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  • La generosidad remunera
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1976
w76 15/10 págs. 611-613

La generosidad remunera

“EL ALMA generosa será engordada ella misma,” es la seguridad que suministra la Biblia. (Pro. 11:25) No hay razón para que la persona que practica la generosidad verdadera tema que debido a ello habrá de verse en necesidad.

Sin embargo, el creer que esto es así exige fe. La Biblia, de hecho, asocia la generosidad con la fe. En Santiago 2:14-17 leemos: “¿De qué provecho es, hermanos míos, el que alguno diga que tiene fe pero no tenga obras? Esa fe no puede salvarlo, ¿verdad? Si un hermano o una hermana están en estado de desnudez y les falta el alimento suficiente para el día, sin embargo alguno de entre ustedes les dice: ‘Vayan en paz, manténganse calientes y bien alimentados,’ pero ustedes no les dan las cosas necesarias para el cuerpo, ¿de qué provecho es? Así, también, la fe, si no tiene obras, está muerta en sí misma.”

Ahora bien, uno pudiera razonar así: ‘Si doy generosamente de mis pertenencias para ayudar a hermanos y hermanas necesitados, quizás no me quede nada como respaldo si sufro reveses financieros. En ese caso, ¿quién me ayudaría?’ Ese modo de pensar podría hacer que uno se retrajera de ser generoso con sus haberes. Por eso definitivamente exige fe el creer que el dar generoso no perjudicará la seguridad de uno posteriormente. Sí, requiere fe el creer que, si llegásemos a estar verdaderamente necesitados, el espíritu de Dios que funciona en la mente y el corazón de nuestros compañeros de creencia los impelería a venir en socorro de nosotros.

Además de fe, uno tiene que tener el motivo correcto al mostrar generosidad. Por ejemplo, si uno careciera de amor, el dar por parte de uno no tendría valor alguno a los ojos de Dios. El apóstol Pablo recalcó esto fuertemente cuando escribió: “Si doy todos mis bienes para alimentar a otros, y si entrego mi cuerpo, para jactarme, pero no tengo amor, de nada absolutamente me aprovecha.”—1 Cor. 13:3.

Los que dan a fin de recibir aplausos de los hombres quizás reciban las alabanzas lisonjeras que están buscando. Pero para ellos, el dar no les resulta en ningún otro galardón. Jesucristo aclaró esto cuando aconsejó contra esa clase de dar. Dijo: “Cuando andes haciendo dones de misericordia, no toques trompeta delante de ti, así como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para que los glorifiquen los hombres. Verdaderamente les digo a ustedes: Ellos ya disfrutan de su galardón completo. Mas tú, cuando hagas dones de misericordia, no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha, para que tus dones de misericordia sean en secreto; entonces tu Padre que mira en secreto te lo pagará.”—Mat. 6:2-4.

No hay mérito alguno en que alguien dé de su tiempo, haberes y talentos simplemente para impresionar a otros o para conseguir algún provecho personal. La generosidad cristiana debe ser totalmente altruista. Jesucristo declaró: “Si prestan sin interés a aquellos de quienes esperan recibir, ¿de qué mérito les es? Hasta los pecadores prestan sin interés a los pecadores para que se les devuelva otro tanto. Al contrario, continúen . . . prestando sin interés, sin esperar que se les devuelva algo; y su galardón será grande, y serán hijos del Altísimo, porque él es bondadoso para con los ingratos e inicuos.”—Luc. 6:34, 35.

Los que oyeron las palabras de Jesús eran personas que estaban obligadas a observar la ley mosaica, que ya mandaba hacer préstamos sin interés a conterráneos necesitados. (Éxo. 22:25) Por eso, hasta el que alguien que tuviera una mala reputación, un ‘pecador,’ le hiciera un préstamo sin interés a una persona que pudiera devolver el pago no habría sido nada especialmente extraordinario. Ese prestar por parte del ‘pecador’ hasta podría hacerse con el propósito de recibir algún favor futuro del que hubiese pedido prestado. La clase de generosidad a la cual Jesucristo estimulaba, sin embargo, iba más allá de lo que pudiera hacer alguien a quien se conociera como ‘pecador.’ Requería que se imitara la generosidad de Jehová, una generosidad que, admirablemente, se extiende hasta a personas desagradecidas, que no muestran aprecio. En armonía con ello, los seguidores devotos de Jesucristo deben estar dispuestos a acudir en socorro de los que verdaderamente están necesitados y cuyas circunstancias económicas sean tales que jamás pudieran pagar de vuelta. Eso de veras exige amor y fe.

Cuando el dar no tiene el motivo apropiado y hay falta de fe, uno pudiera hacerse culpable de pecado muy serio. Esto se ilustra en los casos de Ananías y Safira. Ellos vieron que otros vendían voluntariamente sus posesiones y ponían el rédito a disposición de los apóstoles, para que lo usaran para ayudar a compañeros de creencia necesitados. Evidentemente Ananías y Safira buscaban la alabanza de otros por ser generosos. Pero les faltaba fe en el interés de Dios en los suyos. Aunque no estaban bajo ninguna obligación de hacerlo, vendieron un campo y entonces convinieron en contribuir solo una parte del dinero que recibieron. Sin embargo, mentirosamente trataron de parecer más generosos de lo que realmente eran cuando dieron a entender que estaban contribuyendo la cantidad entera. Por medio del apóstol Pedro, Dios mismo desenmascaró el engaño deliberado de ellos y pronunció el juicio de muerte contra ellos.—Hech. 5:1-11.

Por eso, pues, las expresiones de generosidad tienen que ser genuinas para ser consideradas favorablemente por Jehová. Jehová remunerará a las personas generosas, bendiciéndolas y fortaleciéndolas para que pasen con buen éxito a través de los tiempos difíciles sin perder su vida espiritual. Jehová no abandonará a sus siervos generosos ni los dejará en apuro desesperado. Aunque quizás temporalmente experimenten tiempos difíciles, hasta una serie de reveses económicos, no sucumbirán a la desesperación y la desesperanza. Un proverbio bíblico dice: “Puede que el justo caiga hasta siete veces, y ciertamente se levantará.” (Pro. 24:16) El salmista expresó su confianza como sigue: “En Dios he cifrado mi confianza; no tendré miedo. ¿Qué puede hacerme la carne?”—Sal. 56:4.

Además, cuando otros ven que una persona muy generosa llega a estar realmente necesitada, se sienten mucho más inclinados a ayudarla que a la que ha sido tacaña. En cuanto a la congregación cristiana, el espíritu de Dios que funciona en la mente y el corazón de los que en ella se asocian los impele a acudir en socorro de los compañeros de creencia necesitados. Así, por medio de estos compañeros Jehová Dios remunera los actos de generosidad.

La generosidad verdadera es realmente una expresión de amor. Y hay ocasiones en que el amor exige restringirse en la generosidad. Por ejemplo, hay personas que son irresponsables y perezosas y se muestran renuentes a aceptar trabajo aunque haya a la mano tareas que puedan hacer. Les perjudicaría el que se les permitiera abusar de la generosidad ajena. En lo que toca a esas personas, debe aplicar la regla bíblica: “Si alguien no quiere trabajar, que tampoco coma.”—2 Tes. 3:10.

Las circunstancias también pudieran limitar el grado al cual una persona pudiera dar de lo suyo a otros. La responsabilidad de suministrar lo necesario a los miembros de la familia de uno, por ejemplo, ocupa el primer lugar. Por eso sería incorrecto el que un padre diera a otras personas de tal manera que ello le impidiera suministrar lo debido a su familia.—1 Tim. 5:8.

No obstante, hasta la persona que tiene poco en sentido material puede ser generosa. Puede tener oportunidades de pasar tiempo con los que están solos. Quizás pueda animarlos hablándoles. O, quizás pueda participar con otros en alguna actividad edificante, hasta por simplemente dar un paseo por un parque o bosque. Por otra parte, también, uno podría dar de su fuerza física por medio de efectuar cosas personales y útiles para otros.

Por eso, aunque haya limitaciones, uno todavía puede disfrutar del efecto saludable de ser un “dador alegre.” (2 Cor. 9:7) Si es generoso con lo que tenga y usa discernimiento cuando da a otros, será remunerado con gozo y satisfacción interior. Experimentará contentamiento, por saber que ha obrado en armonía con la voluntad de Dios. Por lo tanto, puede estar seguro de que continuará experimentando la bendición, guía y cuidado de Dios.

Sí, cuando nos interesamos intensamente en el bienestar de otros, nos sentimos impelidos a responder a sus necesidades, y damos generosamente de nuestro tiempo, fuerzas y posesiones. Al proceder así, continuaremos experimentando abundantes galardones como siervos aprobados de Dios.

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