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  • Pusimos en primer lugar el servir a Dios

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  • Pusimos en primer lugar el servir a Dios
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1976
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1976
w76 15/9 págs. 556-559

Pusimos en primer lugar el servir a Dios

MI PADRE era un agricultor del oeste de Finlandia. Para 1911 obtuvo alguna literatura de los Estudiantes de la Biblia, que afirmaban que 1914 sería un año significativo de cambio mundial. En 1912 se suscribió a La Atalaya en finlandés y recibió su número del 1 de diciembre de 1912, el primero que se publicó en finlandés.

Todavía conservo las Atalayas de mi padre desde el primer número de la edición finlandesa. Por lo que sucedió en 1914 y después de eso, a mi padre se le hizo obvio que las profecías se estaban cumpliendo. Por eso llegó a ser un celoso Estudiante de la Biblia, como entonces se llamaba a los testigos de Jehová.

Nací el 7 de septiembre de 1914, y enlazados con mi muy temprana niñez hay muchísimos recuerdos de los esfuerzos de mi padre en la predicación. Él estaba activo en asuntos municipales, y usaba toda la influencia de que disfrutaba en la comunidad para esparcir las buenas nuevas acerca del reino de Dios entre la gente. Hasta su caballo rucio, que lo llevaba los domingos a dar discursos públicos, era conocido en una zona grande.

EFECTOS DE LAS PRIMERAS ASOCIACIONES

Cuando yo tenía trece años de edad salí de casa para asistir a la escuela en otro distrito. El resultado de esto fue que perdí contacto directo con la instrucción que mi padre me daba y la enseñanza mundana empezó a influir completamente en mi pensamiento. Aunque en mi corazón apreciaba muchísimo la personalidad de mi padre, usaba lo que aprendía en la escuela para tratar de probar que sus creencias basadas en la Biblia eran incorrectas.

En 1935 entré en la Universidad Técnica de Helsinki para continuar mis estudios. La central de los testigos de Jehová en Finlandia está ubicada en Helsinki, y en aquel tiempo había una habitación vacante. Puesto que mi padre era Testigo, se me permitió vivir allí temporalmente mientras iba a la universidad.

Aunque mis estudios y la vida universitaria ocupaban la mayor parte de mi tiempo, el contacto constante con los miembros de la familia de Betel (así se llama a la familia de trabajadores de la central) tuvo profundo efecto en mí. Aquí podía ver directamente la maravillosa influencia que las verdades de la Biblia pueden tener en la vida de la gente. El espíritu cristiano que se manifestaba en Betel gradualmente empezó a moldear mi actitud, y finalmente, en septiembre de 1939, me bauticé para simbolizar el hecho de que había dedicado mi vida a servir a Jehová Dios. Desde ese tiempo en adelante mi vida ha estado llena de la bendición y bondad inmerecida de Jehová.

ACTIVIDAD DURANTE LA II GUERRA MUNDIAL

Más tarde en aquel otoño estalló la guerra entre Finlandia y Rusia. Mi fe se vio puesta a prueba muchas veces cuando tuve que explicar por qué, como cristiano, no podía participar en actividades políticas o bélicas. Con el tiempo terminé trabajando en el departamento técnico del Ferrocarril Estatal de Helsinki, un puesto que se ajustaba a mis calificaciones de ingeniero civil.

El estado de guerra se aprovechó como oportunidad para detener casi del todo la predicación pública de los testigos de Jehová. Nuestra organización cristiana fue disuelta por orden de los tribunales, nuestras revistas fueron proscritas, nuestra literatura fue confiscada, el superintendente de sucursal fue puesto bajo custodia preventiva, y muchos Testigos fueron arrojados en la prisión. Todo esto se les hizo a los testigos de Jehová porque permanecían neutrales y no participaban en la guerra.

Sin embargo, los Testigos que habían quedado libres continuaban haciendo cuanto podían. Por ejemplo, un grupito de nosotros participó en un trabajo especial a favor de los encarcelados. Al grupo se le llamaba los “Fideicomisarios de los Testigos de Jehová,” y otros nombres a veces. ¿Qué trabajo especial efectuaba este grupo?

Bueno, durante toda la guerra llevamos peticiones a todo personaje desde el presidente de la República hasta miembros individuales del Congreso. En aquellas peticiones solicitábamos que se levantara la proscripción que se había impuesto a los testigos de Jehová o que se ayudara a los Testigos que padecían persecución. Mientras duró la guerra, frecuentemente era difícil ver buenos resultados, pero evidentemente tuvimos mucho éxito en dar un testimonio. Los funcionarios del gobierno a quienes visitamos todavía nos respetan y hasta nos admiran.

Cito un ejemplo: Al fin de la guerra tres Testigos fueron condenados a muerte en Yugoslavia. Un comité de Testigos fue al ministro de Asuntos Exteriores de Finlandia para hablarle acerca del asunto, pero él dijo que no podía intervenir en los asuntos de otro país. Entonces fuimos a ver al ministro de la Defensa, a quien habíamos llegado a conocer bien como resultado de previas entrevistas con él. Sorprendentemente, convino en ayudar, y escribió una carta personal al presidente Tito a favor de nuestros hermanos cristianos. La sentencia de muerte fue revocada.

Hace unos años este ex-ministro de la Defensa, que ahora es bien conocido como escritor y conferenciante en Finlandia, me invitó a que lo fuera a ver. Todavía recordaba muy bien haber escrito al presidente Tito a favor de nuestros hermanos cristianos. Me explicó que aunque no hubiera hecho ninguna otra buena obra en su vida, por lo menos en este caso sabe que salvó la vida a tres hombres y nunca ha cesado de sentirse feliz por eso.

REUNIONES DURANTE LA GUERRA

Durante la guerra también se proscribieron todas nuestras reuniones cristianas; sin embargo, las celebrábamos con regularidad. Hasta teníamos asambleas grandes. Usted quizás se pregunta cómo hacíamos esto.

Celebrábamos las reuniones como reuniones privadas. Por ejemplo, yo extendía una tarjeta de invitación con mi firma a una persona por la que respondían dos Testigos fidedignos. Así, en poco tiempo todos los Testigos de la zona de Helsinki recibían una invitación como aquélla a una “reunión privada.” Celebrábamos con regularidad estas reuniones en las habitaciones de cierta organización estudiantil. Del mismo modo hacíamos arreglos para asambleas mayores. Nos pareció que la protección de Jehová estuvo sobre estos arreglos, puesto que ni una sola vez fue impedida una reunión.

A veces hasta enviábamos una carta desde una de aquellas reuniones a funcionarios del gobierno. Dos días después que un grupo de 580 Testigos envió una carta, recibí de la policía estatal una orden de presentarme para interrogatorio. El interrogador tenía en la mano nuestra carta y exigió información en cuanto a la celebración de las reuniones. Dijo que estaban tan bien informados que sabían casi todo lo que la gente se decía en la calle, y preguntó: “¿Cómo es posible que ustedes puedan celebrar una reunión como ésa en el centro de Helsinki sin que nosotros estemos enterados de ella?” ¡Y esta reunión se había celebrado a solo unas cuantas manzanas de la jefatura de policía!

MATRIMONIO Y UNA FAMILIA

En 1941, mientras la guerra todavía estaba en progreso, me casé con Kaisa Alastalo. Ella había sido Testigo por tanto tiempo como yo, y había servido de predicadora “precursora” (un precursor es el que emplea por lo menos cien horas al mes en la predicación). Con el tiempo tuvimos una familia de una hija y cuatro hijos. Ahora se nos presentaba el desafío de inculcar en nuestros hijos un amor a Jehová Dios y un deseo de servirle.

Lo primero que traté de grabar en la mente de ellos fue un aprecio profundo a Jehová y su congregación de personas. Empezábamos cada día con la consideración de un texto bíblico y con oración. Y jamás nos perdíamos una de las reuniones de congregación semanales, salvo en casos de enfermedad. “El sentimentalismo conduce a la pérdida de la vida,” era el lema de mi esposa siempre que la simpatía maternal por nuestros hijos la inclinaba a anular lo que en verdad resultaría en lo mejor para ellos. ¡Y cómo se nos bendijo!

Cuando nuestra hija, que era la mayor, cumplió trece años de edad, nos pidió permiso para hacerse precursora. Concordamos, con la condición de que ni sus calificaciones escolares ni su salud sufrieran. Y ciertamente no sufrieron durante los dos años que fue precursora mientras iba a la escuela. En 1957 salió de la escuela y llegó a ser precursora especial lejos de casa en la parte central de Finlandia. Más tarde se casó, y ahora está sirviendo con su esposo como miembro de la familia de Betel de Finlandia.

NOS MUDAMOS A NUEVO TERRITORIO

Durante los años cincuenta se invitó a los testigos de Jehová a mudarse a lugares donde hubiera mayor necesidad de predicadores del Reino. De vez en cuando nosotros consideramos el asunto como familia. Sin embargo, yo tenía un buen trabajo, y teníamos una casa hermosa en un precioso suburbio de Helsinki, una ubicación ideal para criar hijos. Pero un día en el periódico noté un anuncio en que se pedían ingenieros que trabajaran para el Ferrocarril Estatal. Yo tenía experiencia en el Ferrocarril, y las vacantes eran en ciudades donde solo había unos cuantos Testigos. Si realmente estábamos hablando en serio en cuanto a mudarnos para servir donde hubiera mayor necesidad, ésta era la ocasión en la cual hacerlo.

Un día del invierno de 1960 un camión grande se detuvo en lo que por diez años había sido nuestro hogar y cargó nuestras pertenencias. Nos mudamos a Seinäjoki, a 400 kilómetros al noroeste de Helsinki, donde había un pequeño empalme ferrocarrilero. En aquel tiempo había una congregación de doce Testigos en esta ciudad de 20.000 habitantes. Mi salario mensual en mi nuevo trabajo era solo de poco más de la tercera parte de lo que era antes, pero esto no le restó felicidad a mi familia. Al año siguiente construimos una casa, y en la misma manzana ayudamos a la congregación a erigir un pequeño Salón del Reino.

El trasladar a los muchachos a una nueva escuela salió bien, y el ambiente rural resultó más saludable que Helsinki. Continuamente poníamos ante nuestros muchachos el servicio de precursor como una meta por la cual valía la pena esforzarse. Y los ojos se me llenaron de lágrimas de gozo cuando nuestro hijo mayor, al salir de la escuela en 1961, se metió en el pequeño auto usado que le habíamos comprado y partió a su asignación de precursor en el norte de Finlandia. Con el tiempo, su hermano de poco menos edad lo siguió. Cuando le llegó el turno a nuestro tercer hijo, evidentemente había alguna colaboración entre los otros. “No vamos a andar por el mismo lado de la calle que tú si no te haces precursor,” le dijeron.

El más joven de nuestros hijos tuvo un ataque muy severo de enfermedad cuando tenía un año de edad, y su enfermedad empeoró con el transcurso de los años. Ahora a los veinte años de edad no se puede levantar de la cama. También es retardado mental y no puede hablar. Lo atendimos en casa hasta que tuvo nueve años de edad, pero a esa edad el trabajo se hizo demasiado y pudimos obtener su ingreso en un hospital moderno cercano donde podemos visitarlo con regularidad. Por consiguiente, cuando todos nuestros otros muchachos salieron de casa para ser precursores, en 1970 a mi esposa se le presentó la oportunidad de empezar el servicio de precursora. Esta había sido su meta por largo tiempo, y toda la familia aprecia su celo por el servicio de Jehová.

RECIBIENDO LA ABUNDANTE BENDICIÓN DE JEHOVÁ

Siempre mi deseo ha sido ayudar a mi familia a disfrutar de la obra de predicación de tiempo cabal, y he hecho ajustes en mi trabajo seglar con ese fin en mira. En 1967 el director general del Ferrocarril me invitó a ir a Helsinki a administrar un departamento e ingresar en la Junta de Directores del Ferrocarril. Convine bajo dos condiciones.

Primera, que pudiera salir lo bastante temprano al fin de la semana para viajar a casa a tiempo para las reuniones de congregación de fin de semana. Y segunda, que cuando yo hubiese efectuado las reformas de organización que considerara necesarias pudiera regresar a mi trabajo anterior en Seinäjoki. Sin embargo, seis meses más tarde recibí una invitación para ser el subdirector general. Convine en esta promoción bajo las mismas condiciones de antes.

Este nuevo puesto me dio muchas oportunidades de testificar a personas a quienes de otra manera quizás no se hubiera llegado con el mensaje del Reino. También, el apartamento que alquilé en Helsinki se convirtió en una base para mis hijos precursores que venían de diferentes partes del país a Helsinki a visitar o asistir a asambleas. Al mismo tiempo, yo todavía podía atender mis responsabilidades de congregación en Seinäjoki (aunque había mucho viaje de ida y vuelta con regularidad) y mi esposa tenía bastante tiempo para ser precursora.

Sin embargo, después de unos años vi que era tiempo de volver y vivir de nuevo permanentemente en Seinäjoki. De modo que le recordé al director general el acuerdo en que habíamos entrado, y él lo recordó muy bien. Pero nunca había creído que yo renunciaría a tan prominente puesto y volvería a mi trabajo anterior. Cuando lo hice, en 1973, esto atrajo mucha atención e hizo que en prominentes revistas finlandesas salieran artículos que fueron favorables a los testigos de Jehová.

La congregación aquí en Seinäjoki ha disfrutado de tan excelente aumento que el Salón del Reino que construimos en nuestra manzana en 1961 resultó demasiado pequeño. De modo que en la primavera de 1975 nuestra congregación de sesenta publicadores del Reino empezó a edificar un nuevo Salón del Reino en una espaciosa manzana de terreno tomada en arriendo de la ciudad. Para sorpresa de todos, este hermoso y grande salón se terminó para principios de septiembre, ¡en menos de seis meses!

La dedicación del salón fue una ocasión especialmente conmovedora para mí. Pues tendí la vista sobre el Salón del Reino lleno y pude ver que había ocho miembros de mi familia presentes: mi esposa y yo y tres de nuestros hijos y sus cónyuges. ¡En nuestra familia, seis sirven de precursores y dos están en Betel!

Al mirar al pasado ahora, puedo decir que mi esposa y yo realmente hemos tenido una vida feliz y de propósito en el servicio de Dios, como la tuvo también mi padre, y como mis hijos la tienen ahora. Y estamos a la expectativa de muchas bendiciones futuras en el servicio de Dios. Si aceptamos la invitación de Jehová de que le sirvamos, él ciertamente cumple su promesa, como lo registró su profeta de antaño: “Pruébenme, por favor, en cuanto a esto . . . a ver si no les abro las compuertas de los cielos y realmente vierto sobre ustedes una bendición hasta que no haya más carencia.” (Mal. 3:10)—Contribuido.

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