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  • ¿Es cierto que “todos han pecado”?
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1981
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1981
w81 15/3 págs. 5-7

¿Es cierto que “todos han pecado”?

¿SE HA preguntado usted alguna vez por qué el hombre no ha podido hasta ahora resolver la mayoría de sus problemas más urgentes a pesar de todos los esfuerzos de personas sinceras? ¿A qué se debe que el hombre, aunque tiene una visión bastante clara de lo que desea —paz, prosperidad, felicidad, libertad de las enfermedades— parece alejarse cada vez más de estas metas deseables?

Una razón fundamental se encuentra en estas palabras del apóstol Pablo: “Todos han pecado y no alcanzan a la gloria de Dios.” (Rom. 3:23) Sí, la mayoría de los esfuerzos de la humanidad han quedado frustrados debido a la pecaminosidad humana.

Quizás algunos pongan en duda ese comentario del apóstol Pablo. Pudieran decir: ‘¿Cómo puede usted creer que yo soy pecador? Yo no le hago daño a mi prójimo. Llevo una vida tranquila y no le causo problemas a nadie. ¿Qué pecados estoy cometiendo?’ Sin embargo, la verdad es que el pecado envuelve más que sencillamente hacer daño al prójimo o causar problemas. Sí, estas cosas son pecados, y el que tratemos de evitarlas es encomiable. Pero la palabra “pecado” tiene una aplicación más amplia. Pablo la asoció con ‘no alcanzar a la gloria de Dios.’ Por lo tanto, tiene que ver con nuestra relación con el Creador, Jehová Dios.

Originalmente, las palabras que se traducen “pecado” en nuestras Biblias modernas encerraban el significado de “errar el blanco” de la obediencia perfecta. ¿Obediencia a qué? A la voluntad de Dios. Por lo tanto, un diccionario bíblico moderno declara: “El pecado es tanto el abandonar una relación de fidelidad para con Dios como la desobediencia a los mandamientos y la ley.” Puesto que ésta es la realidad, solo Dios mismo puede decirnos con autoridad lo que él considera pecado, y esto Él lo ha hecho en la Biblia.

Ejemplos de pecado

Ante todo, muchas cosas que se están haciendo aceptables en el mundo moderno realmente son malas. La Biblia declara: “Ni fornicadores, ni idólatras, ni adúlteros, ni hombres que se tienen para propósitos contranaturales, ni hombres que se acuestan con hombres, ni ladrones, ni avarientos, ni borrachos, ni injuriadores, ni los que practican extorsión heredarán el reino de Dios.” (1 Cor. 6:9, 10) Sí, el adulterio, la fornicación y la homosexualidad son pecados. También lo es el hurto.

Es verdad que muchas personas evitan la inmoralidad y el hurto, y esto es excelente. Pero hay otros pecados. Nuestra habla, así como también nuestras acciones, pueden ser pecaminosas. El mentir es pecado. También lo es el chisme calumnioso, el habla airada y el proferir injurias. (Col. 3:9; Sal. 101:5; Efe. 4:31) Además, Pablo dijo: “Ni refunfuñéis como refunfuñaron algunos de ellos, y el exterminador los mató.” (1 Cor. 10:10, La Santa Biblia, Ediciones Paulinas) Santiago condenó el jactarse, mientras que Pablo nos aconsejó evitar el habla necia y el bromear obsceno. (Sant. 4:16; Efe. 5:4) ¿Pudiera alguno de nosotros decir honradamente que nunca ha pecado por lo menos de una de las maneras que se ha mencionado? Difícilmente. Santiago, el hermano de Jesús, dijo: “Si alguno no tropieza en palabra, éste es varón perfecto.” (Sant. 3:2) ¿Puede alguno de nosotros afirmar que es perfecto? No.

Este mismo discípulo citó otra manera en que podemos pecar. Dijo: “Si uno sabe hacer lo que es correcto y sin embargo no lo hace, es para él un pecado.” (Sant. 4:17) ¿Cómo pudiera suceder esto? Bueno, imagínese que un hombre estuviera caminando por una acera y de repente un niño saliera corriendo de un jardín, pasara enfrente de él y llegara a una calle transitada. ¿Qué hay si el hombre pudiera evitar que el niño fuera arrollado por un automóvil pero simplemente no le prestara atención y siguiera su camino? Es cierto que no ejecuta una acción mala. Pero el dejar de hacer algo para ayudar al niño sería pecado para él. ¿Cuántas veces nos ha sucedido a todos que hemos fallado en cuanto a obrar de manera realmente amorosa para con nuestro semejante, o para con Dios? Cada vez que esto nos sucede, cometemos un pecado.

Las actitudes incorrectas también pueden ser pecaminosas. La Biblia condena la altanería y la arrogancia, así como también la cobardía. (Pro. 21:4; Rev. 21:8) Hasta los pensamientos incorrectos son pecaminosos. El último de los Diez Mandamientos declara: “No debes desear la casa de tu semejante. No debes desear la esposa de tu semejante, ni su esclavo, ni su esclava, ni su toro, ni su asno, ni cosa alguna que le pertenezca a tu semejante.”—Éxo. 20:17.

¿Cómo podemos evitar que los deseos incorrectos entren en nuestra mente? Probablemente por medio de ocupar la mente en algo sano. Pero si esto no da resultado, simplemente tenemos que reconocer esos deseos incorrectos por lo que son y combatirlos. (1 Cor. 9:27) Estos deseos incorrectos son pecados a los ojos de Dios.—Pro. 21:2.

Finalmente, la religión falsa puede llevarnos al pecado. Aparte de prácticas incorrectas como la idolatría y el espiritismo, que están claramente prohibidas en la Biblia, se nos muestra que hasta el sencillamente pertenecer a una religión falsa es pecaminoso. Al describir la religión falsa como una gran ciudad de alcance mundial llamada Babilonia la Grande, el último libro de la Biblia declara: “Sálganse de ella, pueblo mío, si no quieren participar con ella en sus pecados, y si no quieren recibir parte de sus plagas.” (Rev. 18:4) La religión falsa es culpable de pecados grandes. Ha representado mal al único Dios verdadero, ha perseguido a los siervos verdaderos de Dios y se ha inmiscuido en la política. Todos los que son miembros de la religión falsa comparten esos pecados en el sentido de que apoyan a las organizaciones que los cometen.

¿Por qué somos pecaminosos?

Se ha hecho referencia a solo unas cuantas de las maneras en que podemos caer en el pecado. Se hace mención de muchas otras en la Biblia. Después de considerarlas, usted posiblemente llegue a la conclusión de que es imposible evitar pecar de una manera u otra. Usted probablemente concuerde con el rey Salomón, quien dijo: “No hay hombre que no peque.” (1 Rey. 8:46) Dios mismo declaró: “La inclinación del corazón del hombre es mala desde su juventud.” (Gén. 8:21) Sí, son muchas las cosas que nos inducen a pecar, pero en especial lo hace la debilidad de nuestra propia carne.

¿Por qué debería ser así? Ello tiene que ver con la herencia. Originalmente nuestros primeros padres, Adán y Eva, no tenían este problema. Eran perfectos y podían tomar decisiones equilibradas y razonables en cuanto al pecado. Pero eligieron un proceder malo y decidieron rebelarse contra Dios y, por lo tanto, cayeron de la perfección a la imperfección. Debido a esto, dejaron a todos sus hijos un legado de tendencias pecaminosas y malas. El apóstol Pablo lo explicó así: “Por medio de un solo hombre [Adán] el pecado entró en el mundo y la muerte por medio del pecado, y así la muerte se extendió a todos los hombres porque todos habían pecado.”—Rom. 5:12.

Por lo tanto, aun si tenemos el mejor motivo del mundo, no podemos evitar el pecado. ¿Por qué? El apóstol Pablo mismo confesó: “Lo bueno que deseo no lo hago, mas lo malo que no deseo es lo que practico.” (Rom. 7:19) Todos tenemos el mismo problema.

El resultado ha sido desastroso para la humanidad. Las mejores intenciones del hombre han quedado frustradas a causa de su propia falibilidad. El egoísmo y la avaricia han producido contaminación, pobreza e injusticia. La sospecha y la desconfianza causan inestabilidad en las relaciones internacionales, así como en las familias. La corrupción y el delito impiden los esfuerzos de los países por progresar. Y es muy poco lo que el hombre puede hacer al respecto.

Además, en vista del pecado inherente en los humanos, la regla que se declara en Romanos 6:23 pende como una nube siniestra sobre nuestra cabeza: “El salario que el pecado paga es muerte.” No hay nada que podamos hacer por nuestra cuenta para evitar sufrir la pena de muerte por nuestros pecados, puesto que no podemos hacer nada para evitar por completo el pecar. Estamos casi enteramente a merced de nuestra propia imperfección.

¿Termina de ese modo este asunto? ¿Impedirán siempre las propias debilidades del hombre que él pueda realizar sus más encumbrados sueños y aspiraciones? No. Porque hay Uno que puede ayudarnos. El apóstol Pablo, después de haber confesado que él mismo no podía evitar caer en el pecado, pasó a decir: “¡Hombre desdichado que soy! ¿Quién me librará del cuerpo que está padeciendo esta muerte?” ¿Cuál fue su respuesta? “¡Gracias a Dios por medio de Jesucristo nuestro Señor!” (Rom. 7:24, 25) Sí, el darnos cuenta del grado de dominio que el pecado tiene sobre nosotros y el reconocer que no se nos hace posible rescatarnos por nuestros propios esfuerzos nos hace apreciar el gran amor y la consideración de Dios, quien nos ha ayudado. Pero, ¿cómo ha hecho él esto?

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