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  • Un buen prójimo
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1971
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1971
w71 1/4 págs. 215-216

Un buen prójimo

Un artículo preparado especialmente para que los padres lo lean con sus hijos

¿CONOCES a alguien que tenga la piel de un color diferente del tuyo? Hay sitios donde casi toda la gente que allí vive tiene la piel de color negro o moreno. En otros sitios casi toda la gente tiene la piel blanca. Nacen así.

¿Crees tú que te hace mejor que otra persona el tener la piel de un color diferente a la piel de ella? ¿Debería pensar una persona que tuviera la piel negra que era mejor que alguien que tuviera la piel blanca? ¿O debería alguien que tuviera la piel blanca pensar que era mejor que una persona que tuviera la piel negra? ¿Qué crees tú?

Algunas personas creen que el color de su piel las hace mejores que otras. Por eso no son bondadosas con las personas que tienen la piel de un color diferente. Nosotros no debemos ser así.

Si escuchamos al Gran Maestro, Jesucristo, seremos bondadosos con todos. Sin importar de qué nación sea una persona ni cuál sea el color de su piel. Debemos amar a gente de toda clase. Eso fue lo que enseñó Jesús. Déjame contarte de esto.

Un día un judío vino a hacerle a Jesús una pregunta difícil. Este hombre pensaba que podía hacer una pregunta que Jesús no podría contestar. Dijo: ‘¿Qué tengo que hacer para vivir eternamente?’

Esa era una pregunta fácil para el Gran Maestro. Pero en vez de contestarla él mismo, Jesús le preguntó al hombre: ‘¿Qué dice la ley de Dios que tenemos que hacer?’

El hombre contestó: ‘La ley de Dios dice: “Tienes que amar a Jehová tu Dios con todo tu corazón, y tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo.”’

Jesús dijo: ‘Contestaste bien. Sigue haciendo esto y conseguirás vida eterna.’

Pero aquel hombre no quería amar a todos. Por eso, buscó una excusa. Le preguntó a Jesús: ‘¿Quién es de veras mi prójimo?’ ¿Cómo hubieras contestado tú esa pregunta? ¿Quién es de veras tu prójimo?

Puede que aquel hombre hubiera querido que Jesús dijera: ‘Tu prójimo son tus amigos.’ Pero, ¿qué hay de las otras personas? ¿Son también nuestro prójimo?

Para contestar la pregunta, Jesús contó una historia. Era acerca de un judío y un samaritano. Decía así:

Un hombre iba por el camino desde la ciudad de Jerusalén a Jericó. Este hombre era judío. Cuando iba caminando, unos bandidos le echaron mano. Lo hicieron caer al suelo y le quitaron su dinero y su ropa. Los bandidos le dieron muchos golpes y lo dejaron al lado del camino medio muerto.

Poco tiempo después pasó por aquel camino un sacerdote. Vio al hombre que estaba mal herido. ¿Qué hizo? ¿Qué hubieras hecho tú?

Lo único que hizo el sacerdote fue pasar al otro lado del camino. Ni siquiera se detuvo. No hizo nada, pero nada, para ayudar al hombre.

Después otro hombre muy religioso vino por el camino. Era levita, que quiere decir que servía en el templo en Jerusalén. ¿Se detendría a ayudar? No. Hizo lo mismo que el sacerdote. ¿Fue correcto hacer eso?

Por fin un samaritano vino por el camino. Vio al judío que estaba allí mal herido. Toda la gente sabía que los samaritanos y los judíos no se querían unos a otros. Así que, ¿iba a dejar este samaritano a aquel hombre sin ayudarlo? ¿Se diría: ‘¿Por qué debo ayudar a este judío? Él no me ayudaría a mí si yo estuviese herido’? Nadie esperaría que un samaritano se detuviera y ayudara a un judío.

Pero el samaritano miró al hombre echado allí al lado del camino. Sintió compasión. No podía seguir su camino y dejarlo morir.

Por eso, el samaritano se bajó de su animal. Fue a donde estaba el hombre, y comenzó a atender sus heridas. Derramó en ellas aceite y vino. Esto ayudaría a sanar las heridas. Entonces vendó las heridas con una tela.

El samaritano subió con mucho cuidado al herido a su animal. Entonces siguieron lentamente por el camino hasta que llegaron a un mesón u hotel pequeño. Aquí el samaritano consiguió un lugar donde pudiera quedarse el hombre y lo atendió bien.

Ahora Jesús le preguntó al hombre con quien estaba hablando: ‘¿Cuál de estos tres hombres crees que era el buen prójimo?’ ¿Qué hubieras contestado tú? ¿Fue el sacerdote, el levita o el samaritano?

El hombre contestó: ‘El samaritano que se detuvo y atendió al hombre herido fue el buen prójimo.’

Jesús dijo: ‘Tienes razón. Pues ve y haz tú lo mismo.’—Luc. 10:25-37.

¿No te pareció buena esa historia? Nos hace ver quién es nuestro prójimo. No son nuestro prójimo solo nuestros amigos más queridos. No son nuestro prójimo solo las personas de nuestro propio país, ni solo las personas que tienen la piel del mismo color que la nuestra. Nuestro prójimo son personas de toda clase.

Jehová Dios ama a toda clase de personas. Y Jesús dijo que nosotros debemos ser como Dios. Jesús dijo: ‘Tu Padre que está en el cielo hace que el sol salga sobre personas malas y sobre personas buenas. Hace que la lluvia caiga sobre justos y sobre los que no son justos. Tú debes ser bueno para con todos, tal como lo es el Padre.’—Mat. 5:44-48.

De modo que si tú ves a alguien herido, ¿qué harás? ¿Qué hay si la persona fuera de un país diferente o tuviera la piel de un color diferente del tuyo? Todavía es tu prójimo. De modo que debes ayudarlo. Si tú crees que eres demasiado pequeño para ayudar, entonces puedes venir a mí y pedir que yo te ayude. O puedes llamar a un policía o a un maestro. Eso es ser como el samaritano.

El Gran Maestro quiere que seamos bondadosos. Quiere que ayudemos a otros, sin importar quiénes sean. Es por eso que él contó la historia acerca del hombre que era buen prójimo.

“La cosa deseable en el hombre terrestre es su bondad amorosa.”—Pro. 19:22.

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