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  • Deuteronomio... los amorosos discursos de despedida de Moisés
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1978
w78 15/1 págs. 24-27

Deuteronomio... los amorosos discursos de despedida de Moisés

CUANDO tenía cuarenta años de edad trató en vano de ser libertador de su pueblo. A los ochenta años de edad Jehová Dios mismo lo llamó para realmente libertar al pueblo de Dios, Israel, del cautiverio en Egipto. Ahora, a los 120 años de edad, él y su pueblo estaban congregados en las llanuras de Moab, en la frontera de la Tierra Prometida. Sabiendo que se acercaba su fin, este hombre, Moisés, vertió los sentimientos de su corazón ante su pueblo en una serie de discursos, en lo que llegó a conocerse como el libro de Deuteronomio.—Deu. 31:2; Hech. 7:23-30, 35, 36.

Este quinto libro del Pentateuco recibió su nombre de la Versión de los Setenta griega y se basa en dos raíces griegas que significan “segunda” y “ley.” Entre los nombres que le han dado los rabinos está Mishneh, que significa repetición. En algunos idiomas simplemente se conoce como el “Quinto Libro de Moisés.”

Un hecho que establece la autenticidad de Deuteronomio es que Jesús repetidas veces citó de él como Escritura inspirada. (Mat. 4:4, 7, 10 de Deu. 8:3; 6:16, 13; Mar. 10:3-5 de Deu. 24:1-3; Mar. 12:30 de Deu. 6:5) De hecho, de Deuteronomio se cita más de ochenta veces en las Escrituras Griegas Cristianas y es uno de los cuatro libros más citados, de los cuales los otros son Génesis, Salmos e Isaías.

Sin embargo, el libro de Deuteronomio no es lo que su nombre popular parece denotar: una simple reafirmación o repetición de la ley de Dios a Israel. Más bien, sabiendo que su fin se acercaba, Moisés quiso dar admonición, consejo, exhortación e instrucción de despedida al pueblo de Jehová, aunado todo esto a advertencias, diciendo cuanto podía y diciendo ciertas cosas repetidas veces. Fue como si estuviese escribiéndoles una carta de despedida debido al gran amor que les tenía y a su deseo de hacer cuanto pudiera para ayudar a su pueblo a continuar en obediencia fiel a su Dios Jehová. Como lo expresó tan bien el docto bíblico Hengstenberg, del siglo diecinueve:

“Habla como un padre moribundo a sus hijos. Las palabras son fervorosas, inspiradas, impresionantes. Reflexiona en el total de los cuarenta años de vagar en el desierto, le recuerda al pueblo todas las bendiciones que han recibido, la ingratitud con la cual tan frecuentemente han pagado por ellas, y los juicios de Dios, y el amor que continuamente brotaba tras ellos; explica vez tras vez las leyes, y agrega lo que se necesita para completarlas, y nunca se cansa de instar con las palabras más afectuosas y más enfáticas a obedecerlas, porque la mismísima vida de la nación estaba enlazada con esto; examina todas las tormentas y conflictos por los que han pasado, y, contemplando el futuro en el pasado, examina también la historia futura de la nación, y ve, con dolor y gozo entremezclados, cómo tres grandes rasgos del pasado —a saber: apostasía, castigo y perdón— continúan repitiéndose en el futuro.”—The Pentateuch, tomo 3, pág. 276, Keil y Delitzsch.

LAS SÚPLICAS SINCERAS DE MOISÉS

Típico del vigoroso sentir de Moisés acerca de que los israelitas guardaran las leyes de Dios que con anterioridad se habían expresado es el modo en que él enuncia, en Deuteronomio, la prohibición que decía que no debían comer sangre: “Simplemente queda firmemente resuelto a no comer la sangre, porque la sangre es el alma y no debes comer el alma con la carne. No debes comerla . . . No debes comerla.” Cuatro veces declara esta prohibición.—Deu. 12:23-25.

Porque Moisés era de tan fuerte sentir en estos asuntos, vemos que se repite con frecuencia, tal como lo hizo el apóstol Juan en su primera carta, como en 1 Juan 4:8, 16. Por ejemplo, están el instar de Moisés a los padres para que enseñen la ley de Dios a sus hijos al sentarse, caminar, acostarse y levantarse (Deu. 6:7; 11:19), el recordarles que Dios les dio maná para humillarlos (Deu. 8:2, 3, 16) y el colocar la vida y la muerte delante de su pueblo.—Deu. 30:15, 19.

Se pudiera decir que los discursos que se hallan en el libro de Deuteronomio son el “Sermón del Monte” de Moisés. Sí, el libro de Deuteronomio ciertamente está “impelido por un deseo de instruir para el cual no encontramos igual en ningún otro libro de las” Escrituras Hebreas. Y a medida que notamos el calor del afecto, la intensidad de sentimiento, la solicitud sincera, el interés intenso de Moisés para con su pueblo, por el bienestar espiritual y terrenal de éstos, así como sus dos referencias al pesar que sentía porque no se le permitía a él entrar en la Tierra Prometida, ¿a qué conclusión podemos llegar? Que absolutamente nadie excepto Moisés mismo pudo haber escrito un documento tan conmovedor, que es simplemente imposible que alguien haya podido fingir todo ese sentimiento. ¡Sí, el levantar la acusación de que Deuteronomio es un fraude piadoso, como lo hacen muchos teólogos de la cristiandad, no solo es completamente infundado; también es descabellado!

EL PRIMER DISCURSO DE MOISÉS

Por lo general se considera que Deuteronomio consta principalmente de cuatro discursos. El primero abarca los Deu. capítulos uno al cuatro. En este discurso Moisés relata que nombró jueces para que le ayudaran a juzgar al pueblo, y las instrucciones que les dio para que juzgaran sin parcialidad. También habla del mal informe de los espías y la rebelión que éste causó.

Luego relata los viajes de Israel desde el monte Sinaí hasta las llanuras de Moab, y les recuerda las victorias que ganaron en el camino. En el Deu. capítulo cuatro amonesta a su pueblo para que no olvide las leyes de Dios, dice que el guardarlas los haría famosos por su sabiduría. También advierte contra el que hagan ídolos, puesto que no vieron ninguna representación el día que Jehová les habló en el monte Sinaí. Subraya su advertencia con las palabras: “Jehová tu Dios es un fuego consumidor, un Dios que exige devoción exclusiva.”—Deu. 4:24.

SEGUNDO DISCURSO DE MOISÉS

El segundo discurso de Moisés abarca los Deu. capítulos cinco al veintiséis. En éste exhorta a obedecer un vasto conjunto de leyes de Dios, algunas de las cuales se habían dado con anterioridad, como las que tenían que ver con las tres fiestas anuales y las ciudades de refugio, y otras que se declaran aquí por primera vez. Comienza con una reafirmación de los Diez Mandamientos. Continuando, recalca la importancia de conocer a Jehová Dios y sus leyes, pues el hombre no vive solamente de pan. Los israelitas tenían que colocar porciones citadas de la ley en los postes de sus puertas; tenían que inculcar la ley de Dios en sus hijos a todo tiempo, cuando anduvieran, al estar sentados o acostados. Los sacerdotes tenían que enseñar la ley de Dios al pueblo, y el rey mismo tenía que hacer una copia de la ley de Dios y leer en ella todos los días de su vida, para que se mantuviera humilde y siguiera haciendo lo que era correcto.—Deu. 6:7-9; 17:14-20.

Ocho veces en este segundo discurso insta Moisés a su pueblo a mostrar fidelidad y obediencia para que les vaya bien. Con mayor frecuencia recalca Moisés la importancia de que su pueblo ame a Jehová su Dios: “Escucha, oh Israel: Jehová nuestro Dios es un solo Jehová. Y tienes que amar a Jehová tu Dios con todo tu corazón y toda tu alma y toda tu fuerza vital.”a Y vez tras vez le recuerda a su pueblo el amor de Jehová a ellos; del cual hay una excelente expresión en Deuteronomio 5:29: “¡Si tan solo desarrollasen este corazón suyo para temerme y guardar todos mis mandamientos siempre, a fin de que les vaya bien a ellos y a sus hijos hasta tiempo indefinido!”b

Moisés también era de un sentir tan fuerte en cuanto a la justicia que muy a menudo instó a los jueces del pueblo de Dios a tratar con justicia, con imparcialidad, y nunca aceptar sobornos.—Deu. 1:16, 17 (primer discurso); Deu. 16:18; 24:17; 25:1.

Además, Moisés repetidas veces le manda a su pueblo que aprecie todas sus bendiciones y que lo demuestre regocijándose delante de Jehová. ‘Nada sino gozosos tenían que llegar a estar.’ Sí, en un discurso subsecuente hasta advierte que les sobrevendría calamidad hasta tiempo indefinido “debido al hecho de que no serviste a Jehová tu Dios con regocijo y gozo.”—Deu. 16:11, 14, 15; 28:47.

Notando la tendencia de ellos a adorar a otros dioses, Moisés nunca se cansa de advertirles contra la apostasía y los profetas falsos. Pena capital sería el castigo. Uno no había de perdonar a miembros de su propia familia, y hasta a ciudades enteras se les había de exterminar si eran culpables de dirigirse a dioses falsos.—Deu. 5:7; 6:14; 7:4; 8:19; 11:16; 13:1-18; 17:1-7; 18:20-22.

A pesar de advertencias tan estrictas contra la apostasía, la amorosa consideración que se manifiesta en la legislación que se registra en Deuteronomio es singular en los anales de la jurisprudencia. Cuando se reunían para la guerra, al hombre que estuviera comprometido, al hombre recién casado, o al hombre que hubiera plantado una viña o edificado una casa y todavía no hubiera tenido la oportunidad de disfrutar de los frutos de su trabajo se le eximía del servicio militar por un tiempo. En algunos respectos se pudiera decir que gran parte de Deuteronomio prevé cómo podrían acontecer injusticias, y da mandatos para impedir que ocurran.—Deu. 20:5-7; 24:5.

Ni a aves ni a animales se les pasó por alto. El israelita que encontrara un ave que estuviera empollando tenía que dejar escapar a la madre, aunque podía tomar los polluelos. Al agricultor no se le permitía poner bozal a un toro mientras el toro estuviera trillando. Al arar, no podía uncir un asno con un toro, pues la disparidad de la fuerza resultaría en penalidad para el asno, que era más débil.—Deu. 22:6-10; 25:4.

En este discurso Moisés también advierte contra el que los israelitas se hagan materialistas debido a la prosperidad, así como contra el pecado de creerse uno mismo justo. Para evitar el pecado de la apostasía no deberían casarse con paganos. (Deu. 7:3, 4) Categóricamente Moisés coloca ante Israel las bendiciones y las maldiciones, dependiendo del derrotero que siguieran. También predice la venida de un profeta semejante a él mismo, al cual se requeriría que el pueblo escuchara so pena de muerte. El apóstol Pedro aplicó esta profecía a Jesucristo.—Deu. 18:15-19; Hech. 3:22, 23.

EL TERCER Y CUARTO DISCURSOS

En su tercer discurso Moisés da instrucción tocante a las bendiciones y las maldiciones que los levitas han de pronunciar públicamente al entrar en la Tierra Prometida. Seis tribus han de estar en pie delante del monte Gerizim y han de decir “¡Amén!” cuando los levitas pronuncien las bendiciones de Jehová sobre los que le sirven fielmente y obedecen sus leyes. Y las otras seis tribus han de estar en pie enfrente del monte Ebal y decir “Amén” cuando los levitas pronuncien las maldiciones sobre los que violan las leyes de Dios acerca de adoración y moralidad. No contento con esta enumeración, Moisés sigue desarrollando el tema de las bendiciones por hacer lo bueno y las maldiciones por la desobediencia. Estas bendiciones y maldiciones resultaron ser proféticas.—Deu. 27:1 a 28:68.

El cuarto atrayente discurso en el desierto por Moisés (Deu. capítulos 29 y 30) comienza cuando él vuelve a relatar los milagros que Jehová ejecutó a favor de ellos, incluso aquel de que “sus prendas de vestir no se gastaron sobre ustedes, y tu sandalia no se gastó sobre tu pie.” (Deu. 29:5) Entonces Moisés celebra un pacto entre Jehová Dios y su pueblo congregado allí y advierte contra los horrendos resultados de la desobediencia. Sin embargo, también dice que de arrepentirse ellos Jehová nuevamente los restauraría a su favor, y por eso, con esta profecía como base, coloca ante ellos la selección: “De veras tomo yo los cielos y la tierra como testigos contra ustedes hoy, de que he puesto delante de ti la vida y la muerte, la bendición y la invocación de mal; y tienes que escoger la vida a fin de que te mantengas vivo, tú y tu prole, amando a Jehová tu Dios, escuchando su voz y adhiriéndote a él; porque él es tu vida y la longitud de tus días.”—Deu. 30:19, 20.

LAS PALABRAS FINALES DE MOISÉS

Moisés, que ahora tiene 120 años de edad, anima a su pueblo a atravesar el Jordán para tomar posesión de la Tierra Prometida. “Sean animosos y fuertes. No tengan miedo ni sufran un sobresalto delante de ellos, porque Jehová tu Dios es el que marcha contigo.” Anima a Josué con palabras similares y luego manda que cada séptimo año debe haber una asamblea en la cual se repita la ley de Dios a oídos de los hombres, mujeres y pequeñuelos. Luego viene una profecía que predice la rebelión de Israel, en vista de la manera en que se rebelaron en el desierto: “Porque yo... yo conozco bien tu rebeldía y tu dura cerviz. Si mientras todavía estoy vivo con ustedes hoy, se han mostrado de comportamiento rebelde para con Jehová, ¡entonces cuanto más después de mi muerte!” En vista de esa profecía, debería haber necesidad de que algún judío se preguntara por qué su pueblo en general no aceptó al Moisés mayor, Jesucristo, su Mesías?—Deu. 31:1-30.

Después Moisés, por medio de un cántico superlativo, atribuye grandeza a Jehová: “La Roca, perfecta es su actividad, porque todos sus caminos son justicia. Dios de fidelidad, con quien no hay injusticia; justo y recto es él.” Comenta extensamente sobre el proceder descarriado de su pueblo, les recuerda que la venganza pertenece a Jehová y entonces grita: “Alégrense, oh naciones, con su pueblo.” Moisés concluye pronunciando una bendición sobre todas las tribus, salvo la de Simeón.—Deu. 32:1-33:29.

El libro cierra con los detalles de la muerte de Moisés; muy probablemente escritos por Josué o Eleazar el sumo sacerdote. “Su ojo [de Moisés] no se había oscurecido, y su fuerza vital no había huido.” Su pueblo lo lamentó muchísimo durante treinta días, pues “no se ha levantado profeta todavía en Israel como Moisés, a quien Jehová conoció cara a cara.”—Deu. 34:1-12.

Hoy el pueblo dedicado de Jehová está en una posición similar a la de los israelitas en las llanuras de Moab. Por lo tanto hacemos bien en tomar a pechos las verdades y admoniciones que Moisés dio a los israelitas. Entre otras cosas siempre queremos apreciar que no de pan solamente vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Jehová. Sabemos muy bien que Jehová nuestro Dios es un solo Jehová y que tenemos que amarlo con todo nuestro corazón, alma y fuerza vital, porque es un Dios que exige devoción exclusiva. Además, es un Dios que es un fuego consumidor y el único a quien pertenece la venganza. También queremos alegrarnos por el hecho de que toda su actividad es perfecta y justa. En verdad, el guardar sus disposiciones reglamentarias significa vida, mientras que la desobediencia significa muerte.

Muy alegremente nos regocijamos en toda cosa que emprendemos por la bondad de Jehová para con nosotros e instamos a gente de todas las naciones a regocijarse con nosotros. Bien se ha dicho: “Que el hombre del siglo veinte se coloque bajo la soberanía de Dios en todo campo de su vida y habrá comenzado a entender la importancia y significación del libro de Deuteronomio.”

[Notas]

a Deu. 6:4, 5; 10:12; 11:1, 13, 22; 13:3; 19:9; 30:6, 16, 20.

b Vea también Deuteronomio 7:8; 10:15; 23:5.

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