honra de servirle más cabalmente fueron contestadas. Pude pasar unas vacaciones predicando de tiempo cabal acerca de su reino. ¡Fue demasiado maravilloso para expresarlo con palabras! Poco después de esto llegué a ser predicadora de tiempo cabal regular de la Palabra de Dios y ésta ha sido mi actividad gozosa desde entonces.

Cuando considero los años pasados veo que Jehová de veras ha sido mi pastor y que no me ha faltado nada. Aunque sufra más persecución, sé que mientras mantenga mi integridad Jehová siempre estará conmigo para consolarme y bendecirme. He visto que la bondad de Jehová Dios es incomparable.—Contribuido.

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