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  • Los hijos sabios regocijan el corazón de sus padres

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  • Los hijos sabios regocijan el corazón de sus padres
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1978
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1978
w78 15/4 págs. 24-25

Los hijos sabios regocijan el corazón de sus padres

“HIJO sabio es el que regocija a un padre.” (Pro. 15:20) ¡Qué ciertas son esas palabras inspiradas! Cuando los hijos obran sabiamente, causan regocijo al corazón de sus padres.

Sin embargo, se requiere educación para obtener este resultado feliz. Como en todas partes de la Tierra, en Birmania, también, los testigos cristianos de Jehová han comprobado este hecho.

Por ejemplo, tenemos a Joanna, de seis años de edad. Su madre la ha educado bien. Cierto día, cuando su madre visitó a unos amigos, Joanna fue con ella. Precisamente antes de almorzar en aquel hogar, Joanna les preguntó a los niños de aquella casa si oraban antes de las comidas. Cuando se enteró de que ni siquiera sabían orar, les pidió a todos que repitieran lo que ella decía mientras oraba en voz alta. Hasta la madre de los niños participó en ello. Después de comer, Joanna salió y se puso a conversar con los otros niños acerca de su Dios, Jehová. Les preguntó si tenían un Dios. Cuando le dijeron que sí, su siguiente pregunta fue: “¿Cómo se llama el Dios de ustedes?” Ellos, por supuesto, no pudieron contestarle la pregunta. De modo que Joanna orgullosamente dijo: “Mi Dios se llama Jehová.”—Sal. 83:18.

Los padres de Pedro, un niñito de ocho años de edad, le han enseñado a usar la Biblia para explicar a otros sus creencias. Él usa pedazos de papel para tener marcados textos apropiados en su Biblia. Cuando uno de sus marcadores se le cayó de la Biblia, Pedro simplemente repitió de memoria el texto.

Pero ¿qué hay si uno no tiene tiempo para marcar su Biblia o para hacer un apunte en una hoja de papel? Pudiera aprender algo de Josué, de siete años de edad. Éste escuchaba atentamente a un anciano nombrado de su congregación que mostraba cómo presentar pensamientos bíblicos a los incrédulos. Pero Josué no tenía papel para hacer apuntes. El levantarse para conseguirlo habría querido decir no recibir buena instrucción. De modo que ¿qué hizo Josué? Rápidamente anotó un texto en la palma de la mano. Posteriormente, pudo compartir este punto bíblico con otros.

Cuando los padres suministran educación excelente, puede ser que vean que el ejemplo de sus hijos fortalece la fe. Esta fue la experiencia de un anciano. Hace unos años él y otro anciano fueron encarcelados por acusaciones falsas y debido a neutralidad en cuanto a la política. No había ningún otro anciano ni siervo en aquella congregación. Por lo tanto, Zami, la hija de doce años de edad de este anciano, tomó la iniciativa en ver que hubiese alguna actividad hasta que su padre fuera puesto en libertad. Todos los domingos por la mañana el padre se paraba cerca de un hoyito en una pared de la celda y veía a su hija y a otros visitando a la gente para hablarles acerca de la Biblia.

Por supuesto, la educación no se circunscribe a hablar a otros. A los niños también se les debe enseñar a escuchar atentamente en las reuniones de congregación y aplicar lo que aprenden. Esto es lo que hicieron los padres de Sanju, un jovencito de cuatro años de edad. Se le pedía que escuchara atentamente en las reuniones. Posteriormente, en casa, él se subía a una silla y daba el mismo discurso a sus padres a su propio modo pueril. Los que visitaban a la familia no se quedaban sin oír los discursos de Sanju. Ahora que Sanju tiene siete años de edad da discursos en la Escuela Teocrática de la congregación.

La educación apropiada también puede ayudar a los niños a resistir cuando otros quieren hacer que violen la ley de Dios. Esa fue la experiencia de Christine, de seis años de edad. En una ocasión pasó unos días con sus abuelos, que eran incrédulos. Al sentarse a la mesa para el almuerzo, Christine notó que su abuela había preparado unos animalitos asados. Preguntó: “¿Cómo se les mató?” Al saber que no se les había desangrado apropiadamente, Christine dijo que no podía comerlos. “¿Por qué no?” preguntaron los abuelos sorprendidos. “Mi padre,” dijo Christine, “me dijo que como cristiana no debo comer lo que no se mata apropiadamente.” (Gén. 9:3, 4) Tratando de persuadirla, la abuela indicó que el padre de la niña jamás se enteraría de ello. Pero Christine contestó: “Yo no adoro a mi padre. Aunque él no está aquí para verme, Jehová Dios, a quien adoro, está aquí.” Esto preparó el terreno para que aquellos ancianos se interesaran en el mensaje de la Biblia.

¡Qué ciertas son las palabras inspiradas: “De la boca de los pequeñuelos y de los lactantes [tú, Jehová,] has proporcionado alabanza”!—Mat. 21:16.

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