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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1981
w81 15/1 págs. 29-31

Preguntas de los lectores

● ¿Qué guía provee la Biblia con relación al juego? Por ejemplo, ¿sería malo que un cristiano apostara una pequeña suma de dinero en un juego de naipes que se estuviera jugando sólo como esparcimiento?

Las Escrituras no proveen base para una regla rígida en contra de toda “apuesta,” por pequeña que ésta sea. Sin embargo, sí nos ayudan a ver que el juego en que se apuesta dinero es un grave mal, que puede tener como resultado el que uno sea excluido de la congregación cristiana y del reino de Dios.

Las palabras “juego” y “jugar” a veces se usan con relación a actividades en las cuales está envuelto un riesgo o la esperanza de obtener ganancia. Se podría decir que una persona está ‘jugándoselas’ cuando establece un negocio o invierte en un negocio esperando lucrarse. Pero en la consideración que sigue se trata del tipo de “juego” en el cual está envuelto el apostar. Por ejemplo: “El jugar generalmente se define como el arriesgar voluntariamente una suma de dinero, es decir hacer una apuesta, sobre el resultado de una diversión o ejercicio recreativo u otro acontecimiento.” (Encyclopedia Americana) La Biblia no considera de manera directa este tipo de juego.

En Jueces 14:11-19 se relata acerca de una prueba que Sansón propuso en la cual estaba envuelta un pago, pero más bien que ser una forma de juego en el sentido que acabamos de señalar, ésta era una estrategia que él utilizó para buscar una oportunidad en contra del enemigo filisteo. Tampoco era una forma de este jugar el echar “suertes” en Israel; éstas eran un medio de conseguir la guía de Dios o de resolver disputas. (Pro. 16:33; 18:18; 1 Sam. 14:41, 42) Además, aunque los hebreos tenían sus juegos o ejercicios recreativos y carreras, no hay evidencia de que apostaran en éstos. (Jer. 12:5) La Encyclopædia of Religion and Ethics de Hastings hace el siguiente comentario: “Mientras los israelitas siguieron siendo un pueblo agrícola, parece que estaban excepcionalmente libres del vicio del juego. En Babilonia se hicieron un pueblo mercantil, y se mezclaron con personas entre las cuales los juegos de azar formaban parte de la vida común.”—Tomo VI, pág. 164.

A este respecto, Isaías 65:11, 12 se refiere al “dios de la Buena Suerte” o de la Buena Fortuna del cual los jugadores babilonios buscaban ayuda. Como lo mencionan estos versículos, habría estado siguiendo un derrotero de apostasía cualquier israelita que preparara una mesa con alimento para aquellos ídolos que eran dioses de la suerte.

En realidad, el único caso bíblico que podría clasificarse como juego en el sentido que tratamos aquí ocurrió cuando los soldados romanos echaron suertes para determinar quién recibiría la prenda de vestir interior de Jesús.—Mat. 27:35; Juan 19:23.

Aunque la Biblia no considera este tipo de juego en detalle, sí nos provee principios que pueden ayudarnos a evaluar lo referente al juego. Estos dejan ver claramente que el cristiano debe estar consciente de sus motivos con relación al juego, y de los efectos que éste a menudo produce.

Se reconoce generalmente que el juego con apuestas a menudo resulta en codicia, o incita a cultivarla. Esto es de importancia para los cristianos, pues la Biblia condena enfáticamente la “codicia.” Dios nos informa que “las personas codiciosas” no heredarán su reino, y que la codicia debe ponerse en una misma clasificación con la idolatría. Por lo tanto, los cristianos sinceros procuran evitar prácticas que podrían resultar en que ellos manifestaran la codicia de modo que no alcanzaran a la gloria de Dios.—Col. 3:5; 1 Cor. 6:9, 10; Rom. 3:23.

Por supuesto, la codicia puede manifestarse de muchas maneras. Una persona podría mostrarse excesivamente codiciosa en el asunto del comer, de modo que se hiciera glotona. O la codicia excesiva con relación a la bebida podría hacer de uno un borracho. (Tito 1:12, 13; Pro. 23:20; 1 Tim. 3:3) Sin embargo, el comer es un aspecto normal y necesario de la vida. Y hasta el disfrutar de una cantidad moderada de bebidas alcohólicas, como lo hacen ciertas personas, envuelve un proceso natural, el de tomar como parte del consumo diario de líquidos una bebida que el cuerpo puede “quemar” como combustible. Por lo tanto, la “codicia” no se asocia ni tan frecuente ni tan fácilmente con el comer y el beber como con el jugar.

La codicia que está envuelta en el juego es una causa primordial de muchos de los delitos y de la violencia que se relacionan con empresas serias de juego. Pero aun en el caso del jugador como individuo, el motivo básico que le impulsa a jugar es a menudo la codicia. ¿No es verdad que muchos juegan porque esperan ganar lo que otros han de perder? Aun personas cuyo modo de pensar no está principalmente basado en la Biblia reconocen esto. El profesor D. M. Smyth comentó: “Al promulgar las loterías los gobiernos están dando gusto a una de las cualidades más bajas del ser humano... la codicia. Están contribuyendo a la corrupción, no al mejoramiento, de la vida humana. . . . Los que promueven las loterías están promulgando el punto de vista según el cual es correcto que alguien salga ganando mediante la pérdida que sufran muchos otros.”—El Star de Toronto.

Sin embargo, puede ser que alguien razone de la manera siguiente: ‘¿Qué hay si yo participo en un amigable juego de naipes o de mesa con algunos familiares? Podríamos apostar pequeñas sumas de dinero, de modo que nadie ganara ni perdiera mucho. ¿No podría eso simplemente ser una forma de esparcimiento inocente, sin codicia alguna?’

Algunos pudieran presentar tal argumento. Pero cuando hay dinero envuelto en el asunto, por pequeña que sea la suma, obviamente hay peligro. Ello podría ser el principio de algo mayor, y sería especialmente peligroso cultivar el espíritu del juego con apuestas monetarias si hay niños entre los jugadores. ¿Por qué no llevar simplemente cuenta del juego con lápiz y papel o, si no, sencillamente jugar por puro gusto? Los hermanos que son ancianos en la congregación en sentido espiritual no quisieran verse envueltos en los asuntos de usted a este respecto. No tratarían de pasar leyes como lo hicieron los líderes religiosos descritos en Lucas 6:1-5. Sin embargo, si llegaran a saber que está en peligro la espiritualidad, puede ser que den consejo bondadoso como quienes “están velando por las almas” del rebaño.—Heb. 13:17.

La experiencia muestra que muchos que se hicieron jugadores codiciosos empedernidos empezaron por hacer pequeñas apuestas ‘para entretenerse.’ Vieron que podían ganar sumas pequeñas y se sintieron tentados a tratar de ganar sumas mayores. El impulso codicioso puede hacer que una persona se envicie, y hasta quizás la conduzca a llevar una vida que anteriormente le hubiera parecido impensable. Un canadiense que había sido jugador declaró: “Tengo una sobrina que pierde 100 dólares a la semana. Su esposo tiene que tener dos empleos. Su hijos están verdaderamente muriéndose de hambre. Ella mendiga, toma dinero prestado y roba a fin de poder jugar.”

A menudo el orgullo también es uno de los motivos detrás del juego. El que uno pueda ganar satisface su sentido de orgullo. Pero Dios dice: “El ensalzamiento propio y el orgullo . . . he odiado.” Se exhorta a los adoradores verdaderos a cultivar la modestia y la humildad.—Pro. 8:13; 11:2; 22:4; Miq. 6:8; Sant. 4:16.

Los jugadores a menudo ensalzan a la ‘Suerte.’ Para ellos, “suerte” no es meramente una palabra que signifique que habrá buenos resultados, sino que es una influencia sobrehumana semejante a una deidad. La codicia y el orgullo impulsan a los jugadores a confiar en la “suerte.”

Frecuentemente el jugar con apuestas de dinero tiene el efecto de inducir pereza. Incita a las personas a soñar que podrán conseguir algo por nada, aun las impulsa a mentir o a practicar el engaño a fin de ganar y así no tener que trabajar. Pero la Palabra de Dios aconseja en contra de la pereza e insta a que se sea económico, diligente e industrioso. “Si alguien no quiere trabajar, que tampoco coma.”—Pro. 6:9-11; Efe. 4:28; 2 Tes. 3:10.

Los malos frutos del juego tienen tan mala reputación que en muchas comunidades se mira a los jugadores con desprecio, aun si el juego está legalizado. Por lo tanto, el deseo de recibir un “excelente testimonio de las personas de afuera,” y de evitar el crear prejuicios en otros en contra de las “buenas nuevas del reino” ha añadido una más a las razones por las cuales muchos cristianos evitan por completo toda forma del juego con apuestas.—1 Tim. 3:7, 10; Mat. 24:14; 1 Cor. 9:11-23; 2 Cor. 6:3.

Correctamente, los que sirven como ‘pastores del rebaño’ se interesan en ayudar a sus compañeros cristianos a evitar cosas que podrían causar daño a la espiritualidad de éstos. Por lo tanto, si alguien se viera envuelto en el juego y genuinamente demostrara una inclinación a la codicia o a producir algunos de los malos frutos que se asocian con el juego, el deseo de los ancianos debería ser ayudar a esa persona. Podrían darle consejo en privado o públicamente si ven que existen tendencias peligrosas hacia la codicia. (1 Ped. 5:2, 3; Gál. 6:1) Además, si un cristiano no se arrepiente, y continúa en pos de un derrotero de codicia, podría ser necesario hasta removerlo de la congregación, en armonía con las instrucciones de la Palabra de Dios, la cual dice: “Remuevan al hombre inicuo de entre ustedes mismos.” El apóstol Pablo agrega: “¿No saben ustedes que los injustos no heredarán el reino de Dios? No se extravíen. Ni fornicadores, ni idólatras, ni adúlteros, ni hombres que se tienen para propósitos contranaturales, ni hombres que se acuestan con hombres, ni ladrones, ni avarientos, ni borrachos, ni injuriadores, ni los que practican extorsión heredarán el reino de Dios.”—1 Cor. 5:11-13; 6:9, 10.

Sin embargo los asuntos rara vez llegan a tal punto, pues los cristianos verdaderos evitan completamente toda forma de juego de esta índole. Desean producir el fruto del espíritu, no participar en actividades de las que se sabe que estimulan la codicia y producen obras de la carne. (Gál. 5:19-23) Reconocen el valor de ganarse la vida mediante el trabajo honrado. Como amonestó el apóstol Pablo: “Les exhortamos, hermanos, . . . a tener como mira suya el vivir en quietud y ocuparse de sus propios negocios y trabajar con sus manos, tal como les ordenamos; para que estén andando decentemente en lo que tiene que ver con los de afuera y no estén necesitando nada.”—1 Tes. 4:10-12.

Los cristianos consideran que lo que ellos poseen —incluso su vida y su dinero o recursos materiales— está dedicado a Dios. Ellos tienen que responder a Dios por la manera en que usan esas posesiones. Por lo tanto, en vez de desperdiciar su tiempo y dinero en actividades de juego con apuestas monetarias que pueden inducir codicia y que pueden causar daño a otros, utilizan su tiempo y sus fondos de maneras que resultan en honra a Jehová. (Pro. 3:9) Así ‘trabajan en lo bueno, son ricos en obras excelentes, están listos para compartir.’ Además, como escribió el apóstol Pablo, están “atesorando para sí mismos con seguridad un fundamento excelente para el futuro, para que logren asirse firmemente de la vida que lo es realmente.”—1 Tim. 6:17-19.

● Proverbios 10:6 dice: “Las bendiciones son para la cabeza del justo, pero en cuanto a la boca de los inicuos, ésta encubre violencia.” ¿Qué significan estas palabras?

Este proverbio pone muy bien en contraste las consecuencias que corresponden a dos clases de personas... las justas y las inicuas. El que consideremos el significado de este texto puede ayudarnos a analizar qué tipo de persona queremos ser.

La persona que es pura y justa de corazón da amplia evidencia de tal condición. Como dijo Jesús: “De la abundancia del corazón habla la boca.” (Mat. 12:34, 35) Sí, la persona de este tipo habla con regularidad de cosas que son bondadosas y útiles, y actúa de acuerdo con lo que dice. ¿Cómo responde usted ante tal persona sincera? ¿No es de manera favorable? ¿No recibe ella su bendición y aprecio?

En contraste, el que en su interior es inicuo, malévolo o malicioso está básicamente empeñado en causar daño a otros. Aunque puede ser que a veces use habla melosa, con el tiempo cede a la violencia, ya sea violencia física para con otros o habla que ataca y busca desprestigiarlos. Dado que esta persona no merece las bendiciones de otros, recibe más bien sus maldiciones.

En el hebreo original, una lectura diferente de esta última parte dice: “La violencia cubrirá la boca misma de la persona inicua.” Esto hace que se destaque lo que la persona inicua recibe y cómo pudiera afectarla lo que recibe. Hace resaltar el principio según el cual ‘lo que uno siembra es lo que siega.’ Siembra las semillas de la hostilidad y la maldad, y eso es lo que le vendrá. Esto, por decirlo así, le tapa o cierra la boca a la persona. Si hay algo que pueda callarle la boca, son los resultados violentos de la iniquidad que ella esparce, los cuales con el tiempo vuelven a ella y le imponen silencio.

¿Qué deseamos como resultado para nosotros? Eso depende de la clase de persona que estemos tratando de ser en lo interior.

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