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  • Cómo afecta a la gente el juego de azar
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1975
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1975
w75 1/6 págs. 325-327

Cómo afecta a la gente el juego de azar

CIERTO obrero postal neoyorquino jamás había hecho una apuesta antes. Entonces se abrió en su vecindario una sala para Apostar Fuera del Hipódromo. Una apuesta condujo a otra. Recientemente cuando su esposa telefoneó a Jugadores Anónimos el hombre debía 5.000 dólares, y acababa de salir corriendo a apostar sus últimos 16 dólares, dejando un refrigerador vacío y dos hijos hambrientos.

A menudo las experiencias son extrañas. El dueño de una próspera compañía de ropa consultó a un psiquíatra debido a su compulsión a jugar. Para entender a fondo el caso, el psiquíatra acompañó a este hombre al hipódromo. Fascinado observó a este hombre ganar dinero en siete de nueve carreras. Intrigado, el psiquíatra decidió probar. Pronto él, también, llegó a ser jugador compulsivo y, con el tiempo, perdió su clientela.

“Increíble,” ¿dice usted? “Típico,” contestó un ex-jugador al enterarse de esta experiencia. “He visto muchos casos como ése.”

UNA COMPULSIÓN INSIDIOSA

Esta compulsión a jugar comienza de manera aparentemente inocente. “Veo entrar a las mujeres,” explicó un vendedor de boletos en una sala del OTB. “Al principio apuestan 2 ó 4 dólares. Luego son veintes y treintas. Después de unos meses están apostando 50 y 60 dólares en una carrera. ¿A cuántas he visto que han hecho eso? Tan solo en mi tienda... por lo menos a 20.”

La cantidad de personas que llegan a estar intensamente envueltas en apostar es asombrosa. “La mitad de los clientes [del OTB] están apostando seis días a la semana,” alega un miembro de Jugadores Anónimos. Muchos han perdido el control de sí mismos, y les pesa el haber empezado. Un ama de casa de Brooklyn exclamó: “Desearía no ser una apostadora regular.” Y un jovencito se lamentó: “He estado perdiendo tanto recientemente . . . Pero no puedo parar, pues, está en mi sangre.”

Muchos hombres de negocios prominentes, también, han llegado a ser jugadores compulsivos. En su artículo “El vicio oculto del ejecutivo,” Dun’s Review concluyó que el juego de azar es “una de las más serias amenazas de los EE. UU.... aun más que el alcoholismo y la afición a las drogas.”

Cierto, no todos los que empiezan se convierten en jugadores compulsivos. De hecho, muchos consideran el juego de azar ‘diversión inofensiva.’ Pero ¿lo es realmente? ¿A qué lleva tan a menudo esta “diversión”? Quizás se sorprenda usted al saber cuántos hogares son afectados por las consecuencias tristes.

Según cálculos del Instituto Nacional sobre la Salud Mental, ¡tan solo en los Estados Unidos hay 10 millones de jugadores compulsivos! Estas personas juegan al grado de serias dificultades financieras y personales, causando sufrimiento incalculable a sus familias. Como los aficionados a las drogas y los alcohólicos, parece que estos jugadores no pueden desistir, sin importar cuántas veces prometan solemnemente hacerlo. “No hay duda de que produce afición,” dice un fiscal auxiliar familiarizado con el juego de azar.

A los no jugadores quizás se les haga difícil entender esta afición, o compulsión. Sin embargo es verdadera. El Dr. Robert Custer, jefe de personal de la División Brecksville del Hospital V.A. de Cleveland, ha tratado a muchos de estos jugadores. “Son hombres muy desesperados cuando ingresan,” hace notar. “Cuando el JC [jugador compulsivo] pide ayuda, está tan asustado y desorientado que casi está en un estado de pánico. Cuando inicialmente deja de jugar, está tan desesperado que uno pensaría que su vida estuviera en peligro.”

¿Qué hace que las personas desarrollen este impulso irrefrenable para jugar?

UN DESEO DESMORALIZADOR

El deseo de dinero adquirido fácilmente es, sin duda, un factor principal. Por supuesto, nadie quiere ser pobre; todos deseamos suficiencia. Pero en el juego de azar se ofrecen enormes remuneraciones sin trabajar... simplemente por casualidad o ‘buena suerte’ existe la posibilidad de enriquecerse rápidamente. La expectativa es tentadora. Y por eso a menudo lo que entrampa a un jugador es la llamada “suerte de principiante.”

Por lo tanto en una experiencia típica un hombre de Ontario, Canadá, tuvo una notable racha en su primera visita a un hipódromo, convirtiendo unos 4 dólares en 1.000 dólares. “Debería haberse detenido allí,” dijo su esposa. “Pero no pudo.” ¿Por qué no?

Porque el juego de azar parecía una manera tan fácil de ganar dinero. La ganancia lo tentó a seguir, incitando en él el deseo de más. ¿El resultado? “Empezó a cambiar,” dijo su esposa. “Parecía que era dos personas diferentes.” Con el tiempo perdió 60.000 dólares jugando, y arruinó su vida de familia.

Una vez que se arraiga el deseo, una ganancia grande raramente lo satisface. Como polillas atraídas por una bombilla, los jugadores son provocados por la expectativa de lograr un triunfo aun más grande. De consiguiente un maestro acercándose a los cuarenta años de edad acumuló deudas de juego por la cantidad de 20.000 dólares. Pero en una extraordinaria racha de cuatro días ganó 25.000 dólares. ¿Pagó sus deudas? Confiesa: “Me puse a pensar cuán fácilmente podría duplicar los 25.000 dólares. Empecé a apostar a los caballos el lunes, y para el fin de la semana todo se había ido.”

De manera insidiosa el juego de azar puede tener este efecto, destruyendo la fibra moral del individuo. Casi invariablemente, los jugadores compulsivos, con el tiempo, se hacen descarriados y faltos de escrúpulos. Recientemente un hombre escogió cuatro caballos en lo que se conoce como una apuesta “superfecta,” y ganó 111.000 dólares con una apuesta de 3 dólares. Sin embargo, rehusó venir a la oficina de Jerome T. Paul, un oficial del OTB, para que se le tomara su fotografía. ¿Por qué? “Debía más de los 111.000 dólares,” explicó Paul, “y no tenía intenciones de pagar.”

Gente de todo ramo de actividad es afectada. Un rabino ortodoxo, que había contraído deudas de juego que ascendían a 100.000 dólares, explicó: “No tenía sentido de responsabilidad para con mi familia o mi congregación. Ponía en mi horario un funeral temprano, para poder llegar al hipódromo. Hacía notas para mi sermón entre las carreras.”

Sí, el juego de azar afecta así a la gente... tan a menudo las hace avarientas, faltas de honradez y casi increíblemente inconsideradas de otros. También destruye el gobierno de uno mismo. De modo que el juego de azar claramente choca con los preceptos bíblicos básicos, que condenan a los “avarientos,” e instan al gobierno de uno mismo y al amor al prójimo.—1 Cor. 6:9, 10; Gál. 5:22, 23; Mat. 22:39.

OTRO FACTOR QUE PRODUCE AFICIÓN

Pero evidentemente más está envuelto en hacer que se juegue por impulso irrefrenable. Los doctores que han investigado el problema lo encuentran complejo, y admiten que realmente no lo entienden. Sin embargo, algunos creen que la acción muy emocionante y la excitación envueltas en el juego de azar contribuyen a la afición.

Por lo tanto el Dr. William H. Boyd, que ha pasado nueve años estudiando el problema, concluyó: “El ingrediente en el alcoholismo es el alcohol y el ingrediente en la afición a las drogas es las drogas. Pero el ingrediente en el juego de azar es la excitación.” El Dr. Robert Custer evidentemente conviene. “La ‘droga’ que buscan,” dice él, “es estar en acción.”

La acción comienza con la apuesta y continúa hasta su resultado. Hay gozo en el ganar e inquietud en el perder, y excitación durante todo el procedimiento. Luego, como hace notar el Dr. Boyd: “El jugador tiene que regresar y volver a empezar para tener la excitación.” Y es un hecho que el anhelo de la acción es tan grande que uno oirá decir a los jugadores: “No es el dinero que uno debe lo que lo hace desesperado, sino la idea de despertar y no tener dinero para apostar.”

Cierto, quizás sea difícil ver cómo algo sin ningún ingrediente tangible— tal como la heroína del aficionado a las drogas— puede causar afición. Pero aun en la afición a las drogas hay más envuelto que solo una afición física a alguna sustancia química. La mente también es afectada de alguna manera, produciendo afición mental. Esto es evidente, puesto que la afición a las drogas continúa aun después que la droga misma ha desaparecido del cuerpo del aficionado. Por eso, al considerar el juego de azar, el Dr. Custer traza este paralelo: “La demanda psicológica es la esencia del alcoholismo y de la afición a las drogas tal como sucede con el juego de azar compulsivo.”

Pero de cualquier manera que sea que el juego de azar obre para desmoralizar a la gente, sea por amor al dinero o la excitación concomitante al juego de azar, el hecho que hay que recordar es que se apodera insidiosamente de la gente. ¡Qué prudente, por lo tanto, evitar el juego de azar! No sea tentado a probarlo solo porque la sociedad tolerante de hoy lo ha legalizado. Muchas personas empezaron jugando solo un poco —solo por ‘la diversión’— pero pronto fueron ‘atrampadas,’ a menudo con resultados trágicos.

ESFUERZOS POR HACERLE FRENTE

Ahora se están haciendo verdaderos esfuerzos por ayudar a los jugadores compulsivos a desistir de ello. Los Jugadores Anónimos es una organización mundial establecida con ese propósito, con algunas 200 sucursales y 3.000 miembros tan solo en los Estados Unidos. Se esfuerza por suministrar a las personas suficiente motivación para librarse del hábito. Pero a menudo falla. Esto se patentiza por las confesiones de un taxista llamado Victor en una reunión de los Jugadores Anónimos en Nueva York.

“Me puse de pie y confesé que no podía dejar de apostar,” dijo, “y trabajaba dos turnos al día para sostener mi hábito. Les dije que era yo tan degenerado que tan pronto como saliera de la reunión, probablemente manejaría cuatro horas hasta Bowie en Maryland para apostar a los caballos. Cuando terminé, tres miembros me esperaban. ‘¡Oiga!, Vic,’ dijeron, ‘¿hay lugar para nosotros en el automóvil?’”

El simplemente darse cuenta de su degeneración, y hasta desear evitar el dolor y consecuencias que esto trae, a menudo no son suficiente motivación para vencer el impulso irrefrenable de jugar. Pero hay un modo de librarse del hábito. Dejemos que uno que había bajado hasta las profundidades del juego compulsivo, pero que luego se recuperó, nos cuente acerca de ello.

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