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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1980
w80 15/6 págs. 24-27

Agradecidos de que Jehová escuchara nuestras oraciones

Según lo relató Angelo Clave

“REGOCÍJENSE en la esperanza. Perseveren bajo tribulación. Persistan en la oración.” El tener en cuenta este consejo me ha ayudado a disfrutar de una vida de servicio de tiempo completo a Jehová.—Rom. 12:12.

Nací en 1936, el más joven de seis hijos, en la pequeña isla de Anda, cerca de la famosa zona turística conocida como las Cien Islas, en Pangasinán, Filipinas. Nuestra casa de madera y bambú, a medio kilómetro del mar, estaba rodeada de flores y árboles de mango, para el deleite tanto de los ojos como del paladar. Desgraciadamente, mi padre murió cuando yo solo tenía tres años de edad. Además de pasar por la dolorosa pena de perder a su esposo, mi madre quedó profundamente preocupada en cuanto a cómo criarnos de la mejor manera. Por lo menos todavía tenía una pequeña finca por medio de la cual llenar de arroz el granero que estaba detrás de nuestra casa. Era una mujer devota a sus creencias religiosas como miembro de la Iglesia Filipina Independiente.

En 1945, precisamente después que la II Guerra Mundial había devastado a las Filipinas, comenzaron a acontecer cambios trascendentales cuando nos visitaron dos mujeres jóvenes que estaban declarando que el reino de Dios era la única esperanza para la humanidad. Mi madre no estaba interesada en el mensaje de ellas, pero mi hermano mayor, Presalino, con gusto dio la bienvenida a las dos testigos de Jehová y consideró muchos temas bíblicos con ellas desde por la mañana hasta tarde aquella noche. Al día siguiente, Presalino invitó a mi primo Eduardo a acompañarlo a llevar en bote a las jóvenes de vuelta a su casa.

¡Cuando mi hermano y mi primo volvieron unos días después, con entusiasmo dijeron a toda persona que ya se habían bautizado como testigos de Jehová! Presalino explicó con entusiasmo que el reino por el cual habíamos orado tan a menudo en el padrenuestro traería vida eterna a muchas personas en una Tierra paradisíaca. (Mat. 6:9, 10; Luc. 23:43) Mi madre, aunque al principio no había mostrado interés, pronto se convenció de que ésta era la verdad. De inmediato eliminó de nuestro hogar el crucifijo y los ídolos de José, María y otros “santos.” Además, dejó de mascar areca. Unos meses después, el padre de las dos muchachas Testigos vino a visitarnos. Se sorprendió al encontrar a un grupo que estudiaba la Biblia bajo la dirección de Presalino. Doce personas se bautizaron entonces, incluso mi madre, dos hermanos, mi hermana y dos cuñadas. Inmediatamente se organizó con ellas una congregación. Dos de mis hermanos, junto con mi primo Eduardo, fueron nombrados para atender el grupo.

En nuestra escuelita de unos 120 estudiantes yo a menudo tenía que soportar la burla de otros debido a mi fe creciente. Todos los hijos de los testigos de Jehová se vieron bajo presión por negarse a participar en actos de idolatría en la escuela. Con el tiempo estas presiones me impidieron alcanzar una educación seglar más adelantada. Esto fue una desilusión. Sin embargo, mi madre me ayudó a confiar en Jehová y a edificar mi relación con él por medio de la oración y estudio adicional de la Biblia. ¿El resultado? A los 15 años de edad estaba entre los 522 que se bautizaron el 22 de abril de 1951 en la asamblea nacional de Ciudad Quezón.

MIS ORACIONES PARA LLEGAR A SER PREDICADOR DE TIEMPO COMPLETO SON CONTESTADAS

Aquella asamblea estimuló mi deseo de llegar a ser precursor, como se llama a los que proclaman el reino de Dios en obra de tiempo completo. Durante el viaje de regreso desde la asamblea, y en consideraciones dentro del círculo de mi familia, éste fue el asunto principal en mi mente y en mis oraciones. Aunque la respuesta inicial de mi madre fue negativa, ella finalmente me permitió hacerme precursor “de vacaciones” por varios meses. Estos pocos meses fueron abundantemente remuneradores, y fortalecieron mi resolución de llegar a ser precursor regular.

El 1 de marzo de 1953 alcancé esa meta. Con esto comencé a aprender un nuevo idioma... iloko. ¿Por qué fue necesario esto? Hay por lo menos 87 dialectos en las Filipinas, y yo soy de Bolinao, pero en el territorio donde predicaba había muchas personas que hablaban iloko. Este fue el primero de muchos nuevos idiomas que tendría que aprender para enseñar a más personas la verdad de la Biblia. En cada ocasión, he confiado mucho en la ayuda de Jehová y le he orado que bendiga mis esfuerzos.

Tuve una experiencia insólita mientras trabajaba con la congregación de Ilogmalino en una aldehuela junto a una playa de arena blanca bañada por el mar de la China. Un joven a quien encontré en su hogar se alteró tanto emocionalmente cuando se dio cuenta de que yo era Testigo que me echó de la casa y me advirtió que no regresara. La semana siguiente nos visitó el superintendente de circuito viajante y nos tocó visitar los hogares de aquella misma zona. Sin saber acerca de mi experiencia anterior, el superintendente de circuito me dijo que comenzara desde la mismísima casa donde el joven me había mostrado tanta hostilidad.

Lo primero que pensé fue pasar por alto aquella casa; pero después de orar a Jehová decidí visitarla una vez más. ¡Qué sorpresa! El joven escuchó atentamente, concordó en estudiar la Biblia y vino a su primera reunión aquella semana. Progresó rápidamente en sentido espiritual y se bautizó durante una asamblea tan solo unos meses después. ¿Qué había causado un cambio tan repentino en una semana? Después de haberme tratado tan mal, sufrió un accidente. Él pensó que había sido un castigo, y decidió por lo menos ser cortés con el siguiente Testigo que viera. Eso hizo, y le gustó lo que escuchó.

Tres de nosotros los precursores a menudo usábamos un bote pesquero de seis metros de largo para visitar islas cercanas y pronunciar discursos. Mientras regresábamos a casa tarde una noche, las condiciones del tiempo cambiaron repentinamente. ¡Nos vimos en un aprieto! Olas altas hicieron zozobrar el bote y tuvimos que nadar en el turbulento mar los dos kilómetros que nos separaban de la orilla. De alguna manera mi sobrino y yo hallamos fuerza para ayudar a mi sobrina, y, aunque perdimos nuestras pertenencias, logramos llegar con vida a la orilla. Le dimos gracias a Jehová por habernos concedido seguir viviendo.

Mi próxima asignación me llevó a un pueblo lejos de casa. Allí experimenté la verdad que encierran estas palabras de Jesús: “Todo el que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o hijos, o tierras, por causa de mi nombre, recibirá muchas veces más y heredará la vida eterna.” (Mat. 19:29) Los hermanos y las hermanas eran tan bondadosos y amorosos que en poco tiempo llegamos a disfrutar de una relación excelente, sana y estrecha. El vínculo de unión era tan fuerte que, cuando más tarde salí de aquel lugar rumbo a mi primera asignación de precursor especial en la provincia de Bulacán, ninguno de nosotros pudo contener las lágrimas que nos corrieron por el rostro cuando nos despedimos.

En mis siguientes dos asignaciones tuve compañeros nuevos y aprendí a convivir y cooperar con personas de diferentes personalidades. La primera de estas asignaciones resultó en que yo aprendiera otro idioma, el tagalo, el idioma nacional. En la segunda de estas asignaciones, experimenté por primera vez el gozo singular de ayudar a establecer una nueva congregación. Esto tomó más de dos años de trabajo duro, oraciones constantes y confianza en Jehová, quien ‘hace crecer las cosas.’—1 Cor. 3:5-9.

OTROS PRIVILEGIOS DE SERVICIO

Mi agradecimiento aumentó cuando, después de tres años en el servicio de precursor especial, fui nombrado superintendente de circuito de unas 20 congregaciones, incluso la de mi pueblo natal. ¿Pueden imaginarse el gozo que sentí cuando salí a un estudio bíblico con mi propia madre y le ayudé a enseñar a otra persona las verdades que ella en un tiempo estuvo tan renuente a aceptar? Después de dos años en la obra de circuito, tuve un gozo de otra clase, cuando Lucrecia y yo nos casamos el 17 de enero de 1962. Los siete años y medio que ella había dedicado al servicio de precursor regular y especial antes de que nos casáramos habían dado prueba de que amaba el servir a Jehová, y ella ha seguido siendo una fuente de ayuda y estímulo a través de los años desde entonces. ¡De seguro, otra razón para que yo esté agradecido a Jehová!—Pro. 19:14.

A menudo era difícil visitar las congregaciones del circuito, pero las recompensas eran grandes. ¡Sí, para llegar a la aldea de Agumanay tuvimos que pasar 12 horas subiendo montaña arriba por un camino resbaladizo y lodoso! ¡Pero qué alegría fue hallar, a nuestra llegada, que la mayoría de los aldeanos eran testigos de Jehová! Nos dieron la bienvenida con melodías de alabanza a Jehová... canciones que ellos mismos habían compuesto. Todos los días, unos 50 de estos humildes hermanos nos acompañaron mientras visitamos aldeas cercanas para esparcir las buenas nuevas del Reino.

Pero ciertas condiciones de vida presentan peligros, y con el tiempo contraje hepatitis. Esto hizo necesario un cambio del servicio de circuito al servicio de precursor especial desde febrero de 1965 hasta julio de 1966, cuando hube mejorado lo suficiente como para reanudar las visitas del circuito, esta vez en la provincia de Tarlac, en el centro de Luzón. Allí los huks (guerrilleros) representaban un peligro, y muchas personas habían muerto como víctimas de la situación. Aunque muchas veces era imposible celebrar las reuniones regulares, era posible ayudar a nuestros compañeros de creencia en sentido espiritual por medio de visitarlos en sus hogares. Un día, mientras desayunábamos con un hermano y su familia en su pequeña casa de madera y bambú con techo de metal, dos camiones llenos de soldados rodearon de súbito la casa. Apuntándonos con las armas, nos interrogaron uno por uno. Tuve la rara oportunidad de explicar las “buenas nuevas” al comandante en jefe. Convencido de que no éramos huks, se fueron. Una vez más nuestra confianza en Jehová había sido remunerada.—Pro. 29:25.

OTRO IDIOMA QUE APRENDER

Una carta de la Sociedad Watch Tower con fecha de 31 de agosto de 1967 nos dio una gran sorpresa. En ésta se nos invitaba a servir de misioneros en Indonesia. Buscamos la guía de Jehová en oración y luego aceptamos la invitación. Así fue que, junto con otros seis filipinos, llegamos a Yakarta el 18 de febrero de 1968.

Al asistir a las primeras reuniones en indonesio, todo lo que yo podía decir a mis hermanos y hermanas espirituales era “Selamat sore. Selamat datang. Silahkan masuk.” (“Buenas tardes. Bienvenidos. Entren, por favor.”) Mi esposa y yo entramos de inmediato en un “curso acelerado” de 11 horas diarias de indonesio. Después de completar este curso, fui puesto a cargo de una nueva congregación por nombramiento. ¡Qué prueba fue esto para mí! Era obvio que tenía que mejorar en el conocimiento del idioma. Hallamos que la mejor manera de aprenderlo era por medio de participar diligentemente en la obra de testificar de casa en casa. Las personas de Yakarta eran hospitalarias y serviciales, nos invitaban a entrar en sus casas y trataban con cortesía de entender lo que decíamos. De esta manera logramos progresar rápidamente, pues el indonesio tiene algún parecido a algunos dialectos filipinos. Así que, después de solo ocho meses, se nos asignó de nuevo a la obra de circuito, esta vez usando nuestro recién adquirido idioma indonesio.

Después de algún tiempo en la zona de Yakarta, se nos asignó a visitar las congregaciones de la isla de Célebes (Sulawesi). La falta de medios de transporte y los caminos escabrosos fueron una prueba para nosotros, pero nuevamente el amor de los hermanos hizo que nuestros esfuerzos valieran la pena. En una reunión de congregación, una señora se acercó a mi esposa y le dijo: ‘Por favor oren por mí para que pueda aguantar el sufrimiento que me causa mi esposo debido a que me apego a la verdad.’ Le dimos algún estímulo y consuelo bíblico y oramos por ella, pero después de aquello no supimos más de ella, pues su esposo se mudaba a diversos sectores aislados para alejar a su esposa de los Testigos. ¡Qué sorpresa fue, después de un par de años, verla entre las personas que se bautizaron en una asamblea de circuito!

AUMENTA LA PRESIÓN

En 1976 estábamos tratando de organizar una asamblea de los hermanos de Sulawesi en Manado. Tratamos de conseguir cinco diferentes salones para la asamblea, pero una tras otra nuestras solicitudes fueron rechazadas. Finalmente localizamos un salón apropiado pero el alquiler de Rp260.000 (627 dólares) era demasiado alto para nosotros. ¡Quedamos muy sorprendidos cuando una persona que no era Testigo donó Rp100.000! Después otro compañero dio una contribución considerable, y eso hizo que el salón estuviera a nuestro alcance financiero. Se celebró una excelente asamblea, que fue providencial, pues resultó ser la última reunión grande de nuestros hermanos en aquella zona, debido a que aumentó la oposición a nuestra actividad.

En primer lugar, se nos prohibió hacer visitas de casa en casa. Pero los hermanos aprendieron a localizar a las personas con quienes podían hablar. Por eso, se siguió hallando a muchas personas que se interesaban en la verdad bíblica y la obra continuó progresando.

Luego se nos prohibió reunirnos en hogares privados. Los hermanos comenzaron a construir más Salones del Reino. Pero el 24 de diciembre de 1976 se anunció la proscripción total de las actividades y reuniones de los testigos de Jehová como individuos, así como también las de su corporación legal, la Asociación de Estudiantes de la Biblia de Indonesia. Nosotros sabíamos que las autoridades no nos renovarían nuestros visados, pero nos alegramos de que no nos hubieran obligado a salir del país inmediatamente. Varias veces solicitamos una prórroga y un oficial de inmigración finalmente nos dio otros 10 días. El día antes de partir, fuimos de gira con 200 hermanos. Fue una excelente oportunidad para un intercambio de estímulo. (Rom. 1:11, 12) De ese modo nos vimos obligados a dejar a nuestros queridos hermanos y hermanas indonesios después de nueve agradables años de servicio con ellos.

SIRVIENDO EN OTRO PAÍS

Sin embargo, nos alegraba saber que podríamos servir a Jehová en otro lugar... esta vez en Taiwan (Formosa). De nuevo tuvimos clases para aprender otro idioma, pero ahora era en el dialecto chino mandarín, un idioma completamente distinto a cualquiera que habíamos aprendido. Aunque en este idioma los tonos cambian el significado de palabras que tienen el mismo sonido, y no es un idioma que se escriba en letras latinas, estábamos progresando. Como en tiempos pasados, oramos por la ayuda de Jehová al predicar las “buenas nuevas del reino.” (Mat. 24:14) Trabajamos en la ciudad industrial de rápido crecimiento de Kaosiung, de más de 1.000.000 de habitantes. Nuestra pequeña congregación de 30 proclamadores de las “buenas nuevas” tiene una gran asignación. ¡Pero cuánto nos alegra ver que más del doble de esa cantidad de personas se reúne en el Salón del Reino!

Durante los casi 30 años desde que nos dedicamos a Jehová, en innumerables ocasiones hemos visto que el proceder que aconsejó el apóstol Pablo ha sido el mejor. Después de haber pasado 25 de esos años en el servicio de tiempo completo, sabemos que si una persona ‘se regocija en la esperanza, persevera bajo tribulación y persiste en la oración,’ las bendiciones de Jehová le enriquecen la vida.—Rom. 12:12.

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