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  • No desprecie al hombre de escasos recursos
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1977
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1977
w77 1/10 págs. 581-583

No desprecie al hombre de escasos recursos

¿QUÉ pensaría usted si un amigo, un obrero de término medio de recursos modestos, regresara de unas vacaciones conduciendo un automóvil de lujo de 20.000 dólares? El club de automovilismo de Alemania Occidental quiso saber cómo respondería la gente a un súbito despliegue ostentoso de esa índole por alguna persona que realmente no pudiera darse el lujo de tener un auto muy costoso. Por eso, por espacio de tres semanas le suministró un auto de esa clase a un programador de computadoras con ingresos medios que había estado conduciendo una camionetita. Éste vivía en un vecindario de clase media inferior en Munich e inicialmente no dio ninguna explicación a los vecinos, parientes ni compañeros de empleo.

Algunos de los conocidos de este hombre se incomodaron. Otros sospecharon de él. Pero hubo otras respuestas también. Por ejemplo, hubo el hecho extraño de que un hotel de veraneo que estaba ‘totalmente lleno,’ según se averiguó en una llamada telefónica, pudiera hallar una habitación para estas personas cuando llegaron en el auto costoso. También, un portero que anteriormente les había indicado con la mano que se fueran con su auto pequeño de una zona de carga frente a un hotel lujoso no puso ninguna objeción cuando ellos estacionaron allí el automóvil costoso y ostentoso.

Sí, la gente respondió de diversas maneras durante este experimento. Sin embargo, no hay duda de que la aparenta riqueza influyó en algunos. Estos estaban dispuestos a mostrar consideración especial a personas de las cuales creyeran que fueran ricas.

ESTIMANDO EL VALOR DE LA PERSONA

Pero, sírvase pensar en su propia actitud. ¿Cómo estima usted el valor de un individuo? ¿Le parece que puede avaluar a un hombre por lo que posee? Antes de contestar, póngase en esta situación: Imagínese que usted fuese parte de la generación privilegiada que vivió en la provincia romana de Judea durante el primer siglo de nuestra era común. Aquellas personas tuvieron la oportunidad de identificar al Mesías enviado por Jehová Dios para la redención de la humanidad. (Juan 3:16) Aquellos judíos tenían en medio de ellos al Mesías, y la esperanza de alcanzar vida eterna de ellos dependía de que pudieran discernir las cualidades superiores que lo distinguían claramente de todos los demás hombres.

Probablemente la mayoría de los judíos pensaban que únicamente un hombre de gran riqueza y poder podría ser el Mesías. ¡Cómo despreciaron a Jesús, aquel “don nadie” de Nazaret! Lo conocían únicamente como el hijo de un carpintero de condición humilde, José, que tuvo que luchar como trabajador común simplemente para suministrarle las cosas necesarias a su familia. (Mat. 13:55) Sin embargo, Jesús fue ungido con espíritu santo de Dios cuando se bautizó a la edad de treinta años. (Mat. 3:13-17) Y los que aceptaron a Jesús como el Mesías, el ungido de Dios, tuvieron que cifrar su confianza en un hombre de escasos recursos. De hecho, en vez de poseer riquezas, tierra y casas, él no tenía “donde recostar la cabeza.”—Luc. 9.58.

A pesar de la evidencia abrumadora, hasta milagros, que probaban que Jesús era el Mesías, la mayoría de sus contemporáneos no hallaron ningún bien en él y lo condenaron a una muerte vergonzosa con criminales comunes. (Juan 12:37) Esa fue una expresión final de desdén para un hombre del cual pensaban que no tenía nada de valor para el provecho de otros. Si usted hubiera estado allí, ¿se habría mofado de Jesús, como lo hizo la mayoría, o habría discernido lo que valía y habría llegado a contarse entre sus discípulos?

Está claro que no es prudente estimar lo que vale una persona por sus posesiones. La adquisición de riqueza no significa automáticamente que un hombre haya adquirido pericia, juicio sano ni aptitud para llevar la delantera. Muchos ricos simplemente heredaron su riqueza. Por lo tanto, esto no dice nada acerca de sus aptitudes ni experiencia. Y ¿cuántas veces ha oído usted acerca de las maquinaciones comerciales faltas de ética o de honradez que utilizan ciertos ricos para aumentar su riqueza? Sí, ¡cuán a menudo la violación flagrante de la ley queda impune cuando se utiliza la riqueza para ladear la balanza de la justicia! Por eso, el suponer que a la persona rica se le debe respetar y honrar simplemente por su riqueza conduce a un punto de vista deformado, no apegado a la realidad, tocante a otros.

Lo contrario también es cierto. El que un hombre carezca de riquezas no significa que sea un fracaso. El hombre quizás prefiera vivir con modestia. Quizás haya optado por evitar la inquietud y la frustración que acompañan a la búsqueda de cosas materiales. O quizás tenga mala salud, y esto lo limite en su capacidad de adquirir ganancias. Quizás se discrimine injustamente contra él por razones de raza o nacionalidad. Pudiera ser que sus ingresos modestos en los negocios reflejaran su renuencia a usar prácticas sagaces o dudosas para vencer la competencia. Quizás quiera estimular el bienestar de su familia, y prefiera pasar tiempo con ellos más bien que ganar más dinero para gastarlo en ellos. Por eso, el que un hombre carezca de riqueza no prueba que carezca de capacidad ni aptitud.

¿Por qué, entonces, se inclina la mayoría de la gente a dar preferencia y honra a los acaudalados, como algunos lo hicieron durante el experimento del automóvil que ya hemos mencionado? Bueno, por ser pecadores, los seres humanos se inclinan hacia el egoísmo. Dice un proverbio bíblico: “A su semejante le es objeto de odio el que es de escasos recursos, pero son muchos los amigos del rico.” (Pro. 14:20) El acaudalado puede otorgar regalos y favores. De modo que siempre hay quienes buscan su compañía y se dirigen a él con palabras lisonjeras, aunque no sean sinceras. Pero ¿qué sucede si la riqueza de esa persona desaparece súbitamente? Pronto desaparecen también la mayoría de sus “amigos.” Cuando desaparece su dinero, ¿quién busca su amistad? Por lo tanto, si vemos que nos inclinamos a complacer a los de muchos recursos materiales, recordemos la tendencia milenaria que hay de lisonjear a los ricos por ventaja egoísta. El utilizar “habla lisonjera” o “una apariencia fingida para la codicia” no se puede armonizar con la piedad.—1 Tes. 2:5.

¿CÓMO VE DIOS EL ASUNTO?

¿Importa la riqueza a los ojos de Jehová Dios? ¿Podemos ofrecerle a él algo de valor que no sea ya de él? ¡De ninguna manera! Puesto que él “hizo el mundo y todas las cosas que hay en él,” reclama legítimamente la tenencia de toda la riqueza que existe. (Sal. 50:7-12; Hech. 17:24) Todo esfuerzo por comprarse el favor de Dios sin obras piadosas de un corazón sincero y honrado es simplemente un soborno. Pero “con Jehová nuestro Dios no hay injusticia ni parcialidad ni aceptación de soborno.” (2 Cró. 19:7) La riqueza no suministra ninguna ventaja cuando Dios juzga.

Al mismo tiempo, la pobreza no es estorbo. Los pobres no tienen que temer que su humilde condición los descalifique en cuanto a recibir la buena voluntad de Dios. Salmo 69:33 asegura que “Jehová está escuchando a los pobres.” A la vista de Dios, no hay nada que distinga por preferencia entre los ricos y los pobres. “El rico y el de escasos recursos se han encontrado. El Hacedor de todos ellos es Jehová.” (Pro. 22:2) Al pronunciar sentencia, Jehová no examina las billeteras. Está “escudriñando el corazón . . . para dar a cada uno conforme a sus caminos.”—Jer. 17:10.

Jesucristo considera los asuntos exactamente como lo hace su Padre. Cristo invitó a toda persona a venir a él para obtener refrigerio espiritual, fueran personas ricas o pobres, jóvenes o viejas, en esclavitud o libres. (Mat. 11:28) Tanto ricos como pobres se beneficiaban de su enseñanza y milagros. Los más ricos no recibieron más ni menos que los más pobres. A todos se les dio la oportunidad de oír y responder a las buenas nuevas, y Jesús les enseñó a amar a su prójimo como a sí mismos.—Mat. 22:39.

Puesto que la mayoría de los acaudalados pasó por alto a Jesús, los pobres y los de condición humilde se beneficiaron más de su tiempo y atención. Él condenó a los escribas y fariseos hipócritas porque codiciosamente exigían lo mejor para sí. (Mat. 23:2-7) Además, no toleraba ningún esfuerzo de alguno de sus discípulos por conseguir prominencia sobre los demás.

MOSTRÁNDOSE HONOR UNOS A OTROS

Si queremos que Jehová Dios nos juzgue favorablemente, tenemos que tratar a los demás equitativa e imparcialmente. “El que está haciendo escarnio de la persona de escasos recursos ha vituperado a su Hacedor,” mientras que “el que le muestra favor al pobre Lo está glorificando.” (Pro. 17:5; 14:31) Jehová remunera a los que muestran consideración a otros que están necesitados, y “el que le está dando al de escasos recursos no tendrá carencia.” (Pro. 28:27) Nuestra adoración puede tener poco significado si hacemos “distinciones por parcialidad” que denigran a otros.—Sant. 3:17.

Por consiguiente, los cristianos se complacen en compartir las buenas nuevas del reino de Dios con todos los que estén dispuestos a escuchar. Están tan dispuestos a visitar hogares humildes en el vecindario más pobre como lo están a ir a las residencias imponentes de los acaudalados. A cada individuo se le considera uno entre los muchos por los cuales Jesús dio su vida. (Mat. 20:28) Todos los que demuestren que son como ovejas tienen derecho a todas las provisiones espirituales que hace la congregación cristiana.

Dentro de la congregación, no hay lugar para actos de favoritismo. En el primer siglo E.C., los que mostraban favoritismo a los ricos fueron denunciados firmemente como personas que estaban practicando algo pecaminoso. (Sant. 2:1-9) Tanto los de condición humilde como los ricos deben recibir atención y cuidado espiritual sin parcialidad.—Lev. 19:15.

Los de escasos recursos son parte integrante de la congregación. Por lo tanto, no se les debe hacer sentir que están ‘excluidos’ debido a la existencia de alguna asociación exclusivista entre ciertos individuos. Los “pobres” estuvieron entre aquellos a quienes Jesús recomendó invitar a un banquete como demostración de hospitalidad genuina. (Luc. 14:12-14) Y, naturalmente, si algunos cristianos han adquirido cosas materiales que ciertos compañeros creyentes no pueden darse el lujo de tener, los opulentos no harán ‘una exhibición ostentosa de sus medios de vida.’—1 Juan 2:16.

Por eso, ¿cómo estima usted lo que vale un hombre? Considere cuidadosamente lo que es y no lo que tiene. Mídalo por el éxito que haya logrado en cultivar cualidades cristianas. ¿Es un hombre que teme a Jehová? (Sal. 111:10) ¿Tiene fe fuerte? (Heb. 10:38, 39) ¿Es hospitalario? (Rom. 12:13) ¿Muestra bondad y disposición de perdonar a otros? (Efe. 4:32) ¿Se le conoce por habla veraz, saludable? (Efe. 4:29; Tito 2:6-8) ¿Despliega esa persona el amor que habría de identificar a los discípulos de Cristo? (Juan 13:35) ¡Sin duda, un individuo como éste es el que usted debe querer como amigo suyo!

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