¿Qué quiso decir el sabio?
EN EL libro bíblico de Eclesiastés, el sabio rey Salomón señaló a algunos de los ciclos interminables que están asociados con la Tierra. Una generación reemplaza a otra. El Sol sale y se pone. Los vientos siguen soplando desde diversas direcciones. Los ríos y los torrentes desembocan en el mar, pero nunca lo llenan.—Ecl. 1:4-7.
Después de eso el sabio dijo: “Todas las cosas son fatigosas; nadie puede hablar de ello. El ojo no se satisface de ver, ni se llena el oído de oír. Lo que ha llegado a ser, eso es lo que llegará a ser; y lo que se ha hecho, eso es lo que se hará; y por lo tanto no hay nada nuevo bajo el sol. ¿Existe cosa alguna de la cual se pueda decir: ‘Mira esto; es nuevo’? Ya ha tenido existencia por tiempo indefinido; lo que ha venido a la existencia es desde tiempo anterior a nosotros. No hay recuerdo de la gente de tiempos pasados, tampoco lo habrá de los que también llegarán a ser más tarde. Resultará que no habrá recuerdo aun de ellos entre los que llegarán a ser todavía más tarde.”—Ecl. 1:8-11.
Evidentemente era la repetición interminable de las cosas lo que tenía presente el rey Salomón cuando declaró lo que se acaba de citar. Existían tantos ciclos reiterativos que uno se fatigaría si tratara de describirlos todos. Le ‘faltarían palabras.’
La repetición de los ciclos puede afectar de tal manera al hombre que su sentido de la vista y su sentido del oído no se satisfagan, sino que deseen algo nuevo o novedoso. Y sin embargo realmente no hay nada nuevo en los ciclos naturales ni en los acontecimientos del vivir cotidiano común. Las generaciones de mucho tiempo antes de la nuestra presenciaron los mismos ciclos naturales. Y en los asuntos humanos se han observado las mismas cosas a través de los siglos. Ha habido progreso, regresión, desilusión, opresión, corrupción y revolución, seguidos de más opresión y corrupción todavía. La gente ha tenido las mismas esperanzas, deseos y ambiciones. Después, al morir, esta gente fue olvidada por las generaciones posteriores. Hasta las personas que se hicieron famosas o adquirieron un nombre notable se desvanecieron de la memoria de los vivos y fueron eclipsadas por los vivos que disfrutan de prominencia.
¿De qué provecho es esta información? Puede protegernos de dar indebida importancia a seguir tras objetivos materialistas que dejan fuera de consideración al Creador. No hay logro terrestre que no sea temporal. Por lo tanto, en vez de hacer de éstos la meta principal de la vida, es mucho mejor disfrutar del fruto del trabajo de uno y hacerse un buen nombre ante Dios, quien puede devolvernos la vida y poner ante nosotros un futuro eterno y feliz.—Ecl. 3:22.