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  • ¿Cuánto dependemos de Jesucristo?
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1978
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1978
w78 15/2 págs. 3-6

¿Cuánto dependemos de Jesucristo?

JEHOVÁ DIOS es “el Padre, a quien toda familia en el cielo y en la tierra debe su nombre.” Es el Señor Soberano Universal y el único a quien ha de dirigirse apropiadamente nuestra adoración.—Efe. 3:14, 15; Hech. 4:24; Luc. 4:8.

Sin embargo, dependemos totalmente de Jesucristo en la adoración que damos a Jehová, así como dependemos de él para toda esperanza que tengamos de adquirir vida eterna. ¿Cómo podría ser esto así?

Se debe a que, originalmente, la raza humana se alejó de Dios. De hecho, el padre de la raza, Adán, vendió su posteridad al pecado. (Rom. 7:14) El precio que recibió por la “venta” fue el hacer lo que quería hacer en lugar de obedecer las instrucciones de su Creador. Emprendió con su esposa Eva el disfrute egoísta de vivir y dirigir sus asuntos para su propio placer. Lo que esto significaría para la prole de ellos quizás le haya importado poco.

Vemos una similitud en la actitud de algunas personas hoy día. Quieren disfrutar ellas mismas de la vida, usando drogas peligrosas y cometiendo inmoralidad que puede tener en sus hijos un efecto devastador en la forma de anormalidades físicas y mentales y enfermedades aborrecibles. Pero el “placer” del presente es todo lo que vale para ellas. A otras personas no les interesa mucho tratar de mejorar los asuntos para la generación venidera... el disfrutar de su propia vida ahora es lo que buscan.

LA RAZA HUMANA NECESITABA AYUDA DE DIOS

De modo que desde el tiempo de Adán hasta ahora los seres humanos han estado en mala situación, pues el pecado heredado de su padre original los ha saturado y esta aumentando en la Tierra. (Rom. 5:12, 16) El salmista expresó bien la situación desesperada de éstos: “Ninguno de ellos puede de manera alguna redimir siquiera a un hermano, ni dar a Dios un rescate por él.” No, el valor era demasiado “precioso,” demasiado caro, como lo expresó el salmista.—Sal. 49:6-9.

Pero esta situación no derrotó a Dios. Él sabía cómo hacer posible la salvación para la humanidad, y tenía a la mano los medios para esto. Por eso, a Jehová Dios va el crédito y la alabanza como el Autor y Arreglador de nuestra oportunidad de obtener vida. Pero en este arreglo Dios mismo nos sujetó a todos a su Hijo Jesucristo. Todo lo que obtenemos lo recibimos a causa de Dios y por medio de su Hijo. Hasta nuestras oraciones a Dios se tienen que dirigir en el nombre de Cristo. (Juan 15:16; 16:23, 24) Él está a cargo, completamente, de toda la humanidad. La decisión para la vida o la muerte está en sus manos. “Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino por mí,” dijo Jesús.—Juan 14:6.

LA POSICIÓN ENSALZADA DE JESUCRISTO

En cuanto a depender nosotros de él en el conocer y servir a Dios, Jesús dijo: “Todas las cosas me han sido entregadas por mi Padre, y nadie conoce plenamente al Hijo sino el Padre, tampoco conoce alguien plenamente al Padre sino el Hijo y cualquiera a quien el Hijo quiera revelarlo.” (Mat. 11:27) Precisamente antes de ascender al cielo, dijo a sus discípulos: “Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y sobre la tierra.” (Mat. 28:18) Desde ese tiempo ha ocupado una posición en el trono de su Padre.—Rev. 3:21.

Cristo también es nuestro gran Sumo Sacerdote, aunque no un sacerdote del sacerdocio aarónico judío. De este último, el sacerdocio terrestre, leemos: “Muchos tuvieron que llegar a ser sacerdotes por sucesión porque la muerte les impedía continuar como tales, pero él [Jesucristo] por cuanto continúa vivo para siempre tiene su sacerdocio sin sucesores. Por consiguiente él también puede salvar completamente a los que están acercándose a Dios por medio de él, porque siempre está vivo para abogar por ellos.”—Heb. 7:23-25.

En la actualidad Cristo Jesús es el que nos juzga. Él dijo: “El Padre no juzga a nadie, sino que ha encargado todo el juicio al Hijo.” (Juan 5:22) Por supuesto, él hace esto por nombramiento del Padre y en plena armonía con la voluntad y leyes de su Padre. Él está en asociación constante con su Padre y, como él dijo: “El Hijo no puede hacer ni una sola cosa por su propia iniciativa, sino únicamente lo que ve hacer al Padre. Porque cualesquier cosas que Aquél hace, estas cosas también las hace el Hijo de igual manera.”—Juan 5:19.

Además de ser juez de los vivos, Jesucristo también ha recibido poder para juzgar a los muertos. El apóstol cristiano Pablo dijo a los atenienses: “[Dios] ha fijado un día en que se propone juzgar a la tierra habitada con justicia por un varón a quien él ha nombrado, y ha proporcionado a todos los hombres la garantía con haberlo resucitado de entre los muertos.” (Hech. 17:31) Para que Jesucristo juzgue a los muertos, tiene que poder reunirlos ante él, y esto lo hace por medio de resucitarlos. Él mismo dijo: “No se maravillen de esto, porque viene la hora en que todos los que están en las tumbas conmemorativas oirán su voz y saldrán.”—Juan 5:28, 29.

¿Cuándo será esto? Esto será después que se destruya a los seres humanos inicuos en la “guerra del gran día de Dios el Todopoderoso,” se ate y encierre en el abismo a Satanás y sus demonios, y comience el reinado de mil años de Cristo Jesús. (Rev. 16:14; 19:11-21; 20:1-3) Durante este reinado la raza humana está en las manos de Jesucristo, y él los juzga en cuanto a vida —el alcanzar ellos la perfección— o en cuanto a muerte... el que merezcan la muerte por no aprovechar las provisiones que sirven para obtener la vida. El apóstol Pablo dice que Cristo “tiene que gobernar como rey hasta que Dios haya puesto a todos los enemigos debajo de sus pies. Como el último enemigo, la muerte ha de ser reducida a la nada.” (1 Cor. 15:25, 26) Cristo tiene la autoridad de juzgar y poder para destruir a los que son desobedientes a las leyes de Dios y que rehúsen respetar la soberanía principesca que Dios le ha dado. Hasta suprime la muerte. Puesto que el pecado es la causa de la muerte, él quita todo el pecado adánico de los que son obedientes a él. (Rom. 6:23; 1 Cor. 15:56) Los lleva a la perfección, y cuando los declare perfectos, serán tan perfectos como lo fue el primer hombre Adán cuando fue creado. Durante los mil años, Cristo efectúa todo este trabajo. Y, de hecho, está efectuando todo el juzgar ahora.—Juan 5:30.

Sin embargo, Cristo no hace esto para su propia glorificación. Lo hace todo a fin de presentar la raza humana perfeccionada a Jehová como miembros justos de Su familia universal. Pues todas las cosas en realidad le pertenecen a Dios como Creador. (Rev. 4:11; Isa. 40:25, 26; Sal. 50:10-12) El relato tocante al reinado de mil años de Cristo dice: “En seguida, el fin, cuando entrega el reino a su Dios y Padre, cuando él haya reducido a la nada todo gobierno y toda autoridad y poder,” y, “cuando todas las cosas hayan sido sujetadas a él, entonces el Hijo mismo también se sujetará a Aquel que le sujetó todas las cosas a él, para que Dios sea todas las cosas para con todos.” (1 Cor. 15:24, 28) ¡Qué gozo debe tener Cristo al prever este acontecimiento!

Así Jesucristo no tendrá nada de qué avergonzarse cuando le entregue el Reino a Dios, el verdadero Sujetador de todas las cosas. Pero aun después que Jesús haya terminado su reinado milenario con el proceso de juicio de ese reinado, todavía seguirá siendo cierto que “Dios es El que los declara justos.” (Rom. 8:33) En armonía con este hecho fundamental Jehová procede entonces a someter a la prueba final a los que Jesucristo le entrega en su perfección humana. A fin de que se aplique esta prueba terminante, se suelta a Satanás y sus demonios del abismo en el cual han estado encarcelados durante los mil años. Entonces los que sucumban egoístamente a la prueba que estos demonios les presenten serán aniquilados en la “muerte segunda” de la cual no hay resurrección. (Rev. 20:7-15) Por otra parte, se recompensará a los que retengan su integridad y lealmente sostengan la soberanía universal de Jehová. Él los justificará o ‘los declarará justos’ y les otorgará el don de vida eterna en su perfección humana en una Tierra paradisíaca.

LA IMPORTANCIA DE RECONOCER AHORA LA POSICIÓN DE CRISTO

Ahora, además de ser Sumo Sacerdote, Jesús es Cabeza de la congregación cristiana. (Col. 1:18) Aunque hay ancianos y “dones en la forma de hombres” que son de gran ayuda a los miembros de la congregación, simplemente son siervos que ministran según lo que necesita la congregación semejante a familia. (Efe. 4:8; Luc. 22:26; 1 Cor. 3:5) Hay que recordar que ellos no son el cabeza, los ‘amos de nuestra fe,’ aquellos de quienes proviene nuestro alimento espiritual, sino solo colaboradores bajo Cristo. (2 Cor. 1:24) El apóstol Pablo dijo: “No importa cuántas sean las promesas de Dios, han llegado a ser Sí [afirmadas, cumplidas, realizadas] mediante él [Jesucristo].” (2 Cor. 1:20) También, “[Cristo] ha venido a ser para nosotros sabiduría procedente de Dios, también justicia y santificación y liberación por rescate.”—1 Cor. 1:30.

Por lo tanto tenemos que reconocer a Cristo como real, no como en el trasfondo, sino como presente con nosotros, como el representante principal de Dios junto a nosotros para cuidarnos, fortalecernos y protegernos a todo tiempo. Debemos darnos cuenta de su proximidad. Él nos ayudará en las decisiones difíciles. Cuando nos enfrentemos a oposición severa, ‘nos dará boca y sabiduría, que todos nuestros opositores juntos no podrán resistir ni disputar.’—Luc. 21:15.

En Juan 6:51, Jesucristo indica que el mundo de la humanidad depende de él por las palabras que dijo a los judíos: “Yo soy el pan vivo que bajó del cielo; si alguien come de este pan vivirá para siempre; y, de hecho, el pan que yo daré es mi carne a favor de la vida del mundo.”

Durante el reinado milenario de Cristo todos sus súbditos terrestres, los que pasen con vida a través de la venidera “grande tribulación” y los resucitados de entre los muertos, tendrán el privilegio de alimentarse de este maná celestial al ejercer fe en el sacrificio de la humanidad perfecta de Cristo, con vida eterna en mira.—Rev. 7:14, 15; Juan 5:28, 29.

En consecuencia, debemos tener presente la posición en la cual Jehová ha colocado a su Hijo. Debemos estudiar las palabras de Cristo en la Biblia y ejercer cuidado para observar sus instrucciones. El que es anciano siempre debe acudir al acaudillamiento de Cristo, su ejemplo, su dirección y sus palabras como Cabeza de la congregación.—Col. 1:18.

Recordamos a todo tiempo que Jehová es Aquel que ha de ser adorado, pero que Dios ha optado por dar honra a su Hijo. (Juan 5:23) El mismísimo propósito de Jesús al efectuar su sacrificio y hacer su obra fue dirigir a la humanidad a la adoración verdadera de Jehová y restaurarla a la perfección, todo para la gloria de Dios. Todo esto resulta en felicidad para la humanidad, a la cual Dios y su Hijo aman y por la cual Dios dio a su Hijo. El Hijo cooperó voluntariamente al sufrir para que nosotros viviéramos.—Juan 3:16.

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