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  • Un Dios que merece nuestra confianza

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  • Un Dios que merece nuestra confianza
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1976
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1976
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Un Dios que merece nuestra confianza

RARA vez se puede confiar en las las promesas humanas. A pesar de esto, todavía hay personas en quienes confiamos. ¿Por qué? Nuestra confianza se basa principalmente en el registro que se han hecho de ser confiables y fidedignas. Sabemos que una variedad de cosas podría impedirles que llevaran a cabo lo que han prometido. Pero no permitimos que estas posibilidades impidan que confiemos en ellas.

¿Qué hay de nuestro Creador? ¿No merece mucho mayor confianza? Sí, él nos ha dado base para estar seguros de que nada impedirá jamás el cumplimiento de ninguna promesa suya. En el registro pasado de Jehová Dios como Cumplidor de su palabra no se encuentra siquiera una sola falta. Considere el caso de los israelitas en el tiempo de Josué. Ellos fueron testigos del cumplimiento de la promesa de Dios de que se les daría la tierra de Canaán... una promesa que se le había hecho a Abrahán el antepasado de ellos más de cuatrocientos años antes. (Gén. 15:13-21) También, en cumplimiento de la promesa que Dios les hizo por medio de Moisés, y con la ayuda y protección que Dios les dio, lograron tomar posesión de Canaán a pesar de la feroz oposición de naciones más fuertes. (Deu. 7:17-21; 11:23) Reflexionando en lo que Jehová Dios había efectuado, Josué pudo decir a los israelitas: “No falló ni una promesa de toda la buena promesa que le había hecho Jehová a la casa de Israel; todo se realizó.”—Jos. 21:45.

NINGÚN OBSTÁCULO PUEDE DETENER EL CUMPLIMIENTO

¡Qué diferente es el caso cuando se trata del hombre! A menos que pueda cumplir lo que ha prometido dentro de un tiempo comparativamente corto, acontecimientos imprevistos pudieran impedirle para siempre hacerlo. Su palabra de promesa podría convertirse en palabra muerta. Pero en el caso del Dios eterno, su palabra de promesa siempre es ‘viva y poderosa.’ (Heb. 4:12) Nada puede impedir que se lleve a cabo.

Por medio de su profeta Isaías (55:10, 11), Jehová declaró: “Tal como la lluvia fuerte desciende, y la nieve, desde los cielos y no vuelve a ese lugar, a menos que realmente sature la tierra y la haga producir y brotar, y realmente se dé semilla al sembrador y pan al que come, así resultará ser mi palabra que sale de mi boca. No volverá a mí sin resultados, sino que ciertamente hará aquello en que me he deleitado, y tendrá éxito seguro en aquello para lo cual la he enviado.”

Una vez que la lluvia o la nieve empieza a caer, ¿quién puede impedir que la precipitación penetre por filtración en el suelo? El agua que desciende en forma de nieve o lluvia de seguro efectúa su propósito. Combinándose con nutrimentos del suelo, suministra lo que las plantas necesitan para crecer y producir fruto. En el caso del grano, parte de la semilla que se produce se puede apartar para sembrarla en la siguiente temporada y una porción mucho más grande puede ser molida y convertida en harina para hacer pan. De esta manera se realiza el propósito final de la precipitación.

De manera similar, todo detalle de las promesas de Dios se cumplirá, prescindiendo de los obstáculos que se presenten. Esto se ilustra bien en el caso de la específica palabra de promesa que se considera en el capítulo 55 de Isaías. Los Isa. 55 versículos 12 y 13 dicen: “Con regocijo saldrán ustedes, y con paz se les hará entrar. Las montañas y las colinas mismas se alegrarán delante de ustedes con clamor gozoso, y todos los mismísimos árboles del campo batirán las manos. En vez del matorral de espinas subirá el enebro. En vez de la ortiga que causa comezón subirá el mirto.”

Esta promesa señaló al tiempo en que la tierra desolada de Judá, llena de espinas y ortigas, volvería a ser cultivada y habitada. Sin embargo, el cumplimiento de esta promesa pudo haberles parecido casi imposible a los israelitas que fueron llevados al exilio en Babilonia. La capital del Imperio Caldeo, Babilonia, estaba fuertemente fortificada, y a juzgar por todas las apariencias era invencible. Mientras gobernara la dinastía babilónica, no había esperanza alguna de que se les libertara. Según la descripción de esa dinastía que se da en las Escrituras, tenía la reputación de ‘hacer que la tierra productiva fuera como el desierto, derribar sus mismísimas ciudades, y no abrir el camino hacia casa siquiera a los prisioneros’ o exiliados.—Isa. 14:17.

Sin embargo este gran obstáculo no impidió que se cumpliera la promesa. Súbitamente, en una sola noche, la gran Babilonia cayó a los medos y persas bajo el mandato de Ciro. Poco después de eso, Ciro expidió un decreto que les permitía a los exiliados judíos volver a la tierra desolada de Judá para reedificar el templo de Jehová en Jerusalén.—2 Cró. 36:22, 23.

SE DA MÁS SEGURIDAD

Otra razón por la cual podemos tener la mayor confianza en las promesas de Dios es el hecho de que él ha hecho que su mismísimo nombre o reputación esté enlazado con el cumplimiento de su palabra. En el caso de su promesa a Abrahán, por ejemplo, hasta agregó su juramento. En Hebreos 6:13 se nos dice: “Cuando Dios hizo su promesa a Abrahán, puesto que no podía jurar por nadie mayor, juró por sí mismo.”

La cosa asombrosa acerca de esta promesa juramentada es que su cumplimiento no dependía únicamente de Jehová Dios. ¿Por qué? Porque sería por medio de la “descendencia” de Abrahán que ‘todas las naciones de la tierra se bendecirían.’ (Gén. 22:18) La “descendencia” primaria de Abrahán resultó ser Jesucristo. (Gál. 3:16) Como tal, ¿mantendría integridad perfecta mientras estuviera en la Tierra? El cumplimiento de la promesa de Dios dependía de eso.

Jesucristo sí mantuvo su perfección hasta la misma muerte. De modo que el cumplimiento de la promesa que se le hizo a Abrahán, así como el de todas las otras promesas de Dios, es seguro. Ahora no quedan interrogantes en cuanto a la identidad del principal de la descendencia de Abrahán, ni en cuanto a la posibilidad de que éste resultara inadecuado para ser la persona por medio de la cual todas las naciones hubieran de bendecirse. Segunda a los Corintios 1:20 fortalece nuestra fe al asegurarnos esto: “No importa cuántas sean las promesas de Dios, han llegado a ser Sí mediante él. Por eso también por medio de él se dice el ‘Amén’ a Dios para gloria por medio de nosotros.”

Correctamente a Jesucristo hasta se le llama el “Amén,” que significa, literalmente, “seguro,” “verdaderamente,” “así sea,” “verdad.” (Rev. 3:14) Como tal, es más que solo uno que habla de la verdad. Su derrotero de vida de mantener perfectamente su integridad mientras fue hombre, incluso su muerte de sacrificio, confirmó e hizo posible la realización de todas las promesas de su Padre. En Jesucristo todas las promesas de Dios se cumplen.—Juan 14:6.

Fue Jehová Dios quien hizo posible que su Hijo llegara a ser la descendencia primaria de Abrahán haciendo que naciera milagrosamente de la virgen María, una descendiente de Abrahán por medio de la línea real de David. Como Padre amoroso, Jehová sintió vivamente el terrible sufrimiento al cual fue sometido su Hijo en la Tierra. Sin embargo estuvo anuente a hacer el sacrificio supremo, y dio su Hijo a favor del mundo. Por eso no podemos imaginarnos que Jehová Dios haya de fallar de alguna manera ahora en cuanto a cumplir su palabra después de haber colocado un fundamento sólido para el cumplimiento de ésta al costo de la vida de su Hijo cariñosamente amado. Como señaló el apóstol Pablo: “El que ni aun a su propio Hijo perdonó, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿por qué no nos dará bondadosamente también con él todas las otras cosas?”—Rom. 8:32.

Sí, ¿cómo podría persona alguna temer que quizás alguna promesa de Dios quedara sin cumplirse? Jehová Dios ya ha hecho el sacrificio supremo. Su palabra y su juramento a Abrahán no resultaron ser mentira, sino verdad absoluta. Durante el transcurso de la historia humana, Jehová ha demostrado su confiabilidad. Jamás ha dejado de cumplir su palabra de promesa. Ciertamente Jehová es un Dios que merece nuestra confianza absoluta. No nos fallará. Por lo tanto, esforcémonos diligentemente para no fallarle a él, empeñándonos en mantenernos en posición aprobada ante él.

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